Revista MFC Mes Junio 2012

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EL PAN DE LOS CAMINANTES Es frecuente observar que en los deportes de alto rendimiento (atletismo profesional, ciclismo de montaña) uno de los factores que se cuidan con mayor esmero es la alimentación. El cuerpo debe incorporar los nutrientes adecuados para restaurar las energías que se consumen y para poder hacer frente a las exigencias de la carrera o de la trepada. También es común hablar de la vida como de un camino, arduo a veces, que el ser humano debe recorrer. Para el que no tiene fe, es un camino sin mucho sentido, porque, si después de la muerte no hay nada, el camino no va a ninguna parte. Sin fe, todas las motivaciones que podamos encontrar para la vida son muy limitadas. Pero el creyente sabe que el camino procede de Dios y va hacia Dios; por eso, es importante que conciba su propia vida como la respuesta a un llamado que le viene de lo alto, como el despliegue de una vida que le ha sido donada en el Bautismo, como el esfuerzo para alcanzar una herencia que se le promete como hijo. En esta perspectiva entendemos qué significa la Eucaristía en la vida del cristiano. No se trata de un símbolo, ni de meras palabras; es la realidad de un alimento. El alimento justo, adecuado, conforme, tanto a la condición de nosotros, que somos los caminantes, como a las dificultades del camino y a la meta que se quiere alcanzar. Se trata de un alimento de naturaleza especial, porque se identifica con una Persona: el alimento es Cristo mismo: “Yo soy el pan de vida”. Esa presencia real de Cristo en la Eucaristía es la que celebramos en la Solemnidad de Corpus Christi, dos semanas después de Pentecostés. Conviene que reflexionemos, entonces, sobre el significado y los efectos de la Eucaristía como pan de los caminantes. Ante todo, la Eucaristía nos asimila a Cristo. San Agustín pone en la boca de Jesús estas palabras: “Soy pan de los fuertes; cómeme, y no sucederá como con el alimento ordinario, que lo transformas en tu cuerpo, sino que al comerme, tu te transformarás en mí”. La Eucaristía nos

configura con Cristo; hace que podamos caminar por la vida con las mismas actitudes, los mismos pensamientos, las mismas opciones de Jesús. El ideal del cristiano es ser otro Cristo; es hacer visible a Cristo en el mundo. La santidad no sería posible si no fuera sostenida y alimentada por la Comunión frecuente. Por eso, la Eucaristía es lo que nos hace verdaderamente cristianos. ¡Qué poco sentido tiene decir, “soy buen cristiano pero no voy a Misa”! Además, la Eucaristía fortalece nuestro espíritu. La vida del espíritu se vive en el dinamismo de la fe, la esperanza, la caridad, y las demás virtudes. Cuando la fe se ve amenazada por la duda o la indiferencia; cuando la esperanza cede lugar al pesimismo o al desencanto; cuando la caridad se desanima, al no hallar respuesta de parte de los otros; entonces es cuando la Eucaristía viene a devolvernos la fortaleza que necesitamos. No es raro que se debilite la vida de nuestro espíritu, si nos ponemos a pensar que vivimos en un mundo tan materialista. Lo cual refuerza la necesidad que tenemos de una frecuente y fervorosa Comunión. En la vida corporal, la buena alimentación previene e incluso en algunos casos sana las


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