El horror a través de los siglos

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primitivos para quienes el contacto con dioses y espíritus era cosa de todos los días, o seguir el camino de Vasily Makarov, cuyos diarios he estudiado, y perseguir el conocimiento absoluto por todos los medios posibles. Tal es mi objetivo. Estás casi quedándote dormida cuando escuchas un crujido. Abres los ojos bajo la sábana y ves la negrura que se ha arropado junto contigo. Quizá escuchaste ese ruido en sueños… No, ahí está otra vez. Y ahora el rumor de algo que se arrastra. Parece venir del interior de tu cuarto, pero eso no es posible. No lo soportas más. Te descubres. Todo en tu cuarto parece estar en quietud y no se escuchan más sonidos. Pero una oteada a la oscuridad revela el extraño territorio en que tu alcoba se convierte por las noches. Ves siluetas de lo que sabes que deben ser muebles, percheros, montones de ropa y juguetes, pero en su lugar percibes sombras deformes y retorcidas de criaturas monstruosas congeladas en danzas blasfemas y que se arrastran hacia ti con lentitud precisa, imperceptible y constante. Quieres gritar, llamar a mamá, pero no te atreves. Te aterra la idea de que tus gritos puedan despertar a esos seres y hacer que se abalancen sobre ti. Temes que al llegar ella y encender la luz, las criaturas se revelen ante tus ojos en toda su monstruosidad. Temblando, intentas rezar, pero las palabras de la oración no vienen a tu mente. Buscas inspirarte y miras hacia arriba de la cabecera de tu cama para ver el cuadro del arcángel. En su lugar está el payaso, risueño. En tu mente reverbera una carcajada y las siguientes palabras recorren tu espinazo: ¿no deberías estar ya dormida? Entonces gritas con todas tus fuerzas. 304


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