05 Policia Sideral Saga Aznar

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CAPITULO VII. LA BESTIA ATACA.

. Apresuróse Miguel Ángel en expedir un radio a la Tierra, dando cuenta del ataque llevado a cabo por los marcianos contra el convoy de aviones en ruta hacia el mundo y contra el asteroide Eros con proyectiles dirigidos. Contra lo que esperaba, en la Tierra no se había registrado ningún ataque thorbod. Ni siquiera se había visto un solo platillo volante en las proximidades de la atmósfera terrestre. Sin embargo, la noticia de que los marcianos habían atacado a las naves y a la guarnición de Eros desencadenó el pánico en la Tierra. Inmediatamente fue proclamado el estado de guerra. Fueron llamados a filas los aviadores y soldados de la reserva, y todavía cubiertos por el polvo que un largo encierro había depositado sobre ellos, los aviones terrestres se elevaron en formaciones masivas dando vueltas alrededor del globo como perros pastores. De un extremo a otro del viejo planeta las guardias territoriales permanecieron junto a sus armas, fijos los ojos en el cielo a la espera de ver caer de las nubes el ejército invasor. Los gigantescos ojos de los telescopios avizoraron el espacio noche y día. Los nervios se tensaron y los ánimos se prepararon para una guerra cuya duración y resultado nadie sería capaz de prever. —Yo no creo —dijo Ángel a los generales de su Estado Mayor — que los hombres grises vayan a empezar mañana mismo una guerra total. De ser esas sus intenciones abríanse lanzado en un ataque fulminante sobre la Tierra, en vez de advertirnos atacando nuestro convoy y bombardeando Eros. Considero que su objetivo presente es limitado. — ¿Limitado? —exclamó el general Kade —. ¿Qué quiere decir? —Que por ahora les bastará con crearnos dificultades en este planetillo e impedir que los convoyes de mineral lleguen a la Tierra. — ¡Pero eso equivale a dar por seguro que están enterados de nuestros propósitos y de lo mucho que el mineral de Eros significa para los terrestres! —protestó el general Limoges. —Seguro. — ¡En tal caso tratarán de arrebatarnos este asteroide! — ¿Para qué? —preguntó Ángel con una sonrisa. — ¿Cómo para qué? —Gritó Limoges —. ¡Para construir ellos los cruceros interestelares que nosotros pensábamos fabricar con el mineral de Eros! —No —Ángel movió la cabeza de un lado a otro —. Los hombres grises no son tan tontos. Saben perfectamente que si ocuparan Eros les impediríamos explotarlo. Saben que aún contando con que lograran extraer el mineral, nuestros aparatos se encargarían de que no alcanzara jamás Marte. Y saben, en fin, que es mucho más costoso defender Eros que impedir la actividad sobre este asteroide. Eros les interesa mucho, sin duda. Pero saben que por ahora está fuera de su alcance y se limitarán a impedirnos su explotación. —Según eso —refunfuñó Power —, Eros se encuentra en un punto muerto... en el fiel de una balanza. Mientras esté en nuestras manos, los thorbod impedirán que lo explotemos. Si lo abandonamos y lo ocupan los thorbod, entonces seremos nosotros quienes les impidan explotarlo. ¡De valiente cosa nos ha servido el hallazgo de "dedona" en Eros! Berta Anglada, que como ayudante asistía a todas las conferencias, observó que todas las miradas iban a coincidir rencorosas sobre Miguel Ángel, como si el joven almirante hubiera sido el descubridor de la "dedona" y el instigador de la explotación del asteroide 433. —Si hemos de servirnos de la balanza como expresión gráfica en este asunto —dijo lentamente Miguel Ángel —, me permitiré recordarle al general Power que el asteroide 433 no está precisamente en el fiel, sino ligeramente inclinado a nuestro favor. Mi autoplaneta continúa pesando treinta millones de toneladas. — ¡Su autoplaneta! —Bufó despectivamente Power —. ¿No estará dando demasiada importancia a su autoplaneta? Los hombres grises conocen ya, sin duda, la existencia de la "dedona". ¿Qué me diría si nuestros enemigos estuvieran construyendo aeronaves tan poderosas como este autoplaneta? —Si ocurriera tal les invitaría a ustedes a rezar por la salvación de sus almas —sonrió Miguel Ángel con ironía —. La Tierra, Venus, nuestra civilización y la humanidad entera estaríamos irremisiblemente perdidos. Y si esta posibilidad no les anima a ustedes a luchar con uñas y dientes por la supervivencia... Bien; entonces será mejor que mi autoplaneta y mis amigos nos alejemos de este mundo que amenaza ruina y busquemos otro remoto planeta donde poder vivir en paz. — ¡Bueno... bueno...! —Exclamó el general Kisemene, haciendo muecas —. No empecemos con las disputas. Usted, mister Aznar, tiene el genio corto y la palabra muy incisiva. Usted, general Power, no parece sino que esté buscando la escisión y el fracaso de la Unión de Naciones y de la Policía Sideral. Somos militares profesionales, ¡qué caramba!, y no podemos asustarnos como una gallina vieja en cuanto se deja oír el primer trueno de la tempestad. Examinemos la situación con calma. ¿Es que ya no queda más solución que rellenar este asteroide de bombas atómicas y hacerle saltar por los aires para que no vaya a parar a manos del enemigo? —Tal vez fuera la mejor solución —refunfuñó Power.


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