RETRATO EN SEPIA

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para darles una nueva oportunidad lejos de California. Lo habían amenazado un par de veces, pero no tomaron medidas más drásticas porque tarde o temprano cualquiera de ellos podía necesitar los servicios del célebre zhong–yi. Mientras Tao-Chien no acudiera a las autoridades americanas, actuara sin bulla y salvara a las chicas una a una, en una paciente labor de hormiga, podían tolerarlo, porque no hacía mella en los enormes beneficios del negocio. La única persona que trataba a TaoChien como un peligro público era Ah-Toy, la alcahueta de mas éxito en San Francisco, dueña de varios salones especializados en adolescentes asiáticas. Ella sola importaba centenares de criaturas al año, ante los ojos impasibles de los funcionarios yanquis debidamente sobornados. Ah-Toy odiaba a Tao-Chien y, tal como había dicho muchas veces, prefería morir antes que volver a consultarlo. Lo había hecho una sola vez, vencida por la tos, pero en esa oportunidad los dos comprendieron, sin necesidad de formularlo en palabras, que serían enemigos mortales para siempre. Cada sing-song girl rescatada por Tao-Chien era una espina clavada bajo las uñas de Ah-Toy, aunque la chica no le perteneciera. Para ella, tanto como para él, esa era una cuestión de principios. Tao-Chien se levantaba antes del amanecer y salía al jardín, donde realizaba sus ejercicios marciales para mantener el cuerpo en forma y la mente despejada. Enseguida meditaba durante media hora y luego encendía el fuego para la tetera. Despertaba a Eliza con un beso y una taza de té verde, que ella sorbía lentamente en la cama. Ese momento era sagrado para los dos: la taza de té que bebían juntos sellaba la noche que habían compartido en estrecho abrazo. Lo que sucedía entre ellos tras la puerta cerrada de su pieza compensaba todos los esfuerzos del día. El amor de ambos comenzó como una suave amistad tejida sutilmente en medio de una maraña de obstáculos, desde la necesidad de entenderse en inglés y saltar por encima de los prejuicios de cultura y raza, hasta los años de diferencia en edad. Vivieron y trabajaron juntos bajo el mismo techo durante más de tres años antes de atreverse a traspasar la frontera invisible que los separaba. Fue necesario que Eliza anduviera en círculos miles de millas en un viaje interminable persiguiendo a un amante hipotético que se le escapaba entre los dedos como una sombra, que por el camino dejara en jirones su pasado y su inocencia, y que enfrentara sus obsesiones ante la cabeza decapitada y macerada en ginebra del legendario bandido Joaquín Murieta, para comprender que su destino estaba junto a Tao-Chien. El zhong–yi, en cambio, lo supo mucho antes y la esperó con la callada tenacidad de un amor maduro. La noche en que por fin Eliza se atrevió a recorrer los ocho metros de pasillo que separaban su habitación de la de Tao-Chien, sus vidas cam33


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