Educación y Sociología en España, vol 1/2

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mienzos del moderno derecho natural, hasta llegar al derecho electoral contemporáneo, las recompensas sociales deben distribuirse de acuerdo con el rendimiento de los individuos: el reparto de las gratificaciones debe ser isomorfo respecto del modelo de los diferenciales de rendimiento de todos los individuos. Condición de ello es que todos participen, con iguales oportunidades, en una competencia regulada de tal modo que puedan neutralizarse las influencias externas. El mercado era, precisamente, un mecanismo de asignación de esa ín-

dole; pero desde el momento en que aun las grandes masas de la población han advertido que en las formas de intercambio se ejerce también una coacción social, el mercado pierde credibilidad, como mecanismo de justicia del rendimiento, en cuanto a la distribución de oportunidades de vida conformes al sistema. Por eso en las recientes versiones de la ideología del rendimiento el éxito en el mercado es reemplazado por el éxito profesional, procurado por la educación formal>>'. Claro que esta subrogación de la educación en las funciones que antes desempeñaba el mercado exige y conlleva otros ejercicios de prestidigitación: el propietario desaparece detrás del «ejecutivo», la propiedad. de los medios de producción detrás de su gestión, la burguesía detrás de la burocracia, la sociedad detrás de la escuela, las diferencias sociales detrás de las epifenoménicas diferencias culturales, la explotación del trabajo tras la estructura y distribución de los saberes. A la escuela se le pide que ponga la igualdad donde la sociedad sólo ofrece desigualdad. La escuela debe ignorar, borrar o incluso compensar las diferencias sociales y colocar a todos en una misma línea de partida. Desde ese momento, como las almas reencarnadas del mito de Er, cada cual es responsable de su destino porque la escuela es inocente. Esta traslación de la escuela al primer plano como determinante del futuro social de los individuos, con la consiguiente ignorancia, deliberada o no, de otros factores sociales que, no sólo tienen mayor peso por sí mismos, sino que tienen también un peso crucial dentro de la escuela e imposibilitan cualquier línea de partida homogénea, suscita tras de sí un amplio consenso social. Por las mismas fechas, no hace mucho, y en declaraciones a un mismo periódico, José

Antonio Segurado, vicepresidente de la cúpula patronal española, y Felipe González, hoy presidente del gobierno, venían a coincidir en este punto. El primero hacia saber que su ideal de sociedad era una especie de carrera en la que todos partieran del mismo punto y que, para conseguir esto último, lo fundamental era la educación. El segundo, por su parte, afirmaba imperturbable: «De todas las desigualdades, las educativas me parecen las más graves». Esta idea meritocrática de la educación -y de la sociedad- tiene una consigna: igualdad de oportunidades. Huelga decir que, en sí mismo, se trata de un planteamiento antiigualitario. No se busca la igual3 Jürgen Habermas, Problemas de legitimación en el capitalismo tard{o, p. 102; Amorrortu, Buenos Aires, 1975.

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