6 perrenoud philippe 2007desarrollar la practica reflexiva

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La ilusión objetivista El conductismo puro y duro ha errado el tiro. Pero quizás todavía quedan rescoldos bajo las cenizas. Algunos investigadores siempre soñarán en des­ poseer al individuo de su propio sentido de la realidad. De ello se extrae que, hoy en día, los enfoques constructivistas y comprehensivos ya no sor­ prenden tanto e incluso avanzan hacia los puestos preponderantes. Ya no encontraremos a ningún investigador que afirm e que se puede explicar lo que ocurre en una clase sin tener en cuenta las representaciones, la de­ finición de la situación, la epistemología, las teorías subjetivas, los conoci­ mientos de la experiencia de los actores, etc. (Haramein, 1990; Tardif, Lessard y Lahaye, 1991). Por consiguiente, el debate se desplaza y, a partir de ahora, se con­ centra en la form a de tener en cuenta estas representaciones como objetos o com o fuentes de un saber teórico. Reconocer que el actor actúa según su definición de la realidad no obliga a sumarse a sus representaciones ni a sus teorías llamadas «espontáneas», «ingenuas» o «subjetivas». Determina­ das sociologías o psicologías comprehensivas, en el sentido weberiano del término, están plenamente de acuerdo con el derecho de considerar las teorías subjetivas de los actores como construcciones mentales que, cierta­ mente, fundamentan sus conductas individuales y colectivas, pero que sin embargo, no por ello gozan de validez «científica». Incluso se puede forzar la sospecha de falsa conciencia, de ideología, de ingenuidad o de angelism o hasta el punto de sugerir que los actores viven constantemente en la ilusión y la ceguera, en un teatro de sombras, un mundo en el que creen mover los hilos, pero que, en realidad, está regido por causalidades, fuer­ zas o móviles que escapan a su entendimiento y que solamente las ciencias humanas pueden «desvelar». De paso, nos daremos cuenta de que esta form a de vivir trata a los investigadores como actores muy distintos de los demás, capaces de percibir lo que el sentido común quiere dejar de lado o no sabe discernir. Desde esta perspectiva, la empresa científica es forzosa­ mente esotérica, puesto que los actores ordinarios se supone que no tienen la voluntad ni la capacidad de percibir, en su «verdad» y su complejidad, el funcionamiento de la mente y de la sociedad. Por el contrario, podemos decirnos que la propia naturaleza de las re­ laciones humanas y del mundo social obliga a los actores menos sabios a convertirse en honestos psicólogos, sociólogos y lingüistas, p or motivos pu­ ramente pragmáticos, dicho de otro modo, para desenvolverse en la vida, en el sentido más amplio del término. Esto no quiere decir que los actores sean siempre conscientes del engranaje que ponen en marcha; desde el in­ consciente freudiano, inhibido, hasta el inconsciente práctico de Piaget o Bourdieu (según la teoría de los esquemas y los habitus), deben asignarse las conductas complejas y coordinadas cuyos actores no dominan ni las ra­


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