Revista 2384 Nº4

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ABRIL JUNIO 2013

VOCES Y SOMBRAS

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TÚ, LLEGANDO DESDE LEJOS PARA ACERCARTE MARKO SOSIC Traducido por Marjeta Drobnic

Siento un escalofrío por todo el cuerpo. Me concentro. ¿Mi madre ha decidido devolverme la verdad? ¿Por qué me habría llamado, si no, y me habría revelado que no estaba en Bassan, que me había mentido diciendo que iba a casa de mi tía Pavla y al balneario? ¿Es posible que siga cada pensamiento, cada acto míos y ve mis miedos, los que acabará decapitando y salvándome, así, de su cercanía? ¿O no es nada de esto, y su llamada entró en mí como se echan a rodar las manzanas por la calle? Y de repente siento como si me cubriesen las laderas verdes, como si me tocase aquella hierba que susurra ondeando a lo largo de la ladera, llegando hasta el río murmurador junto a los sauces viejos y manzanos, como si de repente pudiese oír con más claridad las palabras de una canción suave y alegre que vuelve a resonar en mí. ¿Qué pasará con Kristjan?, dice la voz de mi madre mientras suena la canción. ¿Qué pasará con Kristjan ahora que ha empezado la guerra en Yugoslavia?, dice en la cocina del piso nuevo al que, entonces, nos acabábamos de mudar, y mira hacia la mancha del mar que se ve desde allí, mientras mi padre se encierra en su habitación en la que entonces justo empezaba a construir su mundo de plástico. Agarro el picaporte de la puerta de entrada que abre el camino al edificio de mi padre, la abro con ahínco. ¡Oh, Dios! Una multitud de gente se abalanza por la puerta. Me aprieto contra el muro de la escalera y me tapo los ojos con una mano. No ayuda, los veo con más nitidez aún. Como si de golpe rompiesen la pantalla de la televisión que mi madre veía en la cocina. Veo sus cuerpos heridos dejando huellas de sangre. Se ayudan mutuamente para no caerse al suelo, entre ellos hay niños, llaman a sus padres, otros quedan quietos en el suelo, entre las jambas, inmóviles, no lejos de donde estoy, ahora apoyado contra la pared, observando a los que aún pueden moverse cómo pasan el umbral, cómo salen afuera, hacia la carretera. ¿Qué pasará con Kristjan?, dice la voz de mi madre dentro de mí. ¿Qué pasará con Jasenka y Aiša?, dice. No las conozco, no conozco sus nombres. Agarro el teléfono. A ver si puedo llamar al número desde el que me ha llamado mi madre. Ha quedado en la memoria del teléfono. Lo veo. 0038… Llamo. No oigo ninguna señal. Vuelvo a llamar. Una señal apenas audible. Nadie responde. Subo corriendo las escaleras hasta el piso de mi padre. Veo la puerta entornada, la empujo, paso adelante y la cierro sin ruido. Siento latir mi corazón que palpita sordo en mi pecho. Desde la habitación de mi padre me llega el sonido de las locomotoras que pasan veloces por las


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