Memoria del Festival Internacional de Musica y Danza de Granada 2008

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FIMYD MEMORIA

2008 existía, pero ya se intuía por los salones y los pentagramas; un tiempo de burguesía melómana y de compositores que miraban al pueblo llano, y no tras las fronteras, para satisfacer los ocios de aristócratas y acomodados. Ese fue el tiempo evocado ayer por la mañana en el Hospital Real». El Festival de Música y Danza de Granada vuelve a traernos este año a un hombre excepcional, y más para nosotros, ciudadanos de Occidente. Se trata del bailarín y coreógrafo hindú Astad Deboo. En cuanto al espectáculo que presenta en el Teatro Alhambra, titulado Celebration, se nos recuerda en las notas al programa redactadas por Eladio Mateos un hecho ocurrido veinte años atrás en Calcuta: un seminario internacional dedicado a las

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relaciones en Oriente entre las técnicas de lucha y el baile. Leemos: «Fue allí donde sociedades militares de bailes rituales y compañías de danza, sacerdotes de liturgias religiosas y técnicos de la danza clásica de la India, gente del teatro y estudiosos de todo el mundo volvieron a certificar la vigencia moderna de una verdad muy antigua: que en todo el continente asiático las artes marciales han influido desde tiempos remotos en la danza y el teatro […]». Y llegamos esta noche de domingo a una de las convocatorias estelares del Festival 2008: la audición de Sinfonía Turangalîla, de Olivier Messiaen, con intérpretes igualmente remarcables: la Royal Concertgebouw Orchestra dirigida por Neeme Järvi con la participación de Jean-Yves Thibaudet (piano) y de Cynthia Millar (ondas Martenot). Las notas al programa preparadas por Luis Gago rezuman conocimiento, sensibilidad, gotas de humor y capacidad de transmisión; todo ello muy oportuno ante esta primera

audición en Granada de una obra estrenada en Boston a finales de 1949; obra, por lo demás, «exaltada, excesiva si se quiere, que no se inhibe a la hora de exteriorizar emociones, reiterarlas, volver una y otra vez sobre el mismo material temático (como el motivo del amor, que reencontramos sin cesar) o hacer suyo un tonalismo ya desdeñado en obras anteriores» por el propio Messiaen. Previamente, Luis Gago traza un intenso perfil de Messiaen, perfil que «parece corresponderse más con el de un hombre de otro tiempo, un músico de otra época: ‘Soy un compositor de la Edad Media’, llegó incluso a afirmar, y es más que comprensible que sus obras se hayan comparado con las grandes catedrales medievales. Fue un hombre de fe inquebrantable (‘nací creyente’, solía decir) en

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un siglo cada vez más secularizado y concibió su oficio a la vieja usanza, como un artesano que creía que su profesión —componer, enseñar, tocar el órgano cada domingo— era el mejor modo de honrar a Dios». Abundando en esta semblanza, recoge el autor de las notas el final de un texto escrito por el compositor Karlheinz Stockhausen en 1958, con motivo del primer medio siglo de vida de Messiaen: «Ama la tierra y aguarda el cielo. Nunca en mi presencia ha hablado despectivamente de otras personas y de su trabajo (sabe que muchos sí hablan despectivamente de él). Es siempre afable, aunque su vida personal es dura». Finalmente, la razón del título: «Turanga, así lo ha explicado Messiaen, significa movimiento y ritmo, ‘tiempo que corre, como un caballo al galope’ y ‘que fluye, como la arena en un reloj de arena’. Lîla significa juego en el sentido de acción divina sobre el cosmos, ‘el juego de creación, destrucción y reconstrucción’, así como la unión física y espiritual del amor».

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