Rumores del silencio

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pieles, en toda la latencia de un esplendor inerte, y bajo ellas, han muerto las flores y hombres diminutos hablan en un lenguaje inaudible que conozco y reconozco. El mundo es violento y duele, las imágenes que nos rodean no nos dejan descansar, pero el problema no es la falta de descanso, la tragedia es la inconsciencia sobre la necesidad de no dormir, de encender velas en las que vivan los que ya no están, de generar obras y diálogos donde no se nos permita agonizar, no se nos consienta morir a los sucesos. En Tiempo para la paz los materiales rechazan su naturaleza, los vulnerables aparecen sólidos; los inanimados cobran vida y generan, en medio de un alarido violento, la posibilidad del silencio. Sin embargo no es el silencio incómodo, es el silencio del despertar, el silencio de una pieza bellísima, sutil y misericorde que cobra sentido y se llena de movimiento. Es una súplica por la paz, su reclamo y su denuncia. Es una cajita en donde los objetos estallan y forjan el ruido suficiente para que uno, al salir, avance en silencio, herido por la realidad, extraviado en las pantallas, pero por fin, lleno del propio dolor, para que logre llorar, porque ahora, aquí, frente a esta pequeña caja, Angélica, en el silencio que acompaña y comprende, extienda la mano y nos ofrezca el pañuelo. En Tiempo para la paz lloré por todas las muertes de todas las guerras de todos los tiempos y asistí con mis flores muertas al nacimiento de la paz. Escuché. ¿Escuchas? Escuchamos y hemos sido consolados.

junio de 2015

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