El horror a través de los siglos

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que venían a catear mi casa. Ni caso tenía pedirles explicaciones, nada más entraron y empezaron a revolverlo todo. Abrieron todas las gavetas y los armarios y vaciaron todos los cajones. Manosearon a mi esposa y se llevaron todas las alhajas y objetos de valor que pudieron cargar. Cuando se fueron mi esposa se echó a llorar histérica en medio del tiradero que habían dejado. -El próximo mes esos…- aquí cambió los gritos por susurros –Esos tipos te van a dar los paquetes… ¿Qué vamos a hacer con estos cateos? Si no nos matan los narcos, nos matan los soldados. -No se puede vivir así. Tenemos que irnos. -¿A dónde? ¿Y con qué dinero? -Ya nos arreglaremos. No vale la pena vivir así… Nos iremos lo más lejos posible. Tú tienes una prima que vive en Yucatán, ¿no? -Sí, pero hace años que no le hablo. No sé ni dónde está su casa, ni cómo contactarla, o si todavía vive allí. -No importa. Lo puedes averiguar con tu familia, alguien debe saber. Quiero que mañana o a más tardar pasado mañana tú y los niños se vayan de aquí. Yo me quedo a vender el restaurante y la casa, y cuando los haya vendido, los alcanzo. Lo hicimos según el plan. Mi esposa contactó a su prima y a los tres días se fueron al sur con todo lo que pudieron llevar. Ahora sólo quedaba vender el restaurante y la casa. Tenía dinero suficiente para pagar a los narcos dos meses más, así que me mantuve relativamente tranquilo. Pero una noche, al salir del restaurante, me levantaron otra vez. En esta ocasión no me golpearon hasta dejarme inconsciente; querían que estuviera muy despierto. 292


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