el queso y los gusanos

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El queso y los gusanos

Carlo Ginzburg

Menocchio había podido aprender algunas de las tesis sostenidas por los mahometanos, concordantes en parte con ciertas afirmaciones suyas. Según el Corán, decía Mandeville, «entre todos los profetas Jesús fue el mejor y más propenso a Dios». Y Menocchio, casi haciéndose eco: «yo dudaba... que fuese Dios, sino un profeta, un gran hombre enviado por Dios a predicar en este mundo». También en el Mandeville Menocchio había podido leer un rechazo muy claro de la crucifixión de Cristo, considerada imposible por ser contradictoria con la justicia divina: «pero que nunca fue crucificado como dicen, sino que Dios le elevó hasta Él sin muerte ni mácula, pero transformó su forma en uno llamado Judas Iscariote y a éste crucificaron los judíos creyendo que era Jesús, que había subido vivo al cielo para juzgar al mundo: pero dicen... en este artículo que nosotros tenemos fallos, pero la gran justicia de Dios no permitiría ese sufrimiento...». Por lo que se deduce del testimonio de uno de sus paisanos, parece que Menocchio sostenía algo parecido: «no es cierto que Cristo haya sido crucificado, ha sido Simón Cireneo». Efectivamente a Menocchio la crucifixión, la paradoja de la cruz, le parecía inaceptable: «me parecía una barbaridad que un señor se dejase prender de ese modo, y así yo dudaba que habiendo sido crucificado fuese Dios, sino un profeta...». Son consonancias indudables, aunque parciales. Pero parece imposible que la lectura de estas páginas pudiera inquietar a Menocchio. Y menos aún el crudo juicio sobre el mundo cristiano que Mandeville atribuía al sultán: «ellos [los cristianos] deberían dar ejemplo de bien obrar a la gente común, deberían ir a los templos a servir a Dios, y ellos van todo el día a las tabernas, jugando, bebiendo y comiendo como animales... Y deberían ser sencillos y humildes y mansos y meritorios y caritativos como lo fue Jesucristo en el que creen, pero ellos hacen lo contrario y al revés, y todos están inclinados a mal obrar, y son tan codiciosos, avaros, que por un poco de dinero venden los hijos, las hermanas y sus propias mujeres para hacer meretrices, y se quitan entre sí las mujeres, y no se guardan fidelidad, y no cumplen su ley que Jesucristo les ha dado para que se salven...». Esta panorámica de la corrupción de la cristiandad, escrita doscientos años antes, fue sin duda leída por Menocchio como si fuese un texto contemporáneo y muy actual. La avidez de curas y frailes, los privilegios y prevaricaciones de cuantos se decían seguidores de Cristo, los tenía a la vista a diario. En las palabras del sultán, Menocchio pudo hallar a lo sumo una confirmación y una legitimación de su despiadada crítica de la Iglesia; de ningún modo un motivo de turbación. Éste lo identificaremos en otro texto. 21. «La gente de estas tierras tiene diversas leyes, algunos adoran el sol, algunos el fuego, otros los árboles, otros las serpientes, y otros lo primero que ven por la mañana, algunos simulacros y algunos ídolos...», afirma Mandeville, 129


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