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orfebres yungas, hábiles para trabajar metales "fueron llevados al Cuzco y a las cabeceras de las provincias donde labraban plata y oro en joyas, vasijas y vasos y lo que más mandado les era", conforme una cita de Cieza que Porras recoge. En la parte en que Porras se ocupa de la profanidad de los huaqueros revela que si bien los Incas perdieron la "destreza y adelanto del arte metalúrgico" de los yungas "éste quedó encerrado en las tumbas más tarde violadas por conquistadores, huaqueros y arqueólogos". Señala algunos casos como el regalo de un cacique hecho a Martín de Estete, en 1535, de un deslumbrante y miliunanochesco tesoro extraído de la huaca de Chimu-Guaman, y otro proveniente de la huaca Peje Chico hecho a García Toledo, en 1592. Ese desvalijo, como lo llama Porras, continuó en la época republicana, "como aquel empírico coronel La Rosa, que repartió sus trofeos arqueológicos con el viajero Squier y confesó a Wiener que había hecho fundir más de cinco mil mariposas de oro, de apenas un miligramo de espesor, lindos juguetes con las alas de filigrana, a los que se podía, por su levedad, lanzar al aire y ver revolotear alegremente venciendo la pesantez hasta caer en tierra". Esta revelación de Porras no solamente nos impacta por lo que significa la belleza, el arte y la habilidad de los orfebres yungas, que es lo positivo; sino además y profundamente por la depredación de nuestra riqueza arqueológica, irreparable y continuamente efectuada hasta en nuestros días, que es lo negativo. Felizmente, desde hace pocos años, podemos decir que tenemos prestigiosos arqueólogos como Walter Alva, el descubridor del Señor de Sipán, y otros, que, con esfuerzo y sacrificio, defienden ese legado en lo que queda y les es posible de nuestros antepasados. Porras, estoy convencido, hubiera sido el primero en felicitar y alentar a esos peruanos que aman el arte y la cultura y que luchan a fin de que el país pueda mostrar al mundo lo que ha sido, es y debe seguir siendo; un país con un pasado brillante, con una historia incomparable que le viene desde lejanos tiempos. Antes de ocuparse Porras de la orfebrería Chimú, que viene enseguida, ofrece una relación de gran parte de aquella riqueza arqueológica sacada del país subrepticiamente, que se encuentra en museos y colecciones del extranjero, particularmente alemanes. En lo que se refiere a la orfebrería Chimú señala los hallazgos de Brüning en el cerro Zapame, en Batán Grande e Íllimo, en 1937, cerca de Lambayeque, que "comprueban, dice, un arte metalúrgico refinado y primoroso", y como pieza del mayor valor artístico el "tumi o cuchillo ceremonial de oro laminado, de 43 cm y 1 kg de peso, engastado con turquesas". Otros objetos que describen Squier y Wiener, muestran, de la misma manera, la perfección del arte en la costa peruana del norte. Finalmente, Porras trata del oro de los Incas, en sendos capítulos o secciones, que dejo de puntualizar y comentar por el temor de extenderme demasiado en esta presentación. Al comienzo hice breve mención al oro del rescate de Cajamarca y al oro del Coricancha que Porras describe con lujo de detalles en las siguientes páginas, al lado de otras manifestaciones cuyo valor, historia y significación se precisa en la pluma ágil y limpia del gran historiador, asunto que dejo a la atención de los estudiosos peruanos y extranjeros amantes de la historia y la cultura.

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