Revista 92

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ELEGÍA PARA EL AUSENTE La tarde es preciosa, asolferinada, la tarde es soberbia, pero él está lejos… el ciprés y el sauce frente a la laguna, siguiendo mis ojos parecen llorar.

Cerrando los ojos, la honda nostalgia cruzando los mares me lleva hasta él: él está muriendo de pesar sin mí, y en su tarde triste, él me ve llorar;

Él está muy lejos, y en aquesta tarde de imponente fuego, el alma impotente llora taciturna: ¡la tarde es soberbia, pero él está lejos allende los mares!

aquende los mares yo bebo el quebranto. Con rabia callada, él dice abismado: la tarde es preciosa, asolferinada, la tarde es soberbia, ¡pero ella está lejos!

Del libro Del crepúsculo a la alborada de LEONORA ACUÑA DE MARMOLEJO -Estados UnidosPoema galardonado por la National Library of Poetry: Best Poems, 1995

MI BEBÉ YA CRECIÓ De pronto la nostalgia me invadió ya no eras mi niño ya eres todo un hombrecito pero aun te protejo Hoy por la mañana te vi partir. Me di cuenta que has crecido. Ahora sólo me dices adiós con la mano y evitas darme un beso.

No, ya no eres aquél que me hacía enojar cuando no querías la comida; aquel niño que me sonreía, que de pronto se acercaba y me decía cuánto me quería, pero hacía berrinches cuando lo reprimía.

Yo te jalo hacia a mí, te abrazo y aunque no quieras te beso. Refunfuñando me dices: “Mamá, ¡basta!”, y te alejas casi corriendo.

Has crecido y me duele en el alma, mas siempre guardaré en mi memoria los abrazos y los besos que me dabas, tu sonrisa que me contagiaba, esas manitas que me acariciaban y cuando muy cerca de mi corazón te acurrucabas.

No es que no me quieras, es que ya no eres aquel chiquillo travieso, el que jugaba a esconderse y en las noches me pedía que le contara un cuento,

ÁNGELES LOERA -México-

EL FRÍO El frío atroz y sus cristales lúcidos, sus punzones que estallan hacia adentro, sus agujas que todo lo detienen en un tic tac sin horas, su desolación empecinada que cae como un manto debajo del viento turbulento enfurecido, su detenida palidez, quietud de escarcha sin latido.

Mas apena se empieza a esfumar bajo el calor del astro vigoroso, se echan de menos sus rigores, su implacable acento, el ritmo de sus pasos sin contento que, por más tardos, no pueden detener lo que las aguas, por más sólidas que sean trocadas por el helado cierzo, han de dejar caer para luego evaporarse hasta tocar el cielo.

ALBERTO ESPINOSA OROZCO -México-

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