Perspectivas y experiencias de Investigación en Comunicación.

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rio ideal para proferir los ataques que no podían ser instrumentados en los spots sin riesgo de sanción. En segundo lugar a cada debate el candidato Peña Nieto del PRI llegaba en una posición importante de ventaja, cómoda y casi definitiva, respecto a sus contendientes en varias de las encuestas publicadas: de acuerdo a Consulta Mitofsky, Peña Nieto llegaba al primer debate con el 48% de las preferencias, 27% para Vázquez Mota y 23% para López Obrador. Al segundo debate Peña llegaba con el 44% de preferencias, 29% para López Obrador y 25% para Vázquez Mota (Mitofsky, 2012). Incluso una de las encuestas más apegadas al resultado final (De las Heras, 2012), señalaba que hacia el primer debate Peña Nieto tenía el 40% de preferencias frente al 32% de López Obrador y el 23% de Vázquez Mota, y 40%, 33% y 23% en el segundo debate, respectivamente. De esta manera la diferencia entre el “puntero” y ambos contendientes era considerable y la opción estratégica hasta cierto punto lógica y tentadora era atacarlo. Esta inferencia merece una aclaración de principios: en investigaciones de otros países con reelección presidencial se ha demostrado que los candidatos “retadores” atacan en mayor medida que los “incumbentes”; quien tiene de entrada carece de una ventaja estructural le apuesta a disminuir el atractivo del aventajado, en lugar de incrementar el suyo (Benoit & Klyukovski, 2006; Benoit & Sheafer, 2006). Esto también depende del tiempo de campaña remanente, puesto que cada vez se hace más urgente disminuir la aprobación de quien tiene una ventaja que pudiera ser irreversible, y los ataques serían un recurso eficaz. Si bien en México no hay un paralelo a la relación incumbente-retador (una extrapolación en términos de partidos pudiera ser forzada), el fenómeno se puede equiparar a la del candidato con una ventaja mayor en cuanto a visibilidad y posición en la contienda, o lo que se ha llamado popularmente el “puntero” en 256

las encuestas. Tanto el incumbente como el “puntero” ingresan al debate en una posición considerablemente favorable respecto a sus oponentes, por lo que se prepara potencialmente un escenario de confrontación entre aquél y los contendientes que están rezagados en la contienda, particularmente si los tiempos para revertir las tendencias apremian. En suma, los aspectos de la reforma de 2007 y 2008 así como la ventaja del puntero preparaban el escenario para que los debates sean espacios de abierta confrontación entre los candidatos, pero también de una amplia diferenciación que, de acuerdo a la teoría a exponer, permitiera a cada candidato hacerse preferible ante sus rivales.

MARCO TEÓRICO La disciplina de la comunicación política concibe a los candidatos como actores que buscan influir en la conducta de los votantes mediante estrategias “teatralizadas” de autopresentación, que están a su vez acotadas por una ritualidad y puesta en escena propia de un escenario o arena (Bélanger, 1998); ésta a su vez es concebida como una situación de interacción en las que los discursos de los políticos se confrontan, difunden y evalúan públicamente bajo reglas específicas (Gosselin, 1998). Los debates posiblemente sean las únicas arenas televisivas que permiten tales funciones de manera simultánea entre varios actores y sin mediación periodística, pero cuyas intervenciones vienen restringidas por el formato y las convenciones propias de un “debate político de altura”. Al ser un evento emitido en vivo, las estrategias y autopresentación de los candidatos son sumamente cuidadas y preparadas con antelación, puesto que la evaluación de los mismos de parte de la audiencia es a base de contraste y sin control editorial de parte de los emisores.


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