Nadie viene sin un mundo

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autocrítica. En una concepción política donde el vanguardismo de antaño y la noción pasiva de la “masa”, el “pueblo” o la “clase” sigue traccionando de forma acallada. Obturando con ello el paciente trabajo cualitativo de construcción de poder colectivo. Taponando esa transformación individual fundamental para toda aspiración revolucionaria. “Discutir”, “pensar”, puertas adentro; “pegar juntos”, puertas para afuera. Donde lo primero usualmente se retarda, dado que el “afuera”, siempre, apremia y nos llama a “poner el cuerpo”. Pero, ¿qué significa poner el cuerpo?, ¿en qué sentido el Che “puso el cuerpo”?, ¿acaso seguimos pensando, nosotros, varones cis-hetero militantes, la performatividad del cuerpo bajo un molde guevarista?, ¿por qué “poner el cuerpo”, en el caso del Che, fue sinónimo de dejar Cuba y armar una guerrilla en Bolivia?, ¿por qué no quedarse en su puesto de funcionario en el gobierno revolucionario cubano y construir, junto a su pareja, una crianza “ejemplar” de sus hijos?, ¿era muy “burgués” tal cosa?, ¿no era acaso un signo de audacia el quedarse en Cuba y aprender a ser burócrata para forjar un nuevo modelo de burocracia para las revoluciones por venir?, ¿o aprender a ser padre y forjar un nuevo modelo de paternidad para las revoluciones por venir? Sin atribuirle sencillamente todo lo aquí dicho a una herencia guevariana, considero que deconstruir la sensibilidad militante de los varones cis-hetero de izquierdas requiere desmontar el modelo humano de Ernesto 119


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