VIDA DE MARCELINO

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Salieron juntos. Ladraban los perros y había buena luna. Era una noche fría de otoño. Enseguida iniciaron el ascenso de las laderas del Pilat, siguiendo uno de sus desfiladeros más pronunciados. Caminando al lado del joven Juan María Granjon, volvió a pensar en una idea que le daba vueltas y vueltas a la cabeza: durante las últimas semanas le había obsesionado la idea de crear una institución de jóvenes seglares que pudiera dedicarse a la enseñanza e instrucción de los niños más necesitados. Tenía fija en la mente la frase de uno de sus compañeros de Lyon cuando firmaron los estatutos de la Sociedad de María: “Si tanto te preocupa la necesidad de una institución dedicada a los niños, ocúpate tú de ella”. En lo más intimo sintió que esa noche era un buen momento para “ocuparse de ella”. Se dirigió a Juan María, un joven de 23 años que había servido al ejército como granadero: Cuéntame, ¿tienes mucho trabajo ? —Sí, ayudo a mi padre en las faenas del campo. —¿Quisieras estudiar, prepararte y convertirte en maestro ? —Hombre Señor cura, lo veo difícil; ni siquiera sé leer —Yo ingresé en el seminario y tampoco sabía leer ni escribir y ya ves que lo conseguí. —Yo no soy tan inteligente, no sé si podría... Mis padres no estarán muy de acuerdo en pagarme los estudios con el riesgo de que no sirvan para nada. —Creo que tienes inteligencia suficiente. Podemos probar. Mira, yo te voy a regalar un libro y tú practicas con él la lectura. —No puedo aceptarlo Señor Cura, no sé leer, ya se lo he dicho. —Entonces hagamos una cosa, tómalo y vente el fin de semana próximo; te daré clases de escritura y lectura. Si consigues resultados, continúas y si no, lo abandonas. ¿De acuerdo?

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© jmb


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