Codigo Da Vinci

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Con suavidad, tiró de los dos extremos del criptex, pero nada se movió. Oyó el borboteo del vinagre en su interior y dejó de tirar. Lo intentó de nuevo con otra palabra V-I-N-C-I Nada. C-L-A-V-E. Nada. El criptex seguía cerrado a cal y canto. Frunciendo el ceño, lo dejó en su caja y la cerró. Miró a Langdon, que seguía fuera, y se alegró de que estuviera con ella esa noche, «P. S. Buscar a Robert Langdon.» Ahora entendía los motivos de su abuelo para incluirlo a él en todo aquello. Ella no estaba preparada para comprender sus intenciones, y le había enviado a Langdon para que le hiciera de guía. Un tutor para supervisar su educación. Por desgracia para él, había acabado haciendo de bastante más que de guía esa noche. Se había convertido en el blanco de Bezu Fache... y de una fuerza invisible decidida a hacerse con el Santo Grial. «Sea lo que sea.» Sophie no estaba segura de si merecía la pena poner en peligro su vida para intentarlo. Cuando el furgón se puso en marcha de nuevo, Langdon constató aliviado que ahora sólo se oía el ruido del motor. —¿Sabes cómo se va a Versalles desde aquí? Sophie le miró. —¿Nos vamos de visita turística? —No, tengo un plan. Conozco a un historiador de la religión que vive cerca de Versalles. No recuerdo exactamente dónde, pero podríamos buscarlo. He estado en su casa de campo varias veces. Se llama Leigh Teabing. Es un antiguo miembro de la Real Academia Británica de Historia. —¿Y vive en París? —La gran pasión de Teabing es el Grial. Cuando hace quince años surgieron los primeros rumores sobre la clave de bóveda del Priorato, se trasladó a Francia y empezó a rastrear por las iglesias con la esperanza de encontrarlo. Ha publicado algunos libros sobre la clave y el Grial. Tal vez a él se le ocurra cómo se abre el criptex y qué hacer con él. La expresión de Sophie era de desconfianza. —¿Y te fías de él? —¿Fiarme en qué sentido? ¿Te refieres a si nos robaría información? —O si no nos delataría. —No tengo intención de decirle que nos busca la policía. Espero que nos aloje hasta que logremos aclarar todo esto. —Robert, no sé si te has parado a pensar que a estas horas todas las cadenas de televisión de Francia están a punto de divulgar imágenes de nosotros dos. Bezu Fache siempre usa los medios de comunicación en su beneficio. Va a hacer que sea muy difícil que nos movamos sin que nos reconozcan. «Fantástico —pensó Langdon—. Mi debut en la tele francesa será en la lista de los delincuentes más buscados.» Al menos Jonas Faukman podía estar satisfecho: cada vez que salía en las noticias, las ventas de sus libros aumentaban. —¿Ese hombre es muy amigo tuyo?

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