Las siete formas de combate

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Ă?NDICE

Miguel Civeira

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Miguel Civeira

LAS SIETE FORMAS DE COMBATE

ツゥ Miguel テ]gel Civeira Gonzテ。lez 2010 2


ÍNDICE

Primera forma de combate La fabulosa tienda de don Cosme González El fraudo del veterinario El crucifijo roto

4 5 22 33

Segunda forma de combate ¿Quién vive? La transformación El origen del lenguaje en la mitología banta

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Tercera forma de combate Leyendas modernas de miedos ancestrales De Zombis El hijo del sabio o ¡He creado un monstruo!

60 61 68 91

Cuarta forma de combate Un cuento sin título Migraña

99 100 103

Quinta forma de combate Guillermo La sed Lloré cuando calló la Ciudad de Azúcar Alosaurio

112 113 115 119 120

Sexta forma de combate Somos Legión Heme aquí…

126 127 136

Séptima forma de combate No lo sé MSN Messenger Yo odio

143 144 150 180

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Un epĂ­grafe, en un buen autor, dota a la obra de un nuevo significado, a la vez que recibe un nuevo significado de ella. No obstante, en un autor mediocre o novato, el epĂ­grafe no es mĂĄs que un recurso para ampararse bajo el trabajo de un escritor reconocido.

Giorgio da Silva

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LA FABULOSA TIENDA DE DON COSME GONZÁLEZ

Llamada miscelánea, changarro, tendejón o minisúper -por aquellos que buscan imitar de manera mini lo que consideran súper-, la tienda de abarrotes de don Cosme González no es muy distinta a cualquier negocio del mismo estilo que puede encontrarse por todo el país. Ni siquiera es diferente a las otras tiendas que han sido erigidas en algunas esquinas del pueblo de San Felís. ¿Qué es, entonces, lo que hace tan especial a la tienda de don Cosme? ¿Qué característica o particularidad la hace digna de ser referida? La respuesta es bien conocida por todos los feliseños: la de don Cosme es la única tienda en el pueblo que vende felicidad. Tal vez a usted no le parezca muy extraordinaria una tienda en la que se vende felicidad, pero por ser don Cosme el único en San Felís que la vende, su establecimiento goza de gran aprecio por parte de los pueblerinos. Muchos de ellos recorren los diez largos kilómetros que separan el extremo norte del sur del pueblo, sólo para adquirir un poco de felicidad. Y es que además el buen tendero es muy querido por todos sus clientes; su carácter bonachón y alegre lo hacen una persona muy simpática con quien estar y conversar. Si hoy mismo fuésemos a San Felís y visitásemos la esquina formada por la intersección de las calles 14 y 19, veríamos gente 5


entrando y saliendo continuamente de un pequeño edificio blanco, bajo las bendiciones de la leyenda "El Señor es mi Pastor" y de un anuncio de Coca-Cola. Si entrásemos, veríamos una gran cantidad de estantes puestos en dos filas que contienen toda clase de productos inútiles y algunos útiles, pero menos populares. Estas dos filas de estantes crean, desde la pared de la izquierda hasta el mostrador a la derecha, tres pasillos por los cuales la clientela puede caminar hacia el fondo, donde se encuentran los refrigeradores, custodios del elíxir del pueblo, la cerveza. Detrás del mostrador de madera vieja y rayoneada veríamos a un hombre de cuarenta años cuarenta y uno, si fuésemos en agosto- alto, barrigón, de brazos fuertes, completamente calvo, con un grueso bigote sobre una amplia sonrisa en el centro de su redonda cara. Sabríamos por algún presentimiento inexplicable que se trata de don Cosme, y su simple imagen nos haría sentir en confianza y recibiríamos con mucho gusto los buenos días -tardes o noches según fuere el caso- que sin duda nos desearía al entrar en su tienda. Si fuésemos por la tarde, encontraríamos junto al mostrador a un niño de nueve años -diez, si fuésemos a fines de septiembre- sentado en un huacalito de madera, con la nariz metida en un grueso volumen de ingeniería genética. Éste sería el escenario que encontraríamos en un día cualquiera, y es en un día cualquiera que se desarrolla nuestra historia.

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Llovía, como todos los lunes, cuando Jorge Millán llegó al pueblo. Jorge es un joven intelectual de veintiocho años -veintisiete cuando visitó San Felís- con fuertes aspiraciones de poeta y escritor, pero con un terrible problema que le impedía realizar sus sueños: Jorge nació en el seno de una familia muy acomodada. No conocía, por tanto, la miseria ni el sufrimiento de ningún tipo. No conocía la pobreza, ni el hambre, ni los horrores de la guerra; no sabía lo que es sudar para obtener el sustento; nunca había enfrentado el dolor de la pérdida de un ser querido; no conocía ni siquiera el desamor y nunca había tenido una crisis existencial, único privilegio del que gozan los acomodados para poder sufrir. Era realmente afortunada la vida de Jorge Millán; tanto, que lo frustraba, pues es por todos bien sabido que el sufrimiento es lo que hace a un buen poeta. Jorge sabía, como todo mundo, que las mejores obras de arte y literatura hablan de miseria y dolor. Pero, ¿cómo podría el joven poeta escribir sobre algo que no conocía? Jorge había intentado de todo para contagiarse del espíritu romántico, melancólico y bohemio que debe tener todo buen artista; incluso había viajado a Bohemia, pero aún así la musa divina se le escapaba. En uno de sus intentos por encontrar inspiración y convencido de que al convivir con gente común y trabajadora de algún pueblito típico lo lograría, los azares del destino y la carretera 51 llevaron a Jorge hasta San Felís. Llegó por la mañana temprano y después de instalarse en el único motel

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del pueblo y de suministrarse cigarrillos en una farmacia, se fue a pasear bajo la lluvia en busca de la musa deseada. * Eran las doce del día cuando el padre Jacinto, cura del pueblo, entró en la tienda de don Cosme, cerrando su paraguas y sacudiendo su sotana para quitarse esas gotitas de agua que, sin absorberse ni secarse, quedan rodando sobre la tela. -¡Ave María purísima! ¡Cómo llueve! -¡Asu madre, parece el diluvio universal!- exclamó el tendero ¿Qué se le ofrece, padre? -Pos nomás la cervecita del medio día. -Péreme, ahorita se la traigo. -Que sean dos. Don Cosme sabía que el cura no habría de caminar hasta los refrigeradores, así que él mismo fue a buscar las dos botellas de cerveza. El padre Jacinto es el tipo de hombre al que le gusta oler nucas, pasatiempo por el que ha tomado más afición desde que llegó a los treinta años de sacerdocio. Por lo demás, es un eficiente ministro de Dios y todos en San Felís lo quieren, en especial las mujeres, los ancianos y los pobres.

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Cuando don Cosme regresó con las cervezas, el padre le dijo, Y también deme dos pesos de felicidad. El tendero se metió detrás del mostrador y tomó un frasco, del cual sacó la cantidad de felicidad equivalente a dos pesos. -Van a ser diecisiete pesos en total, padre. -Gracias, don Cosme, que Dios se lo pague.- y sin que esto sorprendiera al tendero, el cura tomó las cervezas y la felicidad y se fue sin pagar. Un rato después, llegó a la tienda doña Conchita, una señora muy abusada, ya que era tan tonta, que todo el mundo abusaba de ella. Como no traía paraguas, venía con su vestido y sus canas mojados, y correteaba salpicando entre los charcos,

quizá

esperando huir de la lluvia. Entró en el negocio y saludó al tendero con su voz chillona: -Buenas tardes, don Cosme. ¡Cómo llueve, ¿verdad?! -¡Asu madre, parece el diluvio universal! Buenas tardes, doña Conchita. La señora se internó entre los estantes de la tienda y empezó a meter en su sabucán los productos que necesitaba y algunos otros que le recordaban buenos tiempos. Pues resulta que doña Conchita era –digo era, porque ya murió- viuda del hacendado don Felipe Suárez, y en otros tiempos podía darse el lujo de comprar jabones y 9


menjurjes de los caros. Pero sucedió que la hacienda de textiles de don Felipe ya no producía nada útil, si bien seguía produciendo lo mismo, y los Suárez empezaron a perder su dinero. Aún así, ellos dos y su hija Conchita vivían cómodos gracias a algunas cabezas de ganado que aún poseía el hacendado. La peor tragedia ocurrió cuando don Felipe, a sus cincuenta y cinco años de edad, falleció de un ataque cardiaco durante una puesta de cuerno, dejando a sus Conchitas dependientes de un capataz más bien canijo que se encargaba de la hacienda. Doña Conchita terminó de elegir los productos que quería y los llevó hasta el mostrador de don Cosme, quien los tomó de uno en uno y los fue anotando en una libretita. La máquina registradora de don Cosme no funcionaba, y sólo servía para guardar el dinero y para que los niños pegaran sobre ella las calcomanías que les salían en los paquetes de galletas. Por ello, don Cosme no orquestó esa molesta sinfonía de tecleado y pitidos que se oye en los supermercados de las ciudades, y se limitó a abrir el cajoncillo de la máquina para meter el dinero que doña Conchita le pagó. Mientras sucedía este intercambio comercial, platicaban. -¿Cómo le va doña Conchita? ¿Cómo es que salió a la calle con esta lluvia y sin sombrilla? -Pues es que, como quien dice, se me olvidó dentro de la camioneta y Conchita la tiene, ¿verdad? 10


-¿Y dónde anda la Conchita con la camioneta? -Quesque salió con unos amigos y que se fueron de día de campo, como quien dice, ¿verdad? Don Cosme se volvió para ver la lluvia y se compadeció de doña Conchita, pues sabía que su hija era de ese tipo de muchachas que llegan con el doctor Gómez con la historia de que habían tropezado y caído sobre un pepino. No era incomprensible esta actitud de la muchacha, porque era la más guapa del pueblo y muy popular entre los varones. La pobre de doña Conchita, ni en cuenta, por más que casi todos en San Felís murmuraban sobre las andanzas de su hija. -Si quiere le presto una sombrilla, para que ya no se moje.ofreció el buen tendero. Se agachó detrás del mostrador y cogió un paraguas que le extendió a su clienta. -¡Ay! Muchas gracias don Cosme.- dijo la señora tomando el paraguas y el sabucán con los productos recién comprados. –¡Hasta luego!- se despidió y salió a la calle, ahora protegida de la lluvia. -¡Sale!- contestó el tendero, sintiendo en su corazón atacado por el colesterol una profunda empatía por doña Conchita. -Si algún día llego a tener hijos- se dijo el tendero mientras veía a su clienta alejarse –Ojalá que todos sean varones, para que no me den estos problemas. 11


Don Cosme no tiene hijos, a pesar de los grandes esfuerzos que ha hecho con su esposa, doña Marcelina. A estas alturas, ninguno de los dos espera ya tenerlos, pero de vez en cuando la idea da dos o tres vueltas en la calva cabeza del tendero. Sin embargo, cuando alguno de sus amigos le pregunta -¿Por qué no te buscas otra que te dé hijos?- él siempre responde: –Porque con Marce me casé hasta que la muerte nos separe y si el Señor no nos mandó hijos, pos ni modos, por algo habrá sido.especie rara, este don Cosme. Pasó media hora de cumbias en la radio de la tienda antes de que llegara alguien más. Frente a la entrada se detuvo la patrulla de policía del estado con matrícula 1138 y de ella bajó el oficial González, hermano de don Cosme, sin preocuparle que su vehículo se quedara a media calle –lo cual de hecho no importaba, teniendo en cuenta el poco tránsito que había. En una mano llevaba un paraguas y con la otra tomaba del brazo a su hijo, un niño moreno, pequeño, más bien menudito, con una mochila colgada a los hombros que se veía demasiado grande para su delgado cuerpecito. Su padre, en contraste, era grande y gordo, y sus lonjas caían colgando por encima del cinturón de su uniforme. -¿Qué pasó? ¿Todo bien?- saludó el oficial al entrar en la tienda.

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-Sí, todo bien. ¿Cómo va la chamba?- contestó a su vez el tendero. -Pos ahí va. El otro día agarré a unos chamacos, estos que siempre andan juntos... Armando y Fernando. Los agarré chupando allá en la hacienda abandonada y les bajé una buena lana, pero desde entonces ya nada. Ahí sigo con las deudas, ya sabes. -Pos sí, ni modos. ¿Qué se le va a hacer? -Bueno, ya me voy. Ahí te encargo al chilpayate. -Sale. En cuanto su padre se fue, Luisito caminó hasta el fondo de la tienda y de un rincón cogió un huacalito, que llevó hasta su lugar favorito al pie del mostrador, y se sentó en él, a leer el grueso libro de ingeniería genética que sacó de su mochila. Ésta es la rutina de lunes a viernes: Luisito sale de la escuela a la una y se va a pasar la tarde a la tienda con su tío. El oficial no lo puede cuidar, porque debe patrullar la mayor parte del día y su esposa, la madre del niño, trabaja desde el mediodía hasta la medianoche en una maquiladora ubicada en un pueblo más grande y no muy lejano. Entonces a Luisito le dan dos opciones: la primera es ir con su tía Marcelina, que es cocinera y en su casa hace platillos para vender. Pero el pequeño prefiere la segunda opción, ir con su tío Cosme, que lo mima y siempre le da dulces y galletas. De 13


cualquier forma, bien podría cambiar de parecer a media jornada e ir con su tía, pues la casa de doña Marcelina (y de don Cosme, desde luego) está junto a la tienda. Poco después de la llegada de Luisito, empezaron a llegar más clientes, ya que era la hora en que los niños salían de la escuela para usar las monedas que les habían dado sus madres para comprarse golosinas y refrescos. Justo entre una multitud de chiquitos Jorge Millán entró aquel lunes a la tienda de don Cosme y pidió un paquete de cigarrillos, pues es por todos bien sabido que un buen intelectual debe fumar compulsivamente, entre otras cosas, tabaco. -¿De cuáles?- preguntó don Cosme a su cliente -De los que sean. -Don Cosme, don Cosme,- decía un niño que estaba de pie junto a Jorge tratando de asomarse por encima del mostrador para llamar la atención del tendero -¿me cambia estas corcholatas por un hieloco? -Espérate, Camilo. ¿Qué no ves que estoy atendiendo al señor? -No importa.- dijo el joven poeta –No tengo prisa. Dele su juguete.- y se hizo a un lado para dejar que don Cosme atendiera al

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niño. Una vez terminada la transacción, el tendero volvió su atención hacia Jorge. -Bueno, entonces de los cigarros que sean, ¿no? -Sí, sí, de los que haya. Don Cosme, para evitar complicaciones, tomó la primera cajetilla que tenía a la mano y la colocó sobre el mostrador. -Serían catorce pesos, joven. Jorge pagó, tomó un cigarro, lo encendió y se puso a fumarlo mientras recorría con la vista los interiores de la tienda y don Cosme atendía a otros niños. Fue entonces que el joven poeta se fijó en Luisito y en su libro de ingeniería genética. -Disculpe, señor.- se dirigió al tendero -¿Qué está leyendo ese niño? -¿Ah?- murmuró don Cosme alzando la vista de su libretita de notas –Ah. Es un libro de ingeniería genética. -¿Y a poco eso le dejan de tarea en la escuela? El tendero rió –No, ¡qué va! Lo que pasa es que Luisito está terco con que quiere inventar un olmo que dé peras. Ya sabe cómo son los chiquitos. -Mire nomás, qué chistoso.- en ese momento, Jorge concibió una idea –Oiga, señor. Fíjese que soy escritor y quiero escribir una 15


historia interesante, y pues me preguntaba si usted, que de seguro conoce a mucha gente, no sabría de alguna historia del pueblo. El tendero lo meditó un momento y luego respondió –No, pos aquí nunca pasa nada. Nomás puros chismes de pueblo que no creo que le interesen para hacer una historia. -Pues depende de qué tipo de chismes sean...-Nada importante. ¡Ah! Espérese, ya sé. Hace algunos años vinieron al pueblo un grupo de gringuitos. Eran unos chamacos, como de veinte años a lo mucho. -Ajá.- Jorge apoyó el codo en el mostrador para escuchar con mayor comodidad la anécdota del tendero -¿Y qué pasó? -Pos eran bien raros estos muchachos. Tenían ideas medio mafufas. Llegaron y decían que venían a adorar a los dioses mayas y qué sé yo. Hasta querían hacer ceremonias el día del equinoccio y creo que querían que todos los del pueblo participáramos en ellas. Vivieron aquí como un mes, pero luego empezaron a hacer mucho escándalo. -¿Escándalo? ¿Por qué? -Pos empezaron a decir que por culpa de la Iglesia ya nadie adoraba a los dioses mayas y esas cosas. Y pos la gente se molestó y el padre Jacinto juntó a un montón de gente y entre todos los agarraron y se llevaron a los gringuitos caminando, como 16


escoltados, hasta la carretera, donde está el letrero que dice “San Felís a un kilómetro” y ahí los dejaron con todas sus cosas.- don Cosme empezó a reír con el recuerdo –Pinches gringos, están relocos. -Oh.- musitó Jorge algo decepcionado por el carácter de la historia que le acababan de contar y en parte molesto por la actitud intolerante de los feliseños con los extranjeros, pues todo buen intelectual sabe que cualquiera que practica una religión pagana es interesante, mientras que los cristianos provocan urticaria. La verdad es que Jorge, en lo más profundo de su ser, habría querido que esta anécdota acabara en un abominable linchamiento, para poder así despotricar en contra de las nefastas consecuencias del fanatismo religioso. Sin embargo, para la mala suerte de nuestro joven poeta, el padre Jacinto es muchas cosas, pero no un imprudente y sabe que, por más que se quiera, en esta era de la información ya no es tan fácil hacer canoas. –Pero yo tenía en mente una historia... trágica y desgarradora; de esas que conmueven, que indignan, que da coraje oírlas. -¿Como un asesinato o algo así? -Ándele.

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-No, pos de eso nunca ha pasado por aquí. Nomás entre los narcos se matan, pero ésos viven más para allá, por la sierra. Aquí nunca pasa nada de eso. -¿Y quién se supone que es narco por aquí? -Mire usted, que yo no sé nada de eso.- don Cosme se cruzó de brazos –Yo tengo mi tienda, mi mujer es cocinera y no nos metemos en esas cosas.- dijo muy serio. -Está bien. Pues ni modos, tendré que buscar en otra parte... Jorge estaba a punto de salir de la tienda cuando en ella entró una hermosa muchacha de bellas formas, cabello negro, de mediana estatura y piel morena. El joven poeta no pudo evitar quedársele viendo, pues había dudado que pudiese encontrar a una criatura así en un pueblo como San Felís. La chica se fue hasta los refrigeradores y sacó de ellos dos caguamas, que le pagó a don Cosme, y salió de la tienda para subirse al asiento del conductor de una camioneta azul vieja y maltratada, en la que estaba de copiloto un joven apuesto y bientratado. -¿Quién es ella?- preguntó al fin Jorge cuando la camioneta se hubo ido.

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-Es Conchita. Y ése que iba en el coche era su novio. Supuestamente están de día de campo, pero ya ve usted con esta lluvia...- insinuó don Cosme -Sí, ¿verdad? ¡Cómo llueve! -¡Asu madre! ¡Pero si parece el diluvio universal! ¡Qué va a andar de día de campo! Pero en fin, si esa niña sigue así va a acabar embarazada y su mamá no tiene dinero para mantener a un chiquito -Sí, qué barbaridad. Bueno, pero yo ya me iba... -Espérese, espérese. Ahí viene el maestro Cacho, él segurito le va a decir algo que le sirva para su libro. Es muy inteligente. -Buenas tardes don Cosme- dijo, con un marcado acento español, el profesor, un hombre de más de cuarenta años y con canas en las sienes. El pedagogo entró a la tienda pasando por debajo de la cascada que se forma siempre en las cornisas de los edificios cuando llueve y que moja más que la lluvia misma. – ¡Jolines! ¡Cómo llueve! -¡Asu madre! Parece el diluvio universal. ¿Qué se le ofrece, maestro? -Un paquete de pan para emparedado.

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-Ahí agárrelo del estante. Oiga maestro, fíjese que este joven es escritor…- le dijo el tendero señalando a Jorge. -¿De verdad? ¿Y quiere escribir un libro sobre San Felís?- le dijo el maestro al joven poeta estrechándole la mano. -Jorge Millán, escritor y poeta, para servirle- se presentó –Pues a lo mejor escribo algo, por eso le preguntaba aquí al señor si conocía alguna historia del pueblo que fuera interesante. -Ah... muy bien. ¿Y qué le ha contado?-Le conté lo de los gringos que vinieron hace tiempo, pero que no le sirve, y le dije que usted sabe más cosas de San Felís y que a lo mejor le decía algo que le pudiera servir. -Ah... muy bien. Pues verá, joven, que yo no soy un gran conocedor de historias.- dijo el profesor con falsa humildad, tratando en vano de ocultar el hecho de ser de ese tipo de personas que cuando alguien estornuda, estornudan más fuerte, y que si no lo logran, le dirán que conocen a alguien que puede hacerlo. –Pero con gusto le contaré lo que yo sepa. ¿Qué quiere saber? Jorge calló unos segundos y luego dijo –No tengo ninguna duda en particular, sólo quería saber de alguna historia trágica que haya ocurrido en el pueblo. Pero ahora que lo menciona, maestro, ¿usted sabe porqué San Felís se escribe así y no con Z?

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-Claro que lo sé- dijo el profesor, orgulloso de su acervo cultural –Verá, cuando los conquistadores fundaron este pueblo, estaba lleno de gatos, que en latín se dice felis. El san se lo han agregado porque en esa época a todos los pueblos les ponían “san algo de algo”.-Mire nomás. Eso es muy interesante -Sí.- dijo el profesor –Si se fija, a la entrada del pueblo hay un letrero que dice “Bienvenidos a San Felís, la Toluca del este”. Y junto a él está pintado un minino, porque es el símbolo del pueblo. -¿O sea que aquí hay muchos gatos? -No.- dijo don Cosme incorporándose a la plática -La gente de aquí no tiene gatos; no nos gustan. Y a los callejeros, los matamos. -Ah, vaya.- musitó Jorge algo confundido -Si queréis también os cuento otra historia. ¿Sabíais que aquí en San Felís fue inventada la pajilla, o como vosotros decís, el popote?- el tendero y el poeta negaron con la cabeza –Pues bien, antes de que llegaran los conquistadores, los indígenas nahuas de la región usaban pajillas hechas de papel de amate, que en náhuatl se llamaban “pópotl”. Después los conquistadores hispanizaron el nombre como “popote” y lo llevaron a Europa.- esta explicación siempre lograba convencer de su autenticidad a quien la escuchaba;

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si ésa es la verdadera etimología de la palabra “popote”, yo no lo sé, pero suena lógico, ¿no? En ese momento, entraron a la tienda los muchachos Fernando y Armando, que en ese entonces tenían quince años. Fernando le decía a su amigo: -Y que me dice “no me digas”, y le digo “te lo dije” y me dice “te digo que me dijo” y yo “¡no mames!” le digo. -Sí, es que así pasa cuando sucede.- le contestó Armando Al ver a los tres adultos presentes, los saludaron con un seco “Buenas tardes” que aquéllos devolvieron con la misma entonación. -Oigan, muchachos, vengan acá.- les ordenó don Cosme con una amplia sonrisa y los chicos obedecieron –Me dijo mi hermano que los agarró el otro día chupando ahí en la hacienda. ¿Qué pasó? -Ay, don Cosme.- contestó Armando –Lo que pasa es que fuimos a buscar chaneques, que dicen que hay ahí en la hacienda y se aparecen de noche. Llevamos unas chevas nomás para aguantar el frío. ¡Si le dijimos al poli! -Además, bien que nos bajó una buena lana.- protestó Fernando. -Tú no andes de hocicón, chamaco.- le advirtió don Cosme – Porque bien le pudo haber dicho a tu papá y en buen lío te hubieras 22


metido. Mejor que te bajen tu domingo nada más para que se te quite lo burro. Dicen que fueron a buscar chaneques, ¿y no les da miedo que se les aparezca uno? -No,- contestó Armando alzando la cara en un gesto desafiante –nosotros no creemos en esas cosas y no nos da miedo. -Y si no creen en esas cosas,- inquirió el buen tendero- ¿pa’ qué fueron a buscar chaneques? No pudiendo responder ante el razonamiento socrático del tendero, los muchachos callaron y se limitaron a tomar de los estantes dos bolsas de papitas y a pagarle a don Cosme. Armando compró también dos pesos de felicidad y al terminar de pagar, los muchachos tomaron sus cosas y se fueron. Si Jorge hubiera estado en San Felís sólo dos meses después, habría podido oír la historia trágica que tanto buscaba: durante un bailongo –un bailongo es como un merequetengue, pero menos guapachoso-, Armando, bajo la influencia del alcohol y de los celos, usó el revólver de su padre para introducir una bala en el cráneo de Fernando. De inmediato, el novel homicida se escapó del pueblo y se fue a esconder al monte. Hasta ahora, casi un año después, no lo han vuelto a ver. Claro está, que el conocer esta historia no habría sido suficiente para hacer una buena obra literaria... o sí, como todo el mundo sabe. 23


Pero volvamos a la tarde lluviosa que nos ocupa. Una vez que el tendero, el profesor y el poeta estuvieron solos otra vez, continuaron con sus pláticas. -Pues mire señor poeta- le dijo el profesor –éste es un pueblo muy tranquilo y quizás se equivocó al venir aquí a buscar inspiración. Váyase a una gran ciudad, a los barrios bajos; allí siempre hay crímenes e historias truculentas como las que usted busca. -Gracias, maestro, lo pensaré –dijo Jorge con evidente decepción. -Bueno, caballeros, yo sólo vine por el pan y por tres pesos de felicidad. Don Cosme...-Ahoritita le cobro- dijo el tendero y así lo hizo. -Bueno,

caballeros.

Os

dejo

para

que

sigáis

vuestra

conversación. Por cierto, joven, dígame ¿cuándo deja el pueblo? -Esperaba que pudiera adquirir algunas experiencias aquí, algo trascendente para mi vida, algo un poco más... real.- suspiró Jorge, quien sabía, como todo buen intelectual, que la vida de los acomodados no es real. –Pero supongo que ya no tengo razón para quedarme, así que me voy mañana en la mañana. -Es una lástima. A esa hora estaré dando clases. Quería que usted viera algunos versitos que ha compuesto su servidor y me 24


dijera su parecer. Pero bueno, será en otra ocasión. Hasta luego.- se despidió el profesor y se fue caminando bajo la lluvia que ya comenzaba a menguar. -¿Es español el maestro? – preguntó Jorge al tendero cuando el pedagogo se hubo marchado. -¡Qué va!- don Cosme se echó a reír- ¡Si es más feliseño que los gatos! -¿Y por qué habla así? -Pos es que hace unos años descubrió que el abuelo de su padrastro había nacido en Barcelona y le dio por hablar con ese acento. Pero en fin, así se oye más inteligente. -Mire nomás. Qué chistoso.- dijo el joven sonriéndose. -Oiga, y hablando de poesía, joven, ¿por qué no me recita alguna suya? -Ah caray.- exclamó Jorge sorprendido ante lo inesperado de tal solicitud –Pues, para decirle la verdad, sólo tengo una conmigo y no está terminada. -No importa, usted échesela. -Bueno, pues.- accedió el poeta, a quien no le gustaba hacerse suplicar. Sacó de uno de sus bolsillos un papel arrugado, lo desdobló y comenzó a leer: -“Estoy vacío, en mí no hay nada más 25


que la tristeza. Hay gente que tiene hambre y que es explotada por los poderosos. Ellos están vacíos también, pero del estómago. Yo en cambio, estoy vacío del alma.” Y bueno, eso es lo que llevo adelantado. Don Cosme estaba boquiabierto, no entendía cómo este joven podía considerar eso una poesía, si ni siquiera rimaba. –Está muy bonita, ¿por qué no me la deja aquí en la tienda? La enmarcamos y la guindamos donde todos la puedan ver. Así cuando usted sea famoso podremos presumir que tenemos esta obra. Jorge apreció el gesto del tendero, si bien se había percatado de que éste no había entendido ni jota del poema, pues como todo buen intelectual sabe, la gente pobre y sin educación es incapaz de apreciar las historias que hablan de la triste vida de la gente pobre y sin educación, y prefiere siempre que le hablen de cosas bonitas y es por eso que sigue siendo gente pobre y sin educación... o algo así. -Claro que sí, señor. Tenga.- le dijo extendiéndole el papel. Don Cosme lo tomó sonriente –¡Luisito!- llamó a su sobrino quien acudió enseguida –Ve y guarda este papel, con mucho cuidado, ahí donde pongo las notas.- el niño tomó el papel y obedeció.

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Iba ya Jorge por su séptimo cigarrillo y listo para irse por fin de la tienda cuando le vino a la mente una idea. –Oiga, señor. Ya lo pensé bien y me he dado cuenta de que para ser un buen artista tengo que estar realmente deprimido, ver al mundo de muy mala gana y pensar que la vida no tiene sentido. Pero ahora se me ocurrió algo. Usted vende felicidad, ¿no? Pues véndame tres... no, ¡cinco pesos de tristeza! -¿Cómo?- don Cosme estaba por completo sorprendido. Nunca antes un cliente le había pedido tristeza, nunca antes la había vendido y si bien figuraba en el catálogo, no estaba seguro de que tuviera en bodega. –Sí, permítame, voy a buscarla. El tendero fue a la trastienda y empezó a buscar entre todas las cosas que allí tenía algún frasco que contuviera tristeza, pero no lo halló por ningún lado. Al fin, después de unos minutos, cesó su búsqueda y desistió. Aquello era un desastre: don Cosme nunca antes había dejado a un cliente insatisfecho. Su tienda tenía el prestigio de estar siempre bien surtida y ahora él, como hombre íntegro que era –y es-, sufría el tener que decepcionar a un cliente, que además era foráneo. El buen tendero salió cabizbajo de la trastienda y sin encontrar la forma de decirle a Jorge la noticia, musitó: -No tenemos tristeza. 27


-¿Cómo? ¿No tiene? -Pos... no.Jorge dio un fuerte puñetazo contra el mostrador. -¡Maldita sea! Maldito destino que ante mí se opone. Todo lo que busco es un poco de sufrimiento para saber lo que es la vida. No encuentro respuestas; me siento como parado a la orilla de un abismo sin poder arrojarme en él. Grito y grito y sólo me responde el silencio. Hay tanta gente sufriendo, y a mí, que busco ese dolor para alimentar mi obra, se me escapa. ¡Ni eso me concede el destino! A mí, que sólo quiero hacer poesía, me es negado lo único que daría sentido a mi vida vacía. No soy nada, de verdad no soy nada… Don Cosme se sentía muy mal de escuchar al joven poeta expresarse de esta manera, pero de pronto, a Jorge pareció iluminársele el rostro. -¡Oigan! ¡Estoy inspirado! ¡Ahora lo veo! ¡Mi sufrimiento será mi falta de sufrimiento y sobre esto hablará mi poesía! Muchas gracias, señor.Y ante el absoluto sacón de onda de don Cosme, Jorge le pagó cinco pesos y se fue caminando bajo el sol, pues ya había terminado de llover.

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VETERINARIO ACUSADO DE FRAUDE SALE LIBRE DE CARGOS JUEZ DETERMINA QUE NO HAY CASO La Ciudad, 28 de Diciembre.- El día de ayer el juez de distrito Compungio Peña dictaminó que la denuncia en contra del criador de perros Justo Godínez no procede debido a que no hay suficientes elementos para iniciar un proceso. Godínez, egresado de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad Autónoma Estatal, había sido acusado de fraude por un grupo de señoras encopetadas y fufurufas que habían comprado perros de su rancho criadero. Las señoras alegaron que Godínez les vendió cruzas de perros malixes como si se tratasen de razas exóticas. "La idea de hacer este negocio me vino a la mente cuando llegó a mis oídos cierta historia del vecindario", declaró Godínez en una entrevista exclusiva con este diario. "Un quinceañero le obsequió a su quinceañera un cachorro muy bonito, cruza de pastor alemán con husky siberiano. Pero la madre de la quinceañera, una señora encopetada y fufurufa, le prohibió a la chica conservar el perro, porque éste no era 'de raza pura', así que el quinceañero tuvo que vender al adorable cachorrito. '¡Qué ignorancia!' pensé yo." Godínez explicó que todas las razas de perros son el resultado de cruzas selectivas que ha hecho el hombre. Así, según el 29


veterinario, "No existe tal cosa como una raza pura. Si acaso, el único 'puro' es el Canis lupus, el lobo, del que descienden todas las razas de perros, desde el chihuahueño hasta el san bernardo." "Entonces," continuó Godínez, "se me ocurrió la idea de inventar mis propias razas de perros cruzando especímenes de razas diferentes. Sólo tenía que cruzar un setter irlandés con un labrador dorado, luego cruzar otro setter irlandés con otro labrador dorado y finalmente cruzar las crías de ambos. Así creé una nueva raza a la que llamé joyce irlandés." Godínez rió al recordar sus procedimientos: "Me divertía mucho inventando nombres para mis razas inventadas. Así, a una cruza de pastor alemán con husky siberiano la llamé otón teutón y a una de french puddle con pequinés la llamé bantha puddle. Luego sólo tuve que presentar estas nuevas razas exóticas a la comunidad de señoras encopetadas y fufurufas, que pronto estuvieron encantadas con adquirir un ejemplar." Aquellas mujeres llegaron a pagar hasta $20,000 por un cachorro de las razas inventadas por Godínez. No se dieron cuenta de que habían sido timadas hasta que hubo una exhibición canina a la que muchas de ellas inscribieron a sus mascotas. Puede el lector imaginarse la sorpresa e indignación de estas distinguidas señoras cuando un miembro del jurado, experto en razas caninas, les reveló que entre todas eran dueñas de una gran jauría de perros malixes.

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Poco después presentaron la denuncia por fraude en contra del veterinario. Al preguntársele cómo se sentía tras haber salido libre de cargos, Godínez respondió "Desde el principio estaba seguro del resultado: no había ningún caso contra mí. Ya que todas las razas de perros son inventadas, no cometía ningún fraude al inventar las mías propias y venderlas como exóticas (y exóticas lo son, pues no se les encuentra en ningún otro lado). Cuando yo vendía un joyce irlandés, en verdad vendía un joyce irlandés. Fraude habría sido vender un cocker spaniel haciéndolo pasar por gran danés." Después de estos sucesos, las ventas de Godínez se han incrementado, pero ahora sus clientes no son señoras encopetadas y fufurufas, sino gente curiosa que quiere conocer las nuevas razas: "Ahora no me importa ganar $20,000 por perro. No me atrevería a cobrarles tanto a estas personas, porque compran con honestidad. Sólo me alegro de haber podido bajarles una buena lana a todas esas señoras encopetadas y fufurufas."

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EL CRUCIFIJO ROTO

¡Oh, desgracia! ¡Oh, tragedia! Contra el frío piso de piedra del patio. ¡Partido en tres pedazos! ¡Sacrilegio! ¡Tres pedazos! El que esté roto ya es de mal augurio, aún más malo es que hayan sido tres pedazos. ¡Y cuáles pedazos! La cabeza por aquí, el brazo derecho por un lado, y todo lo demás por otro. No es de extrañarse que la pobre abuela esté escandalizada, tapándose la boca con la mano para no mostrar sus pocos dientes amarillos cuando grita. El pobre Luisito nada más está confundido por los gritos de la anciana y no entiende la desgracia que acaba de arrojar sobre su casa. ¿Y si alguien de la familia se muere? ¿Y si se nos aparece el diablo? Nomás la semana pasada había venido el padre Jacinto a bendecir la casa y el chamaco ya lo había echado todo a perder. Pobre de la abuela, en la casa nueva que le puso el yerno, con tal de no andar teniendo que oír sus críticas. Y no es que a la abuela le moleste cuidar a Luisito; al contrario, ¡le encanta! Pero cuando el mocoso es el responsable de tamaña calamidad hasta ella puede olvidar que es su nieto favorito y propinarle un par de buenas bofetadas guajoloteras. Y no es para menos, las peores tragedias pueden pasar a causa de esto, pues romper un crucifijo no es cosa de juego. Una vez que está más tranquila la abuela y amoratado y zarandeado el chiquito, hay que pensar en cómo remediar este 32


desastre. Hay que pensar... a ver… ¡El padre Jacinto! Él sabrá qué hacer. Mejor es moverse sin perder tiempo. Luis, agarra eso y vámonos, es la orden y un silencio obediente es la respuesta. Salen los dos a toda prisa; la señora va delante toda alborotada y jalando de un brazo a la criatura. No importa que la puerta se quede sin llave, ahí la vecina seguro va a cuidar que no se meta nadie. Lo importante es llegar donde el padre, que no vive tan lejos. Listo, llegamos. La puerta de la casa del padre es de esas de metal y vidrio, y los nudillos de la abuela sufren al golpear tan fuerte y tan frecuente. Nadie responde, a pesar de la insistencia de los artríticos nudillos de la sexagenaria y de que cada toc-toc va acompañado de un buenas noches a considerable volumen. Sí, es tarde, pero no tanto. ¿Será que el padre no está? La anciana se pone a pensar mientras el niño se saca un moco de la nariz sin saber qué es lo que está pasando. De pronto una idea ilumina la cenicienta cabeza de la abuela: hace falta una limpia. Lo bueno es que la bruja nunca descansa, si llegamos ahorita, seguro nos atiende. Pero hay un problema: ¿cómo hacerle para ir al otro pueblo a estas horas de la noche? A fuerzas tiene que ser en coche, pues la vieja no se va a lanzar al camino sola con un chiquito. ¡Don Jaime, el de las cocas! Él seguro nos lleva en su camioneta y a estas horas segurito ha de estar cenando en la taquería de don Lupe.

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Don Jaime acepta sin rodeos llevar a Luisito y a su abuela al otro pueblo, dada la gravedad del asunto. Nomás que lo dejen acabarse su horchata. Listo, ahora sí, súbanse a la camioneta. El ajetreo del vehículo al moverse por el sinuoso camino sin asfaltar lastima los pobres huesos adoloridos de la abuela, divierte al pequeño Luisito y le es totalmente indiferente a don Jaime. Después de un cuarto de hora de escuchar la hojalatería de la camioneta aporrearse contra sí misma, llegan al otro pueblo. La abuela pide a don Jaime que la lleve a casa de la bruja, pero él le dice que hasta aquí la deja, que no quiere meterse en cosas raras. La abuela se baja junto con Luisto y le pide a su amable chofer que se espere ahí donde está, porque no va a tardar. La anciana y el niño caminan buscando la casa de la bruja, haciendo un esfuerzo para ver en esta tremenda oscuridad, pues el alumbrado público tiene poco de alumbrado y sí mucho de público. Por fin, aquí estamos, frente a la casa de la bruja. ¿Será que toquemos? A la abuela no le gustan estas cosas, pero no tiene otra opción si el padre Jacinto quién sabe dónde está. Pues no venimos hasta acá para no hacer nada, así que la abuela toca la puerta con fuerza. Luisito está esperando que la señora que abrirá la puerta esté toda vestida de negro, sea fea con la cara verde y la nariz ganchuda y ande sujetando una escoba. Se sorprende mucho al ver que se trata de una viejecilla como de la edad de su abuela, chaparrita, regordeta y de color bien prieto. La abuela explica el problema a la bruja, quien 34


no deja de santiguarse siempre que aquélla termina una oración. La hechicera no abre la boca hasta que su coetánea termina de hablar y entonces invita a sus desesperados clientes a pasar a la casa. La abuela entra apresurada jalando a Luisito del brazo, cuyos ojitos negros se mueven de un lado al otro y ven un montón de cosas raras por todas partes: frascos con animales muertos, pomos con polvos extraños y muchas, muchísimas imágenes de santos y crucifijos. La bruja toma de manos de Luisito el crucifijo roto y le da a cambio uno nuevo. Pone el viejo en una caja de cartón y agita unos ajos sobre ella. La abuela está muy cansada, así que se sienta, mientras la bruja agarra a Luisito y lo examina de arriba a abajo, haciendo sentir muy incómodo al pequeño. Ahora toma uno de los polvos y lo esparce sobre la cabeza del chiquito mientras reza alguna oración de la cual Luisito y su abuela sólo alcanzan a entender la frase Ave María, la cual, entre paréntesis, Luisito siempre ha pensado que se refiere a esa paloma blanca que sale en las estampitas que le dan en el catecismo. Cuando termina el rito, la bruja despide a sus clientes. Deben irse de prisa, porque si no, la limpia no tendrá efecto. La abuela saca de su monedero, con sus dedos arrugados y temblorosos un puñado de monedas frías y las deja en la mano extendida de la bruja. Mejor nos vamos. La anciana y el niño salen de la casa y se van a donde habían dejado a don Jaime.

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Durante el camino a la casa, la abuela puede relajarse contra el plástico barato del que están forrados los asientos de la camioneta, el cual en algunos puntos deja escapar el relleno de hule-espuma, con el que Luisito se divierte, sin entender ni un detalle de la aventura de la que acaba de ser partícipe. ¡Huay! De la que nos salvamos. Bendito Dios que ya pasó todo.

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El eco es la sombra de las palabras. Baladas del Peque単o Juglar

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¿QUIÉN VIVE?

-Uno de estos tres aún está vivo.- dijo el Enterrador componiendo una sonrisa maliciosa que dejaba entrever sus dientes amarillos, -Si usted es tan inteligente como dice, sabrá cuál es.- y señaló con uno de sus rechonchos dedos los tres cuerpos desnudos que estaban sentados en posición de pensadores, cada uno sobre una gran roca gris y mirando el suelo bajo la poca sombra que les daba un árbol seco y sin hojas. El Profesor arqueó una ceja que sobresalió por encima de sus gafas oscuras y redondas. Era alto y fornido, tenía el cabello negro y con corte militar, la nariz recta y una actitud hierática. Vestía una bata de médico ajustada y unos pantalones negros; con la mano derecha sostenía un maletín del mismo color. El Enterrador rió entre dientes. Era un individuo bajo y redondo, de nariz grande y gruesa, con la cara y las barbas sucias de tierra y grasa. Llevaba un sombrero vaquero todo huango por el uso y el color de su ropa no podía identificarse bajo las capas de polvo rojizo que la cubrían. -Si usted es tan listo, sabrá quién vive.- repitió el Enterrador. El Profesor dio dos pasos en dirección a los cuerpos y éstos, al sentir su proximidad, se volvieron hacia él con la mirada perdida y 39


empezaron a respirar con ese sonido característico de los cadáveres, parecido al que produce una botella vacía cuando se le sopla. -Los tres parecen estar muertos.- dijo el Profesor. -Así es.- contestó el Enterrador con su risa canina -Pero uno de ellos vive. Si usted es tan bueno, sabrá cuál es. El Profesor se quedó mirando los tres cuerpos con detenimiento. A espaldas de éstos, hacia el oriente, se extendía una llanura yerma y rocosa de color café rojizo con sólo algunos árboles muertos que interrumpían la perfecta monotonía del paisaje. Más allá, en el horizonte, se alzaban las Montañas, rocosas, afiladas y de un color gris metálico, a cuya sola vista el que las contemplaba casi podía sentir cómo le cortaban las palmas de las manos. Frente a los cuerpos, y a espaldas del Profesor y del Enterrador, estaba erigido el Pueblo, todo hecho de madera de un color fangoso entre café y gris. La luz dorada de la tarde iluminaba la escena. -Tendría que hablar con ellos para averiguarlo.- dijo el Profesor después de un rato. -Adelante- contestó el Enterrador con tono burlón -Hábleles todo lo que usted quiera. El Profesor se acercó al primer cuerpo desde la izquierda, se inclinó sobre él y le preguntó: -¿Cómo está el clima hoy? El cuerpo le dirigió la mirada y respondió con voz gutural: 40


-Seco y frío, como una mañana de Todos los Santos en la que predomina el olor de las calabazas frescas. -¡No se necesita estar vivo para darse cuenta de eso!- exclamó el Enterrador. -Lo sé.- respondió el Profesor con calma -Sólo estoy probando. Verá, a veces no hay una sola prueba contundente para demostrar una hipótesis o resolver un problema de lógica. En tales casos es necesario que todas las pruebas sean reunidas para constituir una especie de metaprueba que... -¡Ah, ya cállese!- gritó el Enterrador -No me dé clases, sólo ocúpese de averiguar quién vive. -Muy bien.- el Profesor se dirigió hacia el cuerpo de en medio. Dígame, esa roca que usted utiliza como asiento, ¿es cómoda? El cuerpo respondió con voz seca y rasposa: -Tan cómoda como podría serlo una roca dura y afilada una tarde de octubre. -¡Nada!

¡Eso

no

significa

nada!-

aulló

el

Enterrador,

acompañando sus gritos con muchos aspavientos. -Hasta el idiota del Pueblo podría haber dicho algo así. Incluso la viuda de mi hermano dice cosas como ésas, y ella está muerta desde hace muchos años.

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-Por el contrario, mi obtuso amigo, esta respuesta significa mucho si se le contrasta con la del cuerpo anterior y significará aún más cuando la analice frente a las otras respuestas que obtendré... -¡Ta, ta, ta! ¡Menos plática y más manduca! -Muy bien.- El Profesor le habló al cuerpo del extremo derecho. ¿Qué sentiría usted si en este momento le cortara el miembro fálico con una piedra afilada? -¡Ah! La típica pregunta.- exclamó el Enterrador. El cuerpo pareció reflexionar por unos momentos y luego dijo con una voz muy clara: -Supongo que eso dependería del momento en que fuese realizada una acción tan funesta. Si me encontrara en una situación ordinaria, me sería indiferente. Sin embargo, si estuviera practicando el coito... -¡Guarde silencio, pedantísimo retórico!- exclamó el Profesor muy enfadado -Le he preguntado de una forma nada hermética ni gongorina. Claramente he establecido que la situación hipotética sobre la que usted diserta tan alegóricamente no sería sino, y cito textualmente mis propias palabras, en este momento. El Enterrador se espantó al ver al Profesor montar en cólera, pues nunca se habría imaginado que tan serio individuo fuera capaz 42


de tales arrebatos. Pero el cuerpo no pareció inmutarse y se limitó a responder con tranquilidad: -Ahora mismo la Luna se oculta tras las Montañas, esperando a que el sol se vaya, para poder salir y llamar a los lobos. -Éste indudablemente está muerto.- dictaminó el Profesor -¿Cómo está tan seguro?- inquirió el Enterrador con algo de escepticismo en la voz. -Al principio trató de imitar mi elegante forma de hablar, pero cuando le demostré que mis habilidades retóricas son infinitamente superiores a las suyas, tuvo que desistir y contestó de la misma manera ambigua que utilizan los cadáveres. Verá, una de las características de los muertos es que por lo general tratan con desesperación de ser tomados por vivos. -Oh.- dijo el Enterrador con sincera admiración -Sorprendente. Pero aún le falta descubrir quién vive. -Y así lo haré.- aseguró el Profesor mientras se acercaba al cuerpo de en medio -¿Qué opina usted de la Situación? -En Infierno corroe desde dentro todos los estatutos de la Fundación. La maravilla de la verdad es inalcanzable para todos los conformistas que eligieron el Sistema. Cuando el colapso de la Situación se dé al fin, las hojas secas de los árboles bailarán llevadas 43


por el viento y llegará el reino de la noche, la Luna y el otoño. Los gritos y los susurros dejarán de hacerse la guerra y serán libres al fin. -¡Bah! Un cuento chino parecido al de cualquier mocoso. Eso no significa nada, Profesor. -Ya lo veremos.- el Profesor se dirigió al cuerpo de la izquierda y le preguntó -¿Le gustaría ser llevado al pueblo y colocado en una cama cálida después de un buen baño? -No, pues la luz de la tarde aún tiene que hacer llorar mis ojos para que en verdad pueda sentirme cansado. -Interesante respuesta.- dijo el Profesor -¿Usted qué opina sobre lo que ha respondido este otro cuerpo? -preguntó al de en medio. -La tarde es joven y la noche es vieja, pues mientras que el sol muere cada ocaso y otro nace en su lugar cada mañana, la Luna sigue siendo la misma antigua matriarca que observa, guía y educa a los hombres desde el inicio de los tiempos. Del sol nada puede aprenderse pues en su infinita vanidad castiga a aquellos que se atreven a mirarlo y porque decide consumir toda su vida en doce horas. Es por eso que brilla tanto, porque se consume a sí mismo demasiado rápido. En cambio, la Luna destila su luz con sabiduría y por ello trasciende los milenios. -Lunático, ¿eh?- dijo el Profesor -O por lo menos lo era antes de morir. 44


-¡Ajá! ¿Entonces concluye que éste también está muerto? -No dije tal cosa. En mi sentencia anterior, insinué que este individuo ha estado muerto alguna vez, pero en ningún momento aseveré que lo estuviera ahora. -Usted habla muy bonito, Profesor. Pero ya me impaciento y usted no puede decir con certeza quién vive. Recuerde que debemos regresar al Pueblo antes del anochecer para encender las calaveras y preparar el chocolate, y usted no obtendrá el trabajo a menos que logre convencerme. -Estoy a punto de llegar a una conclusión.- el Profesor se dirigió al cuerpo de la izquierda y le repitió el discurso que el otro cuerpo había dicho. Al concluir le preguntó -Si usted estuviera vivo y en desacuerdo con el cuerpo junto a usted, ¿de qué forma le respondería? -Colocaría su cara pálida sobre las filosas cumbres de las Montañas y lo arrastraría desde la cima hasta la sima, para luego bailar con alegría entre sus entrañas desparramadas. -Y usted,- el Profesor volvió su atención hacia el cuerpo de en medio -¿qué haría si este cuerpo intentara hacerle tal cosa? -No podría importarme menos.- respondió el cuerpo.

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El Profesor sonrió triunfante, asentó su maletín en el suelo, lo abrió y sacó de él un revólver. Apuntó el arma hacia el cuerpo de la izquierda y dijo: -Perderás esto. Entonces el cuerpo entró en pánico y comenzó a gritar y a retorcerse en su asiento de roca, pero cuando el Profesor disparó y la bala atravesó su carne, se calmó y regresó a su postura anterior. -¿Y usted?- dijo el Profesor al otro cuerpo -¿Qué sentiría si le disparara también? -Una bala. -¿Y qué le causaría esa bala? -Un agujero. -¿Y qué le provocaría ese agujero? -Dolor. -¿Y a dónde lo llevaría ese dolor? -Hacia una aventura. -¡Ajá!- exclamó el Profesor -Este cuerpo está vivo. -¿Cómo lo sabe?- preguntó el Enterrador muy sorprendido y admirado.

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-Por sus respuestas, por las respuestas de los otros, pero sobre todo, porque no se espantó ante la pistola. Sólo los muertos temen perder lo que creen que es vida, sin darse cuenta que después de la muerte, de una falsa muerte, su falsa vida seguirá siendo exactamente igual. Sólo quien vive, quien realmente vive, no tendrá miedo de perder la vida y enfrentar la gran aventura de estar muerto.

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LA TRANSFORMACIÓN

Cierta medianoche, Cucarachín despertó convertido en ser humano. Bueno, si era un ser humano o algún otro primate, no lo podríamos afirmar. Después de todo, ¿quién es capaz de distinguir entre un humano, un gorila, un orangután y un chimpancé? El caso es que cuando Cucarachín despertó, pensó lo que cualquier artrópodo decente pensaría si al despertar viera que en vez de sus patitas juguetonas tuviese un par de brazos huesudos rematados en manos con pulgares oponibles: -¡Puta madre! Se preguntó si estaría soñando, pero miró a su alrededor y se dio cuenta de que todo estaba como debía estar. Seguía acostado boca abajo en su cama de cáscara de plátano y su habitación seguía siendo un pequeño recoveco en una serie de túneles excavados en una pared de madera podrida. Trató

de

reptar,

pero

sus

miembros

delanteros

eran

ridículamente más cortos que los traseros, así que tuvo que caminar en dos patas. Luego intentó trepar por la pared, pero sus manos ya no se adherían a ésta, así que resbaló y supo lo que significa darse un golpe cuando se es un vertebrado. Entonces trató de hablar con ese lenguaje al mismo tiempo crujiente y baboso con el que se 48


comunican las cucarachas, pero lo único que salió de su boca llena de aperlados dientes fue un par de cantos gregorianos no muy bien entonados. Al oír aquellos gritos infracucarachescos acudieron el padre y la madre de Cucarachín, don Cucaracho y doña Cucaracha, quienes al ver a su hijo convertido en un espantoso bípedo con pelos amarillos en la cabeza y (sólo dos) ojos azules, no pudieron sino pegar un alarido de horror. Cucarachín trató de hablarles, de explicarles que aún era él, su hijo, pero lo único que surgió de entre sus carnosos labios fueron unas arias de ópera italiana. En ese momento llegaron los diez mil hermanos y las diez mil hermanas de Cucarachín, todos ellos llamados Cucarachín y todas ellas llamadas Cucarachina (no me culpen, entre las cucarachas no hay mucha variedad onomástica). Se amontonaron a lo largo del pasillo, cada uno de ellos tratando de averiguar qué carajos pasaba. Aquello era un gran conglomerado de patitas locas y cabecitas inexpresivas. Don Cucaracho, sin entender lo que le había sucedido a su hijo, miró a su pareja en busca de ayuda. Doña Cucaracha le devolvió la mirada que claramente significaba: -Pues ni pedo.

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Así que ambos se acercaron a su hijo lentamente y relamiéndose las mandíbulas, valga la expresión. Cucarachín trató de suplicarles que no se lo comieran, pero don Cucaracho ya había empezado a morderle la pantorrilla. Antes de que sus padres y sus veinte mil hermanos y hermanas lo devoraran, el buen Cucarachín alcanzó a gritar completo el Ave María de Schubert. ¡Y luego el pusilánime de Samsa anda lloriqueando!

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EL ORIGEN DEL LENGUAJE EN LA MITOLOGÍA BANTA

En un interesantísimo pasaje de sus Memorias y Viajes, el célebre filólogo, mitólogo y explorador Sir Lars McOwen nos relata:

De todos los mitos que he recogido sobre el origen del lenguaje, el que más ha llamado mi atención es, sin duda, el del pueblo de los bantas. El mito dice así: En los tiempos antiguos, los seres humanos no conocían ni necesitaban del lenguaje, pues unos a otros podían verse el pashka (vocablo banta que significa tanto "mente" como "alma") con la misma facilidad con que podían mirarse los rostros y los cuerpos. Si dos personas

querían

compartir

sus

pensamientos,

sentimientos,

conocimientos, dudas, gustos, temores y consejos, sólo tenían que observarse el uno al otro. El pashka de cada ser humano estaba abierto a todos los demás, sin poder ni querer ocultarlo, así que todos se conocían y se apreciaban verdaderamente y todos los hombres amaban a todas las mujeres y viceversa, pues todos eran hermosos a los ojos de los otros. Además, al no haber secretos no existían las mentiras, ni las intenciones ocultas ni la desconfianza y ninguno podía sentirse solo, pues su pashka estaba en eterno contacto con los de sus semejantes. 51


Pero con la llegada de los chuub-baká, los cuatro pecados, los cuatro defectos del alma y de la mente, se introdujo el lenguaje entre las tribus bantas. Los cuatro pecados, considerados por los bantas como el origen de toda pena y dolor humanos, son el odio (sit), la crueldad (boshuda), la traición (pudju) y la venganza (jango). El origen de los cuatro pecados (y a su vez, del lenguaje) se encuentra en la historia de un joven, Tak y una muchacha, Iza. Ambos acababan de llegar a la edad en la que es lícito para los jóvenes realizar el meboshka ("juntarse", "amarse", es decir, tener relaciones sexuales), que para los bantas es a los catorce años de edad. Cuando Tak e Iza se encontraron por azar caminando en los platanales, él quiso hacer el meboshka, pero ella, al ver las intenciones del joven en su pashka, sintió rechazo hacia él. Ninguna mujer había rechazado antes a un hombre, pues como se ha dicho, todos se amaban los unos a los otros, y Tak, al percibir el rechazo en el pashka de Iza, se perturbó y sintió un dolor (aiika) desconocido hasta entonces.1 Ahora bien, no está del todo claro el porqué Iza rechazó a Tak. Una versión que circula entre las tribus que tuvieron más contacto con los misioneros2 españoles a finales del siglo XVII dice que Iza había decidido mantenerse virgen de por vida para consagrarse a Hichuba (o Hich-Ubá, en el dialecto de los bantas orientales), el dios creador y 1

Actualmente, entre las tribus bantas, el que una muchacha rechace a un joven que la pretende significa un gran dolor y humillación para éste. El rechazo es conocido como Izachutbak, "el daño de Iza". 2 En castellano en el original (N del T) 52


protector de los bantas. Sin embargo, es evidente que esta versión del mito ha sido contaminada por la doctrina cristiana, como se puede apreciar en el paralelismo Iza-virgen consagrada a Dios-traedora del lenguaje con María-virgen consagrada a Dios-portadora del Verbo. En versiones del mito conservadas por las tribus que se encuentran en lugares más remotos y apartados, el rechazo de Iza no tiene explicación y de hecho, a los nativos ni siquiera se les ocurre preguntarse el porqué de esta actitud de la joven. El caso es que Iza vio el dolor que su rechazo causó en el pashka de Tak y sintió gran compasión por el joven, que a su vez pudo ver este sentimiento en el pashka de ella y sintió vergüenza. Así comenzaron los chuub-aiika-sin, los cuatro días de dolor. Por cuatro días, ambos jóvenes miraron sus pashkas mutuamente. La vergüenza de Tak, fue correspondida con la pena de Iza, lo que causó en Tak un nuevo sentimiento, la ira (argk). Ésta provocó espanto en Iza, pero no logró disipar la pena que ella sentía por el muchacho. Así pasó el primer día y al amanecer del segundo, Tak, furioso por los sentimientos que veía en el pashka de Iza empezó a desearle el mal y así comenzó a florecer sit, el odio, en su pashka. Al ver esto, Iza se horrorizó y sintió gran pesar, pero aún sentía compasión por el joven que estaba invadido por esos terribles sentimientos. Pero lo que más enfurecía a Tak era precisamente el que Iza se compadeciera de él, y mientras más compasión percibía en el pashka de ella, más dolor le deseaba a

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ella, al punto que al amanecer del tercer día, ya la odiaba verdaderamente. Al ver el odio en el pashka de Tak, Iza sintió un profundo dolor, ya no causado por la compasión hacia el joven, sino por el horror de contemplar este nuevo y espantoso sentimiento. Tak se dio cuenta de que su odio causaba dolor en el pashka de Iza y se sintió complacido. Así nació boshuda, la crueldad, el gozo ante el dolor de los demás. Al percibir que su dolor causaba placer en Tak, los sufrimientos de la joven aumentaron, lo que a su vez aumentó el cruel disfrute del muchacho. Este círculo de dolores y crueldades crecientes continuó hasta el atardecer del cuarto día, cuando Iza no pudo soportarlo más y huyó de aquel lugar con el pashka destrozado. Tak, por su parte, regresó a su aldea. Pero al entrar allí, las demás personas vieron que su pashka había sido invadido por el odio y la crueldad y se horrorizaron ante él. Tak pudo percibir que se había convertido en un monstruo para los demás y, ardiendo de dolor, huyó hacia las profundidades de la selva. Allí se encontró con Danago (o Daí-Nago, para los orientales), el dios que enseñó a rugir a las bestias y cantar a las aves. Danago vio el pashka de Tak y se compadeció de él, por lo que le ofreció la habilidad de ocultar su pashka, pero a cambio, él ya no podría ver el de los demás. Tak aceptó, pues no soportaba demostrar el monstruo deforme en que se había convertido

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su pashka y no quería volver a percibir el rechazo y la repulsión de los demás. Así se hizo y de pronto Tak quedó ciego y sordo a los pashkas ajenos, y se sintió solo, aislado de todo. Por el resto del día, Tak lloró de soledad, miedo y claustrofobia al sentirse atrapado dentro de sí mismo. Cuando logró reponerse, volvió a su aldea y notó que allí nadie lo miraba. Sólo algunos se volvían a ver al extraño ser que se movía como hombre, pero que, como las rocas, no tenía un pashka. Tak decidió entonces vengarse de Iza por haberlo convertido en un monstruo, y como él había visto en el pashka de la joven todos sus anhelos, sentimientos y temores, decidió utilizarlos para causarle dolor. Así nació pudju, la traición, y se iniciaron los chuub-jango-sin, los cuatro días de venganza.3 Como nadie podía ver las intenciones de Tak, pudo pasearse libremente por la aldea llevando a cabo sus planes. El primer día, Tak llenó la choza de Iza con serpientes, arañas y gusanos venenosos; así hizo que el miedo entrara en el pashka de la joven. El segundo día, mató un rebaño de ciervos que eran amigos de la muchacha, provocando en ella la profunda tristeza que causa la muerte de los seres queridos. El tercer día, Tak incendió la choza de Iza. Para entonces, el pashka de la joven se había llenado de dolor y 3

Estos cuatro días, junto con el día que Tak pasó en la selva y los cuatro días de dolor, forman un período de nueve días de duelo en el que los bantas guardan un solemne luto, a finales del mes que para nosotros es junio y que marca el comienzo de la época de sequías. 55


tristeza y los demás miembros de la tribu la evitaban, pues no podían soportar el sufrimiento que manaba de ella. Entonces, el cuarto día, Tak secuestró a Iza y la llevó a la cima de la pirámide central de la aldea, donde, a la vista de todos, violó a la joven hasta hacerla sangrar. El horror cundió entre los bantas, pues nunca antes el meboshka había sido forzado y mucho menos se había convertido en causa de sufrimiento y, sobre todo, porque nunca antes el dolor de alguien había sido causa de placer para otro. Nadie sabía qué hacer, pues nunca se habían topado con que un ser humano hiciese daño a un compañero, y ninguno hizo nada por ayudar a Iza. Cuando Tak terminó, consideró su venganza completa y se echó a reír con crueldad, mientras la pobre Iza sangraba y yacía agonizante sobre cima del templo. Pero el pashka de ella se llenó ya no sólo de dolor y vergüenza, sino de odio, y con sus últimas fuerzas se abalanzó sobre Tak, lo alzó en el aire y lo arrojó de la pirámide. El cuerpo de Tak se destrozó rodando por los escalones, e Iza, al darse cuenta de que ella misma se había convertido en un ser casi tan monstruoso como su perpetrador, derramó una última lágrima y expiró. Así murieron Tak, jangomer, el vengativo; vaderot-sitter, el monstruo que odia, e Iza, clarimash, la compasiva; sit-amidamant, la víctima del odio. Los miembros de la aldea que presenciaron la escena se llenaron de horror y pesar y a donde miraban sólo encontraban más dolor, pues éste se había introducido en los pashkas de todos. Y todos los 56


hombres y mujeres de la aldea empezaron a temer sufrir como había sufrido Iza por un malvado como había sido Tak. Todo se volvió miedo y sufrimiento en los pashkas de los seres humanos, así que todos huyeron por su cuenta y se escondieron en las selvas y ningún ser humano podía soportar la presencia del otro, pues todo lo que veían entre sí era miedo, dolor y desconfianza. Danago se compadeció de los seres humanos y les dio a todos el poder de ocultar su pashka y de quedar ciegos a los de los otros. Pero para que pudieran volver a construir aldeas y pirámides y pudieran volver a trabajar la tierra y protegerse mutuamente de las bestias de la selva, era necesario que los seres humanos fueran capaces de compartir otra vez sus sentimientos, sus ideas y sus conocimientos, por lo que Danago les enseñó el lenguaje, que permitía a los hombres y a las mujeres comunicar lo que necesitaran, pero sin exponer su pashka. Pero con el lenguaje surgió la mentira, y sin poder ver lo que verdaderamente había en el pashka de los demás, los seres humanos empezaron a desconfiar de sus semejantes, a llevar intenciones ocultas, a ser hipócritas y aduladores, y los hombres y las mujeres se hallaron solos, aislados por completo de todos los demás, incapaces de conocerse los unos a los otros. Así empezaron a formarse los bandos y las naciones y ocurrieron las guerras, como sucede hasta ahora. Pero Danago dijo a los seres humanos que el día en que cada uno de ellos aprendiera a borrar de 57


sus pashkas el odio, la crueldad, la traición y la venganza, con sus consecuencias, el dolor, el miedo, la desconfianza y el rencor, ya no sería necesario el lenguaje y los hombres y las mujeres podrían compartir sus pashkas de nuevo y nunca más volverían a estar solos.

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¿Por qué mentimos a los niños? Porque nos creen. Antiguo dicho banta

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LEYENDAS MODERNAS DE MIEDOS ANCESTRALES

La playa. Tres jóvenes de unos veinte años estaban alrededor de una fogata, cercados a su vez por el rumor de las olas y el canto de los grillos. En la distancia, la luz de la casa playera trataba en vano de competir con la de las estrellas. La conversación había evolucionado de tal forma que los cuentos y las leyendas de terror se asentaron en su lugar apropiado, después de los comentarios jocosos y antes de las confesiones de tipo sentimental, amoroso y sexual. -Bueno, bueno,- dijo Memo - Yo me sé una buena. -A ver.- dijeron los otros dos casi al unísono. -Muy bien. Es sobre un señor que vivía en un pueblo de ésos que están muy alejados. Este señor vivía solo con un cerdo muy grande y negro, al cual trataba tan bien como al más fiel de los perros. El tipo era muy mocho. Asistía a misa todos los días y siempre estaba criticando a la gente que iba a las fiestas y a los bailongos. Pero resulta que en una ocasión estaba por realizarse una boda muy aparatosa a la que todo el pueblo estaba invitado, incluyendo el fulano en cuestión. Éste decidió darle una oportunidad al pecaminoso mundo del festejo y aceptó asistir. La noche de la boda, el señor se arregló con mucho esmero y entusiasmo, pero cuando se preparaba para salir, el cerdo de pronto le dijo: "Así que tú también vas a ir con esos pecadores". Y al hombre le 61


dio tanto miedo que se metió a su casa y jamás volvió a intentar salir más que para ir a misa y al trabajo. Memo estudió los rostros de sus compañeros, esperando una reacción que denotara que su historia había tenido éxito; un escalofrío o una interjección habrían bastado. -¿Eso es todo?- exclamó Ricardo -Pues... sí.- dijo Memo, algo confundido. -¡Es una mamada!- dijo Ricardo -¡¿Y se regresó a donde estaba el cerdo negro grandote que hablaba?! Yo me habría ido corriendo y gritando como neurasténico. -Sí, güey, no inventes.- dijo Orlando -¿Qué se supone que era el cerdo? ¿Un diablo o un ángel o qué? -Sí.- comentó Ricardo -Además, está de la chingada que un cerdo te juzgue moralmente. ¿Pos qué se cree? -Ya, güey. -se defendió Memo -Así me la contaron. Yo no me tengo la culpa. -¿Y quién te la contó?- inquirió Ricardo -Mauricio. -¿Y a él quién se la contó? -No sé. 62


-¡Ah!- exclamó Ricardo con impaciencia. Un viento frío y ululante pasó como para epilogar la leyenda que había contado Memo y dar fin a la polémica que ésta había suscitado. Los tres muchachos guardaron silencio por menos de un minuto, reflexionando en secreto sobre lo que acababa de ser relatado. Orlando tocó algunos acordes con su guitarra, y luego interrumpió la mudez de sus compañeros diciendo: -Yo me sé otra leyenda. -A ver, cuenta.- dijo Ricardo. -Muy bien. Era de una chava que tenía una hermanita que tenía un Furby... -¿Qué coño es un Furby?- interrumpió Memo. -Eran esos robots, con forma de animalitos peludos, que hablaban, movían los ojos y sentían si los acariciabas o los apretabas. Estuvieron de moda hace algunos años. -Ah, ya sé.- recordó Memo -De ésos que se parecían a la ñoña de Karla. Los tres amigos rieron con la comparación. Terminadas las risas, Orlando prosiguió con su historia. -El caso es que una noche, ya muy tarde, esta chava estaba estudiando en su cuarto. Le dio sed y bajó a la cocina por un vaso de 63


agua. Al encender la luz, la sorprendió una vocecilla chillona que le ordenó con tono muy poco amable "Apaga la luz". Ella se asustó y se volvió para ver que la voz provenía del Furby, que estaba asentado sobre la mesa de la cocina. Pero a la chava se le pasó pronto el susto, explicándose a sí misma que la causa de la reacción del juguete debían ser sus sensores, y siguió con lo suyo. Pero, mientras ella tomaba agua, el Furby le dijo con voz aún más fuerte y grosera "Te dije que apagaras la luz". Entonces, la chava pegó un alarido, dejó caer su vaso y subió corriendo y llorando, llamando a gritos a su papá. La reacción de los compañeros de Orlando fue en apariencia la misma que habían tenido con la primera historia. En apariencia, porque en realidad, Ricardo era el único que estaba realmente impasible. Memo, aunque lo disimulaba, estaba muy asustado. Tenía ganas de orinar, pero el temor de toparse en el camino con un cerdo parlanchín o un Furby malhumorado hacía que ir hasta el baño le pareciera por demás difícil y tortuoso. -¿Y luego?- preguntó Ricardo a Orlando -¿"Y luego" qué?- respondió él -Allí acaba. -¿Y qué hicieron con el Furby?- preguntó Memo. -Pues no sé, güey. Allá acaba la historia.

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-¡Contras!- exclamó Ricardo -Es la misma mamada que con lo del cerdo. ¿Entonces qué? ¿El Furby estaba maldito o era extraterrestre o qué pedo? -Hombre, pos no sé. Así me la contaron.- se defendió Orlando. -¿Y no se te ocurrió preguntar?- dijo Ricardo con desdén -La neta, no.- confesó Orlando. -Vaya.- dijo Ricardo -Esas leyendas de terror son como chistes: una vez que cuentas la punch line te callas y nadie te pregunta. Por eso no pueden pasar como historias reales. -Bueno, tú te crees mucho al criticar nuestras historias. Pero a ver, cuenta tú una.- lo retó Memo. -¡Claro que les cuento una! Ésta sí da miedo, porque es real: me pasó a mí en esta misma casa. Fue hace dos años, cuando todavía no la habíamos amueblado. Jorge y yo vinimos una vez a pasar todo el día en la playa. Imagínense: en ese entonces no había otras casas cerca ni habían puesto la iluminación de la carretera, así que cuando llegó la noche todo estaba en completa oscuridad. Jorge y yo nos metimos a la casa y nos fuimos a dormir. El único mueble que había era un colchón, que estaba en lo que ahora es el cuarto de mis jefes; así que Jorge y yo nos acostamos allí, uno con la cabeza para un lado y el otro con la suya para el lado contrario, como oliéndonos los pies... -O sea, en un sesenta y nueve.- acotó Memo riendo con malicia. 65


-Ya güey, no seas puto.- dijo Ricardo y prosiguió su historia Estábamos acostados de tal forma que mi cabeza era la más cercana a la puerta de la habitación. Jorge se durmió pronto, pero yo me quedé en duermevela, con los ojos cerrados pero semidespierto. Ya era muy de noche cuando escuché que la puerta del cuarto se abrió con un chirrido. Me sobrecogió un pánico que no puedo explicar, una especie de miedo primario. Entonces escuché unos pasos rechinantes que se acercaban lentamente hacia mí. Tenía tanto miedo que no me atreví a moverme, ni siquiera a abrir los ojos. Luego percibí que algo se apoyaba en el colchón, cerca de mí, y sentí un aliento cálido sobre mi oreja. Escuché que alguien me susurraba cosas que no entendía, pero no se oía como una voz cercana sino como murmullos lejanos. Me estaba muriendo de miedo; nunca había estado tan asustado en mi vida. Empecé a rezar con mucho fervor, cada padrenuestro detrás de un avemaría, sin parar hasta que las voces se detuvieron. Entonces sentí que la cosa dejó de apoyarse en el colchón y escuché los pasos alejándose hacia la puerta, que se cerró de golpe. No pude dormir en toda la noche. Memo y Orlando se quedaron viendo a Ricardo con los ojos muy abiertos. -¿Y qué pasó al día siguiente?- preguntó el primero. -Cuando Jorge despertó, le conté lo que había sucedido, pero no me creyó. Nos regresamos a la ciudad como al medio día. 66


-¿Y no ha vuelto a pasar nada raro en la casa?- insistió Memo, mientras Orlando tocaba unos acordes para olvidarse del miedo. -No, respondió Ricardo. Unos meses después la bendijeron y al poco tiempo mis jefes empezaron a amueblarla. Desde entonces no he vuelto a experimentar nada parecido. -Vaya,- dijo Memo con aún más temor de ir al baño que antes.Eso sí que da miedo. Ricardo asintió con la cabeza -Así es. Para los tres muchachos, el sonido de las olas pareció de pronto un susurro distante e ininteligible, mientras el viento se deslizaba entre ellos para depositar escalofríos en sus cuerpos. Una nube de murciélagos chillones pasó como un telón que cae para poner fin a aquella farsa medrosa. -Bueno.- dijo Memo -Cambiemos de tema.

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DE ZOMBIS

I Fue en el primer segundo del 31 de octubre cuando los muertos de Estados Unidos empezaron a caminar. Los primeros occisos en levantarse fueron los de las funerarias, las morgues y los hospitales. En las prisiones, en los pabellones de condenados a muerte, la frase dead man walking adquirió un nuevo significado. Pero los que llegaron más pronto a las casas de las gentes bien pensantes fueron los cadáveres de los vagabundos que habían muerto de frío en las calles durante las noches anteriores. Movidos por un hambre malsana y sobrenatural, los muertos andantes partieron en busca de carne viva. Nadie se dio cuenta al principio, excepto las víctimas más inmediatas de aquellos cadáveres caníbales. En las primeras horas de la mañana, algunos conductores vieron los putrefactos cuerpos cojeando por las avenidas de las ciudades, pero no les prestaron mucha atención. El pánico comenzó a cundir cuando hordas de muertos vivientes entraron en las escuelas para darse un festín con los alumnos y el personal docente. Entonces, la gente se dio cuenta de que algo muy malo sucedía. El problema no era solamente que los muertos caminaran y comieran personas, sino que la mordida de uno de estos cadáveres reproducía su condición en la víctima. Así, pronto las ciudades se llenaron de cuerpos deambulantes 68


y los ciudadanos no vieron un mejor recurso que acuartelarse en sus viviendas, tapiar las ventanas, y esperar a que alguien llegara a ayudarlos. No en todas las poblaciones, sin embargo, ocurrió de la misma manera ni a la misma escala. En algunas ciudades pequeñas de la costa del Pacífico, los vecinos no se enteraron del desastre nacional sino hasta que la noche del 31 ya estaba muy avanzada. Para entonces, los niños habían salido disfrazados a pedir el tradicional trick or treat y varios adultos, no menos juguetones, celebraban sus propias fiestas de disfraces. Unas horas antes, entre tanta lúgubre algarabía, lo único que se había escuchado por esos lares eran unos vagos reportes sobre asesinatos en masa y comunicaciones interrumpidas en la costa este. El problema en esas pequeñas ciudades y en esa noche era que un muerto viviente podía pasar desapercibido entre vecinos con atuendos que los hacían verse tanto o más aterradores que aquél. Así que cuando los primeros cuerpos reanimados irrumpieron en las fiestas, no llamaron la atención. Por ejemplo, en la ciudad de Bodega Bay, California, los vecinos sólo se percataron de la inusual situación cuando un hombre vestido de pirata trató de comerse a un niño que pedía dulces por el vecindario. El muerto logró darle al infante un par de mordidas antes de que los adultos presentes consiguieran apartarlo de él y someterlo. Llevaron al extraño (al que consideraron un loco) a la comisaría, no sin que antes algunos de los preocupados ciudadanos 69


fueran mordidos a su vez. Dos horas más tarde, el niño y los adultos en cuestión morían de una extraña fiebre, para resucitar unos minutos después como cadáveres comegente. Para cuando los habitantes de Bodega Bay sumaron dos más dos, varias docenas de muertos vivientes vagaban por las calles en busca de comida. Y como era Noche de Brujas, muchos de los cuerpos estaban disfrazados, lo que les daba un aspecto doblemente aterrador. Pronto se propagó el sentimiento apocalíptico y hasta la aldea más pequeña y recóndita del territorio americano se vio afectada por la plaga de muertos vivientes. Aunque la palabra fue pocas veces mencionada y casi nunca tomada en serio, los buenos ciudadanos estadounidenses sabían a la perfección que se estaban enfrentando a los legendarios zombis, que tantas películas y pesadillas nacionales habían protagonizado. La mayoría de la población, como dijimos, se encerró en sus casas, pero hubo algunos grupos de valientes que se armaron y salieron a las calles a cazar muertos vivientes. Por desgracia, las municiones se les agotaron rápido y había muchos más zombis de los que creían, así que tuvieron que volver a sus guaridas. El gobierno de los Estados Unidos reaccionó de forma bastante tardía. No teniendo un plan para enfrentar una contingencia de este tipo, después de largas sesiones en la Sala de Guerra, se decidió que el ejército fuera enviado a recorrer ciudades, pueblos y carreteras, en busca de zombis para exterminarlos por completo. No obstante, en ese momento los efectivos del ejército estadounidense no eran tan 70


numerosos, pues la plaga zombi había infestado algunos cuarteles y bases militares antes de que se tuviera plena conciencia del problema. De cualquier forma, la tarde del primero de noviembre, las tropas norteamericanas emprendieron la campaña de exterminio de zombis. El avance de su misión fue lento al principio, pues los militares tardaron en darse cuenta de que la única forma de destruir a los monstruos era disparándoles en la cabeza. Por suerte, los muertos vivientes no mostraban ninguna clase de inteligencia, pensamiento estratégico o siquiera el más elemental instinto de supervivencia, por lo que no huían ni se escondían de las tropas, sino que al contrario, se acercaban en grandes números a los vivos, quizá con la esperanza de disfrutar de un bocadillo. Las grandes ciudades fueron las primeras en ser liberadas, tras lo cual prosiguió el avance de las fuerzas armadas hacia las poblaciones más pequeñas. Sin embargo, hubo muchas localidades a las cuales nunca llegó el ejército, ni fue necesario, puesto que los cadáveres recuperaron su estatus de cuerpos inertes con los primeros rayos de sol del 3 de noviembre. Aunque en muchas ciudades se celebró la súbita “muerte” de los zombis como una gran victoria, en la mayoría de los pueblos pequeños (en aquellos en los que aún había sobrevivientes) había un duelo profundo y una sensación de horror que no se superaría con facilidad. En efecto, además de las miles de víctimas que dejó como saldo ese periodo de tres días, los actos de canibalismo cometidos por los 71


muertos vivientes dejaron una huella psicológica casi imposible de borrar. Padres que devoraron a sus hijos; hijos que devoraron a sus padres; amantes que tuvieron que matar a sus amadas para evitar ser devorados por ellas… En fin, cientos de historias trágicas y espeluznantes que fueron recogidas por la prensa internacional los meses siguientes. Después de ordenar al ejército la rápida cremación de los miles de cadáveres que se pudrían en las calles, granjas y caminos, el gobierno de los Estados Unidos se dio a la tarea de encontrar una explicación a tan funesto fenómeno. Finalmente, la postura oficial de la oficina del presidente fue que la súbita resurrección de los muertos había sido resultado de un repudiable acto de terrorismo perpetrado por extremistas islámicos. Así pues, a principios de enero del año siguiente, las fuerzas armadas estadounidenses invadían un país de Medio Oriente. En la población civil, por su parte, operó la admirable capacidad de los norteamericanos para sobreponerse a las heridas y reconstruir a partir del desastre. Poco después de las masacres ya se estaban erigiendo monumentos, organizando homenajes y agitando banderitas. El impacto psicológico había sido duro y se habían perdido muchas vidas (pueblos enteros quedaron sin habitantes), pero la seguridad de que lo ocurrido no volvería a pasar, las continuas victorias del ejército en el Medio Oriente y, sobre todo, la idea firmemente asentada de que “aquello que no nos mata nos hace más fuertes” permitió a los 72


estadounidenses reanudar su vida normal. Por supuesto, dado el poco interés de los norteamericanos de enterarse de lo que sucede más allá de sus fronteras, lo acontecido durante esos tres días en otros lugares del mundo fue casi por completo desconocido para los habitantes de la Unión Americana. Si se hubieran tomado la molestia de averiguar, quizá habrían tomado mejores decisiones en el futuro… En todo caso, el orden habitual había sido restablecido y los ataques de zombis se convirtieron en anécdota con el paso de los meses… Hasta que una vez más llegó el 31 de octubre, y los muertos caminaron de nuevo. Esta vez la población viva tenía dos ventajas; primero, que la alarma se había difundido rápidamente y así muchos pudieron prepararse para el desastre, y segundo, que ya era por todos muy conocido cómo se debía destruir a un zombi. El problema era que, aunque el ejército fue movilizado enseguida, no había suficientes efectivos para llegar a todos los poblados y mucha gente pereció bajo las mandíbulas podridas de los cadáveres antes de que siquiera se atisbara ayuda en la lejanía. Pero lo más terrible era que si la vez anterior sólo se habían levantado aquéllos recién fallecidos, en esta ocasión los muertos más o menos antiguos habían decidido salir de sus tumbas. Así, los vecindarios cercanos a los cementerios fueron los primeros en caer, pues sus habitantes no tenían forma de luchar contra las numerosas hordas de zombis que los asolaron. 73


Y es que el problema con los zombis era precisamente su número, pues no importaba que los vivos se refugiaran en sus casas si varias decenas de muertos vivientes tenían la fuerza suficiente para derribar las puertas y romper las tapias de las ventanas. No obstante estas desventajas, el número de víctimas fue menor que el año anterior y fueron muchos menos los casos de canibalismo intrafamiliar, debido principalmente a que la mayor parte de las pocas familias que cayeron en manos de los zombis tuvieron la dudosa fortuna de que sus miembros fuesen devorados todos juntos. Como la primera vez, los cadáveres perdieron el impulso vital con la salida del sol del día tres de noviembre, y entonces empezaron las obras de reconstrucción. Pero ahora la actitud de los sobrevivientes ya no era tan optimista como lo había sido la ocasión anterior. Para los norteamericanos la muerte se convirtió en algo tan aterrador que producía locura en quienes disertaban demasiado sobre ella. Si antes los más sabios y sensatos veían a la muerte como el momento de pacífico descanso eterno, ahora se horrorizaban ante la idea de que quizá ellos mismos saldrían de la cripta convertidos en monstruos sin alma. Si alguien aún gustaba recordar con cariño a sus familiares difuntos, ahora temían que aquéllos resucitaran para ir en busca de la carne de sus parientes vivos. Nuevas medidas fueron impulsadas por el gobierno. La principal era que se debían cremar todos los cuerpos, sin excepción. Incluso los pocos cementerios que no dieron a luz muertos vivientes fueron 74


profanados y los cadáveres exhumados para podérseles incinerar. Otras medidas consistían en la creación de redes de alerta ciudadana y de cuerpos policiales especializados en la caza y destrucción de zombis. Ahora que la teoría del ataque terrorista islámico no tenía quien la creyera, excepto uno o dos republicanos, los ciudadanos de Estados Unidos tenían la certeza de que el alzamiento de los muertos se repetiría el año siguiente, por lo que fueron construidos refugios antizombi y hubo un incremento sin precedentes en el comercio de armas de fuego de alto calibre. De nuevo, a casi ningún norteamericano se le ocurrió averiguar qué había sucedido en el resto del mundo durante esos tres días y muy pocos parecieron darle alguna importancia a los reportes que indicaban que entre las comunidades indígenas de Estados Unidos no se hubieran presentado ataques por parte de los occisos antropófagos. El año pasó a la misma velocidad que pasan los años, a pesar de que a las personas les pareció demasiado corto, y llegó el 30 de octubre. Aunque la mayoría de la población se sentía tranquila sabiendo que todos los cadáveres del país habían sido y continuaban siendo incinerados, no faltaron casos de pánico e incluso de histeria colectiva. De hecho, los habitantes de Freeburg, Pennsylvania, temiendo que sus vecinos se hubiesen convertido en zombis, iniciaron una balacera indiscriminada que empezó a las seis de la tarde y terminó a la media noche, momento en el que el único habitante que 75


quedaba en pie vio levantarse los acribillados cuerpos de sus conciudadanos para iniciar un festín carnívoro. El sobreviviente, un individuo de unos cuarenta años de edad y que antes de ese día nunca había disparado un arma, no pudo defenderse del ejército de los más de trescientos zombis que él mismo había ayudado a crear con sus mal dirigidas ráfagas de metralla. Además, en la noche del 30, un tren de pasajeros se había descarrilado en medio de un sitio inaccesible y para cuando los rescatistas llegaron, la mayoría de los muertos ya se habían alejado del lugar del accidente, motivados por el hambre. Por si fuera poco, esa misma tarde los doscientos miembros una secta que rendía culto a los zombis cometieron suicido colectivo, y no faltaron algunos trastornados que, tras la muerte de un ser querido en algún punto del año en curso, habían escondido el cadáver con la esperanza de verlo resucitar el 31 de octubre, como de hecho pasó, pero no de la forma que ellos esperaban. Súmese a eso que en Estados Unidos mueren a diario alrededor de ochenta personas por diversas causas, que muchos crímenes fueron cometidos durante el año y que sus perpetradores no se encargaron de deshacerse de los cuerpos de forma apropiada, y finalmente, que aún existen muchos cementerios antiguos de los que no quedan lápidas que los señalen. Todo ello permitió que la Noche de Brujas de ese año los muertos tomaran las calles por tercera vez. 76


Los vivos estaban mejor preparados que los años anteriores y, una vez que se dio la alarma, corrieron a guarecerse en sus inexpugnables refugios. Claro está, no todos podían costear semejantes lujos, así que las personas de escasos recursos fueron las primeras víctimas de la masacre, al igual que todos aquellos que vivían o laboraban en lugares apartados y remotos, como empleados de estaciones de servicio, conductores de camión y huéspedes de moteles en medio de la carretera. Además, los muertos tenían nuevas ventajas; parecían ser más ágiles, fuertes y astutos que los años anteriores. Ahora huían y se escondían cuando veían aproximarse las fuerzas armadas y sabían utilizar objetos para romper las puertas de las casas y acceder a su nutritivo contenido. El problema se agudizó cuando la mañana del 31 el presidente de los Estados Unidos se resbaló mientras se daba una ducha y se rompió el cuello. A los pocos minutos, su cadáver desnudo, mojado y enjabonado deambulaba con la intención de obtener carne fresca. El presidente encontró y mató a su primera dama, pero antes de que pudiera devorarla por completo, ella se levantó a su vez convertida en zombi y juntos sembraron el terror en la Casa Blanca, hasta que fueron liquidados por agentes del Servicio Secreto. Desafortunadamente, varios miembros del gabinete fueron mordidos. La noticia de la muerte del presidente causó pánico entre la población, pues muchos ignoraban que el Estado norteamericano está 77


perfectamente bien preparado para enfrentar la pérdida de su primer mandatario sin que exista peligro de desorganización. La desorganización se dio cuando varios ejércitos de zombis irrumpieron en distintas plantas de energía a lo largo de todo el país, y los tiroteos que se dieron en las instalaciones causaron tales daños que hubo apagones en amplias zonas de la Unión Americana, con la consecuente interrupción de las comunicaciones. Ahora bien, no se sabe a ciencia cierta si los cuerpos andantes entraron en estas centrales atraídos por el olor de los varios empleados que trabajaban en ellas, o con la intención de sabotear las instalaciones, lo cual parece demasiado increíble. II La familia Brown vivía en un suburbio de la ciudad de San Diego, California. Compuesta por el padre, la madre, un hijo adolescente, una niña y el abuelo, había sobrevivido íntegra a las dos crisis anteriores. Ahora se encontraban refugiados en su casa, atentos a la información que proporcionaban los medios. Hacia la puesta de sol del 31, no se había divisado ningún muerto viviente por los alrededores, pero esto no calmaba la ansiedad de Benjamin, el padre, que en dos ocasiones se había visto cara a cara con un zombi y de ambos enfrentamientos había salido con vida de puro milagro. Lo último que supieron por las noticias antes del apagón fue lo de la muerte del presidente, la primera dama y algunos miembros del 78


gabinete. Cuando se fueron las luces, la mente sencilla y clasemediera de Benjamin Brown relacionó de inmediato este hecho con la zombificación del así llamado hombre más poderoso del mundo y consideró que la civilización humana había llegado a su fin. Como la residencia Brown no contaba con mayor refugio que el sótano y éste tenía dos puertas de acceso, ninguna de ellas muy sólida, Benjamin resolvió que era necesario emprender la graciosa huída. Pero, ¿a dónde? Entonces el hijo mayor, Danny, comentó algo que había escuchado, no estaba seguro dónde ni cuándo, y sobre lo que había pensado muy poco: que en México no sucedían estas cosas. Los Brown meditaron esa opción por varios minutos; por un lado la línea que separaba a ambos países estaba a sólo unas millas; por otro, no tenían ninguna seguridad de que el fenómeno zombi no pasaba más allá de la frontera sur. Al final de cuentas, se decidieron a hacer el intento, pues consideraban que la casa era demasiado vulnerable y que estarían más seguros a bordo de un vehículo en movimiento que como sitting ducks. Así, subieron equipajes y víveres a su vieja camioneta cuatro por cuatro y se prepararon para hacer el viaje. Antes de partir, Benjamin se asomó a la calle armado con un bate de béisbol y echó una mirada alrededor de la casa. Aunque no había iluminación, la luna llena permitía observar la cuadra con cierta claridad y Benjamin pudo darse cuenta de que no había nadie por los alrededores, ni vivos ni muertos, e incluso el ruido perenne del centro 79


de San Diego se había apagado. El buen hombre interpretó estos factores como señal inequívoca del Apocalipsis y retornó a casa más decidido que nunca a huir hacia el vecino del sur. (Lo cierto es que las casas de San Diego estaban llenas de personas, pero éstas se resguardaban en absoluto silencio por temor de atraer a los zombis.) Los Brown ya estaban preparados para salir cuando de pronto el abuelo cayó desplomado al suelo, víctima de su envejecido y cansado corazón, al cual nunca había cuidado muy bien de todos modos. Los padres e hijos se quedaron atónitos y aterrados frente al cuerpo inmóvil del patriarca, esperando que reaccionara como lo haría un ser humano vivo o que no reaccionara en lo absoluto. Cuando el viejo comenzó a moverse, sus familiares se echaron hacia atrás apartándose de lo que podría ser una horrible amenaza. -¿Papá?- preguntó Benjamin. Pero el viejo no respondió, sino que se puso en pie y extendió los brazos hacia su hijo, profiriendo el inconfundible siseo del muerto viviente. Benjamin ordenó a su esposa e hijos que se subieran de prisa a la camioneta, a lo cual obedecieron sin chistar. Entonces, el santo varón se dispuso a destruir a batazos el cráneo de quien había sido autor de su existencia. Cuando el cadáver del abuelo quedó bien muerto, Benjamin se reunió con los suyos y emprendieron el viaje hacia el sur. 80


La camioneta de los Brown dejó atrás San Diego sin tropezarse con ningún contratiempo. Pero poco más tarde, no muy lejos de la frontera, se toparon con un obstáculo insalvable: un tráiler se había volcado en medio del camino, haciendo imposible el paso. Benjamin detuvo el vehículo y se puso a pensar, mientras el resto de su familia escrutaba la oscuridad buscando señales de vida… o de muertos. Benjamin no había decidido qué hacer cuando Alice, la hija menor, pegó un alarido al ver a decenas de zombis que se acercaban a toda la velocidad que les permitían sus putrefactas piernas. Sin saber muy bien qué hacer, Benjamin tomó la decisión de aventurarse a atravesar el desierto, confiado en que su vieja camioneta no lo decepcionaría. Danny tenía una brújula, y los Brown no ignoraban que México se encuentra al sur de los Estados Unidos, así que tomaron la decisión de seguir en línea recta hacia ese punto cardinal. Así anduvo la familia Brown, atravesando el desierto nocturno, siempre en dirección austral, pero teniendo que dar grandes desvíos cuando se encontraban con campos de matorrales o formaciones rocosas que ni la confiable camioneta podía atravesar. Sin embargo, la oscuridad del camino y lo irregular del terreno hacían en extremo difícil sortear esos obstáculos y la camioneta cayó en una gran zanja, de la cual fue imposible sacar el vehículo. Los Brown salieron de la camioneta y otearon en todas direcciones con las esperanza de hallar una luz que fuera señal de civilización. Danny divisó una muralla al mismo tiempo que Benjamin 81


descubrió a un grupo de figuras que se les acercaban cojeando y siseando. Aterrados, los Brown corrieron hacia la muralla y la recorrieron a lo largo, buscando una puerta o abertura por la que pudieran pasar. Encontraron una pequeña rotura a ras del suelo y lograron deslizarse por ella. Una vez del otro lado, lo que los Brown temían era que los zombis los siguieran. Pero no lo hicieron. Los muertos vivientes se quedaron del otro lado, caminando de un lado para el otro con su andar desgarbado, pero sin hacer intento alguno de cruzar la muralla. Entonces Barbra, la poco participativa esposa de Benjamin, vio a la distancia una luz, que indicaba un poblado. Los Brown, al sentirse a salvo y esperanzados, reanudaron la marcha. Una hora más tarde, cansados y sedientos, llegaron al pueblo de Todos los Santos, Baja California, en donde, para su absoluta sorpresa, parecía que se celebraba un fiesta, pues la música se alcanzaba a oír a las afueras del pueblo. Tocaron en la primera casa que tuvieron cerca, donde les abrió una pareja de ancianos, que por la cercanía con la frontera, hablaban un poco de inglés. Los norteamericanos, por supuesto, no hablaban una gota de español, pues no es costumbre en su país el mostrar interés por las culturas de aquellos pueblos bárbaros. Como quiera que fuese, los ancianos comprendieron que esa familia estaba en problemas y los alojaron en su humilde morada. El señor salió de la 82


casa dando a entender que iba a buscar a alguien mientras su esposa atendía a los refugiados. Contrario a lo que los Brown esperaban encontrar, en esa sencilla casa mexicana había luz eléctrica, agua potable, refrigerador e incluso un televisor en la salita de estar. Barbra, venciendo su temor a la infame venganza de Moctezuma, se atrevió a probar del agua fresca que le ofreció su anfitriona. Unos minutos más tarde llegó el señor con un caballero de mediana edad que se presentó como Jorge Romero. Este personaje era director de la escuela rural y hablaba la lengua inglesa con bastante soltura. Les preguntó si habían llegado hasta allá huyendo de los carnívoros difuntos y cuando ellos contestaron que sí, el profesor les aseguró que no tenían nada que temer, pues en México no pasaban esas cosas. Después de una conversación en la que los Brown narraron los pormenores de su aventura tan llena de clichés y estereotipos hollywoodenses, la curiosidad llevó a Benjamin a preguntar si se estaba celebrando alguna fiesta en el pueblo. A ello el profesor respondió que sí; que de hecho sus anfitriones, los Sánchez, y él mismo, se disponían a ir a la plaza del pueblo para unirse a los festejos, cuando llegaron los Brown. A continuación los invitó a unirse, pues, les aseguró, un poco de jolgorio les ayudaría a olvidar las espantosas experiencias que habían vivido en las últimas horas. ¿Qué hora era, por cierto?, preguntaron los Brown, a lo que el 83


pedagogo respondió que se acercaba la medianoche, momento en que la fiesta alcanzaría su mejor momento. Los Brown siguieron al profesor y a los Sánchez por las calles del pueblo. Los norteamericanos no podían ocultar su estupefacción al descubrir que había alumbrado público, caminos asfaltados y casas de concreto bien pintadas en aquel lugar que para ellos era como el fin del mundo. Por fin, el grupo llegó a la plaza. Allí había mesas adornadas con manteles de colores en las que se servían banquetes, una banda de música tocaba las canciones más guapachosas del momento, los niños correteaban entre grandes macetas repletas de flores anaranjadas y de los árboles y postes de luz colgaban tiras de papel de china de colores brillantes. Todo era alegría y vivacidad en un ambiente que olía a pan recién horneado, a tamales y a chocolate caliente. De entre la multitud emergió un anciano que se acercó a toda prisa hacia el profesor y ambos se dieron un muy afectuoso abrazo. Benjamin se quedó mirando con detenimiento el singular aspecto de aquel viejo. Estaba pálido y ojeroso, y en definitiva había algo en él que parecía fuera de lugar… El santo varón ahogó un grito cuando se dio cuenta de que el hombre que tenía cerca estaba muerto. El profesor Romero comprendió el espanto del que fueron presas los Brown y se apresuró a explicar:

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-Señor y señora Brown, les presento a mi padre.- el anciano, que ahora le daba la mano al señor Sánchez, se volvió para dar las buenas noches a los norteamericanos. -Como usted se habrá dado cuenta, él está muerto,- prosiguió el maestro –Al igual que muchos de los presentes en esta celebración. Los Brown miraron a su alrededor y comprobaron que el pedagogo decía la verdad: muertos por aquí, muertos por allá, muertos comiendo, muertos bebiendo tequila, muertos cantando, muertos bailando, viejos muertos contando historias de los tiempos de la revolución, niños muertos jugando con los bisnietos de sus hermanos, muertos, muertos, muertos. Pero estos muertos eran muy distintos a los zombis que asolaban las calles de Estados Unidos. Éstos no parecían podridos y aparte de su palidez y de una tenue aura luminosa que indicaba que no pertenecían a este mundo, no había nada en ellos que denotara su condición de difuntos. Ellos no apestaban a putrefacción, sino que olían a las flores que les dejan como ofrenda en los cementerios. Sus ojos no mostraban esa mirada viciosa y vacía que hacía tan repulsivos a los zombis, sino que eran apacibles y alegres. El profesor dejó que los Brown se sobrepusieran a ese primer sobresalto y luego los invitó a sentarse a una mesa, a comer tamales y beber chocolate con él y su padre, y todos los demás parientes muertos que pudieran aparecerse esa noche. 85


-Mi mamá y mi tía no deben tardar en venir. Fueron a visitar a una hermana suya que está enterrada en un pueblo cercano. Los Brown se estremecieron ante este comentario. Por fin, Benjamin se atrevió a preguntar -¿Hay muchos zombis por aquí? El profesor respondió muy serio, -Aquí no tenemos zombis, señor Brown. Aquí tenemos a los fieles difuntos, o como dicen los niños, nuestros muertitos. Llegaron por primera vez hace dos años, el mismo día que en su país empezó la plaga de los zombis. Claro, al principio nos asustamos, pero siempre habíamos tenido la idea de que ellos venían a convivir con nosotros por estas fechas, así que pronto aceptamos este hecho por el maravilloso milagro que es. Para los mexicanos, nada ha cambiado, es sólo que nuestros muertitos se han vuelto… pues… más evidentes cuando nos visitan. Digamos que antes sólo eran menos conspicuos. -Entonces, ¿es así en todo México? -En casi todo. Por desgracia, algunos fufurufos de las grandes ciudades habían dejado atrás la tradición de poner altares para sus fieles difuntos, así que a ellos no los visitaron sus parientes… Pobres, pero ellos se lo perdieron. Es como tener familiares a los que sólo se les puede visitar unos días al año y no aprovechar la ocasión. -Es increíble.- dijo el buen hombre maravillado –Pero, ¿por qué ocurren las cosas aquí de esta manera, mientras que en América [sic] sucedió el asunto de los zombis? 86


-No sabría decirle con certeza, señor Brown. Pero supongo que, como ya le dije, las cosas siempre habían sido así. Sólo se han vuelto más notorias. Leí una vez que las comunidades de nativos americanos en su país no sufrieron la plaga de zombis. Estoy seguro de que en este momento los indios están sentados alrededor de una fogata recibiendo la solemne visita de sus ancestros. Le repito, las cosas siempre han estado así. Un grupo de niños, encabezado por un muertito, se aproximó a la mesa de los Brown, intrigados por el aspecto de la gringa güerita que estaba allí sentada, y la invitaron a jugar, a lo que ella aceptó muy entusiasmada. Danny se levantó de la mesa para bailar con una coqueta Adelita que, según le contó, había muerto casi cien años atrás. Benjamin y Barbra se quedaron con el profesor para esperar la llegada de los demás miembros, vivos y muertos, de la familia Romero. Los Brown permanecieron en Todos los Santos y participaron en las fiestas que se celebraban cada noche. La mañana del 3 de noviembre, los fieles difuntos se despidieron con mucho cariño de sus parientes y se fueron a descansar a sus tumbas. Esa misma tarde, cuando se enteraron de que la plaga de zombis en Estados Unidos había concluido, los Brown tomaron un autobús a San Diego, donde al llegar ayudaron con los trabajos de reconstrucción y saneamiento.

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III Con el cambio de administración presidencial en Estados Unidos, nuevas medidas fueron implementadas con respecto a los muertos vivientes. En primer lugar, la cremación de todos los cadáveres fue estrictamente vigilada por las autoridades y se declaró toque de queda y suspensión de actividades laborales a partir de la tarde de cada 30 de octubre. Con estas medidas, las Tres Noches de los Muertos Vivientes, como llamaban coloquialmente al periodo que abarcaba del 31 de octubre al 2 de noviembre, fueron infinitamente menos desastrosas en los años subsiguientes que en los tres primeros. El haber eliminado a un zombi se convirtió en signo de valentía entre los jóvenes, particularmente entre los miembros de las pandillas de grandes urbes como Nueva York y de Los Ángeles, que hacían sus pruebas de iniciación precisamente en los días en que los muertos caminaban. Cuando los zombis comenzaron a escasear debido a la ley que obligaba a incinerar sus cuerpos, los pandilleros empezaron a “sembrarlos” y “cosecharlos”; es decir, unos días antes del 31 de octubre salían a las calles a matar inocentes, cuyos cuerpos guardaban en bodegas hasta que se reanimaban, momento en el cual los liberaban para después proceder a darles caza. Esta idea no tardó en ser apropiada por las grandes corporaciones

de

entretenimiento,

que

pronto

consiguieron

concesiones y permisos por parte del gobierno para hacer parques de diversiones conocidos como Zombie Zafaris. Dichas compañías se 88


dedicaban a comprar cadáveres a los ciudadanos (quienes los vendían gustosamente) durante todo el año, y al llegar el 31 de octubre los liberaban en terrenos acondicionados ex profeso, para que los turistas, equipados con armas especiales, pudieran darles caza. Esto provocó que surgieran grupos en defensa de los derechos de los zombis. Esta palabra, por cierto, cayó en desuso entre los sectores más liberales del país por ser considerada políticamente incorrecta y fue sustituida por “reanimados”. Por supuesto, los eufemismos no lo son por mucho tiempo y el apelativo de “reanimados” fue considerado ofensivo y sustituido por “difuntos activos”, que con el tiempo cedió su lugar al políticamente más correcto “necroamericanos”. Las compañías de seguros ofrecieron a los clientes pólizas contra la

mordedura

de

zombi;

las

universidades

abrieron

carreras

especializadas en el manejo de muertos vivientes y las corporaciones dedicadas a la fabricación de armas incrementaron sus ventas al doble (por primera vez en la historia, se podía matar a una misma persona dos veces). De esta manera, la economía estadounidense se recuperó rápidamente tras los estragos ocasionados por los tres primeros años de la plaga de ultratumba. El despertar de los zombis se volvió parte de las tradiciones anuales en Estados Unidos, y no pasó mucho tiempo antes de que se imprimieran tarjetas conmemorativas, se vendieran adornos y se compusieran canciones para ser tocadas especialmente en esas fechas. 89


Los Brown, sin embargo, volvieron a MĂŠxico todos los aĂąos, para convivir con los fieles difuntos.

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EL HIJO DEL SABIO O ¡HE CREADO UN MONSTRUO!

La biblioteca de la casa es un amplio salón con elevado techo y altos ventanales góticos de vidrio grueso. Algunos espacios en las paredes están adornados con pinturas barrocas y tapices; el resto están forradas con libreros, sobrepoblados por volúmenes antiguos y hermosos, de pasta dura y hojas resecas que huelen a sabiduría. Es de noche y hay una tormenta furiosa allá afuera; las gotas de la lluvia repiquetean con violencia contra el vidrio de los ventanales, que por momentos dejan penetrar el resplandor de los relámpagos. La flama de unas velas se ha extinguido y la habitación ha quedado a oscuras, fría y húmeda, capitulando ante el sitio en que la tiene la lluvia. En medio del salón hay una gran mesa de roble cubierta de libros y cuadernos; en un extremo de ésta, de espaldas a los ventanales y dormido con los cabellos grises chorreados sobre el Emilio de Rousseau, está Víctor Franco Sanz, intelectual, filósofo, hombre de letras y escritor esporádico de artículos periodísticos. Al pie de la silla que sostiene a este sabio, hay una botella de buen vino tinto a medio vaciar. Toda esta escena debe ser imaginada en blanco y negro. 91


Poco a poco se abre la puerta que conduce al resto de la casa y una sombra corpulenta penetra en el salón. Camina con pasos firmes, aunque algo torpes, que producen sobre la duela un ritmo peculiar, como el latido de un corazón enfermo. Los pasos se detienen frente a la mesa. El sabio se despierta de pronto, sobrecogido por algún pensamiento oscuro, al mismo tiempo que un relámpago ilumina al personaje que tiene frente a él. Parece un hombre joven, alto, de rasgos rudos y nariz afilada. Ha apoyado la mano derecha sobre la mesa y en la izquierda porta una antorcha, o un tridente, usted escoja. Víctor Franco ahoga un grito y se lleva una mano al pecho para calmar su agitado órgano cardiaco. El viejo aguza la vista y en cuanto reconoce a la criatura que tiene delante, se tranquiliza. -¿Hijo?- murmura el sabio -¿Por qué te presentas así, asustándome de esta manera? El ser no responde. Tan sólo fija la mirada en el anciano. -Hijo, ¿qué sucede? ¿Estás bien? -No padre, no lo estoy. No lo soy. -¿De qué hablas? No te entiendo.- El sabio se frota los ojos, bosteza y mira de nuevo a su hijo. -Pero ¿qué pasa? Habla, responde. Aquél permanece callado durante un tiempo y luego murmura: ¿Cuántos años hace que nos vimos por última vez?

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El sabio hace un esfuerzo por recordar. -Serán unos diez, si no cuento mal. ¿Por qué preguntas eso? La criatura no contesta, pasa su mano derecha sobre las cubiertas de algunos libros que están sobre la mesa. Los acaricia. De pronto cierra el puño y golpea la madera con fuerza, haciendo que el viejo se sobresalte. -¡Diez años! Diez años poniendo en práctica todo lo que aprendí de ti. Diez años de miseria y terror. -¿Qué? ¿De qué hablas? -Tú me hiciste un monstruo, padre.- un trueno estalla tras la cabeza del anciano. -Hijo mío... El autonombrado monstruo lo interrumpe -Tú me convertiste en un adefesio, en un ser incapaz de encajar en el mundo. -Pero ¿qué dices? Yo te crié para ser un genio, te di la mejor educación, te inculqué la alta cultura. Te enseñé a leer a los dos años, a los cinco ya conocías a los grandes compositores de la música clásica... -¿Lo ves? ¿Lo ves?- grita el hijo exasperado -Puras necedades, puras maldiciones me enseñaste. Me convertiste en un sabio, como tú; me armaste con pedazos de libros y corrientes filosóficas y me hiciste sentir orgulloso de mi acervo. Pero no me advertiste que allá afuera, en 93


el mundo, no cabe un ser deforme como yo. Y allí me arrojaste, sin amparo, para vagar por la realidad como un apestado. -No te entiendo. Tú eres un joven brillante, un intelectual, ¡un sabio! -¿Y de qué me ha servido? ¡Los hombres me persiguen! ¡Las mujeres se espantan de mí! ¡Los niños se burlan y me arrojan piedras! Un ser como yo no tiene cabida en el mundo. -¡Pues dale la espalda a ese mundo, hijo!- grita suplicante el anciano -En él no hay nada para ti, es verdad. Siempre lo sospeché. -Entonces, ¿por qué me mandaste allí? -Porque esperaba que con tu inteligencia pudieras hacerte de un lugar en él. Incluso convertirte en líder. Tienes talentos que aquéllos de allá no poseen. -¡Pero que tampoco aprecian! Nadie allá quiere estos "talentos" que me diste... y en sus líderes, ¡no los toleran! -Lo sé, lo sé, es sólo que yo quería... yo esperaba... Déjalos, hijo, olvida ese mundo, está lleno de palurdos, ignorantes y analfabetos. Te atacan porque te saben superior a ellos. Ven, ven a nuestro mundo... -¿Su mundo, padre? No. ¿Para qué vivir en un mundo de fenómenos y adefesios? -¿Por qué dices eso?

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-¡Porque eso es lo que son ustedes! Son tristes monstruos refugiados en sus cavernas mirando con recelo hacia el mundo exterior, indignándose porque aquéllos allá afuera no saben lo que ustedes saben y no leen lo que ustedes leen y no disfrutan lo que ustedes disfrutan, pero en secreto regodeándose de ser unos pocos, unos elegidos, con su absurdo orgullo de iniciados. Ustedes no son personas; son como yo, hombres artificiales. El sabio no entiende al hijo y lo mira en silencio por un instante. -Toda la educación que te di... la forma en la que te preparé... Hijo, lo hice todo por ti. Resuena una estruendosa carcajada que se confunde con los truenos. -¿Por mí, padre? ¿En verdad lo crees así? No. Lo hiciste por vanidad, por la gloria de tener un hijo sabio como tú... o quizá por un estúpido altruismo egoísta, porque querías dar al mundo otro gran filósofo. Los que son como tú creen que el mundo necesita más como ustedes. Pero no se dan cuenta de que allá afuera son felices sin necesidad de sus conocimientos, ni de su sabiduría, ni de sus libros...el ser hace una pausa -¿O sí se dan cuenta? Sí... yo creo que ustedes sí lo notan y es eso lo que más les enfurece: que toda su cultura, toda su educación e inteligencia no los hacen más felices que los "palurdos" que viven en el mundo exterior. Por eso les tienen rencor, ¿no es cierto? 95


-Las cosas que dices no tienen sentido. -La vida que vives tampoco lo tiene, padre. Como tampoco tiene sentido la vida a la que me he visto reducido a vivir… ¡Tú me creaste y ahora debes afrontar esa responsabilidad! Los dos personajes guardan silencio. Poco a poco el frío abandona la biblioteca. Detrás de la puerta se distingue un resplandor lejano. -¿Qué es lo que quieres?- pregunta por fin el sabio a su criatura. -Nada. Sólo quiero que esto acabe, que no se repita nunca más. El viejo lo observa extrañado. De pronto siente calor. El resplandor tras la puerta es más potente y más cercano. -¿Qué es ese olor?- pregunta el anciano. El ser permanece en silencio. -¡Fuego! ¡Se está quemando la casa!- el sabio intenta levantarse de su silla, pero el poderoso brazo de su creación lo empuja de regreso a su lugar. -No, padre, aquí acaba todo. No más sufrimiento, no más regodeo inútil. El calor se hace más intenso cuando las llamas alcanzan la puerta del salón. El viejo hace un último intento por escapar, pero su hijo lo detiene una vez más. -Tú te quedas, padre. Nosotros pertenecemos a la muerte. 96


Las llamas envuelven la biblioteca, corriendo voraces por los libreros, las pinturas y los tapices. El calor, el humo, o tal vez el horror de comprender la verdad, hacen que el sabio se desvanezca. El hijo arroja el objeto que tiene en la mano izquierda, toma a su creador entre sus brazos y lo estrecha contra su cuerpo. Entre llamas, lágrimas y risas, la criatura exclama: -¡Estoy vivo! ¡Estoy vivo! Y así, en unos minutos, el monstruo y su padre, el monstruo y su hijo, son consumidos por el fuego mientras la tormenta alcanza su clímax.

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4

S贸lo quisiera ser recordado por siempre.

An贸nimo

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UN CUENTO SIN TÍTULO Llegó el momento en el que me harté de mi hogar. Me harté de la rutina, del tedio, de la monotonía y de los deberes. Me cansé de ver siempre los mismos rostros, de escuchar las mismas canciones, de sentir los mismos olores y de estar entre las mismas paredes. Me llevó a la desesperación el verme atado, prisionero de una existencia mediocre, insípida e inútil. También me harté de mamá. Llegaron a fastidiarme sus arbustos bien podados, sus pisos bien pulidos, sus calcetas bien dobladas, sus compromisos sociales, sus misas los domingos y, sobre todo, sus ridículas y absurdas reglas de "urbanidad y buena conducta"

que

para

ella

eran

leyes

tan

vitales

como

los

Mandamientos. Pero lo que más me desesperó fue mi padre, ese hombre pasivo, sedentario y enfermizo que había dejado que se fuera toda su vida primero en el estudio académico y después en el trabajo de oficina. Lo veía cansado y desgastado, prematuramente avejentado por causa de esa misma vida sin sentido que me tenía prisionero. Pero a diferencia mía, él era un prisionero voluntario; jamás en su vida había hecho otra cosa que someterse a las reglas y a las rutinas, ya fuera de sus propios padres, de sus maestros, de sus jefes y -lo que más de exasperaba- de mamá.

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Tenía diecisiete años cuando huí de casa. Tomé la decisión una noche en la que, acompañado por el insomnio, me encontré a mi padre en su estudio, silencioso, como siempre, inclinado sobre un cuaderno de contabilidad. Levantó la mirada de sus números y nos quedamos viendo por unos segundos. En ese momento, al ver a ese viejo con sus jaquecas, sus dolores de espalda y su miedo a las arañas, supe que si no quería terminar como él, tenía que largarme de allí. A la mañana siguiente tomé el poco dinero que tenía guardado, compré un boleto de autobús hacia el destino más lejano posible y me fui. Realmente no importa describir con detalle todo lo que hice durante los seis meses que estuve lejos de casa. Sólo diré que cuando un policía, amigo de mis padres, me encontró tocando la guitarra en un conjunto callejero en una ciudad lejana y me llevó a casa, ya me sentía listo para volver. Estaba satisfecho y orgulloso de lo que había hecho en ese tiempo, y aunque, por supuesto, estaba determinado a hacer una segunda salida quijotesca en el futuro, por el momento me sentí tranquilo de regresar al hogar. Una llamada telefónica había precedido a mi llegada, así que cuando crucé el portón de mi casa, mamá tenía preparado un largo sermón. Que cómo podía haberles hecho eso, que les tenía muertos en vida, que cómo iba a retomar el hilo de la escuela, que con qué cara iba a poder salir a la calle después de haber hecho lo que hice, 101


etcétera, etcétera. En ningún momento se le ocurrió preguntarme por qué me había ido. Mi padre observó toda la escena en silencio y cuando mamá terminó, nos quedamos él y yo solos. Lo miré altivo y orgulloso, preparado para cualquier regaño, cualquier castigo que me pudiera echar. Pero aquel hombre agotado por el tedio sólo se acercó a mí arrastrando su artritis y cargando sus migrañas, me puso una mano sobre un hombro y mirándome con ojos inexpresivos por encima de sus anteojos de media luna, con todo el peso de su aracnofobia y sus ojeras dijo casi en un susurro: -Ay, hijo, cuánta envidia te tengo. No estaba preparado para eso y mi padre, con el mismo paso lento y cansado de siempre, se dio la media vuelta y regresó a su estudio.

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MIGRAÑA

Tienes la sensación que algo está mal con lo que miras, pero no sabes qué es con exactitud. Parpadeas, pero ese algo no se va. Es como líquido, piensas, como si tuvieras una gota de agua en el ojo, o quizá como un destello de luz, como el reflejo del sol de medio día en una superficie metálica. La incertidumbre sólo dura unos segundos, hasta que ese destello comienza a crecer sobre la cara de la persona con la que estás hablando. Te invade el terror mientras luces de colores comienzan a danzar zigzagueantes del lado derecho de tu campo visual. En lo que dura un instante pasas de la negación al espanto y después a la aceptación derrotista. Las luces podrían ser hermosas, deberían serlo, pero el horror que te causa el saber que ellas anuncian el inicio de un ataque te impide apreciarlas. Sientes que las odias mientras la cara de tu interlocutor desaparece bajo un contorno de lucecillas burlonas. Unos segundos antes te encontrabas alegre y dispuesto. Ahora, frente a la inminencia del ataque, te sientes derrotado, desahuciado, sin energías. Te sientes indefenso ante la enfermedad, el “monstruo”, como lo llamas. Suspiras, te pasas una mano frente a los ojos y con las yemas de tus dedos acaricias tu frente con suavidad en un último intento de borrar esas luces de tu vista. La persona al otro lado de la mesa continúa hablando muy animada, pero tú ya no escuchas lo que dice, sólo sabes que de pronto el timbre de su voz te molesta, de la misma forma que te molestan 103


todas las sensaciones que llegan a ti. De pronto puedes percibir todos los sonidos y olores que hay en el restaurante; el tintineo de la vajilla, el humo de los cigarros, los murmullos de la gente que conversa y ríe, el aroma penetrante del café, el zumbido de los ventiladores, el olor salado y nauseabundo de la comida, el ruido que hacen las sillas y las mesas al ser arrastradas... puedes percibirlo todo, y cada uno de esos sonidos y olores te molesta y te parece hostil, al igual que la luz del sol del medio día que entra por los ventanales. Todo a tu alrededor parece agredirte, atacar tu cuerpo con sensaciones irritantes, al tiempo que las luces continúan su risueño baile en zigzag. -¿Te sientes bien?- pregunta tu interlocutor al ver tu ceño fruncido y tu mirada perdida. Con trabajo, esbozas una sonrisa apologética y respondes –Me va a dar migraña. La otra persona insiste en pagar la cuenta para que te retires tranquilo. Agradeces el gesto y te despides de la forma más cortés que el malestar te permite. Afuera, en la calle, el sol te azota con su calor y su luz que rebota en forma de destellos sobre todos los objetos a tu alrededor y golpea tus ojos por donde quiera que mires. El ruido del tránsito, el olor del humo de los carros, la dureza del asfalto que sientes a través de las suelas de tus zapatos... todas las sensaciones que recibes del mundo te atacan, como si pretendieran aumentar tu malestar. Más luces se 104


unen a la danza y forman un arco en la periferia del lado derecho de tu campo visual. Y dentro de ese arco de luces socarronas, ves nada. Lo que se supone que deberías ver mientras caminas por la calle, los carros, las personas, los árboles... todo lo que está de tu lado derecho desaparece bajo la nada. No ves una mancha negra o un espacio en blanco; ves nada. Es como si un pedazo del universo, de la realidad misma, hubiera sido borrado. Te encuentras ante la contemplación del vacío absoluto, inconcebible e inimaginable para quien no lo haya experimentado. Tu departamento está a sólo unas cuadras del restaurante, pero todas esas sensaciones desagradables hacen que el camino parezca eterno. Sólo quieres llegar a tu cuarto, y arrastrarte hacia la oscuridad y el silencio, como un paria. Pero el sol sigue azotándote, y el humo sigue asfixiándote y el sonido del tránsito sigue taladrando tus oídos. Por fin llegas a tu edificio. Subes las escaleras tratando de ignorar a los vecinos que te saludan y entras a tu departamento. Maldices las lucecillas, que ahora cubren toda la mitad derecha de tu campo visual. Tienes un ligero mareo y no puedes evitar tambalearte mientras caminas hacia la cocina. Te sirves un vaso de agua fría y lo bebes mientras te diriges a tu habitación; cierras las cortinas y enciendes el ventilador, preparando el cuarto para tu convalecencia. La nada y la danza de luces que la envuelve comienzan a retirarse poco a poco. Sabes que el dolor está cerca de empezar. Vas al baño, te desnudas, te metes bajo la ducha y abres la llave del agua 105


fría. Cada gota de heladez que cae sobre tu piel te lastima, pero sabes que debes por lo menos tratar de refrescarte, para que cuando inicie el ataque sea lo menos doloroso posible. Tocas tu cuerpo que ya ha empezado a enfriarse, pero al pasar tu mano por tu frente la sientes hirviendo, como si todo el calor de tu ser se refugiara en tu cabeza. Cierras los ojos para ver la danza de luces sobre el interior de tus párpados, mientras las gotas de agua helada resbalan por tus hombros. Tras unos minutos de espera, la danza se detiene y las luces dejan libre tu vista. Abres los ojos y ya no las ves, pero te cuesta trabajo enfocar y te sientes mareado y con náuseas. Entonces comienza el dolor. Al principio es muy leve, como la sensación de una arteria que palpita más de lo normal en tu sien izquierda. Sales del baño, te secas y te vistes, mientras el dolor aumenta de intensidad con cada latido. Vas a tu habitación y te echas boca arriba sobre la cama. Te llevas la mano a la sien y puedes sentir la arteria endurecida y palpitando como si fuera a reventar. Poco a poco, el dolor se extiende por todo el lado izquierdo de tu cabeza. Cada vena, cada arteria bajo la piel que envuelve tu cráneo se hincha. Cuando sientes este dolor, no puedes evitar imaginar una bola de carne y venas hirviendo y creciendo dentro de tu cerebro, que presiona contra tu cabeza desde el interior y que ocasiona tu sufrimiento. Tu cuerpo está helado, pero tu cabeza hierve por dentro. El aire que el ventilador arroja sobre ti es tanto y tan frío que lastima tu piel. 106


Pero ese aire no llega a tu nariz ni llena tus pulmones. Te sofocas en ti mismo. El dolor llega hasta tu ojo izquierdo. Sientes que la presión caliente aplasta tu globo ocular como si quisiera expulsarlo de tu cráneo. Aprietas los dientes. Con las manos presionas el lado izquierdo de tu cara. Al principio tratas de calmarte, porque sabes que si te desesperas será peor. Pero el dolor es demasiado. Sudas, pataleas, gimes, gritas por una ayuda que sabes que no vendrá. Nadie te puede ayudar. Debes soportar el dolor, esperar a que el ataque termine, como lo has hecho tantas veces desde hace mucho, desde que a los diez años de edad viste las luces por primera vez y te parecieron hermosas y fascinantes. Pero te engañaron, y como en las leyendas los duendes engañan a los niños y con sus luces los conducen al inframundo, las luces danzantes te llevaron a la enfermedad, ante ese monstruo que sin razón y sin aviso te ataca y te posee a capricho. Recuerdas a tu madre colocando compresas frías en tu frente mientras sentías un dolor que a tu corta edad ignorabas que podía existir. Hoy, ante ese mismo monstruo, te encuentras tan asustado e indefenso como cuando niño. El dolor sigue en aumento, puedes sentirlo desde el tabique nasal hasta la base de tu nuca. Te imaginas cortando tu sien con un cuchillo o abriendo tu cabeza de un martillazo, lo que sea para sentir algo de alivio, pero el dolor no se detiene. El dolor no se detiene... 107


“Es sólo un dolor de cabeza” te han dicho, “No exageres” o “Relájate y en un momento se te pasa”. Pero ellos no saben lo que es. Nadie que no lo haya sentido sabe lo que es que tu cuerpo de pronto se vuelva contra ti y te castigue con dolores y náuseas y alucinaciones. Maldices a toda esa gente, desearías poder compartir tu dolor con ellos, aunque sea por un momento, para que sepan lo que es. Maldices a los médicos, alópatas, homeópatas, neurólogos, psicólogos, acupunturistas y hechiceros, a todos los charlatanes que has visto y que se han atrevido a pretender que conocen tu enfermedad sin tener una idea de lo que es en verdad padecerla. Maldices a tu cuerpo enfermo y al dolor, que aumenta y desgarra tu cerebro. Lo peor es que por lo que dura el ataque no puedes recordar cómo se siente tu cuerpo cuando no hay dolor; olvidas por completo cómo es el bienestar. Todo lo que sabes, todo lo que conoces durante esas horas es dolor, impotencia y desesperación. No quieres sentir más, no quieres ver, no quieres oír, no quieres moverte, no quieres pensar, no quieres respirar. No quieres vivir. Las horas pasan con tortuosa lentitud. Tu cabeza palpita tan fuerte que puedes sentir cómo se sacude toda la cama con cada latido de tus venas inflamadas. Lo único que puedes hacer es aguantar. Después de un rato, las náuseas comienzan a hacerse más fuertes y sientes una opresión en el pecho. Con el cráneo a punto de estallar te levantas de la cama y caminas hasta el baño. Te postras frente al retrete y toses con fuerza varias veces antes de vomitar. Con 108


cada regurgitación la presión y el dolor de cabeza llegan a su punto máximo, sobre la línea de lo humanamente soportable. El margen que te deja es apenas el suficiente para que no te desmayes. Al terminar, permaneces por unos minutos doblado sobre el retrete, jadeando y lagrimando entre el vómito y la autocompasión. Cuando tienes suficientes fuerzas para levantarte, te lavas la cara y las manos, y regresas a tu cuarto. El dolor aún sigue, pero después de vomitar se ha calmado en gran medida. La sensación de alivio relativo y de agotamiento absoluto te permite caer en un sueño profundo. Cuando despiertas ya ha oscurecido. No tienes más dolor de cabeza; estás agotado, pero aliviado. Con trabajo, te levantas. La piel te arde, tienes los músculos tensos y tus articulaciones truenan con cada movimiento. Caminas hacia la cocina sin encender las luces y te sirves un vaso de agua fría. Cuando terminas de beber, miras la oscuridad a tu alrededor y suspiras. De pronto estornudas y por una fracción de segundo, todo el dolor que tuviste hace algunas horas regresa. Te sujetas la cabeza con ambas manos y aprietas los dientes. El dolor se va tan pronto como vino. Recuerdas que no debes moverte con brusquedad, tratar de no toser ni estornudar, porque las sacudidas provocan que una gran bola de metal pesada y caliente dentro de tu cabeza se golpee contra las paredes de tu cráneo; por lo menos, es así como lo sientes y lo imaginas. Es sólo una reminiscencia del ataque. 109


Caminas hacia tu cuarto con pesadez. La migra帽a ha terminado por esta ocasi贸n, pero el monstruo camina como una sombra junto a ti, acech谩ndote todo el tiempo, esperando la ocasi贸n para poseerte de nuevo.

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-Absuélvame, padre, porque he pecado.- dijo el robot ante la sorpresa y turbación del sacerdote en el confesionario. -Me acuso de tener alma. ACTO DE CONTRICIÓN

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GUILLERMO

Guillermo está en su cuna, un pequeño cofre hecho de oro e incrustado con perlas. Sus sábanas son de seda y sus pañales de lino. Su cuarto está lleno de esculturas de bronce y las paredes han sido vestidas con finos tapices. Guillermo dirige sus ojos azules hacia arriba; la bóveda que corona su habitación está exquisitamente decorada con pinturas barrocas que representan las hazañas de Sigfrido. Alza su pequeño brazo derecho hacia la obra de arte, intentando alcanzar una imagen que no entiende, que siempre intentará comprender, pero que nunca será suya. Su brazo izquierdo no se mueve, permanece inerte y escuálido, recogido hacia el cuerpo como el ala de un polluelo. Siempre lo llevará así; no es parte de su cuerpo, no es parte de su ser, pero siempre lo llevará colgado como un pedazo de su alma que ha muerto, o que nunca vivió. Guillermo comparte su cuna con un gatito. Recién nacido. Muerto. Su pata delantera izquierda sangra fría sobre el brazo inerte del bebé. Guillermo no siente el líquido carmesí deslizarse sobre su piel. Tan sólo mira a Sigfrido. De pie, junto a la cuna, está una bruja. La vieja observa con atención al bebé. Se fija en su brazo izquierdo y espera verlo moverse de pronto. La bruja mira, espera y suspira. Guillermo está en su cuna, un pequeño cofre hecho de oro e incrustado con perlas. Sus sábanas son de seda y sus pañales de lino. 113


Su cuarto está lleno de esculturas de bronce y las paredes han sido vestidas con finos tapices. Guillermo es hijo de príncipes. Pero ha nacido como sapo. Cincuenta y cinco años pasaron. Guillermo ha crecido. El Káiser sostiene entre sus dedos los hilos de la peor tragedia de la humanidad. En sus ojos azules permanece la imagen de Sigfrido.

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LA SED

Afuera llovía a torrentes, pero en su habitación la sequedad era insoportable. Dormía, pero alcanzaba a percibir el ruido de la lluvia en su ventana. En el sueño se encontraba en una casa vieja y polvosa con las paredes cuarteadas y los pisos que crujían. Tenía calor. Y sed. Mucha sed. Pero en la casa no sólo no había nada que beber, sino que su onerosa sequedad parecía chuparle el agua del cuerpo. Vio sus manos agrietarse y sintió perder la flexibilidad de sus músculos. Su boca estaba hecha lodo y le era imposible tragar. Cada inhalación era una corriente de are desértico que bajaba por su garganta. Los ojos le dolían y el calor lo sofocaba. Corrió por toda la casa buscando una salida. Podía escuchar el agua afuera, más allá del sueño, pero no sabía dónde estaba, ni cómo llegar a ella. Sólo encontró una ventana y vio la lluvia caer afuera, generosa, apetecible, necesaria. Puso su mano sobre el vidrio de la ventana y pudo sentir la frescura de la lluvia allá afuera. Trató de abrir la ventana, pero no pudo. Trató de romper los cristales, pero éstos resistieron. La desesperación más absoluta empezó a apoderarse de su persona. En el mundo, su cuerpo dormido se revolvía mientras el sonido de la lluvia allá afuera penetraba al sueño. Decidió calmarse. Dejó de moverse y adoptó una arcana postura de meditación. Se concentró y llamó al agua. Pidió que toda el agua que estaba afuera entrara de 115


inmediato. Las paredes de la casa comenzaron a crujir y de pronto cedieron al impulso del agua torrencial. En el mundo, la lluvia cesó. En el sueño sonrió y se sintió alegre cuando el agua lo rodeó y lo cubrió hasta la cintura. Agua fresca, limpia, suave. Sumergió su mano izquierda en ella y se la llevó a los labios. Algo estaba mal. Podía sentir la textura del agua llenar su boca y pasar por su garganta, pero no percibía su humedad, ni su sabor, ni su frescura. Su sed no se apagaba. Bebió y bebió cada vez con más desesperación. Se sumergió en el agua y descubrió que podía respirar bajo ella, pero que por más que la bebiera la sed era más y más terrible. Despertó con profunda angustia en el pecho, mas se tranquilizó al comprender que sólo había estado soñando. Claro, pensó, la sed es real y el agua era de sueño, y no se puede apagar sed verdadera con agua soñada. Se levantó y fue a la cocina. Buscó agua en la garrafa, pero ésta se hallaba por completo vacía. Abrió el refrigerador, pero no había una sola gota de líquido en él. Ni agua, ni jugo, ni leche, todos los envases estaban vacíos. En el congelador no había hielo, ni siquiera escarcha y el frío que provenía del interior del aparato era seco, como el del desierto nocturno. Abrió los grifos, nada salió de ellos. Buscó en los retretes y en el tanque. Nada. Ironía de un universo cruel, había dejado una casa inundada de agua de sueño, para despertar en una casa seca de sed real. 116


Salió a la calle y vio que todo estaba seco. No quedaban huellas de la lluvia en la tierra y no había una sola nube en el cielo. Un arroyo que corría cerca se había secado del todo. Las hojas de los árboles y la hierba eran del color de la tierra. Los vecinos salieron de sus casas, todos agobiados por la sed y clamando por líquido para satisfacerla. ¿A dónde se había ido el agua? Recordó entonces que la casa de su sueño se había inundado cuando se concentró en llamar al agua que llovía afuera. Entendió que había trasladado el agua del mundo al sueño. Intentó concentrarse, llamar al agua de nuevo, pero no lo logró. En el sueño la mente tiene poderes que en el mundo se ignoran. Volvió a dormir con ayuda de drogas que le costó un sufrimiento indescriptible tragar. En el sueño volvió a la casa, en donde ahora estaba toda el agua del mundo. Trató de beber, pero el agua no apagó su sed. Trató de concentrarse, de volver a enviar el agua al mundo, pero la desesperación se lo impedía y el esfuerzo hizo que despertara. El mundo se había secado. La gente comenzó a deshidratarse a gran velocidad. Sus cuerpos se volvían polvo de inmediato. Algunos trataron de extraer la sangre de los animales e incluso de otras personas, pero ésta brindaba un alivio muy efímero y se coagulaba con repugnante rapidez.

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Durante unos días de agonía los hombres y mujeres del mundo sólo pudieron ver el agua en la brevedad del sueño. Cada vez que visitaban el sueño bebían hasta que las quijadas y los brazos les dolían, pero no podían saciar su sed, porque el agua de sueño no puede aplacar la sed real. Al final quedó un mundo seco sin nadie que lo habitara y un sueño inundado sin nadie que lo soñara.

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LLORÉ CUANDO CALLÓ LA CIUDAD DE AZÚCAR

Existía una ciudad hecha de azúcar, construida sobre un plato de barro colorido puesto en equilibrio sobre el pico más alto de la montaña más alta. En esa ciudad vivía la Gente Normal, gobernada por un rey sabio y poderoso, que tenía seis meses de edad. La tranquilidad de la Ciudad de Azúcar agonizaba, pues los Gigantes de Queso habían comenzado a escalar la montaña más alta, y aplastaban todas las granjas y aldeas a su paso. La Gente Normal temía que los Gigantes pudieran llegar al pico más alto, así que pidieron consejo a su rey, quien les respondió con estas palabras de gran sabiduría: "Ga-ga". Los Gigantes de Queso alcanzaron la Ciudad de Azúcar, derrumbaron sus murallas y entraron en ella sin que se les pudiera detener. Aplastaban casas y relojes, calles y pasteles, torres y papel. Al ver esta destrucción, las nubes se cargaron furiosas y llovieron nostalgia sobre los Gigantes. Pero para sufrir nostalgia se necesita poder ser sellado, y en los Gigantes nada se sellaba. La Ciudad de Azúcar calló y permaneció en silencio. Por fin los Gigantes llegaron al Palacio. Ahí estaba el rey en su cuna real, dormido, soñando ensueños propios de los monarcas que tienen su edad. Al llegar ante él, los Gigantes de Queso se postraron y lo proclamaron su Señor. 119


ALOSAURIO

Se desplaza lento y pesado sobre sus dóricas patas traseras. El rumor de su respiración fatigada relata largos años de andar por los valles violentos. Es un viejo alosaurio macho, alguna vez soberano terror de las llanuras que inundaba su rugido, ahora arrojado al exilio por un par de patas más fuertes y una centena de dientes mejor enraizados. Atraviesa la estepa que lo acoge en el destierro, portando mil cicatrices orgullosas y sólo una que es causa de vergüenza. Aquéllas son trofeos de miles de batallas ganadas. La otra, más reciente, es la marca de la derrota que lo envió al exilio. No ha comido en varios días. Los rollizos y abundantes rebaños de herbívoros quedaron lejos de su alcance, dentro de los límites del territorio del que alguna vez fuera rey. Bajo el sol del verano eterno, lo único que acompaña a este tirano derrocado es polvo, rocas, matorrales y una mancha verde en el horizonte jurásico. Él avanza hacia el verdor, donde espera encontrar presas. El hambre le hace recordar sus antiguos banquetes, botines de combates épicos ganados en su juventud. Al principio, cuando el alosaurio era demasiado joven e inexperto para cazar por su cuenta, él y otros cuatro machos de su edad se reunían cada vez que el hambre los llamaba a formar un grupo de caza. Incontables fitófagos

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sucumbieron bajo el filo de sus garras y colmillos, que por algún tiempo fueron el terror de aquel valle. Pero crecieron. Llegó el frenesí que provocaba el olor de las hembras en celo y el deseo tanto inexplicable como incontenible de proclamarse señores de todo territorio que hicieran retumbar con sus pisadas. Pronto, cada uno de ellos fue incapaz de tolerar la presencia de

sus

antiguos

compañeros.

Estallaron

guerras,

verdaderas

titanomaquias que nuestro viejo alosaurio ganó al derramar la sangre de sus congéneres sobre la tierra. Entonces se convirtió en rey. Gobernó su territorio por muchos años, de los que disfrutó cada día preñando a sus hembras y devorando a sus vasallos. En esos tiempos llegó el reto de su vida, cuando una manada de apatosaurios entró en su reino. Estas descomunales criaturas eran tan fuertes que ningún carnívoro se atrevía a acercárseles, pero cuando el alosaurio las vio, deseó saborear su carne. Atacó al macho más grande de la manada, un leviatán telúrico de pescuezo trascendente y cola de azote. Durante horas, la furia de los combatientes estremeció las llanuras, hasta que el apatosaurio se vio con la garganta aprisionada entre las fauces del depredador y, sin poder liberarse, murió cubriendo de sangre a su adversario. Poderoso saurópodo, triste saurisquio, al rugido triunfal del alosaurio apostilló su último aliento. Aquélla fue la gloria máxima para el terópodo, y por los años siguientes portó altivo en su pecho la cicatriz que le dejara tal victoria. 121


Pero ahora el viejo titán se encuentra expulsado de aquel pasado dichoso. Famélico y sediento, su única esperanza de supervivencia es encontrar un herbívoro de buen tamaño y devorarlo mientras le quedan fuerzas. Por fin alcanza la verdura. Se mete entre altas cicadáceas y helechos gigantes buscando agua o alimento. Encuentra un estanque, se inclina para que su enorme cabeza alcance el agua y bebe hasta saciarse. Se yergue de nuevo y olfatea; el viento le trae el olor de los fitófagos, que no deben estar muy lejos. Se mueve con sigilo entre la vegetación y descubre una manada de estegosaurios pastando en un prado. Torpes y lentos, con cada paso que dan parecen perder el equilibrio. Deberán ser presa fácil para el alosaurio, quien, oculto tras unos árboles colosales, los acecha en espera del momento adecuado para atacar. Una estegosaurio y su cría se separan de la manada y se dirigen hacia el estanque. El alosaurio es tan voluminoso como ellos, pero estos nobles brutos tienen el cerebro tan pequeño y los sentidos tan limitados que no pueden percibir al depredador que los sigue de cerca. Los estegosaurios se inclinan para beber, oportunidad perfecta para el carnívoro, que emerge rugiendo de su escondite. La madre estegosaurio se vuelve hacia el atacante y le gruñe blandiendo su cola armada de púas. Por unos segundos, los contrincantes se observan midiendo sus fuerzas. El uno, un carnívoro bípedo de manos pequeñas, monumental 122


cabeza y dientes de sierra. La otra, un cuadrúpedo herbívoro, lento y estúpido, con la cabeza pequeña y el cerebro minúsculo, pero con el dorso, la cola y el cuello cubiertos de placas óseas y púas tan duras y filosas que desanimarían a la mayoría de los depredadores. El uno, loco de hambre, no piensa en el riesgo. La otra, dispuesta a morir defendiendo a su cría. El alosaurio se abalanza sobre ésta y trata de morderla en un costado, pero la madre se mueve con rapidez y le asesta un fuerte coletazo en la quijada, haciéndolo perder el equilibrio por unos segundos. La cría huye hacia el prado y deja a su madre lidiar con el terópodo. Éste, ahora consciente de lo que está enfrentando, esquiva con destreza todos los golpes que intenta darle la estegosaurio. El depredador alcanza el cuello de su adversario y en él entierra sus agudos colmillos. Pero estos venerandos dientes que solían desgarrar las pieles más gruesas se rompen contra las placas del cuello del herbívoro. Adolorido y sangrante, el alosaurio retrocede, ventaja que el cuadrúpedo aprovecha para apuñalarlo con las púas de su cola. El vetusto lagarto se tambalea y cae herido, pero no se rinde, y antes de que la estegosaurio intente un nuevo ataque, se levanta y, recurriendo a todas sus fuerzas, con las mandíbulas sujeta la cola de su enemigo y tira de ésta hasta causar su caída. Al ver a la estegosaurio derrotada, el depredador suelta su cola y le pone una pata sobre el costado. Jadea un leve rugido de victoria, que de pronto se transforma en un gemido de dolor. 123


Atraído por los rugidos del cazador y por los gritos de la presa, otro estegosaurio se había acercado al campo de batalla y había ensartado las púas de su cola en el lomo del alosaurio. Colérico y frustrado, el terópodo se vuelve contra su nuevo contrincante, pero antes de que pudiera acercársele, un tercer estegosaurio lo embiste y lo hace caer. Pronto, el reptil carnicero se ve rodeado de estegosaurios furiosos que lo acuchillan con sus púas. Él se defiende como puede, con las fauces, con las garras, con la cola... Alcanza a herir a varios, pero al final, un último golpe, dado por la madre estegosaurio, lo arroja al suelo, del que ya no se levantará. La manada se va, dejando al alosaurio molido y chorreando sangre sobre la hierba. Aún está vivo pero, inválido, no puede hacer más que sentir dolor. Los pterosaurios y los compsognatos carroñeros no tardan en llegar y él, rey antediluviano en el exilio, se extingue mientras las alimañas devoran su carne.

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Anoche estaba yo solo… …y vino el lobo … y vino el lobo Francisco G. Soler

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SOMOS LEGIÓN

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HEME AQUÍ… frente al Dragón. Mi espada está desenvainada, mi yelmo está ajustado, y cada tendón de mi cuerpo se prepara para saltar al combate. Pero no estoy listo. Las palabras que necesito pronunciar para vencer a la bestia se refugian temerosas en un recoveco de mi mente; mi boca se abre poco a poco, pero ningún sonido surge de ella. Debería poder mirar al Dragón a sus ojos de fuego y ponzoña, y gritarle altivo: "¡No te temo!", pero no puedo. Estoy aterrado y él lo sabe, y olfatea el aire para degustar el aroma de mi miedo. Me quedo en trance ante su sonrisa y no me percato de que una de sus zarpas cae sobre mí. Me toma como si fuera un muñeco, me sacude en el aire, y me golpea contra las paredes del calabozo. Al final, cuando estoy deshecho, me arroja hacia la noche por una ventana, y yo sólo quiero caer, caer para siempre. No abro los ojos sino hasta que toco el suelo. Aquí me siento tan bien, tan seguro; aquí la noche me arropa con estrellas sobre un lecho de hierba aterciopelada. Pero en medio de mi soledad perfecta y tranquila, se alza la Torre. Me levanto y la miro. ¿Por qué quería subirla? ¿Qué hay en ella que deseo tanto como para haber pasado los peligros que alberga, y al final haber enfrentado al Dragón? Ah, es cierto. Más allá de todos los riesgos y del Dragón que se asienta como un sultán sobre ellos está mi doncella, esperando en el calabozo más alto. Es por ella que debo subir. 136


Me preparo una vez más, tomo mi espada, me ajusto el yelmo, me cuelgo el escudo al hombro, doy un suspiro profundo y avanzo hacia la Torre, cuyas puertas se abren como empujadas por un viento imperceptible y, después de dejarme entrar, se cierran con un golpe seco. Estoy ahora en el primer calabozo, un cuarto redondo iluminado por una gran hoguera al centro. A mi alrededor, un millar de espejos cubren las paredes. Cada espejo refleja una imagen deformada de mí mismo: unos me muestran débil, moribundo y suplicante; otros como un fenómeno deforme, y otros como un monstruo furioso. Cada uno de los reflejos me mira y se burla. Los ignoro, levanto mi espada y con todas mis fuerzas golpeo los espejos, que se hacen añicos, sólo para volverse a unir, cada vez más rápido, cada vez más resistentes. Sigo destruyéndolos y espero que detrás de alguno aparezca un pasadizo por el cual pueda llegar al siguiente nivel. Al fin, atisbo el pasaje detrás de un espejo y, antes de que sus fragmentos se junten de nuevo, con rapidez me deslizo por él. Subo unas escaleras y llego al segundo calabozo. Es una pieza oscura, con una sola ventana por la que entra la luz de la luna. No hay escaleras ni pasajes para subir al siguiente nivel, sólo un montón de rosas que cubren el suelo. Me quito los guantes de la armadura, tomo las rosas y con sus mismos tallos comienzo a atarlas una con otra para hacer una soga. Sus espinas penetran mi carne y derraman la sangre que da color a estas flores; duele mucho, 137


pero necesito hacer esto para seguir. Una vez que la cuerda de rosas está lista, me asomo por la ventana y miro hacia arriba. A unos metros, tallada sobre la pared de la torre, hay una abertura que lleva al tercer calabozo. Arrojo un extremo de la soga y logro sujetarlo a una gárgola con forma de vana ilusión que sobresale del muro. Comienzo a escalar sin mirar hacia abajo, ignoro el dolor que me causan las espinas cuyas puntas parecen crecer y hacerse más duras conforme se adentran en las palmas de mis manos. Estoy ascendiendo con lentitud y constancia, cuando de la nada, a la mitad del camino, se aparecen los cuervos y picotean mi nuca y mis manos. No trato de apartarlos, porque sé que es inútil, así que los ignoro y sigo escalando hasta llegar a la abertura. Entro por ella y me encuentro en el tercer calabozo. Éste es en realidad un corredor tan largo cuyo final no se puede ver desde donde estoy. El suelo está pavimentado con dolor. Doy un paso y siento que miles de púas se clavan en las plantas de mis pies, a pesar de que llevo las botas puestas. Doy el segundo paso y siento fuego en los dedos. Doy un tercero, y mis botas se deshacen en calor magmático, dejando mis pies desnudos, quemados y sangrantes. Ahora recuerdo el secreto de este corredor: con cada paso que dé hacia adelante sentiré un dolor cada vez más agudo, si doy un paso hacia atrás sentiré alivio y todas mis heridas serán sanadas. Pero si doy ese paso hacia atrás, aunque sea uno solo, nunca podré seguir hacia adelante y por siempre este acceso me estará vedado. Debo entregarme por completo, o no entregar nada de mí. Así que sigo 138


caminando por una infinidad de eternidades, ignorando el dolor, sin mirar atrás, sólo pensando en mi doncella. Por fin, alcanzo una puerta enorme y pesada; con mucho trabajo la abro y paso por ella. Estoy al pie de una escalera en espiral. De arriba proviene un viento helado cuyo horrendo rugido es la voz del Dragón y que trae consigo miles de flechas de puntas rojas que se clavan en mis piernas, brazos y pecho. Para cuando logro protegerme detrás de mi escudo, estoy herido de muerte. Camino con la lluvia de flechas rojas rebotando sobre el broquel, incapaces ya de hacerme daño. Sin embargo, sé que entre todas esas flechas rojas que me son disparadas sin cesar, hay una sola saeta blanca con el poder de curar todas mis heridas. Para recibirla, debo dejar que las flechas rojas se claven en mí hasta que aquélla aparezca. Pero tengo miedo. Miedo del dolor que me causan las flechas rojas; miedo de morir antes de que la saeta blanca llegue hasta mí; miedo porque cuando padecí este martirio la primera vez que escalé la Torre no pensé que tendría que vivirlo de nuevo. Entonces recuerdo que de todos modos estoy muriendo y dejo caer el escudo. Siento cada una de las miles de puntas al rojo vivo clavarse en mi cuerpo. No queda una sola parte de mí que no se vea herida: mis ojos, mis labios, mi pecho... todos perforados por las flechas rojas. Estoy a punto de morir cuando la saeta blanca se entierra en mi garganta. En el acto, la lluvia de flechas cesa, mi armadura queda reparada y mis botas de nuevo protegen mis pies. Sin embargo, a pesar de que todas las heridas que tengo desde que entré en la 139


Torre se ven de pronto sanadas, aún siento el dolor que cada una de ellas me provocó. Suspiro por última vez y subo la escalera hasta el final. Llego al último calabozo, donde se halla el Dragón. Empuño mi espada, me ajusto el yelmo, me limpio el sudor de la frente y miro al monstruo directo a los ojos. He superado todas las pruebas. He sido sometido a todos los martirios y por partida doble. Ahora estoy listo. -No te temo.- digo con firmeza. El Dragón ríe y lanza sus fauces hacia mí, pero yo lo esquivo a tiempo y clavo mi espada en su costado. La bestia ruge de furia y yo de alegría, pero éste es sólo el principio de un combate cuyo final no alcanzo a ver. Luchamos furiosos por tiempo inmensurable, pero esta vez la victoria es mía. Con mi espada corto su horrenda cabeza y la arrojo por la misma ventana por donde antes él me había arrojado al vacío. De su cuerpo decapitado brota un chorro de sangre negra que tiñe el calabozo. Satisfecho y animado, camino hacia una pared hecha con bloques de roca gris. Cuando la toco, se siente suave y tersa, y la aparto como si fuera una simple cortina. Ahora me encuentro en un jardín exquisito, con fuentes de agua dulce, pájaros cantores y árboles frutales. Y, entre arbustos exuberantes de flores, está mi doncella, sentada en una banca de 140


mármol, jugueteando con su cabello. Estoy tan emocionado y nervioso que me tambaleo al caminar hacia ella. Al fin, me paro firme frente a mi doncella, me quito el yelmo y le hago una reverencia, la miro a los ojos, le sonrío y le hablo: -He venido por ti. Ella se asusta al verme y retrocede. -¿De qué hablas?- me dice. -He subido la Torre, he matado al Dragón... -¿Qué has hecho? ¿Por qué? -Para llegar hasta ti, pues te amo. -¿Estás loco? ¿Por qué alguien querría subir por la Torre? Eso no sería necesario, ya que existe un camino por este jardín. Todos los hombres que vienen a verme llegan por él. -Pero... he subido la Torre y enfrentado todos sus peligros y me he desangrado y he padecido martirios terribles... ¡dos veces! Incluso combatí al Dragón y lo vencí... y todo por llegar hasta tu lado. -No me interesa lo que hayas hecho.- dice la doncella al tiempo que se pone de pie- Ni si quiera sé quién eres. Entonces me quedo inmóvil y veo cómo ella se va entre los arbustos. Cuando la pierdo de vista, comienzo a caminar de nuevo por donde vine. Es tiempo de volver al suelo. 141


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7

Y entonces Adán le respondió a Dios: -¿Ah sí, Cabrón? ¿Ah sí? Y antes de que Aquél pudiese hacer algo, Adán se rompió el cuello con sus propias manos

DIOS DERROTADO 143


NO LO SÉ

-… No lo sé… me siento sucia. -Pero, ¿por qué te sientes sucia? No hicimos nada malo -No sé… Siento que no debimos haberlo hecho. -¿Pero por qué no, Alejandra? Te gustó, ¿no? Alejandra lo pensó unos segundos. Apartó la vista de los ojos de Jorge, miró hacia el césped y dijo en voz baja: -Sí. Pero hay cosas que nos gustan y que están mal. -¡Ay, mi amor!- exclamó Jorge con un gesto de impaciencia -¡No hicimos nada malo! No es malo porque no nos hace daño. Si fuera como… no sé… emborracharte o algo así, que disfrutas en el momento pero al día siguiente te pega la cruda, entonces sabes que hiciste algo malo. Alejandra miró a Jorge a los ojos; lo admiraba mucho cuando decía esas cosas, para ella tan sabias y tan ciertas. Pero entonces apartó de nuevo la mirada y con voz temblorosa, como si estuviera a punto de llorar, dijo: -¡Entonces sí estuvo mal, porque ahora me siento mal, me siento sucia y culpable! Jorge dibujó una sonrisa condescendiente –Chiquita, tú te sientes culpable porque toda la vida te han enseñado que está mal, que es 144


pecado y todo eso. Pero te repito que no hicimos nada malo. Al contrario, es algo maravilloso que nos permite expresarnos y que nos acerca como pareja. Alejandra permaneció callada mirando el césped, mientras Jorge observaba el parque a su alrededor y daba golpecitos con la punta de los dedos sobre la banca en la que estaban sentados. -Debo pensarlo bien.- dijo ella al fin –Sí me gustó, Jorge, lo disfruté mucho. Pero no puedo evitar sentirme… así. –Alejandra se puso de pie. -Está bien, preciosa.- dijo Jorge al tiempo que se levantaba –Pero no pienses, siéntelo. Alejandra se acercó a Jorge y le dio un dulce beso en los labios. Luego se dio la vuelta y se alejó correteando. -¿Cuándo nos vemos?- preguntó él mientras la chica se iba. -No lo sé. Mañana o pasado. -¡Adiós, chiquita!- gritó Jorge cuando Alejandra ya se hallaba lejos. * -Dos veces. -¡¿Dos veces?! ¿Cuándo? -La primera hace como dos semanas y la segunda como tres días después. 145


-¡Ay, Ale! ¿Y cómo te sentiste?- Susana miraba a Alejandra con una mezcla de desaprobación, temor e interés. -En el momento en el que lo estamos haciendo, me siento genial, lo disfruto muchísimo, no quiero que se acabe nunca. Pero cuando acaba, o más bien, a la mañana siguiente, me siento toda sucia, culpable, hasta me dan ganas de llorar.- Alejandra se acomodó la falda a cuadros, pues el suelo de concreto del patio de la escuela le estaba quemando las piernas. Miró hacia el frente y observó por un momento a unas niñas jugando a saltar la cuerda. Susana no dejaba de mirar a su amiga; su reciente confesión la perturbaba, pero al mismo tiempo la fascinaba. -¿Y dónde lo hicieron?- preguntó, ansiosa por saber más detalles. -En una bodega… -¿En una bodega? ¿Y no estaba toda sucia y llena de ratas? -No, de eso, equis. Nos vamos allá para que nadie oiga nada, ya sabes.- Alejandra permaneció pensativa un momento y de pronto exclamó –¡No le vas a decir a nadie, ¿verdad?! Si mi mamá se entera, se muere… -No, ¿Cómo crees? No se lo voy a decir a nadie. -Ni a las monjas, ni a tu amiguita Leticia, ni a nadie… -Ya te dije que no. Confía en mí, ¿sí?

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Alejandra suspiró -¡Ay Susi! Es que tengo mucho… no lo sé. No es miedo. Me siento rara. No sé lo que siento. -Pues díselo a Jorge. Dile cómo te sientes. La próxima vez que quiera hacerlo contigo le dices que no y ya. -Pero es que en ese momento es cuando no me puedo resistir. La forma en la que me mira, me habla, me sonríe… No me puedo controlar…- Alejandra calló al ver a una monja acercarse a ellas. -¡Señoritas! ¿Qué hacen aquí? ¿Que no oyeron la campana? -¡Ay, perdón, madre!- dijo Susana mientras ella y Alejandra se ponían de pie y se sacudían las faldas –No la oímos. -Ándele, a sus salones. ¿Que no tienen clase? -Ya vamos, ya vamos.- dijo Susana mientras ella y su amiga se iban correteando hacia las aulas. * -Esta noche no, Jorge. Te lo digo en serio. -¿Qué pasa, mi amor? -No me siento bien, ya te dije. Me siento culpable y sucia. Ya no quiero sentirme así.- Alejandra cruzó los brazos y miró hacia afuera por la ventanilla. Jorge apagó el motor. -Alejandra, ya lo hemos hecho dos veces ¿y tú sigues reprimiéndote? 147


-Pues sí. No me siento bien y ya.- Alejandra seguía sin mirar al muchacho. -Mi amor, ya te dije mil veces que no es nada malo. Es algo que está en la naturaleza humana.- Jorge tomó a Alejandra de los hombros y la hizo volverse hacia él –Sabes que lo deseas tanto como yo. Alejandra tuvo el mismo escalofrío que sentía cada vez que Jorge la miraba a los ojos. Al fin, se besaron con pasión. * Un hombre de unos cincuenta años estaba atado a una silla y amordazado. En otra silla junto a él estaba una mujer de la misma edad, también atada y amordazada. Ambos veían con terror a Alejandra, quien sostenía un hacha y los miraba con una sonrisa maliciosa. La joven levantó el arma con ambas manos y asestó un fuerte golpe contra el hombro de la señora, que pegó un alarido de agonía por debajo de por sus mordazas hasta quedarse sin aire. La mujer se retorcía en su silla al tiempo que Alejandra sacaba con trabajo la hoja del hacha de la carne de su víctima. El hombre cerró los ojos para no ver cómo un segundo golpe caía sobre la rodilla de su compañera. La hoja del hacha rompió la pierna de la mujer en dos grandes trozos, dándole el aspecto de un jamón recién cortado. Alejandra tomó el hacha una vez más y golpeó la otra pierna una y otra vez hasta cortarla en dos. La sangre brotaba como de una tubería rota y bañaba el suelo y las paredes de la bodega. Las calcetas largas y la 148


falda a cuadros de la muchacha eran ahora de color carmesí. Alejandra dio un nuevo golpe, esta vez en la cabeza de la mujer; la hoja del arma se hundió en su cráneo y el resto de su cuerpo siguió retorciéndose con espasmos. El hombre miraba la escena con terror y lágrimas mezcladas con el sudor frío que le bajaba por el rostro; sin darse cuenta, había orinado y defecado sobre sí mismo. Alejandra volvió su mirada hacia él y le sonrió con placer. Jaló el hacha hacia sí, pero ésta se había atorado en la cabeza de la mujer. Entre gemidos y jadeos, Alejandra jaloneó el hacha de un lado al otro tratando de zafarla y zarandeando el cuerpo muerto al que estaba clavada. Al fin logró sacarla, junto con algunos trozos de cráneo y sesos. El cuerpo de la mujer cayó en un charco de sangre con todo y la silla a la que estaba atada. La chica alzó el hacha en el aire y, dando carcajadas y gemidos orgásmicos, la dejó caer sobre la ingle de aquel desdichado. A unos metros, en la pared opuesta de la bodega, Jorge apuñalaba con un picahielos a una anciana también atada a una silla y amordazada. El muchacho detuvo su actividad y contempló a su novia, quien en esos momentos de éxtasis le parecía más hermosa que nunca. -¿Lo ves, chiquita?- le dijo con una mirada dulce y una sonrisa coqueta -¿A poco no lo estás gozando?

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MSN MESSENGER

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: q onda, Mari!?

Chica Lista dice: hola, Clau, q onda?

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: aquí no más haciendo tarea, y tú?

Chica Lista dice: = en un cyber haciendo tarea y checando mi mail

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: oye, t acuerdas del chavo q t platiqué?

Chica Lista dice: sí, por?

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Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: está aquí conectado, me está pidiendo q le pase tu msn, c lo paso? s q le mostré fotos tuyas

Chica Lista dice: ay no inventes, q pena!!! bueno, está bien ______________________________________________

Kroatoan dice: ke haces?

AsMoDeUs dice: trabajando

Kroatoan dice: ya deberias mandar a la chingada ese pinche trabajo de mierda ahí nunca vas a hacer nada si te metieras a trabajar con nosotros ganarías un buen de lana 151


AsMoDeUs dice: ya sé, wey, yo ya kiero dejar esta mierda pero está cabrón, mi mamá siempre me está vigilando

Kroatoan dice: puta madre! eres un pinche coyón parece ke no kieres tener un chingo de lana y de viejas

AsMoDeUs dice: a ver, hijueputa, te me vas calmando, a mí nadie me dice coyón no soy ningún marica

Kroatoan dice: pues pruébalo, puto ______________________________________________

P@blo dice: hola

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Chica Lista dice: hola

P@blo dice: como estĂĄs?

Chica Lista dice: bien y tĂş?

P@blo dice: bien... oye, parece que tu amiguita Clau nos quiere arrejuntar...

Chica Lista dice: jajajajajajajaja es q ella quiere a la de awech q yo tenga novio

P@blo dice: jajajaja...

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Chica Lista dice: y pues como eres amigo de Octavio...

P@blo dice: s铆 ya veo... oye...

Chica Lista dice: q pas贸?

P@blo dice: te ves muy guapa en estas fotos...

Chica Lista dice: jajajajajaja gracias y t煤 no me mandas una foto?

Se complet贸 la trasferencia de YO.jpg a maribella@hotmail.com

Chica Lista dice: te ves muy bien 154


P@blo dice: gracias _________________________________________

Chica Lista dice: está guapísimo!!!!!!

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: t lo dije!!! ______________________________________________

AsMoDeUs dice: yo no tengo pk probarte nada pero a ver, ke prueba kieres?

Kroatoan dice: no, déjalo, a mi ni me importa oye, y cómo vas de viejas?

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AsMoDeUs dice: ahorita nada

Kroatoan dice: puta! seguro nunca has cogido, verdad?

AsMoDeUs dice: eso a ti ke chingados te importa?

Kroatoan dice: ke se ve ke no eres hombre

AsMoDeUs dice: chinga tu madre ______________________________________________

Chica Lista dice: cuĂĄntos aĂąos tienes?

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P@blo dice: 18, y tú?

Chica Lista dice: 17 y q haces ahorita?

P@blo dice: nada, chateando... y tú?

Chica Lista dice: haciendo tarea en un cyber, pero ya casi termino

P@blo dice: en qué cyber?

Chica Lista dice: en uno q está en una placita cerca de Bomberos

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P@blo dice: te puedo ir a ver?

Chica Lista dice: ay, no, cรณmo crees!!!!! q pena!!! estoy toda fachosa y desarreglada

P@blo dice: no importa, yo quiero ir a verte

Chica Lista dice: ademรกs ya casi acabo y es bien tarde, van a dar las 10 y ya van a cerrar el cyber sรณlo estamos yo y el muchacho q atiende

P@blo dice: bueno, serรก en otra ocasiรณn... _________________________________________

158


Kroatoan dice: cálmate, wey, yo soy tu cuate sólo te kiero aconsejar

AsMoDeUs dice: mmm

Kroatoan dice: a ver, hay alguna vieja en tu cyber?

AsMoDeUs dice: sí

Kroatoan dice: y está buena?

AsMoDeUs dice: aguanta

159


Kroatoan dice: te reto a que te la ligues y te la cojas esta noche

AsMoDeUs dice: no mames, wey

Kroatoan dice: no mamo, va en serio yo te voy aconsejando ______________________________________________

Chica Lista dice: mejor nos vemos mañana, podemos ir a una disco

P@blo dice: sale, me parece perfecto pásame tu tel para que nos pongamos de acuerdo...

Chica Lista dice: mi cel es 9999-00-11-38 me llamas mañana? 160


P@blo dice: sí, yo te llamo bueno, ya me tengo q ir, nos vemos mañana, va?

Chica Lista dice: va, nos vemos

P@blo dice: me dio gusto conocerte, Chica Lista, bye

Chica Lista dice: jajaja =mente, bye ______________________________________________

AsMoDeUs dice: s ke stoy bien pastel ahorita mejor otro día

161


Kroatoan dice: no, mejor ke estés pastel, así no te da pena ve y háblale

AsMoDeUs dice: voy ______________________________________________

Chica Lista dice: ya se fue

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: sí lo vi en q quedaste con él?

Chica Lista dice: en q vamos a ir a una disco mañana, vienes?

162


Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: sí, a cual? oye... estás? ______

Has enviado un zumbido. ______

Chica Lista dice: perdón x la tardanza, s q el muchacho dl cyber pasó rondándome y c me quedó viendo muy raro creo q ya va a cerrar y quiere q me vaya

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: ah bueno pero a q antro vas a ir con Pablo?

Chica Lista dice: q mañana nos ponemos de acuerdo yo te marco después de hablar con él, ok? 163


Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: ok ______________________________________________

AsMoDeUs dice: hola

Chica Lista dice: hola quien eres?

AsMoDeUs dice: alguien ke te conoce... ______________________________________________

Kroatoan dice: y bien?

164


AsMoDeUs dice: estoy chateando con ella

Kroatoan dice: muy bien, tú insinúatele las viejas se hacen a las muy santas, pero la verdad es ke les encanta el palo y les gusta ke las dominen

AsMoDeUs dice: sí, ya sé ya sé ke le voy a decir ______________________________________________

Chica Lista dice: jajajaja ya en serio, quien eres?

AsMoDeUs dice: soy tu admirador secreto 165


Chica Lista dice: jajajaja uy, q misterioso! ______________________________________________

Chica Lista dice: oye, quién es darkbrainrising@hotmail.com?

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: ni idea, x?

Chica Lista dice: xq se agregó a mi msn y ahora estoy chateando con él dice q es mi admirador secreto

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: uuuuuuuu, dos admiradores en una noche, quién fuera tú ______________________________________________

166


AsMoDeUs dice: misterioso es poco: soy un enigma, incluso para mí mismo soy como un caballero oscuro

Chica Lista dice: jajajaja ya, en serio, quién eres?

AsMoDeUs dice: para ke kieres saber? no te basta con ke sea tu admirador?

Chica Lista dice: y cómo voy a corresponderte si no sé quién eres?

AsMoDeUs dice: o sea ke estás pensando en corresponderme?

Chica Lista dice: jijiji ______________________________________ 167


Kroatoan dice: ke tanto le estás diciendo?

AsMoDeUs dice: pura mamada, le estoy coketeando y creo ke ella me está zorreando también

Kroatoan dice: así son todas: son unas putas ______________________________________________

AsMoDeUs dice: ya en serio, yo pienso ke eres muy hermosa

Chica Lista dice: jijiji, gracias

AsMoDeUs dice: yo soy un tipo muy triste 168


Chica Lista dice: ay, xq dices eso? 

AsMoDeUs dice: pk es la verdad, estoy muy solo en la oscuridad y tú eres como la luz para mí

Chica Lista dice: ay no inventes, estás bien loco

AsMoDeUs dice: la locura es la máxima expresión de la genialidad ______________________________________________

AsMoDeUs dice: soy un chingón, la estoy impresionando

Kroatoan dice: a toda madre, sigue así 169


______________________________________________

Chica Lista dice: me está diciendo puras cosas bien raras

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: a lo mejor es alguien de la escuela q te quiere bromear ______________________________________________

Chica Lista dice: dame una pista, de dónde te conozco?

AsMoDeUs dice: de tu otra vida

Chica Lista dice: ya, en serio, si no me dices quién eres, dejamos de hablar

170


AsMoDeUs dice: no molestes por favor, aunke t ves muy bonita cuando t molestas t digo kien soy si me prometes 1 cosa: ke vamos a salir juntos mañana

Chica Lista dice: jajajajaja, mañana no puedo, voy a salir con un amigo

AsMoDeUs dice: así ke ya me vas a poner el cuerno? ______________________________________________

Chica Lista dice: este tipo está medio loco, pero me gusta como habla me gusta el misterio, quién será?

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: ni idea, pero no te olvides de Pablo por culpa del tipo misterioso, eh? 171


Chica Lista dice: jejejeje, ahora ya tengo de dónde escoger ______________________________________________

Chica Lista dice: jajaja, no cómo crees? yo te sería fiel, caballero oscuro pero primero me tienes que revelar tu identidad secreta

AsMoDeUs dice: está bien, voltea hacia tu izquierda ______________________________________________

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: cómo vas con tu admirador secreto? hey!! estás????

172


______

Has enviado un zumbido. ______

Chica Lista dice: no mames, el tipo ése era el wey q atiende el cyber me quiso tirar la onda ahorita, q asco!!!!

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: no mames, y a poco está muy feo el pobre??

Chica Lista dice: es un pinche flaco darketo

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: foooooo!!!!!!! y cómo supo tu msn??

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Chica Lista dice: lo debió haber visto cuando pasó rondando por aquí sabes q? creo q está drogado y me está viendo muy feo, mejor ya me voy ______________________________________________

AsMoDeUs dice: pinche vieja puta!!! me dio el batazo, después de ke me estaba tirando el calzón

Kroatoan dice: pues no te dejes, pendejo, ve por ella

AsMoDeUs dice: pinche vieja!!! me dan ganas de agarrarla a putazos

Kroatoan dice: mejor agárrala a vergazos, wey, eso es lo ke kiere, por eso se anda haciendo la difícil tú apáñatela como los hombres 174


AsMoDeUs dice: no, ni madres, capaz ke se pone a gritar

Kroatoan dice: puta madre, cómo eres joto ______________________________________________ Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: no inventes!! está drogado???

Chica Lista dice: creo q sí nada más guardo mi tarea y me voy ______________________________________________

AsMoDeUs dice: ya deja de chingarme!!!!

Kroatoan dice: pues anda ve

175


AsMoDeUs dice: ya voy sólo me voy a meter una estrella ______________________________________________

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: sí, mejor vete, no vaya a ser q te quiera hacer algo hey!! Mari!! sigues ahí? ______ Has enviado un zumbido. ______ ______________________________________________

Kroatoan dice: ke pasó? wey?? estás??

176


AsMoDeUs dice: no mames wey, está tirada y no se mueve

Kroatoan dice: no chingues

AsMoDeUs dice: es en serio wey no mames, está sangrando

Kroatoan dice: ke hiciste, pendejo?

AsMoDeUs dice: la kise abrazar, pero ella no se dejó, y creo ke le pegué muchas veces y muy fuerte

Kroatoan dice: cómo ke crees? 177


AsMoDeUs dice: no sé, wey, estoy bien pasado no sé ke hice no sé ke voy a hacer

Kroatoan dice: vergas, wey

AsMoDeUs dice: ke voy a hacer, wey? ke voy a hacer?? no se está moviendo, cabrón!!!! no mames, wey, responde, esto es en serio!!! ke voy a hacer?!?!?!?!?!?!?!?!?!?! ______________________________________________

Clau + Oct = Dos meses juntos mi vida!!! dice: q pasó, Mari? Mari??? estás ahí??? 178


__________ No se pudo entregar el mensaje siguiente a todos los destinatarios: q pasĂł, Mari? Mari??? estĂĄs ahĂ­??? __________

179


YO ODIO

Me despierto a causa de la molesta alarma del reloj despertador. Su ritmo penetrante y monótono me provoca irritación, cansancio y hastío; es la primera sensación que recibo del mundo al comenzar el día. Giro sobre mi costado y con un golpe de mi mano callo el maldito aparato colocado sobre la mesita de noche junto a mi cama. El crujir de mis huesos al moverme anuncia como fanfarrias mi exilio de un lecho tibio, único y efímero placer durante estas mañanas frías. Me pongo las sandalias que están al pie de la cama y me dirijo hacia el baño, sintiendo con desagrado que mis dedos se pegostean a la goma de este triste intento de calzado. Entro a la ducha y al abrir la llave descubro con poca sorpresa y mucho fastidio que no hay agua caliente. Las gotas de agua helada que escupe la regadera insultan mi piel, ansiosa por el contacto con algo tibio. Maldigo al estúpido intendente que una vez más ha descuidado el calentador y se ha olvidado de encenderlo. Una vez más seré yo quien se lo recuerde, pues los otros inquilinos, ato de vacas pasivas y mediocres, no lo harán. Ellos se bañarán con agua helada esperando que alguien más le recuerde al intendente que debe hacer su trabajo. Termino mi tortuosa ducha, me visto, me peino y me arreglo para las bestias urbanas que así lo exigen. Voy hacia la cocina y tomo un bote de yogurt del refrigerador. Al desprender la cobertura de papel aluminio, siento que me corta sutilmente las yemas de los dedos. Cojo 180


una cuchara del mueble que está junto a la estufa, me siento frente a la mesa y degusto mi desayuno mientras miro la televisión. En el canal musical que idolatran los enajenados adolescentes se muestra un asqueroso negro, poco más que un simio con ropa, tratando de hacer rimas sobre el tamaño de su pene, al tiempo que ejecuta algo que parece la danza de apareamiento de un babuino. Cambio el canal con el control remoto para poner el noticiero matutino y la serie de notas y reportajes

que

se

me

presentan

me

hacen

pensar

en

la

inconmensurable estupidez de la especie con la que me veo obligado a compartir este planeta. Acabo de comer mi yogurt y apago el televisor. Camino de regreso al baño para lavarme los dientes. Listo para salir, tomo mi portafolios y dejo el departamento. Al bajar las escaleras escucho a los hijos del vecino conversar repitiendo frases de las caricaturas que ven en la televisión, único repertorio que su cerebro les puede proporcionar. He aquí a los custodios de nuestro futuro. Los últimos peldaños están ligeramente cuarteados, y puedo sentir sus bordes filosos a través de la suela de mis zapatos. En cuanto llego abajo, atravieso el vestíbulo con rapidez para no tener que encontrarme con algún vecino. Salgo a la calle. El sol rebota en todas las superficies reflejantes posibles y me deslumbra donde quiera que vuelvo la mirada. Aún viendo lucecillas verdes y azules en mis párpados, cruzo la calle hacia la parada del autobús, y me siento sobre mis huesos en una banca. Medio minuto después llegan dos jovencitas 181


que no dejan de reseñar los glúteos de no sé qué muchacho de su escuela. Me muevo sobre mi asiento tratando en vano de acomodarme. Por fin llega el autobús y lo abordo. Busco el lugar más apartado y solitario que haya y vuelvo a acomodar mis huesos sobre él. Escucho las insulsas conversaciones de los otros pasajeros, gente simplona que cree que los insignificantes sucesos de sus patéticas vidas tienen alguna relevancia. Todo en ellos me irrita, sus voces, sus risas, sus gestos, sus olores, su atuendo, sus facciones... Desciendo del autobús en la parada frente a la Universidad. Me quedo de pie contemplando el edificio, esa caja de cemento en la que permaneceré encerrado por las próximas ocho horas, aplastado contra una silla. Suspiro y camino lentamente hacia mi aula. Las primeras tres clases son iguales que siempre; obtusos individuos que no saben ni hablar bien la lengua castellana intentan enseñarme lo que con trabajo aprendieron de otras personas un poco menos estúpidas que ellos. Son tan deplorables, y sin embargo, no lo son tanto como los alumnos, mis compañeros de clase. Todos iguales, el uno detrás del otro; los mismos gustos, los mismos intereses, las mismas ambiciones, los mismos temores, los mismos deseos, los mismos pensamientos e ideas. Incluso aquellos que se creen muy alternativos, rebeldes o inconformes, son todos iguales.

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Una chica se me acerca moviendo su cadera de lado a lado y se sienta junto a mí, tratando de sacar conversación. No vale más allá de su piel morena, sus grandes senos, su cintura bien definida, su trasero firme y su voluntad de entregarlo todo a la menor provocación. Me repugna, pero a este ritmo probablemente estaré fornicando con ella el fin de semana. Y es que las mujeres son todas iguales. Sienten igual, piensan igual, se engañan sobre el amor de la misma manera. Se les puede predecir como el resultado de una ecuación. Sé lo que tengo que hacer y decir para obtener lo que quiera. ¡Pero me da tanta hueva! Suena el timbre y la chica morena se va del salón. Es durante la siguiente clase cuando ella entra y se sienta en un pupitre al otro extremo del aula. Mis pulsaciones se hacen más rápidas. Siento que mis venas se hielan al verla, como si mi corazón bombeara veneno frío y de color de verde. La odio. Odio su cabello castaño largo y fino, odio su piel dorada, odio sus rasgos delicados, odio sus ojos color miel. Odio las miradas de deseo que los muchachos le lanzan y que ella lanza a los muchachos. Odio su voz, y su risa. Odio el simple hecho de que ría. Odio sus pechos firmes y sus caderas armoniosas. Odio su inconfundible perfume de vainilla. Pero sobre todo, la odio porque no la puedo calcular como a las demás. La odio porque sé que nunca podría tenerla. Terminan las clases, y en el mismo silencio con el que vine me voy de regreso a mi departamento. Al llegar cierro todas las ventanas y las cortinas, para que la luz y el ruido del mundo no entren en mi 183


refugio. Pienso que pasaré la tarde haciendo inútiles y rutinarias tareas y que mañana me espera un día exactamente igual al de hoy. Voy a la cocina y cojo un cuchillo. Entro a mi cuarto, me desvisto y me paro frente a un espejo de cuerpo completo. Ya no soporto este cuerpo flácido y huesudo, ni esta mente obsesiva y ruidosa, ni este corazón de hielo y ponzoña. Alzo el cuchillo sobre mi cabeza y lo arrojo contra el cristal. Las astillas saltan por toda la habitación, pero ninguna me corta, ninguna me toca. Desearía tener el poder de destruir todo aquello que odio. Pero ni siquiera puedo destruirme a mí mismo.

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