REGATAS 240

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mbos son muy parecidos», dice de vuelta Isabel García, la madre de Renzo, al encontrar un rasgo en común entre el abuelo Luis García y el nieto. No se refiere a un aspecto físico sino a una cuestión astrológica. Ambos —nieto y abuelo— son Leo. Los regidos por esta constelación despliegan energía para los juegos, habilidad para los deportes, buscan la gloria y destacan por su orgullo. El sol, cree Isabel, es su símbolo de vitalidad. «Por eso congeniaban tan bien», intenta explicar la madre. «Y en ese camino va mi hijo. Lo veo remar, ganar, sacrificarse». Sacrificio es un credo compartido en todos los deportes, y el remo no es la excepción. En un día normal, Renzo se despierta a las 4:30 de la mañana y se dirige desde su casa en Surco hasta La Punta, en el Callao, donde realiza sus entrenamientos diarios. Cuando no hay movilidad particular que lo traslade y ante la falta de un vehículo propio, hace una conexión interdistrital de combis y coasters que supera una hora y treinta minutos de camino para llegar a las siete de la mañana a la poza donde recorre 21 kilómetros a remo e intenta superar su marca: 6:39 minutos. Pero en realidad la rutina de ir y venir es un hecho anecdótico que Renzo disfruta con la naturalidad de un turista. El mayor sacrificio que debe realizar el boga es alejarse de la familia: hay veces que debe partir de Lima por ocho semanas. Dentro de un mes irá a Jauja y luego viajará a Chile donde competirá en los juegos Odesur, en un largo camino hacia los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. «Estaremos afuera mucho tiempo y a mí me gusta estar con mi familia. Cuando estás lejos sientes que aparecen las adversidades, pero lo único que nos queda es seguir avanzando. Es duro acostumbrarte a estar solo. Durante ese tiempo solo piensas en remar y descansar. No hay mucho más que hacer», confiesa Renzo León después de terminar su jornada de entrenamiento y descansar, pues al día siguiente

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«Renzo León y su abuelo, son muy parecidos. No es el aspecto físico sino una cuestión astrológica: ambos son Leo. Los regidos por esta constelación tienen habilidad para los deportes, buscan la gloria y destacan por su orgullo». recorrerá 70 kilómetros en bicicleta entre La Punta y San Bartolo. En su próximo viaje a Jauja, León entrenará en las aguas frías de la laguna de Paca a 3300 metros sobre el nivel del mar. Ya alguna vez compitió allí y recuerda que deben navegar con cuidado. El agua es helada: caerse puede significar entrar en estado de hipotermia. Una gota que salpica sobre la espalda crispa de frío todo el cuerpo. «Pero es divertido», dice, aunque es consciente de que el tiempo de concentración lo alejará de sus paseos por el malecón de Miraflores, la ansiedad lo llevará a intentar comer y correr el riesgo de subir de peso. Esto puede provocar un desbalance en su bote y convertirlo en un tipo menos ligero para la competencia. Entrenar dos años para una regata que dura siete minutos y comenzar a perder semanas previas por los nervios y el estrés es echar todo por la borda: esfuerzo, sacrificio y dinero. «Controlar la ansiedad es difícil», repite. Aunque ya se convenció de que el control viene cuando piensa en los triunfos futuros. Y los triunfos comienzan a aparecer constantemente. En una caja de zapatos escondida debajo de su cama, Renzo León guarda sus medallas ganadas en competiciones nacionales e internacionales como remero. «¿Cuántas hay acá? No lo sé. Son muchas: no las tengo contabilizadas», dice al abrir aquel rectángulo de cartón, lleno de preseas doradas y plateadas. Y aunque intenta hacer un cálculo mental, no obtiene una cifra exacta de sus victorias. «Son muchas», repite, con algo de rubor, mientras señala el otro extremo de su habitación. Ahí se encuentran colgadas sobre la pared otras privilegiadas distinciones. Entre ellas, el oro bolivariano que en noviembre del año pasado, junto a su eterno compañero de remo Víctor Aspíllaga, ganó para nuestro país. Aspíllaga es el complemento de León. Al tiempo de conocerse hicieron equipo y participaron en el Sudamericano de Chile en 2010, donde ganaron el oro. Desde entonces se han convertido en un tándem que ha cosechado decenas de títulos. Este 2013 compitieron en cuatro oportunidades: ganaron en Canadá y quedaron cuartos en Argentina; obtuvieron el

oro en el Bolivariano de Perú y conquistaron una regata interna en Lima. Sin duda, su trabajo se complementa. Aspíllaga, de 28 años, pone la fuerza y la masa muscular; León coloca la técnica y el entusiasmo. Esa suma los ha convertido en una dupla ganadora, como Romario y Bebeto, Caniggia y Batistuta, Starsky y Hutch. «Uno no quiere perder contra el otro. No me gusta que él me pase. Esa competencia interna nos ayuda bastante para afrontar los campeonatos externos. Así los dos mejoramos. Sabemos que vamos a disputar una regata y por eso creemos que la rivalidad en el entrenamiento es vital», dice León, aunque su respuesta también se la podríamos atribuir a Víctor Aspíllaga. Ambos se manejan de una manera diferente pero complementaria. Sin embargo, todas las relaciones son complejas y hay que sobrellevar la convivencia. Durante las semanas de entrenamiento y concentración en las que Renzo León y Víctor Aspíllaga permanecen alejados del mundo, deben encontrar una rutina que los distraiga del rigor de la competencia. Mirar series por Internet se ha convertido en un pasatiempo. Durante los últimos Bolivarianos agotaron la última temporada de Dr. House y de Family Guy. «En otro momento un chico llevó su Play Station», recuerda Renzo. El fútbol fue su principal reto en el videojuego: Pro Evolution Soccer o FIFA 2013 trasladó la competencia al mundo virtual. En otras ocasiones —con el permiso del técnico Claudio Águila— salen y recorren la ciudad, van al cine o simplemente se conectan a Internet para conversar con los amigos y la familia. Los remeros que son la fuerza y la técnica de una sola embarcación se preparan ahora para ganar los escalones olímpicos, vencer en los Panamericanos, Pre Olímpicos y finalmente llegar a Río. Mientras tanto, Renzo León sigue aferrándose a la figura del abuelo como una fuerza mental para el éxito en este deporte. «Yo aprendí a remar contra la corriente y de él aprendí que no sería fácil», dice León, recordando aquella mañana en que elevó los brazos al cielo y dedicó la competencia a su abuelo. La técnica es también un acto de fe.


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