La Ciencia de La Seduccion

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83 colocado al lado de ésa misma barrera, sin que medie obstáculo alguno entre el juguete y el niño, que puede acceder a él sin ninguna dificultad. En el segundo escenario, el juguete número 1 está también tras una barrera de plástico transparente, pero esta vez de 60 centímetros de altura (el doble que la anterior). Hemos de tener en cuenta que, desde la perspectiva de un niño de dos años, se trata de una altura considerable, que le obliga ahora a bordear la barrera si desea alcanzar el juguete. El juguete número dos vuelve a estar simplemente colocado al lado de la barrera de plástico, sin que exista dificultad alguna para que el niño pueda acceder a él. Los autores del experimento querían averiguar cuánto tardaban los pequeños en establecer contacto con los juguetes en estas condiciones. Los resultados fueron esclarecedores. Cuando la barrera no tenía altura suficiente para impedir el acceso al juguete que había detrás, los niños no mostraban predilección especial por ninguno de los dos juguetes. En general, tardaban lo mismo en tocar el juguete que estaba detrás de la barrera simbólica, que el que estaba junto a ella. Sin embargo, cuando la altura de la barrera convertía a ésta en un verdadero obstáculo, los niños se dirigían directamente hacia el juguete mucho más difícil de alcanzar y lo tocaban mucho antes que el otro. El experimento resulta altamente aleccionador e ilustrativo de la tendencia que, ya desde la más tierna infancia, nos conduce a valorar más aquello que resulta difícil de conseguir que lo fácilmente accesible. Si ello es cierto en un niño de tan sólo dos años de edad, imaginemos la enorme importancia que alcanzará en una mujer adulta, que además ha sido sometida al enorme


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