Revista oct nº 066 oct dcccxcvipdf

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Contenido c Editorial c  Federico Leiva Paredes Director. c

 PORTADA  LAS CATEDRALES DEL MUNDO. (Jerez de la Frontera).

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 CONQUISTADORES ESPAÑOLES. (Diego Garcia de Paredes y Torres)

Colaboradores c

 Joaquín Salleras Clarió (Historiador de Fraga).  Albert Coll Vilá  Josep Ricard Vento  Juan A. Portales  Frey Jesús  Fredy H. Wompner

 LOS REYES GODOS. (Liuva y Leovigildo)  EL SANTO CÁLIZ DE VALENCIA.  LOS PAPAS DE LA HISTORIA. (S. Melquiades I)

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 El RINCON DE JOAQUÍN SALLERAS.  REYES DE ESPAÑA, DE 1474 A 1873. (2ª Casa de Austria). (Felipe II, Último).  JOYAS DEL ROMÁNICO ESPAÑOL. (San Juan del Hospital, Valencia).

Envio de artículos c  Email: revista@oct.org.es Contacto c www.oct.org.es c

 LA HUELLA DEL TEMPLE EN EL BAJO CINCA.  GRANDES BATALLAS. (Batalla de Adramitio).  LEYENDAS Y TRADICIONES POPULARES. (La Mesa de Salomón).  CONTRAPORTADA. EDITA: OCT (Orden Católica del Templo) La OCT no se responsabiliza de las opiniones o doctrinas de los autores, ni de la posible violación de autoría y originalidad de los trabajos, colaboraciones o artículos enviados a esta redacción. Los autores serán los únicos responsables de todas las cargas pecuniarias que pudieran derivarse frente a terceros de acciones, reclamaciones o conflictos derivados del incumplimiento de estas obligaciones previstas por la Ley. Reservados todos los derechos de edición, publicación y difusión.

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Catedral de Jerez de la Frontera La Catedral de la Diócesis de Asidonia-Jerez radica en la ciudad de Jerez de la Frontera se alza sobre la primitiva Mezquita Mayor de Jerez y la antigua Iglesia del Salvador; es una construcción del siglo XVII, que aúna los estilos gótico, barroco y neoclásico. HISTORIA La Catedral de Jerez es la antigua Iglesia Colegial, elevada a la dignidad catedralicia por la bula «Archiepiscopus Hispalenses» del 3 de marzo de 1980 de SS. Juan Pablo II. Tiene como titular a Nuestro Señor San Salvador, y celebra su fiesta el 6 de agosto, Transfiguración del Señor. El templo fue consagrado por el Cardenal José María Bueno Monreal el 10 de diciembre de 1978, II Centenario de la inauguración del templo. Como tal catedral del nuevo obispado asidonense jerezano fue el lugar donde se promulgó la bula de constitución de la Diócesis el 29 de junio de 1980 con la entrada del primer obispo Monseñor Rafael Bellido Caro. Ha sido también el templo donde recibió la ordenación episcopal Monseñor Juan del Río Martín, el 23 de septiembre de 2000, y lugar de numerosas ordenaciones sacerdotales y diaconales, así como de otras celebraciones importantes de la diócesis. La institución del Cabildo Colegial se remonta a la conquista cristiana de Jerez, el 9 de octubre de 1264, constando que estaba ya constituido el 23 de septiembre de 1265 en que Alfonso X el Sabio extiende en su favor el privilegio de dotación. Constaba de un abad y hasta diez canónigos en el curso de su historia. Un cardenal y varios obispos fueron anteriormente miembros del Cabildo, y otros varios por su cultura y obras de beneficencia figuran en la historia local. Fue disuelto por la bula del papa Juan Pablo II (26 de mayo de 1984) para dar paso al nuevo Cabildo Catedral, que consta de doce canónigos que ejercen los diferentes oficios propios del Cabildo. El Cabildo Colegial acometió el 9 de mayo de 1695 animosamente la obra de un nuevo templo, cuya traza todo indica se le encargó al maestro mayor de obras de Jerez, Diego Moreno Meléndez (+ 1700). La obra se prolongó a lo largo de más de ochenta años, llevándose adelante gracias a la enorme y meritoria dedicación y

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sacrificios de los canónigos, y siendo costeada con los bienes del Cardenal Arias y luego con sustanciosa ayuda real y papal, hasta que la totalidad del templo se bendijo el 6 de diciembre de 1778, habiéndose puesto al culto la mitad del templo el 16 de junio de 1756. Directores de las obras fueron los maestros Ignacio Díaz de los Reyes (+ 1748), Juan de Pina (+1778) y Miguel de Olivares, que actuó bajo las órdenes de Torcuato Cayón de la Vega. Del templo anterior, derruido en 1695, solamente queda la torre. Se quería una iglesia grande y hermosa, que no desdijera de las que ya había en la Ciudad como San Miguel y Santiago, y fuera digna de ser algún día catedral. En 1580 y en 1781 se elevaron a la Corona peticiones desde Jerez para la constitución en la ciudad de un nuevo obispado. Pero no fue hasta 1980 que el viejo deseo pudo alcanzarse. El templo es una construcción de estructura gótica, con planta de salón, cinco naves de desigual altura que se apoyan por el exterior en contrafuertes y arbotantes, y una nave transversal, en cuyo encuentro con la nave mayor se alza una airosa cúpula. Los arcos son de medio punto, no ojivales, y las bóvedas son de arista, construidas las de la nave central y el crucero en piedra labrada y muy ornamentada, mientras que las de las naves laterales son de rosca de ladrillo y sin adornos. Propiamente no tiene más capilla que la del Sagrario, de estilo neoclásico. La fachada principal ostenta una triple puerta, y está adornada con imaginería y motivos barrocos, como asimismo las dos puertas laterales, llamadas de la Visitación y la Encarnación. Tras el Concilio Vaticano II se hizo una obra interior de adaptación, que posteriormente ha sido modificada para darle mayor amplitud al espacio celebrativo y facilitar la participación de los fieles. Se hallan en el interior algunos cuadros e imágenes de verdadero valor artístico, entre los que citaremos el Cristo de la Viga, crucificado tardo gótico de finales del s. XV, y la Virgen Niña, de Francisco de Zurbarán, así como la Custodia procesional de plata, obra de 1951 según diseño de Aurelio Gómez Millán. Cuenta también con un órgano romántico de 1850, según proyecto de John Bishop. En el templo catedralicio tiene también su sede la Parroquia del Salvador, la primera de las parroquias de la ciudad, según consta del libro de Repartimiento de Casas del 3 de octubre de 1265.

Por F.L.P.

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Diego García de Paredes y Torres nació en Trujillo el 30 de marzo de 1468, hijo primogénito y legítimo de Sancho Ximénez de Paredes, descendiente del antiguo y noble linaje de los Delgadillo de Valladolid, y de su esposa doña Juana de Torres, noble dama trujillana del linaje de los Altamirano. En los primeros años de su infancia «criose al estruendo de las armas que veía ejercitar a su padre», infundiendo este ejercicio «tanta afición en el noble joven y tantos brios en las fuerzas, que con la edad cada día crecían», destacando desde sus inicios, pues se dice que «en sus tiernos años vencía a todos los de su edad». Además de practicar estos juegos físicos y militares, Diego García aprendió a leer y escribir, algo inusual en la época para alguien que no se había criado en la Corte, y más aún para un joven inclinado al oficio de las armas. La participación de Diego García de Paredes en esta guerra es bastante dudosa, principalmente por falta de datos fidedignos durante su primera juventud. El escritor y biógrafo Miguel Muñoz de San Pedro niega rotundamente en su obra cualquier intervención del extremeño en esta campaña, afirmando que permaneció en Trujillo al cuidado de su madre viuda y de sus hermanos más pequeños hasta 1496. Sin embargo, algunos autores aseguran que siguió a las tropas castellanas de Isabel la Católica a la Guerra de Granada, participando desde 1485 hasta el asedio y toma final en 1492, convirtiéndose en uno de los paladines cristianos del final de la Reconquista; en el año 1485 se hallaría en la entrega de la ciudad de Ronda, una de las principales fortalezas del Reino de Granada y más tarde, en 1487, en la toma de la ciudad de Vélez-Málaga. El 20 de abril de 1491, los Reyes Católicos sitiaron la ciudad de Granada: el largo cerco duro ocho meses, hasta que el 2 de enero de 1492 cayó el último bastión musulmán en España. Este gran suceso impresionó a toda la Cristiandad y vino a consolar la caída de Constantinopla en 1453. La información fiable sobre la vida de Diego García de Paredes comienza en 1496, tras el fallecimiento en Trujillo de su madre, doña Juana de Torres. Libre de lazos familiares (Sancho de Paredes, el padre, había fallecido en 1481), su espíritu aventurero le llevó a la Italia del Renacimiento.

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Diego desembarcó en Nápoles a finales de ese mismo año, acompañado de su medio hermano por vía paterna, Álvaro de Paredes. Sin embargo, la guerra por el reino napolitano entre españoles y franceses había cesado recientemente, y ante la falta de jornal para subsistir, ambos hermanos viajaron a Roma para servir al Papa. Durante un breve periodo, por escasez de sueldo, se ganaron la vida junto a otros españoles buscando ventura de enemigos, duelos nocturnos en las calles y suburbios de Roma, tras los cuales despojaban a los oponentes de sus capas, la prenda de vestir más valiosa de la época, que luego vendían en el mercado clandestino de Nápoles. Diego no quería llevar esta vida deshonrosa para un hidalgo, y decidió darse a conocer a un pariente suyo en el Vaticano, el cardenal Bernardino de Carvajal, quien mejoró notablemente su situación social. El Papa Alejandro VI no necesitó demasiadas recomendaciones: durante uno de sus ratos de ocio en los alrededores del Vaticano, el Pontífice observaba a los españoles que estaban a su servicio practicar el juego de lanzar la barra, uno de los deportes de la época, cuando una comitiva papal de italianos recelosos provocó una disputa. Diego García, armado solamente con la pesada barra de hierro, destrozó a todos sus rivales, que habían echado mano de las espadas, «matando cinco, hiriendo a diez, y dejando a los demás bien maltratados y fuera de combate». Alejandro VI, asombrado por la fuerza del extremeño, nombró a Diego guardaespaldas en su escolta. Como jefe de la guardia Papal del Castillo Sant'Angelo, Paredes estuvo presente en Roma el 14 de junio de 1497, cuando el cadáver de Juan de Borja y Cattanei, hijo del Papa Alejandro VI, apareció cosido a puñaladas en las aguas del Tíber. Roma, convulsionada entonces por las profecías apocalípticas del monje Girolamo Savonarola, hervía de siniestros rumores, miedos y murmuraciones. Diego fue uno de los españoles que durante esas fechas estuvieron con los ánimos encendidos, prestos a empuñar sus enormes mandobles, buscando a los culpables de un crimen que ha quedado para siempre en el misterio. Ese mismo año, una facción de los nobles de Italia, encabezados por los Orsini (inducidos por el cardenal Juliano della Rovere), habían tomado las armas contra Alejandro VI. Su hijo, César Borgia, emprendió la destrucción de aquellos tiranos, y concibió el gran proyecto de la unidad de Italia bajo el poder del Soberano Pontífice: gran ocasión para que García de Paredes emplease su denodado arrojo. Como capitán de los Borgia intervino junto a las tropas españolas al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba en la captura del corsario vizcaíno Menaldo Guerra, que se había apoderado del puerto de Ostia bajo bandera francesa, se encargó de tomar Montefiascone (donde demostró sus fuerzas descomunales al arrancar de cuajo las argollas de hierro del portón de la fortaleza para dar entrada al ejército pontificio) y participó en la campaña contra los Barones de la Romaña: conquistas deI Mola, diciembre de 1499, y Forlí, enero de 1500, defendida heroicamente por Catalina Sforza. En estas acciones coincidió con otros capitanes españoles al servicio de los Borgia, como Ramiro de Lorca, Hugo de Moncada o Miquel Corella (Micheletto). Por estas fechas, se vio involucrado en uno de sus famosos lances de honor: el desafío se produjo con un capitán italiano de los Borgia, llamado Césare el Romano. El duelo se celebró en Roma y acabó con la victoria de Diego, que no tuvo piedad y cortó la cabeza a su enemigo «no queriendo entenderle que se rendía». Sin embargo, el muerto debía ser personaje de importancia y el suceso produjo gran revuelo en el Vaticano, trayendo como consecuencia el cese de García de Paredes en el mando de su Compañía y su posterior encarcelamiento. Diego García logró fugarse del ejército Papal y pasó a servir como mercenario del Duque de Urbino, enemigo de los Borgia, ayudándole a conservar sus posesiones. Después de la guerra de la Romaña, como de momento no podía volver con el Pontífice ni había tropas

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españolas a las que incorporarse, durante un tiempo pasó a servir como condotiero a sueldo de la poderosa familia italiana de los Colonna, bajo las órdenes de Prospero Colonna. De nuevo bajo las banderas de España, Diego García de Paredes sirvió a las tropas del Gran Capitán en el asedio de Cefalonia, en Grecia, ciudad que había sido arrebatada recientemente por los turcos a la República de Venecia. Setecientos jenízaros defendían aquella fortaleza situada sobre una roca de áspera y difícil subida. Españoles y venecianos sufrieron cerca de dos meses todo género de penalidades en aquel sitio sin poder rendirla. Los turcos tenían entre sus armas ofensivas una máquina provista de garfios que los españoles llamaban «lobos», con los cuales aferraban a los soldados por la armadura y levantándolos en alto los estrellaban dejándolos caer, o bien, los atraían hacia la muralla para matarlos o cautivarlos. Diego García, como siempre en primera línea de combate, fue uno de los hombres que de esta manera fueron llevados al muro, donde le echaron los garfios, y tras luchar en fuerzas con el artilugio para no ser sacudido al suelo le subieron encima de la muralla. Paredes realizó entonces la primera de sus grandes gestas, coincidentemente consignada en las crónicas de su tiempo. Conservando espada y rodela, puso pie sobre las almenas, y una vez abierto el artefacto quedó en libertad de acción para comenzar una lucha que parece increíble y es, sin embargo, completamente cierta: con una violencia desenfrenada empezó a matar a los turcos que se acercaban para derribarle, y ni la partida encargada de dar muerte a los prisioneros ni los refuerzos que llegaron pudieron rendirle; refuerzos y más refuerzos vinieron contra él, estrellándose ante la resistencia del hombre de energías asombrosas, a quien «parecía que le aumentaba las fuerzas la dificultad». Resistió heroicamente en el interior de la fortaleza haciendo «cosas tan dignas de memoria defendiéndose varonilmente que nunca le pudieron rendir»; los musulmanes, «que muertos muchos perdían la esperanza de sujetarle», solo le pudieron capturar cuando «la fatiga del cansancio y hambre, después de haberse defendido durante tres días, le rindió». Aquella lucha titánica fue algo sobrenatural, y ante semejante muestra de coraje los turcos respetaron su vida y le tomaron prisionero esperando obtener por su rescate mejores condiciones en caso de rendir Cefalonia. Restablecidas sus fuerzas, Diego esperó hasta que se inició el asalto final por parte de sus compañeros, momento que aprovechó para escapar de su prisión «a pesar de sus guardas» (Según la tradición popular, Diego arrancó las cadenas de su prisión, echó abajo las puertas del calabozo y arrebató el arma a los centinelas después de acabar con ellos; de una forma u otra, lo cierto es que no fue rescatado y consiguió liberarse de su propia mano ) y colaboró en el ataque hasta que se tomó la fortaleza, haciendo «tal estrago en los turcos» que «despedazó tantos como el ejército había acabado». Fue aquí, en las murallas de Cefalonia, donde comenzó realmente la leyenda de Diego García de Paredes: la pujanza de un hombre de fuerzas increíbles resistiendo tres días contra una guarnición de soldados turcos sólo pudo encontrar semejanza en

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los relatos de las hazañas de Hércules y Sansón; con ellas lo ligó el comentario de la tropa, siendo conocido a partir de ese momento entre los soldados españoles como El Sansón de Extremadura, el gigante de fuerzas bíblicas, y por aliados y enemigos como El Hércules y Sansón de España. De vuelta a Sicilia, el ejército español quedó temporalmente inactivo. Acostumbrado a la inquieta vida guerrera, Diego García se incorporó de nuevo a los ejércitos del Papa a principios de 1501, pues César Borgia acababa de retomar su empresa de la Romaña. La aureola de héroe alcanzada en Cefalonia valió el olvido de lo pasado, y César le nombró coronel en su ejército, participando en las tomas de Rímini, Fosara, en los Apeninos, y Faenza, conquistas donde ganó nuevos laureles al servicio de los Borgia: «un hombre de armas español de los del Duque, varón de muy gran fortaleza y ánimo, al cual llamaban Diego García de Paredes...arremetió como un león denodado con su espada y lanzose en medio de las fuerzas de los enemigos dando voces...haciendo cosas dignas de eterna memoria». La campaña se cortó bruscamente, regresando Diego a Roma, donde César era requerido a causa del inesperado giro de los asuntos de Nápoles. Tras el cese de las hostilidades, se avenía mal el vigor, el ardor y el ansia de pelear que sentía Paredes en su pecho con la vida tranquila y acomodada de la Ciudad Eterna. A finales de 1501 comenzó la segunda guerra de Nápoles entre el rey Fernando el Católico y Luis XII de Francia por el dominio del Reino napolitano. Diego abandonó inmediatamente Roma para incorporarse a los ejércitos de España. En esta guerra, bajo las órdenes del Gran Capitán, alcanzó su apogeo como soldado, causando verdaderos estragos entre los franceses, quienes le «temían por hazañas y grandes cosas que hacía y acometía», y asombrando a sus contemporáneos con sus hechos de armas. El Sansón español se cubrió de gloria en los campos de Italia y luchó heroicamente en las memorables batallas de Ceriñola y Garellanoen 1503. Durante una de las fases previas de esta última batalla, llevó a cabo la más célebre de sus hazañas bélicas, recogidas por las crónicas de la historia e inmortalizadas en su leyenda: «hecho tan verdadero, como al parecer increíble» que «acreditó tanto la fama de Diego García, que aún a la posteridad dejó la memoria de aquél tiempo». Paredes se sintió herido en el orgullo tras un reproche del Gran Capitán por una propuesta táctica del extremeño, y cegado por un arrebato de locura, presa de uno de sus famosos humores melancólicos, se dirigió con un montante a la entrada del puente del río Garellano, desafiando personalmente a un destacamento del ejército francés (La tradición cita 2.000 hombres de armas, cifra aparentemente exagerada por la imaginación popular, pero aceptada tanto por José de Vargas Ponce como por Miguel Muñoz de San Pedro). Diego García de Paredes, blandiendo con rapidez y furia el descomunal acero, se abalanzó en solitario sobre sus enemigos y comenzó una espantosa matanza entre los franceses, que solamente podían acometerle mano a mano por la estrechez del paso, ahora repleto de cadáveres, incapaces de abatir al infatigable luchador español, firme e irreducible, sin dar un paso atrás ante la avalancha francesa. Las palabras del Gran Capitán le quemaban, generando en él esta locura heroica: «Con la espada de dos manos que tenía se metió entre ellos, y peleando como un bravo león, empezó de hacer tales pruebas de su persona, que nunca las hicieron mayores en su tiempo Héctor y Julio César, Alejandro Magno ni otros antiguos valerosos capitanes, pareciendo verdaderamente otro Horacio en su

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denuedo y animosidad» Ni franceses ni españoles daban crédito a sus ojos, comprobando como García de Paredes se enfrentaba en solitario al ejército enemigo, manejando con ambas manos su enorme montante y haciendo grandes destrozos entre los franceses, que se amontonaban y se empujaban unos a otros para atacarle, pero «como Diego García de Paredes estuviese tan encendido en ira...tenía voluntad de pasar el puente, a pelear de la otra parte con todo el campo francés, no mirando como toda la gente suya se retiraba, quedó él solo en el puente como valeroso capitán peleando con todo el cuerpo de franceses, pugnando con todo su poder de pasar adelante». Acudieron algunos refuerzos españoles a sostenerle en aquel empeño irracional y se entabló una sangrienta escaramuza. Al fin, dejando grandes bajas ante la aplastante inferioridad numérica y el fuego de la artillería enemiga, los españoles se vieron obligados a retirarse, siendo el último Paredes, que tuvo que ser «amonestado de sus amigos, que mirase su notorio peligro». «Por su fuerza y valor salió del poder de los franceses, que aquél día le pusieron en muy gran peligro la vida, y cierto nuestro Señor le quiso favorecer y guardar aquél día en particular...librándole Dios su persona de peligro»; «Túvose por género de milagro, que siendo tantos los golpes que dieron en Diego García de Paredes los enemigos...saliese sin lesión». Citan las Crónicas del Gran Capitán que «entre muertos a golpe de espada y abnegados en el río fueron aquél día más de quinientos franceses» La fuerza, la destreza y la valentía de Diego García de Paredes, ya extraordinariamente admiradas, llegaron en estos momentos a cotas difíciles de igualar. El 11 de febrero de 1504 terminaba oficialmente la guerra en Italia con el Tratado de Lyon. Nápoles pasó a la corona de España y el Gran Capitán gobernó el reino napolitano como virrey con amplios poderes. Gonzalo quiso recompensar a los que le habían ayudado combatiendo a su lado y nombró a Diego García de Paredes marqués de Colonnetta (Italia). Tras el final de la guerra, Diego regresó a España como un auténtico héroe, aclamado por el pueblo allí por donde pasaba. Sin embargo, fue en su patria donde se encontró con la dura realidad: la ingratitud real. A pesar de que Fernando el Católico le había entregado el marquesado de Colonnetta, Diego García, a quien nadie compraba con títulos nobiliarios, fue uno de los más fervientes defensores de Gonzalo de Córdoba dentro de la atmósfera de intrigas en la Corte, y cuando todos evitaban su cercanía, ahora que parecía caer en desgracia, llegó a defenderle públicamente desafiando ante el mismísimo rey Católico a todo aquél que pusiera en entredicho la fidelidad del Gran Capitán al Monarca. En cierta ocasión, mientras los nobles esperaban a que Fernando el Católico terminase sus oraciones, entró Paredes de forma súbita en la estancia, quien hincado de rodillas dijo: «Suplico a V.A. deje de rezar y me oiga delante de estos señores, caballeros y capitanes que aquí están y hasta que no acabe mi razonamiento no me interrumpa». Todos quedaron asombrados, expectantes ante la posible reacción del monarca por semejante osadía, pero Paredes prosiguió: «Yo, señor he sido informado que en esta sala están personas que han dicho a V.A. mal del Gran Capitán, en perjuicio de su honra. Yo digo así: que si hubiese persona que afirme o dijere que el Gran Capitán, ha jamás dicho ni hecho, ni le ha pasado por pensamiento hacer cosa en daño a vuestro servicio, que me batiré de mi

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persona a la suya y si fueren dos o tres, hasta cuatro, me batiré con todos cuatro, o uno a uno tras otro, a fe de Dios de tan mezquina intención contra la misma verdad y desde aquí los desafío, a todos o a cualquiera de ellos»; y remató su airado y desconcertante discurso arrojando su enorme guante en señal de desafío. Fernando el Católico por toda respuesta le dijo: «Esperad señor que poco me falta para acabar de rezar lo que soy obligado». El rey permaneció unos instantes en silencio, dando lugar a que los difamadores dieran un paso al frente y defendieran su honor desmintiendo las acusaciones de Paredes. Sin embargo, ninguno de los allí presentes se arriesgó a romper el tenso silencio del ambiente y enfrentarse al Sansón de Extremadura. García de Paredes decía la verdad, había ganado una vez más. Después de concluir sus oraciones, el monarca se acercó a Paredes y colocando sus manos sobre los hombros de Diego, le dijo: «Bien se yo que donde vos estuvieres y el Gran Capitán, vuestro señor, que tendré yo seguras las espaldas. Tomad vuestro chapeo, pues habéis hecho el deber que los amigos de vuestra calidad suelen hacer»; y Fernando el Católico, sólo él, porque nadie se atrevió a tocarlo, hizo entrega a Paredes del guante arrojado en señal de desafío. Cuando el incidente llegó a oídos del Gran Capitán, éste selló una amistad inquebrantable con aquél que le había defendido públicamente exponiéndose a la ira de un rey.

En 1507, para satisfacer a los nobles, Fernando el Católico le despojó del marquesado de Colonnetta. Este hecho, unido a las envidias e injusticias contra aquellos que habían derramado su sangre por la Corona en la Guerra de Italia, llevó a Diego a perder definitivamente la fe en su rey y entró en un periodo de rebeldía. Se sentía extraño en España y le era preciso desahogar el espíritu entre soledades absolutas y horizontes infinitos. Escogiendo a antiguos camaradas hizo armar carabelas en Sicilia, financiado por Juan de Lanuza, se lanzó a la aventura en el mar y ejerció durante un tiempo la piratería a lo largo y ancho del Mediterráneo: «púsose como corsario a ropa de todo navegante: y comenzaron a hacer mucho daño en las costa del reino de Nápoles, y de Sicilia: y después pasaron a Levante: y hubieron muy grandes, y notables presas de cristianos, e infieles». Paredes fue proscrito en España y llegó a ponerse precio a su cabeza, siendo perseguido por las galeras Reales estuvo a punto de ser capturado en Cerdeña. Sus acertadas correrías llegaron a ser conocidas y temidas, siendo sus

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principales presas berberiscos y franceses. Durante su fuga rebelde engendrada por la ingratitud regia, Diego García de Paredes vivió libre y dueño de sus actos la vida aventurera en el mar, en busca de un olvido que serenase su espíritu indomable. De regreso a Extremadura, el veterano héroe sintió una profunda soledad tras su fracaso matrimonial (se había casado en 1517 con la noble trujillana María de Sotomayor) y vivió en paz desde 1526 hasta 1529, cuando abandonó definitivamente Trujillo y viajó por toda Europa en el séquito Imperial de Carlos V, gran admirador del legendario guerrero, quien le nombró Caballero de la Espuela Dorada, sirviendo al emperador en Alemania, Flandes, Austria (Segundo Sitio de Viena, asediada por Solimán el Magnífico en 1532, donde las tropas imperiales no llegaron a entrar en acción ante la retirada de los turcos) y finalmente Hungría. En el año santo de 1533, tras regresar de hacer frente a los turcos en el Danubio, asistió a la reunión oficial del Emperador Carlos V y el Papa Clemente VII en Bolonia, donde, triste ironía del destino, aquel héroe invicto que burló la muerte bajo mil formas, las más terribles y violentas, durante quince batallas campales, diecisiete asedios e innumerables duelos, que fue asombro y terror de su edad, cuya fuerza no tiene parangón en la historia de la humanidad, falleciera a consecuencia de las heridas recibidas al caer accidentalmente de su caballo en un juego fácil y pueril, al intentar derrocar una débil paja en una pared compitiendo con unos chiquillos. Antes de fallecer, conocedor de que su final estaba cerca tras la fatal caída, «parece que le place a Dios que por una liviana ocasión se acaben mis días», dejó escritas sus memorias: «Breve suma de la vida y hechos de Diego García de Paredes». Cuando lavaron el cadáver antes de ponerlo en el sepulcro, se le halló todo cubierto de cicatrices, consecuencia natural de más de cuarenta años de activa vida militar dedicada al oficio de las armas. Durante su funeral en Bolonia, los soldados «le llevaron en hombros de todos, deseando cada uno hacerle estatuas con su imitación». Los restos del Sansón de Extremadura fueron repatriados a España en 1545 y enterrados en Santa María la Mayor de Trujillo, donde permanecen en la actualidad.

Por F.L.P.

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Liuva I (¿? – 572) fue rey de los visigodos (568–572), como sucesor de Atanagildo. Hijo de Liuverico, conde en 523 y 526. Consideraba que su hermano Leovigildo era la persona más adecuada para reinar, comparte con él el trono trasladándose a Septimania para evitar el avance de los francos. Tras un periodo de discusión de la nobleza, probablemente ya el mismo año del fallecimiento de Atanagildo (568) fue proclamado rey Liuva, que seguramente era el duque (dux) de la Galia Narbonense. La mala situación del reino visigodo debió ser aprovechada por los francos, cuyos reyes Sigeberto I y Gontrán I se acercaron a Arlés probablemente 569. Gontrán sitió la plaza y tras una batalla victoriosa la tomó. Liuva I asoció al trono a su hermano Leovigildo. Parece ser que entonces Liuva decidió controlar personalmente la frontera de Septimania, con el fin de evitar nuevas pérdidas, y se reservó esta provincia para sí. Tal vez también la parte de la tarraconense bajo dominio visigodo, confiando el gobierno de las otras provincias (parte de la cartaginense, Lusitania y parte de la Bética) a su hermano Leovigildo, probablemente en 569, poco después de los sucesos de Arlés. Con esta decisión por parte Liuva, se rompió la tendencia de los anteriores reyes godos, que nada más llegar al poder siempre intentaban afianzarse en él. Su misión en el norte del reino fue la de detener las incursiones francas, que con la presencia de Liuva en la zona no organizaron más intentos de conquista sobre la Septimania, quedando Leovigildo pendiente de los bizantinos que tenían posesiones en el sur y el levante de Hispania y amenazaban con intentar conquistar nuevos territorios. Liuva, con su decisión de dividir el poder, sentó las bases para una recuperación económica del reino godo, además de preparar a Leovigildo para su futuro reinado en solitario. Liuva murió probablemente en 572 y su hermano Leovigildo quedó como único rey. LEOVIGILDO Leovigildo (¿? Toledo, primavera del año 586) fue rey de los visigodos de 572 a 586. Hijo de Liuverico, conde en 523 y 526. Obtuvo el reinado después de la muerte de su hermano Liuva I. Se casó dos veces: su primera esposa fue Teodosia,

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de quien tuvo a sus hijos Hermenegildo y Recaredo I; su segunda esposa fue Gosvinta (viuda de Atanagildo). Leovigildo emprendió diversas campañas militares a lo largo de la geografía de Hispania, relatadas en la única crónica contemporánea de Juan de Biclaro, y que tuvieron por consecuencia el afianzamiento del poder del reino de Toledo. En el 581, una de estas campañas se dirigió contra los vascones, permitiendo la fundación de la ciudad visigoda de Victoriacum o Victoríaco para controlar el territorio de Vasconia. Probablemente la razón para esta campaña es que Leovigildo conocía los saqueos vascones en la zona comprendida entre el Ebro y los Pirineos. La prioridad dada a esta campaña, que coincide con el primer año de la rebelión de su hijo Hermenegildo, parece indicar que estos saqueos eran importantes. Otra explicación sería la de que los vascones, políticamente organizados desde el periodo del Bajo Imperio Romano, respondieran a los intentos de conquista y saqueos por parte de los visigodos con campañas militares de recuperación de dichos territorios arrebatados. La campaña vascona concluyó con una victoria sobre los vascones cerca del lugar donde se funda Victoriacum, posiblemente la actual ciudad de Vitoria, en los llanos de Álava, una fortaleza que permitiría controlar a la vez las montañas del Oeste de Navarra y la zona de la depresión vasca. Aunque este enclave, al igual que Oligitum, la actual Olite, parece que fuera fundado como bastión defensivo frente a los vascones, que perduraron al margen del control visigodo, en la zona montañosa, al norte de la divisoria de aguas, aunque desde Olite hasta la divisoria de aguas hay unos 60Km hacia el Norte, que incluyen Pamplona y toda su cuenca, los valles pirenaicos, Sakana y las Ameskoas, todo ello perteneciente actualmente a Navarra. Las obras de construcción de un aparcamiento en Pamplona pusieron al descubierto enterramientos visigodos que parecen demostrar los intentos de estos por controlar esta zona, aunque fuera efímeramente. El yacimiento fue completamente excavado en el curso de una obra civil y también aparecieron sepulturas islámicas y pertenecientes a vascones. De entre los 14 años de reinado de Leovigildo, en sólo uno —el 578— estuvo en paz dedicándose a la construcción de la ciudad de Recópolis. Al comienzo de su reinado, emprendió campañas contra los bizantinos, con escaso éxito. Posteriormente, derrotó las sublevaciones del sur y el norte del país, conquistando la ciudad de Amaia donde los nobles cántabros se habían refugiado, emitiendo moneda con la leyenda «Leovigildus Rex Saldania Justus». En el 576 combatió a los suevos de Galicia, pero hizo la paz con el rey Miro, la conquista definitiva no llegaría hasta el 585 con la batalla de Braga, siendo rey Andeca (o Audeca, o Odiacca). Luchó también contra los francos y en el 581 contra los vascones.

Por AML

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Tanto por los datos arqueológicos como por el testimonio de la tradición y los documentos que se poseen, es completamente verosímil que este hermoso vaso estuviera en las manos del Señor cuando la víspera de su Pasión, tomó pan en sus santas y venerables manos, y, elevando los ojos al cielo, hacia ti, Dios, Padre suyo todopoderoso, dando gracias te bendijo, lo partió, y lo dio a sus discípulos diciendo:

“Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”. Del mismo modo, acabada la cena, tomó este cáliz glorioso en sus santas y venerables manos, dando gracias te bendijo, y lo dio a sus discípulos diciendo: “Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía” (Plegaria eucarística I, Canon romano. Cf. Mateo 26-29; Marcos 14, 22-25, Lucas 22, 1520 y I Corintios 11, 23-25) El Santo Cáliz de Valencia suscita a la vez las sensaciones de admiración y escepticismo. El visitante se siente primero cautivado por la belleza del Grial, su forma perfecta y extraña, los detalles de oro y las perlas y piedras preciosas; viene también el observador con la mente llena de leyendas, películas e incluso prevenido por las novelas y la literatura pseudocientífica de temas “griálicos”. Pero también con escepticismo: ¿Cómo puede ser ese cáliz de apariencia medieval la copa de la última Cena? ¿Por qué en Valencia? ¿No será acaso uno de tantos presuntos Griales? ¿Por qué no es tan famoso como la Sábana Santa de Turín o la Túnica de Treveris? Y así tantas preguntas como escuchamos cada día en la Catedral. En realidad, la reliquia es la parte superior, que es una taza de ágata finamente pulida, que muestra vetas de colores cálidos cuando refracta la luz; es una preciosa “copa alejandrina” que los arqueólogos consideran de origen oriental y de los años 100 al 50 antes de Cristo. Ésta es la conclusión del estudio efectuado por el profesor D. Antonio Beltrán y publicado en 1960 (“El Santo Cáliz de la Catedral de Valencia”), nunca refutado, y que está en la base del creciente respeto y conocimiento del Santo Cáliz. Mucho más posteriores son las asas y el pie de oro finamente grabado, que encierra una copa o “naveta” de alabastro, de arte islámico, diferente a la copa; todo ello, lo mismo que las joyas que adornan la base son de época medieval. Las dimensiones son modestas: 17 cm. de altura, 9 cm. de anchura de la copa y 14,5 x 9,7 cm. que tiene la base elíptica. Venecia y otros lugares conservan cálices de piedras semi preciosas de origen bizantino y en España hay ejemplares similares de los siglos XI y XII, pero se trata de 14


vasos litúrgicos, engarzados en oro y plata y cubiertos de metal en su interior. Sin embargo, al componer el cáliz de Valencia, los orfebres destacaron la copa, desnuda de adornos, con grandes asas para llevarla sin tocar el preciado y delicado vaso de piedra traslúcida. La tradición nos dice que es la misma Copa que utilizó el Señor en la última Cena para la institución de la Eucaristía, que luego fue llevado a Roma por San Pedro y que conservaron los Papas sucesores a éste hasta San Sixto II, en que por mediación de su diácono San Lorenzo, oriundo de España, fue enviado a su tierra natal de Huesca en el siglo III para librarlo de la persecución del emperador Valeriano. Recomienda esta permanencia del Santo Cáliz en Roma la frase del Canon Romano mencionada antes: “Tomo este Cáliz glorioso”, hoc praeclarum calicem; expresión admirativa que no encontramos en otras anáforas antiguas, y no podemos olvidar que la plegaria eucarística romana es la versión latina de otra en lengua griega, pues ésta fue la propia de la Iglesia de Roma hasta el Papa San Dámaso en el siglo V. Durante la invasión musulmana, a partir del año 713, fue ocultado en la región del Pirineo, pasando por Yebra, Siresa, Santa María de Sasabe (hoy San Adrían), Bailio y, finalmente, en el monasterio de san Juan de la Peña (Huesca), donde puede referirse a él un documento del año 1071 que menciona un precioso cáliz de piedra. La reliquia fue entregada en el año 1399 al Rey de Aragón, Martín el Humano que lo tuvo en el palacio real de La Aljafería de Zaragoza y luego, hasta su muerte, en el Real de Barcelona en 1410, mencionándose el Santo Cáliz en el inventario de sus bienes (Manuscrito 136 de Martín el Humano. Archivo de la Corona de Aragón. Barcelona, donde se describe la historia del sagrado vaso) Hacia 1424, el segundo sucesor de Don Martín, el Rey Alfonso V el Magnánimo llevó el relicario real al palacio de Valencia, y con motivo de la estancia de este Rey en Nápoles, fue entregado con las demás regias reliquias a la Catedral de Valencia en el año 1437 (Volumen 3.532, fol. 36 v. Del Archivo de la Catedral). EL SANTO CÁLIZ EN VALENCIA Fue conservado y venerado durante siglos entre las reliquias de la Catedral, y hasta el siglo XVIII se utilizó para contener la forma consagrada en el “monumento” del Jueves Santo. Durante la guerra de la Independencia, entre 1809 y 1813, fue llevado por Alicante e Ibiza hasta Palma de Mallorca, huyendo de la rapacidad de los invasores napoleónicos. En el año 1916 fue finalmente instalado en la antigua Sala Capitular, habilitada como Capilla del Santo Cáliz. Precisamente esta exposición pública permanente de la sagrada reliquia hizo posible que se divulgara su conocimiento, muy reducido mientras permaneció reservado en el relicario de la catedral.

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Durante la guerra civil (1936-1939) permaneció oculto en el pueblo de Carlet. El Beato Juan XXIII concedió indulgencia plenaria en el día de su fiesta anual, el Papa Juan Pablo II celebró la Eucaristía con el Santo Cáliz durante su visita a Valencia el 8 de noviembre de 1982 y lo mismo sucedió con Su Santidad Benedicto XVI que celebró la Eucaristía con motivo del V Encuentro Mundial de las Familias, el 8 de Julio de 2006. ¿Es auténtico? Ya hemos dicho que la crítica negativa nos dice que ya en tiempos de Jesús era una valiosa antigüedad y hay una costumbre israelita que nos da un dato positivo importante; en efecto, todavía en la actualidad cada familia judía conserva con cariño la “copa de bendición” para las cenas pascual y sabáticas. Los evangelios nos dicen que Jesús celebró el rito pascual en una sala decorosa, amueblada con divanes (Mc 14, 15) ¿Extrañaría que la familia que lo acogió no pusiese ante el Señor la preciosa copa familiar para que pronunciase las bendiciones rituales, la última de las cuales se transformó en la primera consagración eucarística del vino en la Sangre del Redentor? Hemos visto demasiadas escenas “pobres” de la última Cena, con los discípulos sentados en el suelo y Jesús tomando en sus manos un humilde vaso de barro... pero no fue así. Así pues, los Apóstoles y los primeros cristianos pudieron identificar el vaso de la primera Eucaristía y conservarlo a pesar de su fragilidad ¿Cómo pudo conservarse intacto los primeros y azarosos mil años si no es porque lo protegía la memoria de un misterio sacratísimo? LAS LEYENDAS DEL GRIAL El tema de la búsqueda del Grial, objeto maravilloso y fuente de vida, es fundamental en la literatura medieval franco-germánica, y su origen está sobre todo en las obras de Chretien de Troyes, que dejó inacabada hacia 1190 su obra Perceval o el Cuento del Graal; aquí no se explica cuál es la naturaleza de esta joya, y fue Wolfram von Eschenbach quien le dio forma de cáliz en su poema “Perceval el Galés”. Se cree que concibió su Parsifal a principios del siglo XIII, en el Wartburg, mítico castillo, cuna de poetas y trovadores; y que lo finalizó en 1215. Allí, en este castillo, donde estos cantores al Amor, estos Maestros Cantores, cuyas tres reglas principales, Dios, su señor y la mujer amada, constituían la fuente de sus inspiraciones, compuso Wolfram su magna obra. Pues él fue el príncipe de los trovadores, la máxima figura junto a Walter von der Vogelweide y Heinrich Tannhäuser. Recientes investigadores, como Michael Hesemann (“Die Entdeckung des Heiligen Grals. Das Ende einer Suche”, Ed. Pattloch 2003), sitúan el origen de estas leyendas en España y sobre la base del Cáliz de ágata de San Juan de la Peña, y no podemos olvidar que fueron la fuente de inspiración para las grandes obras poéticomusicales de Richard Wagner “Tannhäuser”, “Parsifal” y “Lohengrin”. Pero si bien la literatura griálica medieval encontró en la búsqueda del sagrado vaso un símbolo de purificación y de renuncia para llegar a la perfección personal y a la salvación, asistimos desde hace años a la aparición novelas fingidamente históricas y a toda una literatura esotérica que hace del Grial un oscuro objeto o una tradición ocultada a través de los siglos que conservaría la auténtica esencia del cristianismo o la verdadera historia de Jesús de Nazaret. Parece que lo que no consiguió la crítica liberal y el materialismo anti-religioso, se pretendiera ahora lograr con esta pseudo divulgación para destruir la limpia fe de la Iglesia en Jesucristo el

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Señor. De este modo, la sospecha y la falsedad buscan empañar lo que fue y debería seguir siendo un icono de la cultura cristiana.

Por ello, el Cáliz, con su autenticidad arqueológica y su tradición exenta de elementos maravillosos, nos remite a la época de Jesús y nos recuerda la institución de la Eucaristía como momentos históricos que transcienden el tiempo y llegan hasta nosotros como misterio de salvación. Así lo vivimos cuando la sagrada reliquia se traslada desde su preciosa capilla, la antigua sala capitular (siglo XIV), hasta el altar mayor en la celebración de la Santa Misa en la Cena del Señor, el Jueves Santo y en la fiesta solemne del último jueves del mes de octubre. Este es el mensaje que se desea proclamar desde la Catedral de Valencia, con el apoyo de beneméritas asociaciones como la Real Hermandad y la Cofradía del Santo Cáliz que, junto con el Cabildo Metropolitano, mantienen el culto y la difusión de la devoción del Santo Cáliz, que se expresa en las peregrinaciones de parroquias y entidades religiosas y cívicas, todos las semanas, en la celebración de los “jueves del Santo Cáliz”.

Por Catedral de Valencia

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San Melquiades I San Melquiades (311-314) Nació en África. Su nombre está relacionado con el acontecimiento histórico-político más importante de la vida del Cristianismo de aquellos años: el edicto de Constantino, promulgado en Milán en el año 313, gracias al cual la religión cristiana podía profesarse libremente al igual que cualquier otra religión del imperio, sin más miedo a la persecuciones. La libertad sancionada por la ley, junto con otras ayudas ofrecidas por la autoridad imperial permitió que la religión cristiana se expandiera desmesuradamente hasta invertir las proporciones anteriores respecto a la religión pagana. Muy pronto se convirtió en religión del Estado y entró por derecho y con pleno título en la historia del mundo. A sugerirle y hacerle madurar en Constantino la idea del edicto contribuyó seguramente la madre S. Elena y la hermana S. Constancia, ya cristianas, pero incidió aún más una consideración de oportunidad política. Los cristianos ya eran demasiados y estaban presentes en todos los sectores de la vida social y política, desde los más bajos hasta los más altos. Constantino dio a Melquíades un templo de las ninfas en el palacio de los Letranes que fue transformado en baptisterio. A su lado hizo construir la basílica de S. Juan de Letrán. Melquíades murió en el año 314. Está enterrado en la iglesia romana de S. Silvestre in Capite. Al morir san Melquíades fue enterrado en el cementerio de San Calixto; fue el último de los papas en ser enterrado allí. Se le recuerda como mártir, a pesar de haber muerto en forma natural, por los sufrimientos que padeció durante el reinado del emperador Maximiano.

Por Padre Jesús

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Los días 25 y 25 de este mes tendrá lugar en la ciudad de Fraga – Huesca el I Encuentro Templario con motivo del aniversario de la reconquista de Fraga a manos del Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV y un numeroso contingente Templario. Estas jornadas estarán dedicadas en su primera parte a temas lúdicos y culturales, entre los cuales se encuentra una numerosísima procesión cívica que recorrerá la ciudad hasta llegar al punto que se hará una doble ofrenda floral en homenaje a Ramón de Berenguer IV. Habrá una conferencia donde cuatro miembros de cuatro ramas Templarias distintas nos darán su visión sobre el Temple actual. También tendremos la presentación del libro “La huella del Temple en el Bajo Cinca”, de Federico Leiva i Paredes y Joaquín Salleras Clarió. El colofón lo pondrá el día 25 en el que en un acto sin precedentes se reunirán en Capitulo las doce Órdenes del Temple más importantes y serias que hay en la actualidad.

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Templarios en Mequinenza La temprana concesión del castillo de Monzón a la Orden Templaria, -concesión del conde Ramon Berenguer IV en 1143-, permitirá configurar en años siguientes lo que había de ser la encomienda Templaria de Monzón, constituida por Ontiñena (Ontinyena), Monegros (Montuna?), Chalamera (Xalamera), Torre de Cornel, Ballobar (Vallobar), Ficena y Orsuyera (fundando con ellas Bell-Veer de Cinca en 1240), Calavera, Ripol (Ripoll) y Santa Lezina. Es decir, no incluía en dicha encomienda a Mequinenza, que con otros muchos lugares constituyó parte de la encomienda de MIravet, integrada la villa y término a la veguería de Lleida. La llegada de los Templarios a Mequinenza es similar a la de otros lugares: por concesión del citado conde, que se había reservado el quinto de todas las conquistas en la llamada Catalunya Nueva, es decir, entre el Llobregat y el Cinca-Segre. Habiendo conquistado en 1148 la ciudad de Tortosa, concedió a la orden del Temple el quinto tal como les había prometido. Del mismo modo hizo al año siguiente, 1149, con las conquista de Lleida, Fraga y Mequinenza, como principales plazas de frontera o la alTagr musulmana. La concesión de lugares y castillos en la ribera del Ebro a los Templarios lleva una fecha documental: 1153, siendo la Orden del Templo de Jerusalén generosamente recompensada por sus intervenciones, y en recompensa al quinto prometido por la presencia de sus mesnadas. El Maestre Pedro de Rovera aceptará de manos del conde Ramón Berenguer IV de Barcelona el castillo de MIravet, y los de Algars, Batea, Corbera, Gandesa, Pinell, Rasguera, y diversas propiedades, heredades y términos en Mequinenza, Flix, García, Mora, Tivisa y otros, integrándolos todos en la encomienda de Miravet, que comprendía un extenso territorio desde Mequinenza hasta Benifallet y Tortosa. Con la creación de la encomienda de Miravet hallamos a los Templarios tomando posesión de algunas heredades en Mequinenza. Sin embargo, Mequinenza se hallaba en el límite de las posesiones de MIravet con las de Gardeny. La concesión de casas y tierras de Mequinenza a la Orden del Temple es indiscutible. Como también lo es la cesión de esas propiedades integradas a la encomienda de Miravet. Así puede deducirse de la citada concesión de 1153 “...a Mequinensa mea bona heretat… els ho dono i firmement alabo, per la cinquena part que és d’ells i la meva donació que es pertoce (sic) de tota aquesta Ribera [de l’Ebre], és a saber, de Mequinensa fins a Benohamet (Benifallet) fins el terme de Tortosa…”

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Documento firmado por el conde y el Maestre Pedro Rovera, y algunos caballeros que protagonizarán no pocas historias y que debemos tener presentes: Arnal Mir de Pallars [señor de Fraga], Guillem de Castellvell, Albert de Castellvell, Guillem de Castellvell de Macip, Berenguer de Munells, Ramon del Puig-Alt, Berenguer de Torre-Grosa, Arnau de Lerç, Ramón de Vila de Muls i Pere del Puig-Alt. Es el caso de Guillem de Castellvell quien consiguió que una nieta, Saurina, cediera a su yerno Guillem de Cervera la entrada al señorío de Mequinenza y otros muchos lugares de las riberas del Cinca, Segre y Ebro. Creemos que es conveniente para nuestro propósito recordar la constitución de la encomienda de Gardeny. Gardenye comenzó a confirguarse como las demás encomiendas citadas a raíz de las intervenciones de los Caballeros del Templo de Salomón en la campañas de la conquista de Lleida, o sea, en 1149. Ese mismo año perciben la concesión del término y fortaleza de Gardeny, -situado sobre un montículo cercano a la ciudad de Lleida- en compensación al quinto prometido a dichos caballeros. Sin embargo, no aparece constancia del primer comendador de Gardeny hasta 1156, en la persona de fr. Pere de Cartellà, Gardeny ampliaria sus posesiones con sucesivas donaciones de lugares y heredades comprendidas entre la Ribera del Segre hasta la ribera del Cinca. Si hacemos hincapié en las del Cinca, vemos que por la margen izquierda obtuvieron: Rafales (Rafals), Valonga (Vallonga), Alcorn, Encinacorba, Almudáfar, Almunia de Cases Noves, Vencillón, Torrelles, Osso de cinca, Zaidín (Çaydí), Fraga, Atxón (después conocido como Avin Camet). Y por la margen derecha: Borxilxaref (¿Bujaraloz?), Velilla de Cinca (Villella), Torrente de Cinca, Val de Orrios y tierras en Mequinença. Más tarde, el rey Alfonso II de Aragón (1162-1196), marqués de la Provenza, concedió al Hospital del Santo Redentor de Teruel (Orden de Alfambra, Montegaudio, Montgay o Montfraga) una casa sarracena en la villa de Mequinenza. Propiedad que pasaría a los Templarios con la disolución de aquella orden. También algunos nobles cedieron lugares a la Orden. Propiedades que iban integrándose a la encomienda más cercana. Es el caso de la donación hecha por Guereau de Jorba, hermano de Guillem de Cervera, quien junto a sus esposa Saurina, y su hijo Guillem de Alcarrás cedieron a la orden en 1179 una torre cercana a Castelldasens: “…unam turrem que est intra Ilerda et Castellum de Asinis[orum]”. A la exención de peajes en los lugares de lribera del Ebro, y Torosa concedida por Armengol, conde de Urgel en 1189, en la misma forma que había concedido a la villa de Mequinenza. A medida que vamos descubriendo nuevos datos históricos, se nos permite comprender la complejidad de las relaciones en territorios en formación. Viene a cuento, porque en 1192, el rey de Aragón, el citado Alfonso II, confirmaba las donaciones de Mequinenza en favor del conde de Urgel, señalando que Mequinenza y su término se hallaba en la veguería de Lleida. En la misma fecha le concedía en feudo los lugares de Aitona (Itona), Gebut (Ajebut) y Albesa a cambio del quinto de sus derechos sobre Lérida que traspasaba a la Orden del Temple, y en consecuencia, a la encomienda de Gardeny. Lamentablemente desconocemos todavía muchas cosas de los siglos XII y XIII, pero a partir de 1273, momento que corresponde al señorío de Berenguerona de Montcada, como señora de Mequinenza, se producirán las primeras fricciones con los Templarios de la Ribera del Ebro. Creemos que por razones de herencias y posesiones. Pues casada dicha dama en primeras nupcias con Guillem de Entenza, hijo de Berenguer de Entenza, los hallamos enfrentados bélicamente con los

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Templarios. Los Caballeros de la Orden del Temple se vieron obligados a abandonar la villa, que no sus posesiones en ella. Elisabet de Queralr y su hija Berenguerona de Entenza tuvieron que enfrentarse a las múltiples fricciones. No sólo con los Templarios, opuestos a los Montcada, sino también contra diversos parientes que aspiraban a las posesiones de las dos damas, madre e hija. Inclusive al intento de cobrar peajes por la Ribera o en Mequinenza de la que estaban exentos por concesión del conde de Urgel. Las fricciones nobiliarias se agravaron entre los años 1279 y 1280. No debemos descartar que una de las causas de dichas fricciones fuera la presión real por recaudar impuestos en esos dos años, para las campañas del monarca. Los señoríos de endeudaron temporalmente. Era el caso de los Entenzas, Montcadas, Cerveras, Cardonas y de los mismos Templarios. A este respecto se refiere el documento conservado en el Archivo de la Corona de Aragón, datado en Valencia el 13 de julio de 1279, dirigido al veguer de Lleida para obligar a recoger lezdas y peajes, eximiendo no obstante a lugares como: “Rafals, Alcolea, Vallcarca, en el Cinca; y a los de Mequinenza, Flix y Castroserano, en el Ebro”. Los de Mequinenza se empeñaron en cobrar el paso a los hombres del Temple, o a los vecinos de Ribarroja (Ribarroya) debiendo intervenir repetidamente las autoridades de Lleida.

Los conflictos nobiliarios se agudizaron: era el caso del noble Berengueró de Entenza, hijo segundo de Berenguer de Entenza, y hermano de Guillem de Entenza, primer marido de la dicha Berenguerona. Sabemos que el dicho Berengueró fue acusado de promover daños contra los Montcada y contra los templarios. Uno de los muchos actos cometidos por este caballero y su séquito fue el rapto de numerosos vecinos de Barruç, lugar cercano a Ribarroya, transportándolos detenidos a Mequinenza, donde les retuvo hasta que le ofrecieran un rescate de 100 sueldos jaqueses cada uno. El hecho fue considerado gravísimo, si se tiene en cuenta que el castillo de Mequinenza estaba bajo el dominio de Elisabet de Queralt, esposa de Guillem Ramón I de Montcada. Villa y castillo que era pretendido por los Entenzas, por razón de matrimonio, con su hija. Las levantiscas intervenciones del dicho Berengueró en el lugar de Serós, provocaron la intervención del caballero Ramón de Claramunt, reclamándole la restitución de 300 cabezas de ganado que había tomado. Las fricciones no cedieron en años sucesivos. En ese sentido cobra relevante protagonismo el documento rescatado especialmente para este artículo, dirigido por el rey al veguer de Lleida Guillem de Cort:

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Salut i afecte. Varem escriure al venerable mestre del Temple a causa del diner cobrat per els lleuders d’Ascó als homes de Mequinença que diuen s’els exigeix la lleuda. Sapigueu que s’ha de restituir als esmentats homes, i els esmentats lleuders han de renunciar a nous pagaments perqué el noble Guillem Ramon de Montcada afirma estar en el seu dret en lo esmentat. Manem que els lleuders retornin els diners i que sigui portat a terme. Dat a Valencia 15 kalendas de març any 1281. (ACA, C. reg. 50, fol. 152v) El transporte por el Ebro, actividad en auge en esas fechas, había llegado a un callejón sin salida. Todos los pueblos exigían papeles que demostraran la libertad de peajes, y las tensiones parece que siguieron incrementándose, especialmente cuando fue nombrado Maestre de la Milicia en Aragón y Cataluña fr. Pedro de Montcada. El maestre empezó por reclamar las casas y heredades que la orden poseía en Mequinenza. En ese sentido debe entenderse otra carta dirigida al bayle y a los hombres de Mequinenza, datada en Lérida el 7 de septiembre de 1281, por la que el rey hace saber que los frailes del Temple tienen y deben tener en Mequinenza casas y heredades francas y libres con sus habitantes en ellas, que los Templarios aseguraban ser de su contribución. En oposición a la solicitud, los hombres de Mequinenza afirmaban que los hombres de dichas heredades o casas debían pagar en su favor. Es el momento que empieza a intervenir el Justicia de Aragón, Pedro Martín de Artasona, a solicitud de los de Mequinenza, reclamando les defienda dicha institución por estar regidos a Fuero de Aragón. La pertenencia a la veguería de Lleida quedaba cuestionada, pues tenía su propia justicia en el veguer. Un pleito entre los Templarios y los hombres de Mequinenza fue abierto en 1282. El enfrentamiento de Guillem Ramón de Montcada en defensa de sus intereses feudales no le importó enfrentarse a su pariente el maestre fr. Pedro de Montcada. A este respecto conocemos una sentencia dictada por el infante Alfonso obligando treguas entre Templarios y Montcadas, según se desprende de la siguiente carta datada en 17 de junio de 1284, escrita por Pedro Anzano: “Ara oiats quan fa saber lo Senyor Infant Nanfons que él a dades treues e seguretats a Pere de Monchada e a tots sos valedors daçi a Sent Michel, i que sil Senyor Rey era en la ciutat de Leyda dins aques temps, que la treva e la seguretat dur tro aquel dia quel Senyor Rey sia en leyda, E puys, per .I. mes. E es a saber, que la forma de la treva e de la seguretat es aytal: quen Pere de Monchada nin valedors ni homes seus ni de sa companya no entren en Leyda dins lo temps damunt dit, e quels prohomens de la ciutat puguen anar segurament per los camins e per les aigues. Sabiau que no entren en les viles de la Ribera de Torres tro a Michinensa, aquels homens den Pere de Monchada pusquan anar segurament per los camins, empero laygua. Sabien que no entren en la ciutat de Leyda ni al terme. E nengú açó vingues, sepia ben de veritat que serà pres, axi matex aquel qui osia trencar lo manament del Senyor Infant Namfos. (ACA, ACA, C, reg. 62, fol. 72v) El pacto entre Templarios y Montcadas se produjo a finales de febrero de 1285. El monarca Pedro III de Aragón (1276-1285), recibía en Zaragoza a Berenguer de Entenza, como procurador de Elisenda Queralt de Montcada, viuda del noble Guillem

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Ramon I de Montcada. En dicho encuentro, el citado noble manifestaba que Elisenda era madre e institutriz de Berenguerona, y por lo tanto, debía mantener la posesión de los castillos de Serós y Mequinenza. Acordaron que no debía hacerse daño ni mover guerra contra fr. Pedro de Montcada, Maestre Templario, ni a sus valedores, ni contra dichas damas. La tutela real sobre Berenguerona y su madre fue reconocida y confirmada por el nuevo veguer de Lérida, Bernardo de Pontpaó, en documento sellado en Lérida, ese mismo mes y año. Pero las disputas continuaron por los derechos de las propiedades Templarias en Mequinenza (Miquinenza). Así se desprende de la documentación de los años 1285 y 1286. Las intervenciones del nuevo veguer de Lleida, Guillem de Redorta, entre Montcadas, Entenzas y templarios, así lo confirman. Creemos que el fin de la posesión Templaria en Mequinenza se produjo en 1294. Coincide con la pérdida de las posesiones de Fraga a favor de Guillermo de Montcada, señor de dicha villa, que permutó sus derechos en Tortosa, por los lugares d Ballobar y Zaidín y las posesiones Templarias en el término de Fraga. Para el caso del fin Templario en Mequinenza debemos relacionarlo con el caballero Berenguer de Puigvert, alcaide del castillo de Mequinenza, en nombre de los Montcada, que creemos se casó con la noble viuda Elisenda o Elisabet de Queralt en el año 1293, o poco antes. Por razón de este matrimonio, el dicho Berenguer de Puigvert se convirtió en señor temporal de la villa de Mequinenza. En el breve señorío de este noble, pues duró solo dos años, los hombres de Mequinenza presentaron una queja ante el veguer de Lérida, protestando del nuevo Maestre de la Milicia de Temple, fr. Berenguer de Cardona, quien exigía a su favor la leuda de Mequinenza. Inclusive el maestre detuvo a varios vecinos de Mequinenza, reteniéndoles hasta la satisfacción de dicho impuesto. Los de Mequinenza alegaron de nuevo estar exentos de pago, y, por lo tanto, no debían satisfacer impuestos alguno a los Templarios. El rey Jaime II (1291-1327) mandó al maestre que librase de inmediato a los rehenes y devolviese las fianzas tomadas sobre el castillo de Mequinensa. Para zanjar la cuestión deducimos que el rey ofreció a los templarios otras compensaciones para que abandonaran definitivamente las pretensiones sobre Mequinenza, abandonando sus posesiones en dicha villa. En tanto no se confirme este dato, que creemos vinculado con la petición para que no abandonaran Fraga, señoreada por los Montcada, debemos entender que, en cualquier caso, el definitivo fin Templario en Mequinenza se produjo con la sentencia de Tarragona de 1309, por la que se pidió a los Templarios de Cataluña y Aragón su disolución. Las reticencias a cumplir la orden, por parte de las encomiendas de Miravet, Gardeny o Monzón, no impidió el abandono de todas sus posesiones a favor del monarca y de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén.

Por Joaquín Salleras Clarió

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…CONTINUACIÓN Los Países Bajos fueron dejados a Felipe II en herencia por su padre, Carlos I, en unión del Franco Condado, para que España, la nación más poderosa del mundo, defendiera al Imperio de Francia. Por esta razón, era un punto a la vez estratégico y de debilidad para Felipe II. Estratégico pues a mediados del siglo XVI Amberes era el puerto más importante de Europa del norte, que servía como base de operaciones a la armada española, y un centro donde se comerciaba con bienes de toda Europa y se vendía la lana castellana. Lana, de oveja merina, procesada en los Países Bajos que, vendida a precios razonables, llegaría manufacturada a España, con el correspondiente valor añadido, pero menor que si hubiera sido manufacturada en la península puesto que allí la mano de obra era más barata. Una debilidad, pues para los Países Bajos no sólo supuso un cambio de rey sino también un cambio de «dueño», pasaron de formar parte de un imperio a formar parte del reino más poderoso de la época. A diferencia de Castilla, Aragón y Nápoles, los Países Bajos no eran parte de la herencia de los Reyes Católicos, y veían a España como un país extranjero. Así lo sentían los propios ciudadanos de los Países Bajos, pues veían, a diferencia de Carlos I a un rey extranjero (nacido en Valladolid, con la Corte en Madrid, nunca vivía en aquellos territorios y delegaba su gobierno). A esto hay que añadir el choque religioso que se estaba gestando dentro de Flandes, y que sería azuzado por la posición de Felipe II en el plano religioso, las guerras de religión volvían al corazón de Europa después de la Guerra de los Treinta Años. Gobernados por su hermana Margarita de Parma desde 1559, se encaró a los nobles rebeldes que pedían una mayor autonomía y a los protestantes que exigían el respeto a su religión dando inicio a la Guerra de los Ochenta Años. Sin embargo, Felipe II era de otra opinión. El rey quería aplicar los acuerdos tridentinos, como había exigido a Catalina de Médicis en Francia contra la nobleza hugonota francesa. Al conocer en los Países Bajos la decisión de aplicar los acuerdos tridentinos, las mismas autoridades civiles se mostraron reacias a aplicar las penas dictadas por los inquisidores y, fruto de un gran malestar, comenzó un ambiente de revolución. La baja nobleza se concentró en Bruselas el 5 de abril de 1566 en el palacio de la gobernadora, siendo despreciada como mendigos, adjetivo que tomarían los siguientes nobles en sus reivindicaciones, vistiéndose como tales. Los miembros del compromiso de Breda mandaron a Madrid a Floris de Montmorency, Barón de Montigny, y luego al Marqués de Berghes, que ya no volverían.

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Tras aumentar la tensión y los conflictos en Amberes, la gobernadora pidió al Guillermo de Orange que pusiera orden, aceptando éste de mala gana pero pacificando la ciudad. El Príncipe de Orange, el Conde de Egmont y el Conde de Horn volvieron a pedir a Margarita de Parma más libertad. Ella se lo hizo saber a su hermano, pero Felipe II no cambiaba de opinión y avisaba de sus intenciones al Papa: [...] podéis asegurar a Su Santidad que antes de sufrir la menor cosa en perjuicio de la religión o del servicio de Dios, perdería todos mis Estados y cien vidas que tuviese, pues no pienso, ni quiero ser señor de herejes [...] Antes de que llegaran estas noticias, el 14 de agosto un grupo de incontrolados calvinistas asaltó la principal iglesia de Saint-Omer. Le siguió una rebelión generalizada en Ypres, Courtrai, Valenciennes, Tournai y Amberes. Felipe II recibió a Montigny y le prometió convocar al Consejo de Estado de España. El 29 de octubre de 1566, el rey convocó a los consejeros más allegados: Éboli, Alba, Feria, el Cardenal Espinosa, don Juan Manrique y el conde de Chinchón, junto con los secretarios de Estado Antonio Pérez y Gabriel Zayas. El acuerdo fue proceder de manera urgente, y, pese a las diferencias en la forma, el monarca optó por la fuerza. Así se acordó mandar al III Duque de Alba a sofocar las rebeliones. Este hecho propició un enfrentamiento entre el Príncipe Don Carlos y el Duque de Alba, puesto que el heredero se veía desplazado de sus asuntos. El 28 de agosto el Duque de Alba llegó a Bruselas. El Duque de Alba —al frente del ejército— efectuó rápidamente una durísima represión ajusticiando a los nobles rebeldes, lo que propició la dimisión de Margarita de Parma como gobernadora de los Países Bajos, dimisión al punto aceptada por su hermano el Rey. Además, el 9 de septiembre, Egmont y Horn fueron prendidos, y degollados el 5 de junio de 1568. Felipe II buscó soluciones con los nombramientos de Luis de Requesens, Juan de Austria (fallecido en 1578) y Alejandro Farnesio que consiguió el sometimiento de las provincias católicas del sur en la Unión de Arras. Ante esto los protestantes formaron la Unión de Utrecht. El 26 de julio de 1581, las provincias de Brabante, Güeldres, Zutphen, Holanda, Zelanda, Frisia, Malinas y Utrech anularon en los Estados Generales, su vinculación con el Rey de España, por el Acta de abjuración, y eligieron como soberano a Francisco de Anjou. Pero Felipe II no renunció a esos territorios, y el gobernador de los Países Bajos Alejandro Farnesio inició la contraofensiva y recuperó a la obediencia del rey de España de gran parte del territorio, especialmente tras el asedio de Amberes, pero parte de ellos se volvieron a perder tras la campaña de Mauricio de Nassau. Antes de la muerte del Rey de España, el territorio de los Países Bajos, en teoría las diecisiete provincias, pasó conjuntamente a su hija Isabel Clara Eugenia y su yerno el archiduque Alberto de Austria por el Acta de Cesión de 6 de mayo de 1598. Felipe II luchó contra la corona inglesa por motivos religiosos, por el apoyo que ofrecían a los rebeldes flamencos y por los problemas que suponían los corsarios ingleses que robaban la mercancía americana a los galeones españoles en la zona del Caribe a partir de1560. Así pues, los principales escenarios de los combates serían el Atlántico y el Caribe. Se ha mostrado en varias obras literarias y especialmente en películas el agobio causado por la continua piratería inglesa y francesa contra sus barcos en el Atlántico y la consecuente disminución de los ingresos del oro de las Indias. Sin embargo, investigaciones más profundas indican que esta piratería realmente consistía en varias decenas de barcos y varios cientos de piratas, siendo los primeros de escaso

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tonelaje, por lo que no podían enfrentarse con los galeones españoles, teniéndose que conformar con pequeños barcos o los que pudieran apartarse de la flota. En segundo lugar está el dato según el cual, durante el siglo XVI, ningún pirata ni corsario logró hundir galeón alguno; además de unas 600 flotas fletadas por España (dos por año durante unos 300 años) sólo dos cayeron en manos enemigas y ambas por marinas de guerra no por piratas ni corsarios. La ejecución de la reina católica de Escocia, María Estuardo, le decidió a enviar la llamada Grande y Felicísima Armada (en la Leyenda Negra, Armada Invencible) en 1588, la cual fracasó. El fracaso posibilitó una mayor libertad al comercio inglés y holandés, un mayor número de ataques a los puertos españoles —como el de Cádiz que fue incendiado por una flota inglesa en 1596— y, asimismo, la colonización inglesa de Norteamérica. A partir de estos hechos y hasta el final de la guerra, España e Inglaterra consiguieron victorias a la par en los combates navales librados por ambos reinos, tanto en la mar como en tierra. Con lo que la guerra se mantuvo en un empate de pérdidas de recursos para los países hasta el final. Mientras los ingleses saqueaban las posesiones españolas y no consiguieron nunca el objetivo de capturar una flota de Indias, la Armada española se preparó sin mucho éxito para invadir Inglaterra, repelió algún ataque inglés y los corsarios españoles capturaban toneladas de mercancías de barcos ingleses. Los ataques ingleses (y de piratas o corsarios a sueldo suyo) solían acabar en fracasos con pérdidas nada desdeñables, entre los que destacó el fracaso de la Armada Inglesa o Contra armada. La situación se equilibró, hasta que Felipe III firmó el Tratado de Londres en 1604, con Jacobo I, sucesor de Isabel I. En algunas de las expediciones bajo su mando, se llegó a desembarcar en el sur de Inglaterra o en Irlanda (Batalla de Cornualles: Carlos de Amésquita desembarcó en 1595 en el sur de Inglaterra). Felipe II refuerza urgentemente su escuadra, encarga doce nuevos galeones y para 1591, la reconstituida columna vertebral de su armada ya dispone de diecinueve de estos buques, entre los que encontramos tres nuevos, dos capturados a los ingleses, y cuatro veteranos supervivientes de Portugal [...] Alonso de Bazán, hermano del fallecido Álvaro de Bazán, procede contra Thomas Howard con una flota de 55 velas, logrando atrapar a los ingleses entre Punta Delgada y Punta Negra [...] Los ingleses huyen , pero el galeón Revenge [...] es abordado y apresado. [...] En 1595 (los ingleses) preparan la definitiva toma e instalación de una base en Panamá [...] con una flota de 28 barcos. Pero las cosas no fueron bien para los piratas [...] Al mando de Drake, marchan a Panamá, y es allí donde concluye su existencia sir Francis [...] Después de diversas vicisitudes, tan sólo ocho barcos de la expedición lograron regresar a la patria. Tras la contraofensiva inglesa Carlos de Amezquita desembarca en las costas de Cornwall [...] Siembra el Pánico en Pezance y otras localidades cercanas y se retira. [...] Víctor San Juan. La batalla naval de las Dunas. 2007. (págs. 66 y 67) Además, un sistema sofisticado de escolta y de inteligencia frustraron la mayoría de los ataques corsarios a la Flota de Indias a partir de la década de 1590: las expediciones bucaneras de Francis Drake, Martin Frobisher y John Hawkins en el comienzo de dicha década fueron derrotadas.

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El Imperio otomano, que ya había sido contrincante de Carlos I de España, se volvió a enfrentar al Imperio español. En 1560, la flota turca -que era una potencia de primer orden- había derrotado a los cristianos en la Batalla de Los Gelves. El Sitio de Malta, en 1565, empero, fue fallido y además considerado como uno de los asedios más importantes de la historia militar y desde el punto de vista de los defensores, el más exitoso. En 1570, después de unos años de tranquilidad, los turcos iniciaron una expansión atacando varios puertos venecianos del Mediterráneo Oriental y conquistaron Chipre a Venecia con 300 naves y ponen sitio a Nicosia. Venecia pidió ayuda a las potencias cristianas, pero sólo el papa Pío V le respondió. El Papa consiguió convencer al rey de España para que también ayude, y se formó una armada para enfrentarse a los turcos. Esta armada se reunió en el puerto de Suda, en la isla de Candia, en Creta. Esta coalición, conocida como Liga Santa, se enfrentó a la flota turca en el golfo de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, librándose la Batalla de Lepanto («la más alta ocasión que vieron los siglos») que acabó en una gran victoria de los aliados católicos. Así la describe el Marqués de Lozoya: Durante dos horas se peleó con ardor por ambas partes, y por dos veces fueron rechazados los españoles del puente de la galera real turca; pero en un tercera embestida aniquilaron a los jenízaros que la defendían y, herido el almirante de un arcabuzazo, un remero cristiano le cortó la cabeza. Al izarse un pabellón cristiano en la galera turca arreciaron el ataque las naves cristianas contra las capitanas turcas que no se rendían; pero al fin la flota central turca fue aniquilada. Después de este combate, los turcos rehicieron la flota de nuevo; la flota turca, otra vez aliada con los piratas berberiscos, seguía siendo la más potente del Mediterráneo. Durante casi dos años la flota otomana evitó el combate y no fue hasta después de la toma de Túnez y La Goleta por Don Juan de Austria, en 1573, cuando Selim II, sucesor de Solimán el Magnífico, envió una fuerza 250 y 300 naves de guerra y un contingente de unos 100.000 hombres para reconquistar ambas plazas, labor en la perecieron cerca de 30.000 hombres, aunque con resultado satisfactorio. Fue la última gran batalla en el Mediterráneo. Sin embargo, lo que no había resuelto las batallas y los combates, lo resolvieron la diplomacia y las negociaciones internacionales, para beneficio de ambos imperios. Felipe II veía como se agravaba la guerra en Flandes, y Selim II tenía que hacer frente a la guerra con Persia. Ambos se encontraban librando campañas militares en otras fronteras, y ninguno se sentía con la fuerza suficiente para continuar el conflicto. Convencidos de la distinta situación que ambos imperios vivían, decidieron firmar una serie de treguas que terminaron por alejar definitivamente la guerra en el Mediterráneo durante unos cuantos años. Felipe II continuó con la expansión en tierras americanas e incluso se agregaron a la Corona las islas Filipinas, conquistadas por Miguel López de Legazpi, (1565–1569) quien las denominó así en su honor. La colonización española de las islas codiciadas también por ingleses, holandeses y portugueses no se aseguró hasta 1565 cuando Miguel López de Legazpi, enviado por el Virrey de Nueva España construyó el primer asentamiento español en Cebú. La ciudad de Manila, capital del archipiélago, se fundó por el propio Legazpi en 1571. Una vez descubierto el circuito de corrientes oceánicas y vientos favorables para la navegación entre América y Filipinas, se estableció la ruta regular de flotas entre Manila y Acapulco, México, conocida como el Galeón de Manila. Florida fue colonizada en 1565 por Pedro Menéndez de Avilés al fundar San Agustín y al derrotar rápidamente un intento ilegal del capitán francés Jean Ribault y 150

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hombres de establecer un puesto de aprovisionamiento en el territorio español. San Agustín se convirtió rápidamente en una base estratégica de defensa para los barcos españoles llenos de oro y plata que regresaban desde los dominios de las Indias. En el Pacífico sur, frente a las costas del actual Chile, Juan Fernández descubrió una serie de islas entre los años y 1563 y 1574. Le puso su propio nombre a ese archipiélago, quedando finalmente conocidas como Archipiélago Juan Fernández. Los primeros europeos en llegar a las islas que hoy son Nueva Zelanda lo hicieron en el probable viaje de Juan Jufré y del marino Juan Fernández a Oceanía, ocasión en la cual habrían descubierto Nueva Zelanda para España, a finales de 1576; éste suceso se basó en un documento que se presentó a Felipe II y en vestigios arqueológicos (cascos estilo español) encontrados en cuevas en el extremo superior de la Isla Norte. Se meditó incluso la conquista de China para el imperio Español durante su reinado. Como demuestra una carta del gobernador y el arzobispo de Filipinas en la que ambos le comentaban que si les enviaba 5.000 hombres y 30 buques podrían hacer con China lo que Hernán Cortés había hecho en México. Sin embargo, Felipe II nunca llegó a responder a esa carta. Se ampliaron los dominios en África. Mazagán, incorporada al imperio porque era una colonia portuguesa, al igual que Casablanca, Tánger, Ceuta e Isla de Perejil. Se reconquistó a los árabes el Peñón de Vélez de la Gomera, en una operación a cargo de García Álvarez de Toledo y Osorio, marquesado de Villafranca del Bierzo y Virrey de Cataluña. Además, debido a la anexión de Portugal, también se añadieron las colonias que este territorio poseía en Asia: Macao, Nagasaki y Malaca.

Por F.L.P.

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Iglesia de San Juan del Hospital-Valencia (I) El conjunto histórico de San Juan del Hospital alberga en su interior la iglesia más antigua de Valencia. La iglesia y hospital de San Juan del Hospital fue fundado en el siglo XIII (1238) por la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalen. Jaime I les hizo donación de una antigua mezquita y de unos terrenos y casas propiedad de Haçach Habinbadel situadas junto a la puerta musulmana de la Xerea y el barrio judío, en gratitud por los servicios prestados en la toma de la ciudad de Valencia a los musulmanes. Los nombres de los sanjuanistas que figuran en el "LLibre del Repartiment" son: Hugo de Folcalquier (Teniente de Prior de San Juan) y Pedro de Egea (Comendador de Amposta) que fue quien recibió la donación. La Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalen, de Rodas y de Malta, fue fundada en 1084 (siglo XI) por el primer gran maestre de la orden Gerardo Tum. Construyó un hospital en Jerusalen que fue puesto bajo la protección de San Juan Bautista. Años más tarde la orden adquirió carácter militar además de hospitalaria y por azares del destino la Orden es conocida en la actualidad simplemente con el nombre de Orden de Malta. Hoy día del conjunto histórico de iglesia y hospital sólo se conserva la iglesia que ha mantenido su arcaico nombre desde entonces. En origen debíó contar con iglesia, cementerio, hospital y espacios residenciales para el prior, lugartenientes y comensales. En la actualidad y desde 1966 se ha hecho cargo de ella la Prelatura del Opus Dei que es quien la administra en estos momentos. La entrada se realiza por la calle de Trinquete de Caballeros para dar paso a un corto vestíbulo (tránsito o pasillo primitivo al recinto hospitalario), donde podemos destacar unas cruces rojas de la época de los cruzados del siglo XIII, hoy protegidas por un cristal. Este tipo de cruces son conocidas como cruces "epatès" o de "pata de verós", su número y tamaño parece corresponderse al cargo y número de ocupantes del conjunto hospitalario, dos de mayor tamaño para el Comendador y el Teniente prior y cuatro más pequeñas para los comensales. 30


Enfrente encontramos una imagen de la Virgen del Milagro realizada en piedra policromada por Jose Luis Roig en 1972, copia del original del siglo XIII. A continuación entramos en el patio norte o Patio del Via Crucis, donde a nuestra izquierda encontramos la antigua puerta norte de la iglesia, aunque la entrada actual al templo se hace por el fondo del patio por los pies de la iglesia. A nuestra derecha encontramos una serie de cinco arcos apuntados realizados en piedra sillar correspondiente al antiguo Hospital de pobres y peregrinos del siglo XIII. Bajo uno de ellos encontramos una gran losa funeraria en piedra caliza que cubriría el acceso a una cripta. Un sexto arco (el más cercano a la puerta por la que hemos entrado) es la Capilla del Tránsito del siglo XIII. Portada norte del templo Enfrente de esta arquería encontramos la puerta norte, hoy fuera de uso aunque perfectamente practicable. La portada del siglo XIII está formada por un gran arco de medio punto formado por dovelas lisas y limitadas por molduras en bordón. El arco descansa sobre una imposta corrida directamente sobre el muro. La puerta norte tiene en la parte superior de la clave central, el primitivo escudo de la orden de San Juan de Jerusalen (cruz blanca sobre fondo rojo), que sería años después transformado por el que puede verse estilizado en el óculo superior. El escudo, con la cruz llana de madera, permitió que los investigadores fecharan la construcción de este templo a los primeros momentos de la conquista de la ciudad, antes incluso que la portada del Palau de la Catedral de Valencia, considerada desde siempre como el elemento cristiano más antiguo de la ciudad. Por encima de esta portada románica, se construyó posteriormente un gran arco apuntado en cuyo interior se abrió un óculo con la cruz de Malta de ocho puntas. Muy interesante por su perfección geométrica es este óculo sobre la puerta románica y que se halla descentrado del eje general. Solucionado con trazado equilátero curvilíneo, es una simbólica representación de la cruz de ocho puntas (por las bienaventuranzas), concedida a la Orden de San Juan de Jerusalén por el papa Alejandro IV en su pontificado (1254-1261). En la fachada sur podemos encontrar su hermana gemela con algunas pequeñas variaciones. Una de ellas es la existencia junto a la puerta de entrada de un gran arcosolio con arco apuntado con fines funerarios. Esta puerta sur era la que daba al patio considerado como la zona cementerial del conjunto. El templo de San Juan del Hospital tiene tanto elementos románicos como góticos. Como propio del románico, además de la puerta mencionada, podemos citar los contrafuertes que soportan el peso de los muros y en especial en la zona del ábside, los vanos con forma de saeteras y la poca altura que se percibe debió de tener la primitiva construcción, determinada al exterior por una sucesión de canecillos en el muro izquierdo de la puerta norte y al interior por la altura de las bandas rojas y blancas del ábside que delimitan perfectamente la altura que debió tener el templo primitivo.

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En el interior podemos encontrar en la primera capilla del lado del evangelio unas magnificas pinturas murales de tradición románica (gótico de transición) realizadas en el último tercio del siglo XIII, únicas en la Comunidad Valenciana. Estas pinturas situadas en la antigua Capilla de San Miguel fueron realizadas en 1270 con temple sobre revoque. En 1348 el interior del templo fue encalado y se taparon las pinturas, de ahí que se encuentren en estado óptimo de conservación. Las pinturas se dividen en pasajes separadas por bandas. Entre los pasajes representados encontramos: El paraíso terrenal, el desposorio místico de la iglesia, Cristo resucitado, la Crucifixión y el Juicio Final. En el muro central encontramos la batalla entre ángeles y demonios y como cabeza visible de los ejércitos celestiales, San Miguel, titular de la capilla. Al fondo del patio se encuentra la entrada al templo, que se realiza por los pies del mismo a través de un vestíbulo cubierto. Es un templo de planta basilical de una sola nave y cabecera poligonal. El presbiterio se cubre con bóveda de crucería formado por nervios de piedra y plementería de ladrillo. En el centro de la bóveda podemos ver en la clave, el escudo primitivo de la orden de San Juan del Hospital. La entrada al presbiterio se realiza a través de un gran arco toral apuntado sustentado por altas columnas de mármol rosa con capiteles califales del siglo X. Preside el Altar Mayor una imagen de la Virgen del Milagro. La nave se cubre con bóveda de cañón apuntado, con cinco tramos delimitados por arcos fajones que descansan sobre ménsulas apoyadas en el muro. La cabecera poligonal se ilumina con vanos alargados y apuntados cubiertos con placas de alabastro que tamizan la luz del exterior. El vano central se encuentra dividido por una columnilla central (parteluz). Las capillas laterales se sitúan entre los contrafuertes. Podríamos concretar el estilo de la iglesia por su sobriedad, en un góticocisterciense muy propio del ascetismo de la orden hospitalaria en sus comienzos. Son sus características la ausencia de ornamentación superflua; los capiteles troncopiramidales de las columnas, las molduras tóricas o de bordón y las altas ménsulas de la nave central donde apoyan los arcos. A los pies de la iglesia encontramos un atrio o vestíbulo. Tal vez fuera un antiguo nártex o tal vez un pasillo de paso entre los patios norte y sur. Ocupando un trozo de este vestíbulo encontramos una capilla gótica del siglo XIII, es la conocida como Capilla de la Virgen de los Estudiantes que la preside una imagen en madera de la Virgen. La comunicación entre la capilla y el vestíbulo se realiza por un arco conopial con interesantes capiteles policromados y elementos reutilizados. En la clave de la bóveda podemos contemplar un escudo con un grifo rampante. La talla de la Virgen que tiene al Niño Jesús sentado en su rodilla izquierda es de ejecución románica y fue comprada en el pueblo de Rada de Haro (Cuenca) a un

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agricultor que la tenía abandonada en un cobertizo. En 1965 fue restaurada por José Esteve Edo y policromada por A. Barat. A ambos lados del presbiterio, dos capillas también góticas. La situada en el lado de la epístola es la primitiva capilla de Santa Bárbara (siglos XIII-XIV). Construida entre los contrafuertes del ábside para albergar los restos de Constanza Hohenstaufen. Posee un ventanal apuntado tripartito con tracería gótica en la parte superior. La capilla se cubre con bóveda de crucería que apoya en haces de columnillas adosadas que descansan en altas y delgadas columnas. Los capiteles se adornan con pequeñas águilas labradas en piedra y en la clave de la bóveda volvemos a encontrar el Aguila o escudo imperial de los Hohenstaufen (águila negra sobre fondo de oro). En el suelo encontramos la boca de acceso a la cripta donde fue enterrada la emperatriz de Grecia. La segunda capilla lateral del presbiterio, situada en el lado norte o en el lado del evangelio, tiene su acceso a través de un elevado arco trilobulado. Construida como sacristía auxiliar, tiene la particularidad que a una altura aproximada de siete metros se halla una cámara oculta o recordatorio a la que sólo se puede acceder con una escalera de cuerdas. Esta cámara de estructura ojival se dedicaba en el caso de las órdenes militares a calabozo, pero también servía como escondite del tesoro o reliquias y en ocasiones como archivo de documentos. Presidiendo el Altar Mayor se encuentra una imagen de Nuestra Señora la Virgen del Milagro. Talla en piedra policromada realizada en 1974 por José Esteve Edo y la policromía por Antonio Piró. El original de la talla se encuentra en el Museo de la Catedral. Traída en 1238 por los caballeros sanjuanistas durante la conquista, se adscribe a talleres de tradición navarro-aragoneses, tal vez de Sangüesa. En 1971 el arzobispo Jose Maria Garcia Lahiguera la entronizó en San Juan del Hospital. En el siglo XVII, siglo del barroco, la desnudez petrea de las paredes del templo fue revestida con una decoración a base de escayolas, arcos de medio punto, bóvedas de medio cañón, lunetos, relieves, esgrafiados, policromías, pilastras y toda una serie de elementos propios del barroco que alteraron y desfiguraron su fisonomía interior. Decoración que en 1967 con la rehabilitación integral del edificio hoy día ha desaparecido. Recuerdo de aquella época se conserva la Real capilla de Santa Bárbara, actualmente dedicada a la reserva del Santísimo; construida entre 1685 y 1689 es obra del arquitecto Juan Bautista Pérez Castiel, famoso en Valencia por las reformas interiores de varias iglesias, entre ellas, la Capilla Mayor de la Catedral y la parroquial de San Esteban, en la que aplica la técnica ornamental de esgrafiados que puede apreciarse aún en su aspecto original, en ésta capilla de San Juan del Hospital. Está situada al sur del templo (lado de la epístola), antes de ascender los escalones del presbiterio. Queda separada por una antigua verja de hierro restaurada en 1969 en los Talleres del Parque de Artillería de Valencia. La emperatriz de Grecia, doña Constanza Augusta Hohenstaufen (1230-1307), después de diversos avatares finalizó su vida en Valencia protegida por el rey Jaime II de Aragón. Pidió en testamento ser enterrada en ésta iglesia, y así se cumplió siendo

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enterrada en la capilla sur del presbiterio a la que ya hemos hecho referencia. Capilla que se puso bajo la advocación de Santa Bárbara a la que la emperatriz era muy devota, pues según tradición la santa la había curado milagrosamente de la lepra. Sus restos fueron trasladados en 1689 a la nueva capilla barroca de Santa Bárbara por Real Orden del rey Carlos II (1665-1700). En el siglo XIX desaparecieron las órdenes militares de España por Decreto Real. El templo sufrió diversos destinos, decadencia y abandono, hasta pasar a depender del Arzobispado. En 1905 la parroquia que albergaba fue trasladada al ensanche de la ciudad en la iglesia de nueva construcción de San Juan Bautista y San Vicente Ferrer. Saqueada en 1936, el estado del edificio era tal que llegó a pensarse en derribarla. El académico de Historia don Elías Tormo, atendiendo a la petición del Barón de San Petrillo y otros valencianos ilustres lo impidió y en 1943 fue declarado Monumento Histórico-Artístico de carácter Nacional. En 1967 el Opus Dei se hizo cargo del templo y comenzó un ambicioso plan de rehabilitación y excavación que a fecha de hoy todavía continua. En el patio sur del conjunto o área cementerial, se levanta una pequeña capilla (siglo XIII) conocida como Capilla hospitalaria funeraria o del rey don Jaime. Recibe este nombre ya que según asegura el historiador Esclápez en ella escuchaba misa el rey Jaime I. La capilla fue una fundación de Arnau de Romaní puesta bajo la advocación de Santa Maria Magdalena. Se trata de una capilla formada por dos tramos, el primero de planta cuadrada cubierta con bóveda de crucería y abierto por tres de sus lados formando una especie de templete y el segundo tramo formada por una cabecera ochavada a modo de ábside. En el año 1670 el prior de la Orden Joan de Pertusa, construye sobre esta capilla la casa prioral y transforma parte del antiguo cementerio en huerto. En la rehabilitación realizada en el siglo XX el añadido que había transformado la capilla fue demolido y devuelta a su estado original. Situado en el lado más lejano del patio, encontramos una serie de arcosolios en la actualidad vacíos, se trata del antiguo cementerio medieval de la Orden de San Juan. En ellos podemos encontrar diversos escudos nobiliarios como los Bonet y también pintadas en las paredes grandes cruces rojas de cruzados. Volviendo al interior del templo, en el lado del evangelio encontramos un total de tres capillas laterales: Comenzando por la cabecera. Capilla de San Miguel Arcángel Capilla cubierta con bóveda de cañón apuntado y construida a mitad del siglo XIII. En ella es donde se encuentran las pinturas románicas a la que ya hemos aludido. Es la primera capilla del lado del evangelio. Capilla de los Joan-Torres Construida por Pere Balaguer en el siglo XV, autor de las Torres de Serranos. Es la segunda capilla del lado del evangelio comenzando por la cabecera. De planta cuadrada, está edificada con sillares de piedra de Godella y cubierta con bóveda de crucería cuyos cuatro nervios apoyan en ménsulas

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historiadas con escudos policromados de la familia Joan-Torres. Fue un encargo de Guillem Bernat realizado en 1416 para albergar los restos de su padre Joan Bernat. Se abre a la nave central a través de un arco apuntado. Originalmente se encontraba bajo la protección del Santo Crucifijo y más tarde de la Inmaculada Concepción mientras la capilla fue sede de la Capellanía castrense. Preside la capilla el conocido como Retablo de la Pasión, realizado por Jerónimo Vallejo en el siglo XVI. Jerónimo Vicente Vallejo y Cósida (1510-1592). Pintor aragonés renacentista, que trabajó bajo el mecenazgo del arzobispo de Zaragoza don Hernando de Aragón desde 1539 a 1575, año en que este fallece. Realizó su capilla funeraria, dedicada a San Bernardo de Claraval, de quien el arzobispo era muy devoto. Autor del retablo de la Pasión de Jesucristo, obra de 1578 en madera de pino blanco, sobredorada con oro fino de ducados en las cornisas, frisos, arquitrabes, pilares, capiteles y bases de la estructura. La policromía en las tablas es pintura al óleo sobre madera. Sus dimensiones son: ancho total 380 cm, altura 397 cm. El retablo fue realizado por contrato del 20 de diciembre de 1578 para el Altar Mayor de la Colegiata Parroquial de Valtorres de Zaragoza, como encargo de don Antonio Garcia, obispo de Utica, (Cartago), auxiliar del arzobispo don Hernando en Zaragoza. Se inspiraba en las composiciones italianas de la época, de artistas como Durero y Rafael. Siguiendo y ejecutando en sus obras de madurez la "maniera" (manierismo), de los seguidores de los grandes artistas del renacimiento. El retablo de la Pasión es su última obra, basando el dibujo de la tabla central en un grabado de Cornelius Cort de 1568, sobre una obra de Federico Zuccaro. Coronan el retablo dos escudos de armas, los del sr. Obispo don Antonio Garcia; bajo el timbre del obispo, escudo eclesiástico renacentista, como armas, tres garzas blancas sobre gules.

Por JMS (Algunos textos son propios de la misma iglesia)

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Existe un lugar maravilloso llamado la Comarca del Bajo-Cinca, en la mágica Huesca, en donde a través de los siglos ha perdurado la huella de la Orden del Temple. Lugares como Chalamera, Fraga, Bellver de Cinca, Torrente de Cinca etc. todos ellos guardan su pasado Templario, pero aquello que no se ve en las piedras ha de verse en el papel y por ello os acercamos una parte de la historia del Temple desconocida y muy importante para conocer muchos aspectos. Joaquim Salleras y un servidor os invitamos a leer nuestro libro, que estará a la venta a partir del día del Pilar, habrá una promoción de 300 ejemplares a solo 10€ Las siguientes ventas se canalizaran a través de nuestra web y su librería virtual, de momento si queréis hacer alguna reserva y aprovechar la promoción podeís contactar con http://www.oct.org.es

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Batalla de Adramitio

La batalla de Adramitio ocurrió el 19 de marzo de 1205 entre los cruzados latinos y el Imperio griego de Nicea, uno de los reinos establecidos después de la caída de Constantinopla por la Cuarta Cruzada en 1204. El resultado fue una victoria completa para los latinos. Hay dos relatos de la batalla, uno por Godofredo de Villehardouin, y el otro por Nicetas Choniates, que difieren de manera significativa. RELATO DE VILLEHARDOUIN Enrique de Flandes, el hermano del emperador Balduino I de Constantinopla, fue animado por los armenios de hacerse con la ciudad de Adramitio. Salió de Abidos, después de dejar una guarnición en la ciudad, y cabalgó durante dos días antes de acampar frente a Adramitio. La ciudad pronto se rindió, y Enrique procedió a ocupar la ciudad y utilizándolo como base para atacar a los bizantinos. Teodoro Láscaris, que había sido afectado por su derrota en Poimanenon, recogió una gran cantidad de gente en toda Nicea y reunió un gran ejército. Dio el mando de esta fuerza a su hermano, Constantino, quien fue enviado de inmediato a Adramitio. Enrique de Flandes había recibido la noticia de los armenios que una gran fuerza bizantina marchaba en su contra, así que preparó a sus escasas fuerzas lo mejor que pudo. El 19 de marzo de 1205, Constantino apareció ante las murallas de la ciudad. Enrique, negándose a permanecer atrapados detrás de los muros de Adramitio, abrió las puertas y salió con su caballería pesada.

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Ambas partes participaron en un cerrado combate cuerpo a cuerpo, con la victoria cayendo en favor de los francos, que mataron o capturaron gran parte del ejército bizantino. Los francos pasaron a capturar una gran cantidad de armamento y tesoros durante las consecuencias. RELATO DE CHONIATES Según Nicetas Choniates, el comandante de las fuerzas bizantinas no fue Constantino Láscaris, sino Teodoro Mangaphas, un usurpador que gobernaba la ciudad de Filadelfia. Alentado por la noticia de una victoria contra los latinos, Teodoro marchó contra Enrique que estaba en Adramitio. Al principio tomó por sorpresa a Enrique, causándole una gran consternación a causa de sus grandes fuerzas. Enrique, convencido de que tenía que hacer un intento desesperado, preparó su caballería para la batalla, y levantó sus lanzas a la espera del ataque bizantino. Pero los bizantinos se mostraron reacios a asumir la iniciativa para la batalla, y fueron apáticos y lentos en repeler las cargas de caballería. A una señal dada, Enrique saltó delante de los demás y se dirigió en su caballo por el centro de sus filas, mientras que su caballería, acostando sus lanzas y elevando el grito de guerra, dispersó a los bizantinos y presionó sobre ellos cuando se retiraban. Un gran número de bizantinos fueron talados, con su caballería huyendo y abandonando la infantería a una masacre y cautiverio. RECONCILIACIÓN DE LOS RELATOS Los historiadores posteriores han intentado resolver la aparente discrepancia entre las dos fuentes. La mayoría de ellos han supuesto que hubo dos intentos separados para obligar a Enrique de Flandes a salir de Adramitio, el primero por Láscaris que fracasó, y el segundo intento por Mangaphas, en un plazo muy corto de tiempo a principios de 1205.

Por F.L.P.

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La Mesa de Salomón (rey de Israel, 978-931 a. C.) –conocida también con los nombres de Tabla o Espejo de Salomón–, es una leyenda que cuenta cómo el rey Salomón escribió todo el conocimiento del Universo, la fórmula de la creación y el nombre verdadero de Dios: el Shem Shemaforash, que no puede escribirse jamás y sólo debe pronunciarse para provocar el acto de crear. Según la tradición cabalística, "Salomón lo confía a una forma jeroglífica de alfabeto sagrado que, aunque evita la escritura del Nombre de Dios, contiene las pistas necesarias para su deducción. Este jeroglífico tiene como soporte material un objeto: la llamada Mesa de Salomón". Según esta leyenda, la trascendencia de la tabla está en que dará a su propietario el conocimiento absoluto (ya que el pronunciar el nombre de Dios significa abarcar a toda su creación), pero el día que sea encontrada el fin del mundo estará próximo. A menudo se ha asociado el aspecto de la mesa al que tenía un mueble del Templo de Salomón que simbolizaba el mar. Hay varias descripciones de la que puede ser la Mesa de Salomón; En la Biblia se dice, que, como parte del mobiliario del Templo, el rey Salomón: Hizo fundir asimismo un mar de diez codos de un lado al otro, perfectamente redondo; su altura era de cinco codos, y lo ceñía alrededor un cordón de treinta codos. Y rodeaban aquel mar por debajo de su borde alrededor unas bolas como calabazas, diez en cada codo, que ceñían el mar alrededor en dos filas, las cuales habían sido fundidas cuando el mar fue fundido. Y descansaba sobre doce bueyes; tres miraban al norte, tres miraban al occidente, tres miraban al sur, y tres miraban al oriente; sobre estos se apoyaba el mar, y las ancas de ellos estaban hacia la parte de adentro. El grueso del mar era de un palmo menor, y el borde era labrado como el borde de un cáliz o de flor de lis; y cabían en él dos mil batos. Libro de los Reyes, capítulo 7. Versículos 23 a 26 Según el Ajbar Machmua, una crónica bereber del siglo XI, es una mesa «cuyos bordes y pies, en número de 365, eran de esmeralda verde». Al-Macin asegura que estaba «compuesta por una mezcla de oro y de plata con tres cenefas de perlas». Según las órdenes de Yavhé a Moisés, él debería construir una mesa que debería estar hecha de madera de acacia y cubierta de oro puro, sin plata ni perlas, y sobre ella debería de colocarse el pan.

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Haz una mesa de madera de acacia. La mesa debe medir noventa centímetros de largo, cuarenta y cuatro centímetros de ancho y sesenta y seis centímetros de alto. Recubre la mesa de oro puro y hazle un borde de oro alrededor. Luego hazle un marco de siete centímetros de ancho y ponle un ribete de oro. Haz también cuatro argollas de oro y colócalas en las cuatro esquinas de la mesa, sobre las cuatro patas. Pon las argollas cerca del marco, para sostener las varas que vas a usar para cargar la mesa. Usa madera de acacia para hacer las varas y recúbrelas de oro. Las varas son para cargar la mesa. Harás de oro puro los platos, cucharones, jarras y tazones. Las jarras y los tazones se usarán para servir las ofrendas. Colocarás en la mesa, permanentemente ante mí, el pan de la presencia. Éxodo, capítulo 25. Versículos 23 a 30. Existe la teoría de que la Mesa de Salomón descrita por los musulmanes españoles era la Tabula Smaragdina, atribuida a Hermes Trismegisto: «Esta Mesa de Esmeraldas se ha dicho que era la Tabla-Mesa de Salomón. Su nombre recuerda la Tabla Esmeraldina del hermetismo alquimista, que da título a uno de los textos herméticos atribuido a Hermes y grabado en una tabla de esmeralda de una sola pieza.» Salvada por los sacerdotes cuando el saqueo y destrucción de tiempos de Nabucodonosor II, estaba depositada en el Templo de Jerusalén, y fue trasladada a Roma cuando Tito a su vez lo destruyó en el año 70, y guardada en el templo de Júpiter Capitolino primero, y más tarde en los palacios imperiales. Todo lo que las naciones más venturosas habían podido acumular de precioso, de más maravilloso y de más caro con el paso de los siglos, quedaba reunido aquel día para dar a conocer al mundo hasta qué punto se elevaba la grandeza del Imperio. Entre la gran cantidad de botines, los que destacaban con dorado brillo eran los que habían sido capturados en el templo de Jerusalén, la mesa de oro que pesaba varios talentos y el candelabro de oro... (Flavio Josefo, Guerra de los judíos, VII, XVIII) Cuando los godos saquearon Roma en el año 410, fue llevada a Carcasona, como parte del «Tesoro Antiguo», y luego a Rávena para salvarla de los ataques francos. En 526 la reclamó el rey Amalarico, y Teodorico, rey de los ostrogodos, se la devuelve. Esta historia contada por Procopio de Cesarea es la última noticia cierta que se tiene durante años: ni los francos ni los árabes lo mencionan entre el botín conseguido en sus sucesivas invasiones de la región. Alarico II tuvo que abandonar Tolosa, la capital de los visigodos, en el año 507 perseguido por los francos, y se refugió en España. Se supone que tras el asesinato del rey en Barcelona la Mesa fue trasladada con el resto del tesoro, que se instaló en Toledo (nueva capital). Sin embargo, no se ha podido probar con certeza, la única cita es de Aben Adhari: Trasladaron tesoros y botines innumerables, entre los cuales se encontraban misteriosos amuletos mágicos, de cuya conservación y custodia dependía la suerte del Imperio fundado por Ataúlfo... Circa 950 a. C.: Salomón la construye y la deposita en el Templo de Jerusalén. 587 a. C.: Nabucodonosor II toma Jerusalén y traslada los tesoros del Templo a Babilonia.

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540 a. C.: Ciro permite el regreso a Jerusalén. 70: Tito toma Jerusalén y la traslada a Roma con el resto del botín. 410: Alarico I saquea Roma y se apodera del botín de Tito, trasladándolo a Carcasona. 507: Tras la derrota a manos de los francos, Teodorico lleva el tesoro a Rávena. 526: Amalarico reclama el tesoro a Teodorico y lo traslada a Barcelona y posteriormente a Toledo. La leyenda musulmana más extendida defiende que la mayor parte del tesoro real que acompañaba a Alarico en su huida de las Galias fue guardado durante siglos en la "Cueva de Hércules" de Toledo. Cuando Táriq derrota a Rodrigo en la batalla de Guadalete (año 711) y avanza por el reino sin encontrar resistencia, la Mesa de Salomón se lleva a Medinaceli para salvarla, de ahí que fuese llamada Medina Talmeida ("Ciudad de la Mesa") y Medina al Shelim ("Ciudad de Salomón"). El Obispo don Rodrigo Ximénez de Rada, basándose en textos de al-Razi y de Ibn al Qutiyya, cuenta cómo Táriq atravesó unos montes llamados Gebelculema (Yabal-Sulayma, es decir, "Montaña de Salomón": Zulema) y llegó a Complutum (Alcalá), donde halló escondida la mesa, que según esta historia tenía 365 patas de oro con miles de esmeraldas engastadas. En la crónica bereber Ajbar Machmua se relata que Muza, envidioso del éxito obtenido por su lugarteniente Táriq en Guadalete frente al rey visigodo, desembarcó en la península para enfrentarse con él por la posesión de una mesa que habría sido de Salomón y que estaba entre el tesoro real godo en Toledo. Ambos fueron a Damasco para que el Califa Suleimán I se pronunciara, y ninguno volvió a la península. Más tarde, la Mesa vuelve a ser mencionada por dos cronistas árabes: en el año 93 de la Héjira, Táriq conquistó Al-Ándalus y el reino de Toledo y le llevó a Walidi, hijo de Abd el-Malek, la mesa de Salomón, hijo de David, compuesta por una mezcla de oro y de plata con tres cenefas de perlas. (Al-Macin). Y Al-Makkara le responde en su Historia de las dinastías mahometanas: La famosa mesa que Tárik encontró, no perteneció jamás a este profeta... que su origen es que en tiempos de los reyes cristianos había la costumbre de que cuando moría un señor rico dejase una manda a las iglesias, y con estos bienes hacían grandes utensilios de mesas y tronos, y otras cosas semejantes de oro y plata, en que sus sacerdotes y clérigos llevaban los libros de los Evangelios, cuando se enseñaban en sus ceremonias, y que las colocaban en los altares en los días de fiesta, para darles mayor esplendor con este aparato (o adorno). Esta mesa estaba en Toledo por tal motivo, y los reyes se esforzaban por enriquecerla a porfía, añadiendo cada uno alguna cosa a lo que su predecesor había hecho, hasta que llegó a exceder a todas las demás alhajas de este género, y llegó a ser muy famosa. Estaba hecha de oro puro, incrustado de perlas, rubíes y esmeraldas, de tal suerte que no se había visto otra semejante. (Al-Makkara).

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LA CUEVA DE HÉRCULES Según la leyenda, Hércules edificó un palacio encantado cerca de Toledo, construido con jade y mármol, y ocultó en su interior las desgracias que amenazaban a España. Puso un candado en la puerta y ordenó que cada nuevo rey añadiera uno, ya que las amenazas se cumplirían el día en que uno de ellos fuera curioso y entrara. Don Rodrigo fue ese rey, y del palacio sólo queda la cueva que se supone oculta maravillosos tesoros. Según la leyenda, el rey visigodo abrió o rompió cada candado, llegó a una primera sala, que parecía un lugar de oración, avanzó y llegó a una segunda, supuestamente de ceremonias, llegó a una tercera que tenía un cofre, el rey lo hizo abrir: había un lienzo con dibujos de guerreros a caballo y espadas curvas, con una inscripción que dice "cuando ojos humanos vean este lienzo, estas criaturas dominarán la tierra santa" (supuestamente estos corresponderían a los musulmanes que invadieron el reino al año siguiente). Don Rodrigo no pasó a la cuarta sala, aunque se dice que vio el espejo o mesa de Salomón, porque había dos guardias de metal de varios metros de alto armados con mazos que se movían a la más mínima presencia que entrara en la sala. En los últimos años, buscadores de tesoros investigan por las cuevas y subterráneos de Toledo, relanzando la teoría de la tabla frente a la de la mesa de las crónicas musulmanas, dando por hecho que el verdadero tesoro de los reyes visigodos nunca fue encontrado ni abandonó la capital. El investigador José Ignacio Carmona Sánchez, en su estudio histórico Santa María de Melque y el Tesoro de Salomón, señala cómo existe total unanimidad por parte de historiadores con respecto a la Mesa en lo siguiente: De existir una Mesa llamada de Salomón, no fue ninguna de las halladas tras la invasión árabe, como se desprende de las fuentes más autorizadas; prueba de ello es que en los siglos posteriores muchas personas principales como Felipe II, proseguían con su búsqueda. Hasta el último momento, el clan godo que apoyaba la invasión no temió por las reliquias, pues lejos de ver a los árabes como una amenaza, esperaban ser restituidos en el trono. Los visigodos ocultaron no pocos de sus tesoros y secretos en sarcófagos y cuevas de construcciones visigodas, lo que coincide al ciento por ciento con los descubrimientos. El clan visigodo perdedor, al verse sorprendido por el rápido avance de los musulmanes, improvisó vías de salida, llevando consigo los objetos de importancia, tal como se relata con respecto al famoso arca de las reliquias, que acabó en una cueva a las afueras de Oviedo. La ocultación en las proximidades de la capital apunta a un exceso de confianza y bien pudo ser llevado a cabo por cualquiera de los clanes; por el clan vencedor porque no se fiaría de los árabes hasta no ser restituido; por el clan derrotado porque pudo confiar en la transitoriedad que suponían las constantes alternancias y luchas de poder en el mundo visigodo.

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Las vías naturales de salida de Toledo irían en la dirección de los montes de Toledo, donde existían antiguas vías romanas que facilitaban la huida, tal como se confirma con la trayectoria y localización del Tesoro de Guarrazar. En la misma trayectoria de la localidad donde apareció el Tesoro de Guarrazar (Guadamur), y apenas a unos kilómetros equidistantes, se encuentra, no por casualidad, una de las iglesias más antiguas y desconocidas de España. Esta iglesia cuenta con todos los elementos razonables de probabilidad: un arcosolio, una intrincada red de galerías subterráneas, una posterior vinculación a la Orden del Temple y leyendas y tradiciones que la relacionan con los tesoros templarios. Louis Charpentier pone el ejemplo de Dormelle (Seine-et-Marne), un subterráneo muy amplio con bóveda de ladrillo y forma de cuña que se comunicaba, tomando la dirección de Paley, con una encomienda Templaria hermana. En el Castillo de Montalbán sus subterráneos son funcionalmente anacrónicos y guardan una semejanza casi absoluta con la descripción de Charpentier. Alguno de estos objetos podría estar ubicado en el entorno del Castillo Montalbán y la Iglesia de Santa María de Melque. "La Iglesia de Santa María Melque era un lugar idóneo para ocultar cualquier tesoro, debido a la existencia sus aledaños de una intrincada red de galerías que se proyecta hasta cercano Castillo de Montalbán.

de de en el

La trama del Grial tiene su punto de inflexión en Toledo, a través de Flegetanis, no por casualidad "del linaje de Salomón". Solo en Toledo podrían hallarse los hombres puros, es decir, los del "saco de Benjamín", la más pura aristocracia judía, los atávicos custodios de los objetos sacrosantos del pueblo judío. El Castillo de Montalbán (¿Montsalvat?) encuentra su protagonismo independientemente de si en sus entrañas, comunicadas con la Iglesia de Santa María de Melque, exista una piedra llamada Gria lo Mesa de Salomón." Santa María de Melque y el Tesoro de Salomón. José Ignacio Carmona Sánchez, 2011. Ante la presión de los merovingios, los visigodos de Carcasona construyeron una fortaleza en la antigua ciudad de Rhedae, en el condado de Razés, donde ocultaron sus tesoros antes de ser expulsados definitivamente de las Galias por Clodoveo I. En 1803 se investigó en Carcasona un pozo en el que, según la leyenda, había un gran tesoro godo. La búsqueda fue inútil, aunque se ha repetido en años posteriores. A finales del siglo XIX, Berenguer Sauniére, párroco de Rennes le Chateau, se convierte de pronto en un hombre enórmemente rico tras realizar unas obras en un altar visigótico de la ermita del pueblo. Descubre unos documentos antiguos y se dedica a partir de entonces a realizar excavaciones por toda la región, gastando grandes sumas y entrando en contacto con logias ocultistas, hasta el punto de ser amonestado por el Vaticano y suspendido “a divinis” en 1910. Tras su muerte en 1917, hubo tan gran número de personas buscando un supuesto tesoro visigodo más importante que el oro, que las autoridades han prohibido cavar en todo el término municipal. A raíz de nuevas modas, actualmente se relaciona su tesoro con el Santo Grial.

Por JRV

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Rogamos un Pater noster por todos los cristianos que estĂĄn siendo perseguidos, torturados y asesinados en los paĂ­ses del estado islĂĄmico. Pater Noster qui es in caelis, santificetur nomem tuum adveniat regnum tuum fiat voluntas tua sicut in caelo et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie et dimite nobis debita nostra sicut et nos dimitimus debitoribus nostris et ne nos induscas in tentationem sed libera nos a malo. AmĂŠn.

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Pere de Montaigut 1219-1230 o

15 Maestre del Temple 45


Edita:

Orden Cat贸lica del Templo Maestrazgo Templario Cat贸lico Internacional www.ocet.org.es Registrada en el Ministerio del Interior (RNA) Gpo.1 N潞 604098

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