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Catalina de Aragón y Castilla (Carolina de Prado

Carolina De Prado García

Lincenciada en Derecho por la Universidad Pontificia de Comillas y Master en Urbanismo y Ordenación del Territorio por la Universidad SanPablo CEU

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CATALINA DE ARAGÓN Y CASTILLA, LA GRAN REINA DESGRACIADA

Cuando se habla o escribe sobre el famoso rey Enrique VIII de Inglaterra y su truculenta vida sentimental-con dos divorcios, una esposa muerta tras el parto, dos decapitadas y una última mujer que según dicen se libró del cadalso porque el monarca murió antes de dar la fatídica orden-se nos olvida en ocasiones destacar que su primera y única esposa según las leyes de la Iglesia Católica, que nunca reconoció su divorcio, fue una princesa española. Catalina de Aragón y Castilla era hija de los Reyes Católicos. Con tres años fue prometida en matrimonio al príncipe Arturo, heredero del trono inglés. El matrimonio se celebró en 1501, cuando Catalina contaba con 16 años, pero Arturo falleció a los cinco meses sin haber sido consumado el sacramento, según juró la propia princesa. En 1509 se convirtió en la esposa del hermano de su primer marido, el rey Enrique VIII. Catalina fue una reina querida por sus súbditos, actuó antes de ser reina como embajadora de la Corte Española en Inglaterra, y ya como monarca fue una regente hábil y eficiente cuando su marido se ausentaba. Ferviente católica, como toda su familia, nunca superó que su amado esposo se divorciara de ella para casarse

con su amante Ana Bolena, divorcio justificado según Enrique por la falta de un heredero varón, ya que de los seis hijos que engendraron solo llegó a la edad adulta la que sería la reina María I, y por el hecho de que según él el matrimonio anterior de Catalina con su hermano sí se habría consumado. El divorcio nunca fue aceptado por el Papa Clemente VII ni por la familia de Catalina, que vieron la lujuria del monarca y la influencia de las teorías protestantes en su origen. Enrique, ante la negativa de la jerarquía católica a reconocer la disolución de su matrimonio, se declaró Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra, rompió toda relación con la Iglesia de Roma, repudió a

Catalina y se casó con Ana Bolena, quien, por cierto, terminaría sus días decapitada una vez su esposo se cansó de ella y de que solo le hubiera dado una hija, la futura reina Isabel I. A partir de esa ejecución la vida personal del rey Enrique cayó en una espiral de amantes, esposas repudiadas o decapitadas, incluso una fallecida tras dar a luz a su único hijo varón, el futuro Eduardo VI. La desgracia de Catalina no solo fue un fracaso de un matrimonio, sino la ruptura religiosa de Inglaterra con los católicos, quienes sufrieron purgas, asesinatos y destierros en los territorios ingleses. También supuso la posición de Inglaterra como enemiga de la fe católica y de todos los reinos católicos, entre ellos el regido por el sobrino de Catalina, el poderoso emperador Carlos V. Catalina, pese a ser respetada por la corte inglesa y apoyada por su sobrino, el Papa, Tomás Moro, su cuñada María Tudor, e incluso

por los reformadores protestantes Martín Lutero y William Tyndale, fue repudiada y enclaustrada en varios castillos, confinada con unos pocos sirvientes, quienes siempre se refirieron a ella como la Reina, ayunando y rezando y sin poder ver a su querida hija, al no querer reconocer a Ana Bolena como la nueva monarca. Murió a los cincuenta años, según la crónica negra envenenada por un enviado de su marido, pero más probablemente enferma de cáncer. La reina Catalina fue una mujer de reconocida inteligencia, cultura y bondad, de gran religiosidad y dignidad, mecenas del Humanismo renacentista y amiga de los grandes eruditos Erasmo de Róterdam y Tomás Moro, y fue respetada y alabada incluso por sus enemigos, llegando Thomas Cromwell a decir de ella que “si no fuera por su sexo, podría haber desafiado a todos los héroes de la Historia”. Catalina es el ejemplo de otra gran mujer española en la Historia, de un personaje que ha dejado una huella positiva con el paso del tiempo, de alguien que tan lejos de su hogar natal fue capaz de ganarse la simpatía y el amor de un pueblo tan diferente a aquel del que ella procedía, y quien, por su propia desgracia, fue una de las protagonistas de un acontecimiento histórico que cambió el devenir de Europa.

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