Apropiación

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Ernst-Wolfgang Böckenförde

Solidaridad

¿En qué falla el capitalismo? Falla en su idea matriz instrumentalista y la fuerza que ésta tiene para convertirse en sistema. Hay que modificar su punto de partida.

La crisis bancaria y la posterior crisis económica que nos han sobrevenido y que, por cierto, aún están lejos de terminar, suscitan diversas interrogantes. ¿Fue acaso la irresponsabilidad y la codicia de un número considerable de banqueros, especialmente de los corredores de Bolsa, lo que condujo a la crisis? ¿O la ausencia de regulaciones que impusieran límites a los mercados financieros internacionales, un fracaso en la supervisión de los bancos y de las finanzas? ¿O, finalmente, la separación y autonomización de una economía (y acrobacia) financiera de tipo más bien virtual respecto de la economía real de producción y de bienes? Es probable que varios de estos factores, aunados a una confianza ingenua en un mercado libre y no regulado, hayan contribuido a la crisis. Sin embargo, semejante búsqueda de indicios no nos lleva muy lejos. Pues lo que se ha ido formando exitosamente durante décadas, con amplias ganancias materiales pero también con un ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres, ese “turbo-capitalismo” (la expresión es de Helmut Schmidt) que con la globalización generalizada alcanzó una nueva categoría antes de provocar el colapso pre-

sente, no puede ser descrito o explicado sólo haciendo referencia a un comportamiento inadecuado de los actores individuales o incluso grupales. Éste podrá haber influido, pero, considerado en su conjunto, se revela a su vez como fruto de un entramado de acciones bien consolidado y de amplias repercusiones, el cual, siguiendo su propia lógica de funcionamiento y subordinando a ella todo lo demás, se ha transformado en un sistema de acciones autónomo: el capitalismo contemporáneo. El capitalismo contemporáneo forja la conducta económica –y en parte también extraeconómica– de los individuos, integrándola en su engranaje; éstos quizás sean los actores, pero en sus iniciativas no siguen tanto un ímpetu propio y espontáneo cuanto los estímulos procedentes del sistema y de la lógica que le es inherente. Pero ¿qué aspecto tiene, visto de cerca, el capitalismo contemporáneo como

Mark Lewis (Canada): “Cold Morning”, 2009 Video de alta definición, 7:35 min Cortesía del artista, de Monte Clark Gallery (Vancouver) y de Clark & Faria (Toronto) Bienal de Curitiba: “Más allá de la crisis”, Brasil, 2011

sistema de acciones? Para descubrirlo, el gran sociólogo humanista del siglo XX Hans Freyer nos puede servir de ayuda. En su libro Teoría de la época actual se ha referido a los “sistemas secundarios” como formaciones específicas del mundo industrializado contemporáneo y ha analizado acertadamente su naturaleza. Los sistemas secundarios se caracterizan por generar cursos de acción que no se rigen por estructuras preexistentes, sino que parten de algunas pocas metas instrumentalmente determinadas desde las que son construidos y de las que obtienen su racionalidad. Tales cursos de acción involucran a los individuos no en su integridad, sino únicamente en las motivaciones y funciones que dichas metas y la realización de las mismas requieren; lo que los individuos sean o deban ser en otros respectos se considera irrelevante. Los cursos de acción de este tipo se desarrollan y cristalizan en un sistema de acciones de vasto alcance, determinado por su racionalidad instrumental específica, el cual se sobrepone a la realidad social previa transformándola e imprimiéndole su sello particular.


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Esto nos proporciona la clave para analizar el capitalismo como sistema de acciones. Son pocas las premisas que lo condicionan: la libertad de cada individuo y de grupos de individuos para adquirir bienes y suscribir contratos; la movilidad absoluta de bienes, transacciones y capital, más allá de las fronteras nacionales; la garantía y disponibilidad de la propiedad privada (incluyendo el derecho a heredar), entendiendo por propiedad no sólo la de bienes y capital, sino también la de conocimientos, tecnología y destrezas. El objetivo funcional es la liberación total no sólo de un interés potencialmente ilimitado por obtener ganancias sino también de las fuerzas productivas y comerciales que se despliegan en el libre mercado y compiten entre sí. Como impulso determinante funge un individualismo egoísta, el interés por adquirir propiedades, innovar y ganar dinero de parte de los involucrados, el cual constituye el motor y principio generador de todo el proceso; interés que no se dirige hacia un objetivo concreto preestablecido que pudiera fijar dimensiones y lími-

tes, sino hacia la propagación indefinida de sí mismo, hacia el crecimiento propio y el aumento de la riqueza. De ahí que haya que reducir o incluso eliminar todas aquellas trabas y regulaciones que no vengan estrictamente impuestas por las premisas antes mencionadas; el único principio regulador debe ser el libre mercado. La satisfacción de las necesidades de los individuos y su prosperidad no son el punto de partida o la base de la construcción; antes bien, van apareciendo a medida que se avanza y se progresa, como efectos colaterales del sistema operativo. La (única) misión del derecho y su garante, el Estado, es asegurar y mantener operativo dicho sistema de acciones en sus posibilidades de desarrollo; el derecho y el Estado son variables funcionales, no un poder previo organizador y limitante. El dinamismo y capacidad de tal sistema para moldear la conducta de los individuos es enorme. El sistema se convierte en sujeto del intercambio, y de hecho lo es; la obtención de ganancias, la acumulación de capital, el incremento de la producción y de la productividad y la con-

solidación y la expansión en el mercado constituyen el principio motor dominante, cuya racionalidad funcional ordena, y subordina a sí misma, todo lo demás. Los individuos que trabajan son tomados en cuenta por el sistema únicamente en su capacidad para desempeñar ciertas funciones y como factores de costo. Cada vez que pueden ser reemplazados en sus funciones por máquinas y tecnología automatizada para ahorrar gastos, ello se considera como un imperativo racional y económico. Compensar las deficiencias y los problemas sociales así resultantes cae fuera de la lógica de funcionamiento del capitalismo; es tarea del Estado en su papel de garante. Con esta finalidad, el Estado puede, ciertamente, imponer impuestos y contribuciones, pero éstos siempre incidirán como factores de costo. El altruismo y la solidaridad entre las personas no constituyen el principio estructurante. Sólo tienen relevancia como enmiendas conceptuales, para bloquear, o compensar parcialmente, las consecuencias perjudiciales e inhumanas que produce el siste-

El altruismo y la solidaridad entre las personas sólo tienen relevancia como enmiendas conceptuales, para compensar parcialmente las consecuencias perjudiciales e inhumanas que produce el sistema.


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ma una vez que éste es dejado a merced de su desenvolvimiento. Los extraordinarios logros económicos y beneficios materiales que –a pesar de sus múltiples defectos y su carácter insuficiente– produce un capitalismo estructurado de este modo, no sólo en casos aislados sino hoy incluso a nivel mundial, no pueden ser desconocidos; nosotros mismos, los habitantes de Occidente, nos beneficiamos grandemente de ellos. Pero tampoco se puede pasar por alto que se trata de un proceso que avanza sin cesar. Su propia dinámica lo impele a expandirse continuamente e involucrar en su lógica de funcionamiento a todos los ámbitos de la vida que incluyan una faceta económica (lo que casi siempre sucede en la cultura y en la elección personal de un estilo de vida). Eso conduce a una creciente determinación de las condiciones de vida por parte de la economía. Hace más de 150 años Carlos Marx analizó esta lógica de funcionamiento, y resulta difícil sustraerse a la vigencia de su prognosis. Por otra parte, no es ajeno a este desarrollo, sino connatural a su lógica objetiva, el que los negocios, en su constante afán por encontrar nuevas fuentes de ganancias, se lleven a cabo en el ámbito de los mercados financieros con capital ficticio y la multiplicación del mismo, y tiendan por lo tanto a desvincularse de las condiciones de la economía real y a causarles daño. Eso también lo vio Carlos Marx. Es cierto que el Estado y la ley pueden imponer desde fuera límites y regulaciones al sistema capitalista para mitigar las anomalías y las consecuencias inaceptables que surjan de él, siempre y cuando el ordenamiento estatal respectivo posea el poder suficiente para hacerlo, lo cual depende a su vez de que la economía respectiva sea próspera. También se da esa

situación hasta cierto punto. Pero se trata, cuando tiene éxito, de una corrección marginal, que debe ser arrebatada con esfuerzo a la lógica de funcionamiento del sistema; ésta, como tal, busca siempre que haya la máxima desregulación posible. Así pues, ¿en qué falla el capitalismo? Falla no sólo en sus deformidades aparentes, en la avaricia y el egoísmo de sus actores, sino, sobre todo, en su punto de partida: en su idea matriz instrumentalista y la fuerza que ésta tiene para convertirse en sistema. De ahí que no sirvan de nada los paños calientes y haya que tratar el mal de raíz. En efecto, el individualismo posesivo en perpetua expansión, que asume como punto de partida y principio estructurante el afán de lucro potencialmente ilimitado de las personas y proclama la propiedad privada como un derecho natural no sujeto a orientación alguna en sus contenidos, debe ser sustituido por un marco normativo y una estrategia de acción que partan del supuesto de que los bienes de la Tierra –es decir, la naturaleza y el medio ambiente, las riquezas del subsuelo, el agua y las materias primas– no pertenecen a aquellos que primero se apropian de ellos y los aprovechan, sino que en principio están a disposición de todos los seres humanos para la satisfacción de sus necesidades vitales y la consecución de su bienestar. He ahí una idea matriz radicalmente distinta de la del capitalismo; su eje central es la solidaridad de los seres humanos en su convivencia (y en sus conflictos), solidaridad que debe inspirar los postulados fundamentales de los que se plasmen los cursos de acción tanto económicos como no económicos. Se perfila, pues, un modelo alternativo al capitalismo. Procede de postulados básicos distintos, y por lo tanto desenmascara simultáneamente al capitalismo

en su carácter inhumano. La solidaridad no aparece ya como una enmienda conceptual destinada a bloquear y contrarrestar las secuelas de un individualismo posesivo desenfrenado, sino como principio estructurante de la convivencia humana, incluso en el campo económico. Pero un sistema de acciones económico que, como vimos, pasa por alto la naturaleza y la vocación del ser humano, e incluso las contradice, no se reorienta hacia la solidaridad y se reconstruye desde sus bases por sí solo. Para que esto ocurra, se requiere un poder estatal eficaz y con capacidad de decisión, que trascienda la función de garante del desenvolvimiento del sistema económico y de la resolución de los vectores que en él operan, y que asuma de forma efectiva su responsabilidad de cara al bienestar de la comunidad, limitando, canalizando y en ocasiones rechazando por completo la ambición de poderío económico. Tal reestructuración no es posible por la simple vía de la concertación y la construcción de consensos entre todas las partes involucradas. ¿Dónde es posible encontrar hoy tal orden estatal? Debido a la interdependencia económica global, el poder del Estado nacional resulta ya a todas luces insuficiente, pues puede ser socavado una y otra vez por las fuerzas económicas que actúan a nivel planetario. Por otra parte, el orden estatal deseado tampoco es viable a escala universal, como una especie de Estado mundial, sino a lo sumo en ámbitos circunscritos que se relacionen y cooperen entre sí. El llamado va dirigido, pues, en primer lugar, a Europa. Pero ¿tendrá ésta la voluntad y la fuerza suficientes para responder? <

(Extracto del artículo publicado en el Süddeutsche Zeitung en abril de 2009.) Traducción del alemán: Fabio Morales

La solidaridad no aparece ya como una enmienda conceptual destinada a bloquear y contrarrestar las secuelas de un individualismo posesivo des-enfrenado, sino como principio estructurante de la convivencia humana.


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Jürgen Habermas

Injusticia “Lo que a mí más me inquieta es la escandalosa injusticia social consistente en que los grupos sociales más vulnerables son de hecho los más severamente afectados por los costos socializados del fracaso del sistema. La masa de aquellos que de todas formas no se encuentran entre los beneficiarios de la globalización se ve obligada una vez más a pagar en la economía real los platos rotos de una alteración previsible del funcionamiento del sistema financiero. Y no en letras de cambio, como los accionistas, sino en la divisa sólida de su vida cotidiana. A escala planetaria, esta fatídica calamidad se abate también sobre los países económicamente más débiles. He ahí el escándalo político. Sin embargo, considero una hipocresía señalar ahora con el dedo a unos cuantos chivos expiatorios. Al fin y al cabo, los especuladores han sido consecuentes en el marco legal con la lógica socialmente aceptada de la maximización de las ganancias. La política se pone en ridículo cuando moraliza; en lugar de ello debería apoyarse en el derecho de coerción que asiste al legislador democrático. Es ella, y no el capitalismo, la responsable de la orientación hacia el bien común. […] Aparte de lo anterior, la crisis europea también podría ser el preludio de un cambio en el estado general del clima en la política. Espero que la agenda neoliberal ya no sea tomada al pie de la letra, sino sometida a negociación. Todo el programa de una supeditación incondicional del mundo de la vida a imperativos del mercado debe ser puesto bajo la lupa. […]

Ha quedado en ridículo la agenda que otorga una preponderancia desconsiderada a los intereses de los inversionistas; que se resigna a la creciente desigualdad social, al surgimiento de un precariado, a la pobreza infantil, a los bajos sueldos, etc.; que con su delirio privatizador vacía de contenido las funciones medulares del Estado; que malbarata los últimos vestigios de deliberación en la arena política a aquellos inversionistas financieros que ofrezcan la mayor tasa de interés; y que hace depender la cultura y la educación de los intereses y estados de ánimo de patrocinadores pendientes de la coyuntura de turno. (Fragmentos de “Tras la bancarrota”, entrevista realizada por Thomas Assheuer y publicada en DIE ZEIT en noviembre de 2008.) Traducción del alemán: Fabio Morales


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Muhammad Yunus y Paulo Coelho

Limosnas

“Lo mejor es no dar dinero”: el premio Nobel de la Paz bangladesí y el autor brasileño de best sellers apuestan por otros modos de eliminar la pobreza. Una entrevista de Antje Schüddemage y Thomas Wolff.

Antje Schüddemage y Thomas Wolff: Señor Coelho, ¿qué significa para usted el dinero? Paulo Coelho: ¿Para mí, personalmente? Bueno, en realidad no me importa tener mucho dinero. A finales de los años sesenta, cuando era un hippie, era un hombre rico. Hubo épocas en que sólo tenía doscientos dólares, pero podía hacer y dejar de hacer lo que quisiera: podía viajar, comer, tenía amigas. No se trata, por lo tanto, de la cantidad, sino de la manera en que manejo mi dinero. Éste puede significar una enorme cuota de libertad, pero también de esclavitud. ¿Esclavitud? ¿Cómo es eso? Coelho: Cuando el dinero se convierte en objetivo último, ya no puedes disponer de él libremente, porque te ves obligado a seguir acumulándolo. Te dedicas tan sólo a mirar fijamente a una pantalla que te muestra las altas y bajas de la Bolsa. No quiero asumir el papel de juez, pero, desde mi punto de vista, esas personas se pierden muchísimas cosas en sus vidas. ¿Y usted, profesor Yunus, cuál es su relación con el dinero? Yunus: Para mí, el dinero no es más que un trozo de papel. Empezó siendo una idea sencilla, era un intercambio que vino a sustituir el negocio del canje. Pero cuando el asunto cobró su auge, nos condujo a enormes ilusiones. En nuestros días, el dinero, sencillamente, lo representa todo. A él asociamos el éxito, la fama y el fracaso; el dinero ha asumido el control de nuestras vidas. Sin embargo, en realidad no significa nada.

Señor Yunus, hemos leído que usted nunca da nada a los mendigos, ¿es cierto eso? Yunus: Es cierto, en ese asunto me muestro reticente. Mi argumento es que si le regalo dinero a un mendigo, me estoy olvidando del problema real. De ese modo ya no tengo que reflexionar sobre las razones por las que ese hombre mendiga. Creo que a veces lo que se les da a esas personas es una limosna para sacarnos ese asunto de la mente. De modo que, lo mejor es no dar dinero, sino, en su lugar, cobrar conciencia de por qué no se da nada con ello. La segunda razón es que cuando le doy algo a alguno de mis compatriotas más pobres en Bangladesh, enseguida me veo rodeado por otros grupos de mendigos. ¿Cómo puedo justificar el darle algo a uno y no al otro? Eso nos lleva de vuelta a la primera de las razones mencionadas. Para mí es mejor mantener a esas personas en mente, sentirme culpable y ponerme a trabajar. Cuando usted o alguna de sus organizaciones, como el Grameen Bank, dan algo, lo hacen siempre siguiendo el principio de la “ayuda para la autoayuda”. Pero en el caso de los mendigos se topa usted con sus propios límites, ¿no es así? Yunus: A los mendigos no se les puede decir, sin más: “Aquí tienes dinero, ahora ayúdate a ti mismo”. La sociedad no les ofrece a esas personas ningún marco en el que eso sea posible. Por eso hemos iniciado un programa en el que les prestamos dinero exclusivamente a los mendigos. Mark Lewis (Canada): “Cold Morning”, 2009 Video de alta definición, 7:35 min Cortesía del artista, de Monte Clark Gallery (Vancouver) y de Clark & Faria (Toronto), Bienal de Curitiba: “Más allá de la crisis”, Brasil, 2011


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¿Lo prestan? Será una broma, ¿no? ¿Cómo podrán devolver nunca esas personas el dinero recibido? Yunus: Adaptándose a las condiciones marco. Para que esas personas puedan tener por de pronto un respiro, les hemos fijado dos principios: primero, no tenéis que pagar intereses, de modo que vuestras deudas no se incrementan. Segundo: no hay un plazo fijo para devolver el dinero. Nadie puede exigiros nada si no podéis devolver los créditos recibidos en dinero. ¡Así que relajaos! ¿No hay ningún tipo de condición? Yunus: El único acuerdo es: si nos devolvéis el dinero, podéis pedir prestado más. Es el principio básico de los microcréditos, que usted ha popularizado. Yunus: Sí, exactamente. Y esto funciona también entre los mendigos. Habíamos pensado que con dicho programa podríamos ayudar a unas mil o dos mil personas. Pero pronto fueron alrededor de ciento cincuenta mil mendigos. Con diez o quince dólares se les podía ayudar bastante. Y sólo les pedimos un pequeño favor: si de todos modos vais a ir de puerta en puerta, llevaos alguna pequeña cosa para vender: galletas, dulces, algún juguete pequeño. Con ello recibiréis algún dinero extra, pero no estáis obligados a hacerlo. El resultado: unos veinte mil mendigos trabajan hoy como pequeños representantes comerciales y han dejado de mendigar. De modo que es preciso adaptar el sistema para darles a esas personas una oportunidad. Coelho: Muhammad, a mí me interesaría saber ¿cuántos de esos ciento cincuenta mil mendigos te devolvieron el dinero?

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Yunus: Casi todos. Y lo sabemos porque ya han tomado su segundo, su tercero o cuarto crédito, y los antiguos créditos ya han sido liquidados. El asunto tiene un inconveniente: es preciso estar en condiciones de trabajar. Eso es válido para los microcréditos, así como su nueva idea del “social business”, con la que los pobres construyen sus propias empresas y las llevan de forma que cubren los costes. Pero para los más pobres entre los pobres, este concepto queda invalidado. A los enfermos, los ancianos y los mutilados, gente que no vale como mano de obra, ¿quién los ayuda? Yunus: Voy a mostrarle un ejemplo. Es una de mis historias favoritas, y hasta salió en el periódico, con foto y todo. Imagínese a un hombre que no tiene piernas, que está sentado en la terminal de autobuses y mendiga entre los viajeros, porque no está en condiciones de trabajar. Ni siquiera puede ir de puerta en puerta, como los otros mendigos. Nuestros expertos del Grameen Bank le preguntaron si no quería obtener un crédito y qué tipo de trabajo podía imaginarse realizando a cambio. El hombre dijo: “Puedo cocinar”. Le preguntamos: “Bueno, ¿y cómo es que puedes cocinar en ese estado?”. Y él respondió: “Yo no cocino con los pies. Mis manos están bien. Mi mente está bien. Antes fui jefe de cocina, y era un jefe de cocina bueno; trabajaba en un restaurante hasta que, a causa de una explosión, perdí mis dos piernas en la cocina. He gastado todo mi dinero para curarme, y por eso ahora tengo que mendigar. Pero si me dais suficiente dinero, puedo retomar mi antiguo oficio”. Empezó entonces a preparar comidas y a venderlas, y ya no tuvo que mendigar más a los viajeros de la estación de autobuses. Esa frase me viene a la mente una y otra vez: “Yo no cocino con los pies”.


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A fin de cuentas de lo que se trata es de compartir. Y eso es algo que es inherente a la naturaleza misma del hombre. No sólo damos dinero, nuestra meta es la independencia.

Pero también hay historias bastante trágicas. Hace pocos días se publicó la noticia de que más de cincuenta personas que habían accedido a un microcrédito en el estado indio de Andhra Pradesh se habían quitado la vida porque se sentían bajo la presión que ejercían sobre ellos los bancos privados. ¿Qué es lo que ha salido mal en ese sentido con vuestra idea? Yunus: Tenemos que tomar muy seriamente estos casos y dar ciertos pasos para poner fin a dicha tragedia. Los microcréditos funcionan en casi todas partes del mundo, también en la India. Las noticias de los suicidios llegadas desde ese estado federal son las únicas que conozco. No deberíamos sucumbir al pánico de inmediato. Debemos estudiar con detenimiento si esos suicidios en dicha región tienen algún trasfondo especial. Y también tenemos que examinar con lupa las prácticas de los que allí prestan dinero, los bancos privados especializados en microcréditos. ¿Y cómo piensa usted evitar que su idea del social business se pervierta de manera parecida? Yunus: Cualquier concepto nuevo corre riesgo siempre de que se haga un mal uso de él en la práctica. Uno de los mayores riesgos que veo en el concepto del social business es el engaño de los acreedores privados. Los dueños de una empresa podrían estar sacando ganancias en secreto y, sencillamente, afirmar que trabajan según nuestros principios sociales. Necesitamos, por lo tanto, agencias que certifiquen y valoren a esas empresas. De ese modo tenemos que asegurarnos de que las empresas mantengan una política transparente y no dejen sitio al enriquecimiento personal. Señor Coelho, su fundación en Río de Janeiro apoya a unos cuatrocientos niños de las favelas. ¿Existe también para esos chicos una oportunidad de ganarse la vida de forma independiente en algún momento? Coelho: Ése es nuestro objetivo, pero el camino para llegar a eso es arduo. Lo primero que hay que hacer es dar algo de comer a esos niños, hay que darles clases, y para eso se necesitan grandes cantidades de donaciones, las cuales provienen, en su mayoría, de los derechos de ventas de mis libros. Hace tres años los primeros niños terminaron su periodo escolar y enseguida encontraron un trabajo. Una trabaja como

cocinera, y otra es empleada en un hotel. Y están haciendo lo que jamás esperamos que hicieran: devolver a la fundación el dinero que recibieron a lo largo de diez años. Y recibimos intereses: en forma de compromiso con nuestra causa. Porque esos jóvenes se han enterado de cómo puede cambiar la vida para ellos y la diferencia que eso significa para toda su familia. Usted se crió en el seno de la clase media, su padre era ingeniero, y usted creció en un chalé adosado en un buen barrio de Río. ¿Cuándo se le ocurrió la idea de ir a las favelas y ayudar a la gente de allí? Coelho: Cuando uno crece en Río de Janeiro, no puede cerrar los ojos ante esas desigualdades. Siendo joven, es posible que uno piense alguna vez: “Algún día haré algo, algún día ayudaré”. Y ese día, entonces, llega, y uno ha de decidir o bien ayudar o decir: “De acuerdo, a mí me da igual”. Sin embargo, yo no veo nuestra ayuda como un acto de caridad pública. ¿Y qué es entonces? Coelho: Es una especie de empresa mixta con esas personas con las que colaboramos. A fin de cuentas de lo que se trata es de compartir. Y eso es algo que es inherente a la naturaleza misma del hombre. De modo que no sólo damos dinero, nuestra meta es la independencia, y a cambio de ello recibimos muchísimo. Como persona famosa, con muy buenas relaciones, se pueden alcanzar muchas cosas. Pero usted afirma que cualquiera puede iniciar un modelo de social business directamente en su vecindario. ¿Qué tipo de empresa puede crear un individuo que no dispone de mucho dinero ni de contactos, es decir, una empresa que se sostenga a sí misma y que al mismo tiempo ayude a los más pobres? Y, otra cosa: ¿quién paga por un proyecto de tal índole, para el cual no hay ninguna ganancia para los inversionistas ni para los posibles accionistas? Yunus: Estamos creando en muchos países los Social Business Fonds. Se trata de fondos que ponen a disposición el capital inicial necesario para llevar a la práctica esas ideas de negocios sociales. Éstos, a su vez, se nutren en parte de los impuestos que, normalmente, fluyen hacia los programas sociales, o a través de dinero que las empresas orientadas a la ganancia


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ponen a disposición para acciones sociales responsables, así como de recursos que ponen a nuestra disposición algunos filántropos ricos. En Japón, por ejemplo, se está creando un fondo por parte del Estado. En Mónaco ya existe un fondo de esa índole, creado por el príncipe Alberto y por algunas personas privadas con dinero; en la India hay dos fondos que reciben financiamiento privado, y pronto habrá también en Wiesbaden apoyo para el social business, hasta la comuna está participando en ello. Ya lo ve usted: el dinero está a la espera, lo que nos faltan son ideas. Sin embargo, cualquiera puede desarrollar una idea para un social business. De ello estoy convencido. Luego el dinero aparecerá automáticamente. Señor Yunus, usted ha logrado meter en este barco, en calidad de inversionistas, a grandes empresas como Danone, BASF y ahora también, recientemente, a Adidas. ¿Cómo ha convencido usted al jefe de Adidas, Herbert Hainer, de participar de una idea comercial que no le reporta ni ganancias ni dividendos? Ésa es una empresa puramente orientada a la ganancia. Y ahora esa misma empresa va a desarrollar un calzado que producirá por menos de un dólar. Yunus: Cuando se tiene dinero, la ganancia y los dividendos no lo son todo. Cuando le digo a alguien así que puede hacer un negocio con el cual podría transformar el mundo, la propuesta le resulta más atractiva que si se tratase de ganar más dinero. Imagínese la alegría que reporta el poder ayudar a resolver uno de los problemas del mundo. ¿Cree usted realmente que es sólo la alegría de haber resuelto un problema de la gente pobre lo que lleva a empresas como Adidas o Danone a colaborar con usted? ¿Acaso esos consorcios no lo utilizan a usted y a sus organizaciones para ganar en buena imagen, para pegarse una etiqueta social en la solapa? Yunus: Es posible. Todas las explicaciones son posibles. Pero, mire una cosa, cuando emprendimos la cooperación con Danone para la producción de un yogur barato que eliminara la desnutrición infantil en niños de la India, todos me preguntaron: “¿Por qué hace usted eso? ¿No cree que Danone se está aprovechando de usted?”. Y yo respondía: “Santo cielo”, al tiempo que pensaba: “Soy yo el que los utiliza a ellos” (se ríe). Hasta entonces nadie se había interesado por el social business. Nadie sabía lo que era en realidad. Y desde que Danone se nos unió, todos saben lo que es el social business, quién es el tal doctor Yunus y por qué está tan comprometido con el social business. Danone me proporcionó una plataforma. Ahora puedo responder a todas esas preguntas que nadie se haría si no hubiera existido esa cooperación con esa gran empresa. Ya lo ve usted: no es importante si Danone me

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utiliza a mí o si yo utilizo a Danone. Lo único importante es el resultado: un social business que hace el mundo un poquitín mejor para los más pobres. Coelho: Eso es como en una de las historias clásicas de la Biblia, en la que se narra que Jesús cura a un ciego y éste le pregunta: “¿Y ahora qué hago?”. A lo que Jesús responde: “Vete al mercado y cuéntales a todos que yo te he curado”. El hombre hace lo que le han dicho, pero en el mercado la gente se muestra indignada. Dice: “Ése es un pecador, un charlatán, no deberías fiarte de él”. Y el hombre curado responde: “A mí eso no me importa. Yo era ciego y ahora puedo ver de nuevo”. Una hermosa parábola bíblica. Pero ¿en qué medida se relaciona con la cuestión de cómo ganar inversionistas? Coelho: La vida no puede medirse por las ganancias que se consiguen. De cada libro que vendo, un diez o un quince por ciento del precio de venta viene a parar a mis manos. Pero mucho más valor tiene la alegría que siento cuando alguien lee mi libro y quizá entiende lo que yo quiero decir. Eso es impagable. Y esa alegría, como bien dice Muhammad, es el motivo por el cual uno hace muchas cosas en la vida que no se pueden comprar con dinero. No obstante, lo de invertir dinero y llevar una empresa sin la menor perspectiva de ganancia contradice todas las teorías económicas. Yunus: En la vida, de lo que se trata, es de la felicidad y la satisfacción … Coelho: ¡Exacto! Yunus: … Los economistas han interpretado el capitalismo de la forma equivocada. Ellos creen que la felicidad es equiparable a un símbolo de dólar. A ellos hay que atribuir el que todos llevemos puestas unas gafas a través de las cuales vemos el mundo como una especie de máquina de hacer dinero. Si nos quitáramos esas gafas por un momento, comprobaríamos que este mundo es totalmente diferente. Si puedo influir de manera positiva en la vida de una persona, la alegría que siento al hacerlo no se puede medir en dólares. Y si estoy en condiciones de hacerlo, lo doy todo para lograrlo. Y la razón es sencilla: todos los hombres somos egoístas, pero, al mismo tiempo, todos somos también desinteresados. Son las dos caras de una misma moneda. Los economistas, sin embargo, basan sus teorías únicamente en el lado egoísta de las personas. Y a mí me gustaría decir: “No olvidéis vuestra otra cara, y aprovechadla”. < (Versión abreviada de la entrevista publicada en el Frankfurter Rundschau en noviembre de 2010.) Traducción del alemán: José Aníbal Campos


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Marcos L. Rosa

Apropiación

Learning from São Paulo: la microplanificación es el punto de parti da para nuevas iniciativas y estra tegias urbanísticas que hacen posible enfrentarse de manera creativa con situaciones de crisis.

Una nueva forma de leer la ciudad, focalizándola en microintervenciones en el espacio urbano que indican formas de reorganización del espacio: Marcos L. Rosa busca identificar herramientas capaces de operar y recodificar los espacios cotidianos en la región metropolitana de São Paulo, cartografiando prácticas urbanas

implementadas por un grupo de arquitectos, artistas, líderes comunitarios y otras partes empeñadas en la construcción de la colectividad. Si definimos lo arquitectónico como un espacio abierto a la intervención, y si entendemos al arquitecto como todo aquel que es activo en su ambiente, apun-

tamos a la posibilidad de una investigación distinta de la ciudad y a otra forma de planear lo urbano. Aceptamos la ciudad real como un producto de decisiones políticas, proyectos y voluntades colectivas y personales, y creemos que existe en esa ciudad un enorme potencial para la reorganización, la rearticulación, la re-


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“Garrido Boxe” Microproyecto en São Paulo, organizado por Marcos L. Rosa Foto pp. 60–61: Thiago Zeug Diagrama p. 63: Marcos L. Rosa En 2011 se va a publicar un libro titulado Microplanning con la colaboración de la Sociedad Alfred Herrhausen y la cooperación de Sophie Wolfrum, catedrática de Urbanismo y Planeamiento regional de la Universidad Técnica de Múnich.

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codificación. Aconsejamos la tarea de cartografiar los campos donde acontecen tales formas de reorganización, de identificar nuevos campos con apertura y capacidad para recibir nuevos objetos que estimulen las relaciones, y en fin, apuntamos a la necesidad de entender y proponer mecanismos coherentes a los campos

y el potencial identificados. A esa tarea es a lo que llamamos microplanificación. Prácticas urbanas creativas: São Paulo Jardines comunitarios enverdecen el paisaje de azulejos rojos en el extremo este de la ciudad; un parquecito y un centro de las artes ocupan el área central de


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una densa favela; una escuela de boxeo y un gimnasio instalados bajo un viaducto ofrecen actividades deportivas en la ruta del trayecto diario; un joven artista estimula el uso colectivo del espacio común a través de su estadía en diferentes favelas; un cine al aire libre en un terreno baldío lleva actividades culturales a un vecindario aislado; navegación e iniciativas de arte llaman la atención acerca de un río contaminado; un programa de reciclaje une a una comunidad carente de infraestructura básica; un banco improvisado a la sombra de un árbol sirve como lugar de encuentro a la orilla de un riachuelo. La inexistencia de un registro que abarque proyectos de esa naturaleza en São Paulo explica su carácter invisible, el desconocimiento de tales intervenciones. Destacamos el enorme potencial de esos proyectos, que indican la escala social y las tácticas urbanas –según las definiera Michel de Certeau– como una (otra) forma de pensar la ciudad. Se pretende organizar una red, revelar formas de organización espaciales innovadoras, y difundir esa información a los agentes y a las partes implicadas en el pensamiento y en la construcción de la ciudad. MicroplanificaciÓN. PráCticas Urbanas CrEativas es el resultado de una investigación de campo que buscó formas alternativas de planificación y nuevas operaciones arquitectónicas, encontradas en iniciativas que demuestran responsabilidades compartidas y organizan el lugar del encuentro: espacios de discusión y experiencia colectiva. Las prácticas urbanas colectivas estudiadas revelan nuevas herramientas capaces de lidiar con estas realidades urbanas emergentes. La ciudad real –interpretada como campo para la experimentación– es un laboratorio, espacio construido a ser revelado, pasible de acción local. Se pretende crear una plataforma que exponga prácticas urbanas creativas como formas de pensar a microescala urbana. El proyecto comenzó en 2008 con base en una plataforma creada por el Deutsche Bank Urban Age Award (DBUAA), un pre-

mio otorgado a proyectos que se organizan a través de asociaciones y prácticas cooperativas en busca de un ambiente urbano mejor. Tuvimos entonces la posibilidad de cartografiar en São Paulo proyectos e iniciativas que manipulaban espacios con el objetivo de generar calidad urbana y ambientes mejores para vivir, a escala local. Como resultado de esa investigación, pudimos compilar una amplia muestra de proyectos de naturalezas diferentes que, en su heterogeneidad, parecen demostrar formas de negociación de sus especificidades territoriales. Situaciones desarrolladas de esos ejemplos son espacios de experimentación, espacios articulados donde existe una reivindicación para una vida sociocultural en ejercicio, como describe Sophie Wolfrum en Articular espacios (2006). Buscamos espacios que fuesen formas de reorganización a escala local y reflejaran una actitud nueva en relación a la vida colectiva en el medio urbano: la apropiación del espacio por sus habitantes a través de una respuesta pro(activa), la acción y la proposición en escala 1:1 –en el sentido propuesto por Nicolas Bourriaud–, en oposición a la crítica pasiva, a la espera de cambios. Pretendemos con ello indicar los campos de oportunidades para la acción en São Paulo. En la Región Metropolitana de São Paulo esas situaciones aparecen como urgencias, descartando la necesidad de simulación previa. La autoorganización llevada a cabo en los proyectos –la participación de la población que caracteriza las prácticas urbanas creativas– parece ser impulsada por la falta de coexistencia con la calidad a escala humana –resultado de elecciones hechas en el proceso de urbanización de la ciudad de São Paulo–. Curiosamente, ese mismo proceso produjo espacios urbanos desperdiciados, vacíos, subutilizados, residuales, que si son interpretados como campos con potencial para la práctica creativa, representan una posibilidad de reestructuración urbana comprometida con la escala local. Estos pensamientos se traducen en una ciudad abierta al juego y a la experimentación, al

espacio abierto a la creación, a la acción colectiva y a la ocupación: a la reinterpretación de un escenario ya construido. Colectividad arquitectónica: espacios moldeados culturalmente ¿Urbanismo en una red? ¿O microintervenciones estratégicamente conectadas? Los casos estudiados señalan una red social urbana de alcance metropolitano, circuitos de resistencia a la ciudad genérica que organizan microambientes en la ciudad, nutriendo la discusión de las especificidades y de los lugares urbanos. Identificamos microarquitecturas superpuestas a las estructuras modernas monofuncionales, anexando a ellas las complejidades capaces de inducir espacios urbanos de calidad. Frecuentemente vistos como actos aislados y frágiles, comprometidos con la noción de responsabilidad sobre el espacio común, pretendemos identificar y reflexionar sobre las estrategias asociadas a los proyectos seleccionados. Ese abordaje sitúa una serie de campos específicos y de tácticas de conjunto como una red de proyectos, apuntando hacia una estrategia de prácticas urbanas creativas entrelazadas. Hablar de arquitectura, en estos términos, significa cuestionar la posibilidad del aprendizaje de la disciplina, a la luz de las nuevas cuestiones aportadas por los proyectos mencionados. Tal posicionamiento demanda una nueva mirada y una nueva definición de arquitectura en cuanto espacio construido culturalmente. Nos interesa un entendimiento que abarque el significado de arquitectura, para que comprendamos lo arquitectónico. El espacio concreto –importante en nuestras rutinas– no es nada sin la vida: será construido solamente a través de la práctica de la vida, según Henri Lefebvre en su Crítica de la vida cotidiana (1961). Lo arquitectónico difiere de la arquitectura en estos términos: aceptando el desdoblamiento de la disciplina para las relaciones trabadas en el espacio que no pueden ser completamente anticipadas por la práctica de la planificación. De


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esta forma, como lo definen Alban Janson y Sophie Wolfrum, la arquitectura es entendida como un espacio construido y constituido a partir de prácticas sociales y culturales. Hablamos de un espacio no sólo disponible para cosas y usos, sino de un espacio articulado para procesos vitales más complejos. El artista brasileño Hélio Oiticica (1937–1980) definía al artista como aquel que hace, cualquier persona activa y propositiva en su ambiente. Esta generosa definición permite que cualquier individuo asuma papeles proactivos en sus espacios urbanos. Según esa definición, creadores serían aquellos que trabajan colectivamente, tratando de la colectividad, de acuerdo con Lisette Lagnado en “En el amor y en la adversidad” (2006). “Participar es completar un esquema propuesto”, afirma Nicolas Bourriaud (2002). Tomamos la participación como la llave para definir y entender el espacio urbano, en oposición a la noción de transmisión y recepción separadas. La colectividad –vivir juntos en la ciudad– sirve como base para repensar cuestiones sociales en términos urbanísticos. O, como apuntan Julia Maier y Matthias Rick, “la ciudad es nuestro potencial, y nosotros somos sus constructores”. No se trata de romantizar un imaginario de pobreza o de insuficiencias en medio de una situación de crisis. Tampoco pretendemos definir un patrón estético conveniente. Por el contrario, creemos que existe, en las iniciativas estudiadas, un potencial articulado en situaciones. Identificamos herramientas con capacidad para operar y recodificar los espacios cotidianos. La aproximación con la microescala (local) revela redes urbanas de importancia para la vida diaria como una nueva estrategia posible. < www.microplanning.net www.alfred-herrhausen-gesellschaft.de Traducción del portugués: Ricardo Bada


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Thomas Groß y Tobias Timm

Economía creativa

La clase C. Hoteles creativos, barrios creativos, días creativos y delegados de lo creativo: Berlín se concibe a sí misma como el laboratorio del futuro de una economía nueva basada en el conocimiento. Al hablar de su hotel proyectado en Berlín, Alexander Dürr nombra mucho la palabra “acentos”. Se ha marcado un acento con el estudio musical integrado, situado sobre los tejados de Berlín, otro con la conexión W-Lan e iPod de las 304 habitaciones, y naturalmente con el servicio de guitarra en cada una de ellas. Es lo que Dürr llama “tocar el tema musical”, y añade, “los contenidos los pone la ciudad”: música, arte y moda, impulsada por un ambiente muy animado. Es un hotel que se inauguró para la “clase creativa” en el área urbana del antiguo puerto a finales del pasado noviembre. Ya el propio nombre (nhow) indica competencia en la explotación de los recursos ideales. Dürr explica que la decisión de una metrópolis como Berlín fue “consciente, ya que el ritmo de esta ciudad viene determinado por la creatividad, las ganas de transformación y la fuerte atracción que ejerce en artistas internacionales”. Por cierto, el hecho de que esta clara confesión empresarial se hiciera entre sacos de cemento y lonas de plástico ondeantes, a tres semanas vis-

ta de la inauguración, no está exento de simbolismo. El futuro creativo se asemeja a un terreno en obras en el que convergen diferentes intereses: la inversión de riesgo se encuentra con la política local; el marketing urbano con el espíritu empresarial turístico; el potencial artístico con la codicia del moderno capitalismo de la cultura y el entretenimiento. El actual alcalde de Berlín, Klaus Wowereit, hace campaña para convertir la capital en una “dirección de referencia para los creativos del mundo”. Si bien no es Berlín la única ciudad que sueña con un futuro brillante bajo el signo de economías novedosas, basadas en el conocimiento y la creatividad. Tanto si se mira a Fráncfort del Meno, a Hamburgo, Leipzig o a Oberhausen … en todos aquellos lugares en los que ha caído la industria tradicional existen iniciativas parecidas y todos pronuncian a modo de conjuro la palabra “creatividad”. “Economía creativa” es uno de esos conceptos vagos y “efervescentes” de la innovación que a su paso por gremios y grupos de presión genera un tipo de realidad propia.

¿Pero cómo se puede convertir el trabajo artístico realmente en creación de valor? ¿Y qué es exactamente la clase creativa? Quien emprenda su búsqueda por Berlín, la ciudad con el porcentaje más alto de profesionales creativos de toda Alemania, se dará cuenta enseguida de que el espíritu de lo creativo no conoce una única forma de existencia: sopla donde quiere y es, en consecuencia, difícil de atrapar. También el propio concepto de clase creativa es muy impreciso. La “clase creativa”, mencionada por primera vez por el sociólogo estadounidense Richard Florida, no constituye ni un estrato homogéneo ni una clase social en el sentido marxista clásico, sino que se diluye en una multitud de ambientes y subambientes. En algunos casos aislados pre-

Los arquitectos Brandlhuber + ERA, Emde, Schneider han cerrado (2007-2009) un hueco urbanístico en la calle Brunnenstraße 9, en el barrio Berlin-Mitte. En el solar de dos obras paralizadas de los años noventa, ha surgido un edificio con viviendas, estudios y una galería que conserva el carácter de lo inacabado y la variabilidad. La fachada no es de piedra, sino ligera y versátil, y también los espacios interiores se presentan como obra en bruto, apta para usos improvisados, tan apreciados en Berlín.


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Edificio de estudios y galería, Brunnenstrasse 9, Berlín, 2008-2010 Arquitectos: Brandlhuber + ERA, Emde, Schneider Foto p. 64: Brandlhuber Foto p. 65: Nathan Willock


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senta éxitos empresariales constatables. En sus márgenes inferiores su rastro se pierde en plantas creativas, despachos en patios interiores, así como pequeñas galerías con contratos de subarrendamiento. Sin embargo, en la opinión de Florida, son precisamente los pequeños actores del mundillo los que tienen futuro: son ellos los que prueban procedimientos con potencial empresarial que, con el tiempo, pueden llegar a ser relevantes desde el punto de vista económico. Por decirlo de una manera más provocadora y abreviada: los pasotas de hoy son los capitalistas del mañana. Cuando Anna Franke repasa su trayectoria profesional, a veces pierde el sentido de la medida. Por un lado todo le ha ido bastante bien: al terminar sus estudios de diseño de moda decidió hacerse autónoma. Junto con otros recién

licenciados y media docena de jóvenes arquitectos, alquiló un taller muy grande y poco costoso en el barrio berlinés de Prenzlauerberg. Poco después creó su propia marca: Majaco. En los años que siguieron a la delirante década de 1990, todo parecía posible. Anna Franke trabajaba por las noches en un club ilegal, el legendario y hoy desaparecido Rio de Chausseestraße, donde servía cervezas y copas a la gente más hip, a estudiantes y proyectistas aficionados, mientras en su pequeño escenario actuaba el ahora ya mundialmente famoso grupo Peaches. Por el día, diseñaba moda y desarrollaba un plan empresarial. “El paseo del castin” berlinés Hoy Anna Franke, una treintañera de cabello largo y moreno, está sentada ante su propia tienda en la plaza Zionskirchplatz

y entorna los ojos por el sol otoñal. En realidad es una dirección extraordinaria: a sólo unos pocos metros desfilan multitudes de turistas jóvenes por la Kastanienallee, la famosa avenida de Berlín, llamada irónicamente por los autóctonos “el paseo del castin”. También tiene ventajas ser la propia jefa; nadie le dice lo que tiene que hacer ni cuándo debe hacerlo. Por otro lado, el balance es algo sombrío. A pesar de la buena prensa, de las presentaciones en ferias de moda extranjeras, no entra mucho dinero. “Nos da para ir devolviendo el crédito de apertura de negocio, pero no nos vamos a hacer ricas”, cuenta Franke, refiriéndose también a una compañera con la que dirige la tienda y la marca. Completa su sueldo trabajando en bares, actualmente en King Size, donde la cerveza cuesta dos euros más que antes en el Rio. Al menos allí está en-


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tre amigos, puede establecer una red de contactos, detectar y divulgar las nuevas tendencias. El trabajo es ocio y el ocio, trabajo. El bar King Size, situado en la Friedrichstraße, es uno de esos lugares en los que el espíritu de éxtasis de los años noventa del siglo XX originó una novedosa cultura de lo informal y de la cooperación, en cuyo seno los compañeros de armas simpatizan y compiten al mismo tiempo; cultura en la que se han diluido además los límites entre los trabajillos para mantenerse y la hora de salida hasta hacerse irreconocibles. Especialmente los miércoles –en la “noche de los artistas”– el ambiente dominante recuerda vagamente a la antiestética de los antiguos clubs ilegales: las paredes no están revocadas, el mobiliario parece proceder de viejos bares de barrio, pero, sobre todo, las mujeres y los hombres que se amontonan ante la barra de Anna Franke son casi exclusivamente creativos. Ganan dinero ejerciendo de artistas, galeristas o

Edificio de estudios y galería, Brunnenstrasse 9, Berlín, 2008-2010 Arquitectos: Brandlhuber + ERA, Emde, Schneider Foto p. 66: Michael Reisch Foto p. 67: Nathan Willock

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arquitectos, se desempeñan de periodistas autónomos en revistas de Internet, dirigen pequeñas discográficas o agencias de relaciones públicas. Es como si los clientes, asiduos al ambiente de la noche berlinesa, tuvieran que confirmar mediante su presencia que forman parte de la gran red de personas bien informadas. Bastian Lange denomina a gente como Anna Franke culturepreneurs (empresarios culturales), haciendo referencia a la caída de la frontera entre cultura y economía: el culturepreneur es un empresario de sí mismo, cuyo saber obtenido por la noche representa por el día un recurso capitalizable. El término fue acuñado en 1999 por los investigadores sociales británicos Anthony Davis y Simon Ford. Lange ha refinado el instrumentario y lo ha aplicado a las circunstancias berlinesas, consciente de forma pragmática de “que es necesario buscar nuevas soluciones en la esfera de los actores sociales”. Su interés se centra en modos de trabajo colaborativos y temporales, que posibilitan a sus participantes trabajar a veces de manera rentable y otras de manera experimental. “Se le podría llamar la lógica del punto de apoyo y el punto de juego”, explica mientras resplandecen en la penumbra pantallas de ordenadores.

Trabajo de campo entre empresarios culturales Nos encontramos en St. Oberholz, esa cafetería del barrio Berlin-Mitte que en muy poco tiempo ha dejado de ser símbolo de modernización para limitarse a ser cliché, y cuyos clientes, siempre delante de un portátil, provocan a los observadores una profunda sensación de extrañeza. No obstante, a Lange, investigador urbano del LeibnizInstitut für Länderkunde (Instituto Leibniz de Geografía Regional) de la ciudad de Leipzig, y él mismo una especie de empresario científico en su papel de asesor autónomo en asuntos de economía creativa, le sigue gustando realizar allí su trabajo de campo. Por un lado, “es un poco absurdo que se utilice un lugar comunicativo para no hablar entre sí sino con personas ausentes”. Y sin embargo, no se trata en ningún caso de tiempo desperdiciado. Se actúa en diferentes canales, se maniobra con diferentes grados de intensidad y formatos de presencia. Por ejemplo, según Lange, a través de Facebook tiene lugar una compleja gestión de reputación: en una esfera aparentemente informal, las informaciones circulan sin parar. El que sabe interpretar los signos puede establecer ahí los contactos necesarios para su próximo proyecto.


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En su estudio sobre Los espacios de la escena creativa, Lange ha formalizado científicamente lo informal. Su conclusión es que, debido a sus bajos alquileres, Berlín ofrece un marco institucional “para la introducción, tramitación y valorización de productos inmateriales”. Berlín es un laboratorio en el que se prueban los modos de producción futuros en cuanto a su idoneidad para convertirse en seriales. A Lange no le produce ningún quebradero de cabeza que los protagonistas de este test permanente, en cuanto empresarios culturales, piensen irremediablemente en términos de mercado: en su opinión, el arte y la economía siempre han estado hermanados, sólo que en Alemania durante mucho tiempo no se ha querido admitir este hecho. La imagen de los artistas que traza Bastian Lange es radical y carente de toda ilusión. El halo trascendente del arte que envolvía las acciones subversivas de las vanguardias se ha desapasionado al desplazarse hacia su faceta comercial: mientras que la vieja bohemia se autodefinía declarándole la guerra a la burguesía con afán de lucro, el empresario cultural moderno ha aprendido con éxito a descartar cualquier pensamiento sobre el arte más allá de su condición de mercancía. A cambio, ya no se mueve al margen de la sociedad sino en su centro mismo, suministrándole productos simbólicos: el vanguardista como creativo proveedor de servicios. Lange no oculta que este cambio histórico también tiene sus sombras: en la medida en que el yo se organiza en función de un enfoque económico, el Estado se repliega de su responsabilidad. El giro hacia el empresario cultural significa una furtiva despedida de la responsabilidad social. Pero también la imagen de la ciudad se ha transformado esencialmente en el transcurso de apenas dos décadas. Berlín era antes la ciudad de los objetores de conciencia históricos y de los autodenominados derrochadores de la juventud que encontraban asilo junto al protector Muro. “Economía berlinesa” significaba llevar una existencia a la sombra, que pasaba bastante desapercibida al resto del país. Sin embargo, fue precisamente esta posición periférica la que acabó por ofrecer las mejores condiciones para la trans-

formación de biotopo a laboratorio experimental. “Lo que sucede actualmente es una mezcla de concurso de talentos y política de codos neoliberal”, constata Lange sonriendo como si se tratara de un daño colateral inevitable. El trabajo del futuro no perderá ese curioso doble carácter: pertenecer a la vanguardia significa por un lado ganar en autonomía, pero ay de aquel que no esté en evolución permanente. Ideas florecientes Hasta hace poco, quien ascendía a la superficie en la estación de metro Moritzplatz se encontraba, limitando con el antiguo Kreuzberg, con un terreno urbano baldío, una tierra de nadie de las que en otras ciudades sólo se localizan a las afueras. A la izquierda, un roñoso mercadillo delante de un muro cortafuegos; a su lado, un taller de coches; enfrente, los restos del antiguo paso fronterizo en la calle Heinrich-Heine: ahí fue donde se abrazaron en 1989 los berlineses del este y del oeste haciendo colapsar todo el sistema. Entretanto, en el mismo lugar abundan los supermercados y personas con bolsas colgadas caminan en pequeños grupos desde la estación recorriendo la poco vistosa Prinzessinnenstraße. Su objetivo es la Betahaus, un edificio funcional de los años sesenta que estuvo vacío mucho tiempo, pero hoy alberga tres plantas creativas de lo más variado. “Somos gente bien diversa”, dice Madeleine von Mohl, una veinteañera, segura de sí misma, vestida con vaqueros y botas. Madeleine von Mohl está acostumbrada a mostrar el edificio a los visitantes. En el año transcurrido desde que creó el proyecto en colaboración con amigos abogados y economistas, ha habido un gran trasiego. Grandes compañías como Daimler o SAP mandan a sus representantes, los inversores llaman a la puerta. Y hay mucho que ver. Directamente en la planta baja, un café enorme, visitado por una población con portátil. Por encima de éste hay tres co-working spaces: pisos de fábrica con largas filas de mesas regidas por el sistema de fixdesking o flexdesking , es decir: se alquila un escritorio fijo o uno temporal. Los que estén muy tensos se pueden regenerar en el salón de masaje o utilizar el jardín de las Princesas

(que recibe su nombre de la calle), un pequeño oasis metropolitano creado recientemente. La prensa local habla de urban farming (granjas urbanas) y elogia el hecho de que hijos de inmigrantes también pudieran colaborar en su plantación. Es una especie de empresa modelo de la economía creativa la que dirige Von Mohl, dueña de la casa y portavoz de prensa inoficial. La Betahaus tiene tanto éxito como proyecto empresarial que la idea se está expandiendo a otras ciudades. Los altos techos remiten a la estética urbana de los loft, el espacio gastronómico tiene estilo lounge. Las lámparas de pie y los sillones, recogidos de la basura de las calles, crean una atmósfera de placidez provisional. En este espacio, nadie tiene que sentirse luchador solitario. Ya se trate de proyectos periodísticos, una idea de comercio justo de café o el desarrollo de una nueva app, en todas partes se forman equipos y grupos, se juntan las cabezas para hacer planes. El ambiente de la Betahaus recuerda a un gran parque lúdico de aventuras. Pero también podría pensarse en una granja ecológica de gallinas ponedoras o en un hotel por horas para creativos. Independientemente de la perspectiva que adopte cada uno, es posible que así sea el trabajo del porvenir: aislados en equipo, unidos para fantasear, completamente liberados y aun así estresados, meditando sobre tareas en las que el juego y el esfuerzo son la misma cosa. Lo pasamos bien sin perder de vista el objetivo. Mientras va madurando una ocurrencia, nos queda un poco de tiempo para perder el tiempo, para mirar la cuenta de Facebook o vaguear por ahí con nuestros semejantes, porque todo ello tiene que ver con el trabajo. Aunque el descanso del café no se debería hacer demasiado largo. ¿Qué pasa cuando no pasa nada? ¿Cuando no se nos ocurre ninguna idea? Madeleine von Mohl pone una expresión entre divertida y compasiva, como si ya la mera pregunta fuera absurda. “Es como en un piso compartido”, dice entonces, “el que no limpia, se va a la calle”. < Traducción del alemán: Carmen García del Carrizo

Edificio de estudios y galería, Brunnenstrasse 9, Berlín, 2008-2010 Arquitectos: Brandlhuber + ERA, Emde, Schneider Foto: Nathan Willock


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