Esta fue la primera de muchas visitas que el gato hizo al rey, portando regalos del misterioso marqués. Así, el Micho se enteró de que el rey llevaría a su bella hija a pasear por el río. Sin explicar, le dijo a Benja: —Si te querés hacer rico, hoy te bañás en calzones en el río. El “marqués” hizo lo que su Micho le decía y, mientras se bañaba, pasó el rey con la hija por allí. El gato empezó a chillar: —¡Socorro! ¡El marqués de Carabás se ahoga! ¡Ayuda! El rey reconoció el nombre de su marqués regalero y mandó socorrerlo. En tanto, el gato mintió al rey que al pobre marqués le habían robado la ropa durante su baño. El monarca, sin dudar, hizo traer lujosas prendas para el joven. Bañadito y bien vestido, Benja era bastante pintón, por lo que la princesa quedó embobada apenas lo vio. El rey lo sumó al paseo. Tranquilo el Micho de que todo marchaba (resultaba buen actor el hijo del molinero), salió corriendo para adelantárseles. Llegó a un campo cercano y dijo a los campesinos que araban: —Si dicen al rey que este campo es del marqués de Carabás, los libraré del terrible ogro que es amo de todas estas tierras. Como sonaba bien el canje que proponía el extraño gato, eso dijeron los campesinos cuando el rey preguntó. Y este se sorprendió gratamente con su invitado. El gato volvió a adelantarse y propuso a los campesinos del campo vecino la misma cosa. Y estos lo mismo dijeron al rey, que estaba más y más encantado con el marqués y sus riquezas. Así, el gato llegó al castillo del ogro en cuestión, y consiguió que lo recibiera: —Dicen, señor, que puede transformarse en cualquier animal. En uno grandote, supongo que sí. Pero en uno pequeñito, en un ratón, digamos, me suena imposible… —Sagaz, el Micho conocía bien los poderes de su anfitrión.
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