Posibilidad Política Número 1 Enero-Abril 2012

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que hoy priva a la democracia de las precondiciones sociales que son su fundamento (Aragón, 2010; Serrano, 2011), cómo entonces esperar que el vínculo partidos-democracias supere el insatisfactorio estado de cosas del que es reflejo. No quito un gramo de la responsabilidad de los partidos y sus estrategias en el debilitamiento de sus lazos con la sociedad. Pero el problema, teniendo de por sí alguna explicación en la naturaleza de los partidos y sus tensiones congénitas con la democracia, precisa ser dimensionado en un contexto más amplio y complejo. La forma y funciones de los partidos responden a una idea y práctica de la política (Duverger, 1957; Kirchheimer, 1966; Katz y Mair, 1995). La noción de democracia que ese concepto y ejercicio políticos cristalizan, condiciona a su vez el tipo de organización y metas a los que los partidos se adaptan para acceder al gobierno. Donde el poder y la política dominantes sustraen de la democracia sus prerrequisitos mínimos, la propia función competitiva de los partidos queda en entredicho. La crisis de representación política de éstos es así, en su origen y perjuicios, la crisis de la política y sus secuelas: estrechamiento del Estado y lo público, simulación republicana, conservación de la desigualdad como sello del orden social, hegemonía instrumental y desideologización, etc. Poner en cuestionamiento y en perspectiva de cambio el status quo que refuncionaliza a los partidos como “males

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necesarios” en la democracia, sería, pues, un tema prioritario e imprescindible para preguntarse después cómo, bajo qué reformas y caminos alternativos, sería factible, “más allá de las utopías”, que el vínculo partidosdemocracias no deviniese en un éxito histórico malgastado.

Número 1 / enero-abril / 2012


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