Eduardo el ingles

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Eduardo “El Inglés” 5:30 h, sonó el despertador, Edward abrió los ojos, de un golpe seco y certero callo su campanilla. Rápidamente fue consciente de que el ansiado día había llegado. Ya sentado en la cama, el frío del suelo en sus pies, y el maldito dolor de cabeza provocado por el exceso de pintas de la tarde anterior, le hicieron ponerse en pie, se calzo las zapatillas de andar por casa, y fue directo a la ventana. Retiro la cortina, sí esa que no le gustaba nada y que siempre se decía debía cambiar, subió la persiana, y allí estaba, tan bella y esbelta, mirándole, con ese único ojo que tanto le gustaba. Su historia de amor comenzó meses atrás, cuando por fin la hizo suya, o quizá mucho antes, cuando paseando, o de camino al trabajo se cruzaba con ella, cuando coincidían en un semáforo esperando la luz verde, instantes en que no dejaba de mirarla sin ser correspondido, para perderla nuevamente hasta un nuevo encuentro. Varias fueron las compañeras que había tenido a lo largo del tiempo, fieles y algunas de ellas también bastante atractivas, pero bien es cierto que ninguna había colmado sus expectativas como ella. Como describirla imparcialmente, ciego como estaba de amor. El sol del mediodía, molestaba aquel mes de septiembre. Su luz le cegó al salir de la pequeña oficina de tráfico de Brighton. Con un gesto totalmente automático guiño su ojo derecho y se coloco las gafas Ray Ban de aviador que siempre llevaba encima. Camino despacio hasta que se detuvo junto a la que hasta hace unos minutos había sido su compañera de viaje. Un apretón de manos, y pocas palabras sirvieron para despedirse del joven y su recién adquirida Vespa GS150. Que buenos ratos habían pasado juntos, aunque en su relación no todo fueron parabienes, cuando la italiana se empecinaba en hacer perla en su bujía una y otra vez, daban ganas de tirarla, ó cuando caían cuatro gotas de lluvia, y como si de pisar una piel de plátano se tratara, resbalaba a toda velocidad, golpeando el tobillo de Edward sin ninguna contemplación. Las despedidas por lo general suelen ser tristes, pero esta era un punto y seguido en la relación pilotomáquina. Ya eran casi pareja, la semana anterior el precontrato firmado por Edward así lo atestiguaba. Debía darse prisa, quería pasar por casa antes de ir a recogerla, comer algo y vestirse para la ocasión. Su vida empezaba a cambiar, pero no supo hasta algún tiempo después cuanto. Acelero el paso, como si de un marchador atlético se tratara. No tardo en llegar al pequeño bloque de apartamentos donde vivía. No era especialmente bonito, pero el jardín que lo rodeaba le daba cierto aire campestre, geranios, margaritas, jazmines y plantas de Lavanda especialmente mimadas por la viuda Bonnet, su casera, lo componían. Al llegar vio a su casera ensimismada en el cuidado de sus flores, la saludo sin intención ninguna de entablar conversación, pero ante su sorpresa, al escuchar el saludo y el ruido de sus pasos, le increpo preguntándole, ¿como no estaba trabajando? Conociendo, como conocía a su casera, y a sabiendas de que con una breve explicación, no colmaría la excesiva curiosidad de la viuda, se vio obligado como si de un chiquillo travieso se tratara, a explicar y pormenorizar el porque de su ausencia al trabajo aquella mañana. Tras de si dejo nuevamente a la viuda al cuidado del jardín, sabiendo de su vida casi tanto como el mismo. De dos grandes zancadas supero la escalinata de entrada al portal del edificio, subió corriendo el tramo de escalera que llevaba a la primera planta, donde


se encontraba su pequeño apartamento. A punto estaba de llegar a su puerta cuando escucho el insistente ring del que parecía su teléfono, saco las llaves del bolsillo, ya con la certeza de que era su teléfono el que estaba sonando, intento abrir lo mas rápido posible, lo que provoco el efecto contrario, las llaves cayeron al suelo, Edward resoplo y a su cabeza afloraron viejas palabras una y mil veces repetidas por su madre: “Vísteme despacio, que tengo prisa”. Por fin consiguió abrir la maldita puerta, sin cerrarla tras su paso se abalanzo contra la mesita para descolgar el auricular, tarde llego, el pequeño altavoz solo producía un bip discontinuo, quien quiera que fuese, acababa de colgar. Edward se preguntaba quien le habría llamado, ¡un día de diario, en horario de trabajo!, el miedo atenazo su garganta y su mente, ¡No!, solo podía ser ….. Para anular su cita de esa mañana. Cerro la puerta de entrada que había dejado abierta con las prisas, se dejo caer en el sofá, y encendió un cigarrillo, estaba en blanco, no sabia que hacer, dio una fuerte chupada al pitillo, se levanto a la vez que exhalaba el humo, viéndose rodeado por la nube de humo. No había terminado de fumar, cuando el teléfono volvió a sonar, descolgó y pronuncio un “sí” ansioso casi terrorífico, Edward desconcertado escucho la voz de Roger. Edward, creía que ya habías salido, dijo Roger. Maldito seas, que susto me has dado, le increpo Edward, no esperaba que me llamaras. Pues si, no podía permitir que fueras solo a esa cita tan importante, en diez minutos Reina y yo pasamos a buscarte, y no aceptamos un ¡NO! Por respuesta, nos vemos. Edward, no tenia tiempo que perder, sabia que Roger no tardaría más de quince o veinte minutos en llegar, el Polígono Hollingbury no estaba lejos, debía cambiarse para la ocasión. Paso a la alcoba, a los pies de la cama en la silla que utilizaba a modo de descalzadora, descansaban, un nuevo casco, este integral, no como las chichoneras que había utilizado hasta entonces, una cazadora de cuero marrón de tiras trasversales blancas en sus mangas dotada de protecciones, y un par de botas negras, recomendadas y elegidas por su amigo Roger. Cogió los guantes del cajón de la mesilla, los introdujo en el bolsillo de su cazadora, palpo los bolsillos de sus vaqueros, comprobando que llevaba todo lo necesario, salvo el paquete de Lucky Strike y el encendedor, que se apresuro a coger de sobre la mesa, preparado como estaba para su esperada cita, decidió esperar a Reina y Roger en la calle, pues ya estarían a punto de llegar. Acababa de bajar, cuando escucho a lo lejos un estruendo familiar, Reina y sus escapes abiertos. De reojo pudo ver, como la viuda Bonnet, curioseaba a través de los cristales de la ventana. No se perdía una, se dijo para sí. Roger a lomos de Reina apareció doblando la esquina. Reina era una preciosa Triumph T120 Bonneville con algunos años encima pero que lucia como recién sacada de fábrica gracias a los mimos que Roger le brindaba. Paro junto a Edward tosiendo renqueante como si estuviera interpretando un jazz, lento y desacompasado, para convertirse en un trepidante Rock&Roll al retorcer el acelerador. Con los dos amigos a su grupa para no llegar tarde a la cita, volvió a levantar el vuelo rugiendo. Roger subió la Bonneville a la acera, estaciono junto al escaparate, hizo bajar primero a Edward, se quito el casco, y bajo mirando impasible como el dependiente no quitaba ojo a su montura, “como le gustaba, que admiraran su máquina”. Entraron en la tienda, el dependiente solicito, les estrecho la mano, Edward, miraba a su alrededor, sin ver a su amada por ningún lado, el dependiente percatándose del gesto le comento que estaba en la parte de atrás preparada para su entrega, le siguieron y allí estaba su preciosa BSA 650 Lightning, color rojo brillante como tantas veces había soñado. Esta si que era su relámpago, Roger sonreía al ver la cara de felicidad de Edward, tras las pertinentes explicaciones y entrega de papeles, llego el momento de intimar, ya en la calle y tras admirarla una y mil veces, Roger apunto que lo mejor que podían hacer ahora, era recorrer las sinuosas carreteras


de las afueras de Brighton, para hacerse el hombre a la máquina y viceversa. Así lo hicieron, pararon a fumar y descansar un rato, tras más de una hora de curvas. Edward estaba exultante, no hacia más que hablar y hablar de lo bien que funcionaba su Relámpago, Roger escuchaba complacido, compartiendo la inmensa alegría de su amigo, al producirse un pequeño silencio comento: ¿El próximo año si querrás acompañarme a ver la madre de todas las carreras, el TT de la isla de Man?. Por supuesto contesto Edward, ya lo había pensado, iremos juntos. Cinco años, seis días a la semana juntos habían hecho de ellos grandes amigos. Roger siete años mayor que Edward ya era encargado del almacén de material eléctrico donde trabajaban. Desde el principio sintonizaron perfectamente. Era un tipo duro en apariencia, algo peculiar. Vestía de modo diferente, sus vaqueros con los bajos a la vuelta, botas negras de motero, y su incombustible cazadora de cuero negro, de la que nunca se desprendía, acaso los días más calurosos del verano. Las patillas de hacha le conferían ese halo de dureza, agravado por la gran cicatriz que cruzaba su mentón en el lado izquierdo, recuerdo de la batalla campal en el ‘64’ contra los modernos, como los llamaba el. Por entonces solo contaba veintiún años, ahora a sus treinta y tres seguía siendo el mismo Rocker de entonces, cuantas historias sobre este y otros encuentros con sus temibles adversarios contaba frente a unas pintas en el pub, entre risas y chanzas. Varios fueron los viajes que realizaron juntos, la isla de Man entre otros, pero el próximo que tenia en mente quería afrontarlo solo junto a su relámpago. Las próximas vacaciones, viajaría a España de nuevo, pero esta vez sobre dos ruedas, como tantas veces había soñado. La miro desde la ventana, allí estaba, tan bella y esbelta, mirándole, con ese único ojo que tanto le gustaba, la aventura había comenzado. Tomando un café a pequeños sorbos, para no quemarse, comenzó a repasar equipaje y equipo, aunque todo estaba perfectamente colocado junto a la puerta. Llevaba varios días preparándolo meticulosamente, volvió a comprobar su cartera, dinero, documentación y el billete para el barco donde embarcarían en unas horas, destino Santander, encendió un cigarrillo de modo automático, como si le permitiera pensar mejor, repasaba una y otra vez los pasos a seguir. Con los pertrechos listos sobre depósito y trasportin, Edward monto a relámpago con dirección al puerto de Portsmouth, su respiración empañaba levemente la visera del casco contra el aire fresco de la mañana. Tardo algo más de una hora en llegar al puerto. Aseguro su BSA con las cinchas que el mozo le había facilitado al embarcar, se encontraba mucho más tranquilo, le esperaba una bella travesía, todo un día de descanso a bordo. Acomodo sus contadas pertenencias en el camarote que le habían asignado, y decidido a disfrutar del viaje subió a cubierta. Aún quedaba un buen rato para zarpar, la mañana estaba gris, y soplaba algo de viento, apoyado en la baranda, observaba el agua oscura del puerto golpear el casco en movimientos casi idénticos pero nunca iguales que producían un curioso ruido similar a un cubo de fregar de grandísimas dimensiones. Ensimismado como estaba en tan filosóficos pensamientos, no se percato de que más gente al igual que el se encontraban en cubierta esperando para zarpar, y donde antes estaba solo, ahora se encontraba rodeado. Vuelto a la realidad, decidió pasear a la espera de la partida, no había hecho más que dar dos pasos cuando escucho una voz de mujer que pronunciaba su nombre. ¿Edward, Edward eres tú?, el se volvió de inmediato, esa voz le resultaba muy familiar. Volvió a escuchar su nombre y esta vez supo quien le llamaba, Alice estaba a escasos metros frente a el, con esa sonrisa que la caracterizaba. Sus miradas se cruzaron, y los ojos de cada uno de ellos se quedo fijos en los del otro. Así mirándose sin decir una sola palabra pasaron unos segundos interminables, creando


una situación cómica de película. Alice rompió el silencio existente. Que tal Edward. Bien y tú, contesto el. Alice se aproximó frente a Edward y cogiendo sus manos ligeramente alzo su cara y le beso. Edward quedo paralizado, no sabia que decir, solo miraba el brillo de los ojos de ella, ese brillo que le enamoro tiempo atrás, y que ciertamente no había olvidado. Intento sobreponerse, sin soltar la mano de Alice que descansaba en la suya, a modo de pase de baile, la alejo para nuevamente acercarla, y con un débil hilo de voz dijo: Que guapa estas. A lo que ella contesto que el también lo estaba, para a continuación preguntarle que hacia allí. Edward le contó el viaje que estaba a punto de comenzar. Que en las bodegas tenia preparada su “Relámpago”, que seria su compañera de viaje, de lo mucho que había soñado y preparado este viaje. Ya repuesto del primer envite al verla allí, su verbo fluía con mayor soltura, expuestos los planes de sus vacaciones sobre dos ruedas, le embargo la curiosidad. ¿Y tú que haces aquí? A lo que Alice contesto: Voy de vacaciones a España con mi hermana, mi cuñado y mi sobrino, tenemos el coche ya embarcado, la idea es bajar hasta Benidorm, donde Paúl, mi cuñado tiene un buen amigo, que nos acoge en su casa. Edward se sintió más relajado, Alice no viajaba con pareja. Entre ellos todo había terminado, pero la idea de que estuviera con otra persona, siempre le perseguía y no le hacia maldita gracia. Bajaron a la bodega, no podía dejar de mostrar su relámpago a Alice. Me darás una vuelta ¿No? Edward no se lo creía, Alice actuaba como si no hubieran pasado ni dos días desde que separaron sus caminos, y de eso hacia algo más de un año. Eso está hecho, contesto el, cuando quieras……….tú. Subieron nuevamente a cubierta, juntos sobre la barandilla, vieron alejarse el malecón del puerto de Portsmouth, lentamente, como si unos hilos invisibles impidieran al buque alejarse a toda máquina. Podríamos comer juntos, a mi hermana le gustara volver a verte. A lo que Edward contesto afirmativamente. La comida trascurrió placidamente, Jane la hermana de Alice, hábilmente procuro no hablar del pasado, centrando toda la conversación, en lo que les esperaba a su llegada a España, por su parte Paul su marido, se mantuvo callado, como siempre, silencio que le caracterizaba, prestando únicamente atención a su pequeño, ignorando todo lo que le rodeaba. A los ojos de Edward, Alice estaba más guapa que nunca, y las miradas que le profesaba así lo atestiguaban. Ella se percataba de ello, aunque fingía no darse cuenta. Jane los miraba, y sonreía para si. Paul, se levanto y dirigiéndose a Jane, tomo en brazos al pequeño, y se ausento para descansar junto a el. Instantes después, Jane también decidió descansar, y así dejarlos solos. Que has hecho durante todo este tiempo, pregunto Edward. Lo de siempre contesto ella, ¿y tú?, nada nuevo, bueno sí, mi nueva moto, algún viaje con Roger y poco más. Alice se levanto y propuso pasear y tomar un poco el aire. Ya arriba en cubierta, Edward encendió un cigarro, nada más hacerlo, Alice rozando con sus dedos los labios de el, lo retiro de su boca diciéndole: Enciéndete otro anda. El sol resplandecía, junio y el mar hacen buena pareja dijo el, Alice con una sonrisa de chica mala dijo: Como nosotros, también hacemos buena pareja. Edward estaba perplejo, aún resonaban en su mente las últimas palabras que ella pronuncio a la salida de aquel concierto de Dr. Feelgood ¡No quiero volverte a ver nunca más! Alice actuaba como si aquello no hubiera ocurrido nunca, cosa que a Edward le entusiasmaba. El tiempo aquella tarde paso en un suspiro, rieron, recordaron los buenos tiempos que habían pasado juntos. Alice comento que debía pasarse a ver a los suyos, darse una ducha y luego cenar. Nos vemos aquí mismo antes de la cena dijo ella a la vez que se alejaba de el.


Edward entro en su pequeño camarote, se despojo de la sudadera lavo su cara, humedeció su pelo, mojado como estaba busco el pequeño neceser en busca de la toalla y el cepillo de dientes. Ya aseado se tumbo en la camareta, no podía creerse lo que estaba viviendo, una idea le rondaba la cabeza. ¿Querría Alice acompañarlo en su viaje?, ya se lo imaginaba a lomos de su relámpago con Alice abrazada a su cintura. La idea le gustaba demasiado, para que hacerse ilusiones, lo más seguro es que ella quisiera proseguir con sus planes y su familia. Intentaba quitarse la idea de la cabeza, pero le resultaba imposible, seria estupendo. A las seis en punto subía el último tramo de las escalinatas que llevaban a la cubierta donde habían quedado, miro a ambos lados, pero no había rastro de Alice. Ella llego a los pocos minutos, se había cambiado de ropa, estaba más guapa si cabe. Llevaba unos pantalones negros ceñidos y una blusa blanca, con zapatos bajos. Podemos cenar solos, propuso ella, a lo que Edward no puso impedimento ninguno. Tomaron una mesa al fondo del salón, junto a un gran ojo de buey. La travesía con mar en calma, acompañaba la velada, pidieron vino para acompañar la cena compuesta de pollo y quesos diversos, entre bocado y bocado Edward comenzó a hablar sobre su viaje por las carreteras españolas, el desembarco en Santander, para bajar hasta Madrid a visitar a su familia y tras unos días en su compañía, tomar dirección a Valencia para disfrutar de sol y playa. Valencia esta muy cerca de Benidorm dijo. Alice lo miro, pero no pronuncio palabra. Edward no se rendía debía atacar de nuevo. No me importaría cambiar de destino, Benidorm tiene muy buena playa. ¿Si te apetece? Podríamos hacer el viaje juntos. ¿Cómo juntos? Repuso Alice. Me gustaría mucho que me acompañaras contesto Edward. No se como se lo van a tomar Jane y Paul, ellos me han invitado a este viaje, no se Edward. De nuevo en cubierta, Edward encendió un par de cigarrillos. Como en los viejos tiempos, comento Alice. Sí dijo sonriendo Edward. Se estaba haciendo tarde, llego la hora de retirarse a descansar, Alice se despidió besando la mejilla de Edward, mañana temprano nos vemos en el desayuno, que descanses. Alice se alejo cabizbaja, también daba vueltas a la idea de viajar juntos. Edward encendió un nuevo pitillo, antes de retirarse a su camarote. Miraba las ondulaciones del mar, pero su mente estaba trabajando para encontrar la forma de convencer a Alice, se quedaba sin tiempo, y creía perdida la partida. Entro en su camarote, se aseguro de girar el pestillo, que condenaba la puerta. Se despojo de las botas, los vaqueros y la sudadera, en ropa interior se tumbo en la cama, había perdido una oportunidad de oro, no supo jugar sus cartas, y ya a estas alturas no tenia solución. No tardo en quedarse dormido. No sabia si soñaba pero creía oír como aporreaban la puerta, necesito unos segundos para tomar conciencia de que era su puerta a la que estaban llamando, se incorporo adormilado, fue hasta la puerta, abrió y allí estaba Alice, con una mochila al hombro, ladeo la cabeza y pregunto: ¿Puedo pasar?, Edward se aparto y haciendo un gesto con su mano la invito a pasar. Se miraron a los ojos, los de Edward preguntaban que hacia ella allí. Alice sin dejar de sonreír dijo: Me voy contigo, pero con una condición, he prometido a mi hermana que en una semana estamos en Benidorm con ellos. Edward no cabía en si de gozo, sin pensarlo, la beso con fuerza, uniendo sus labios, acariciando su pelo, su espalda, Alice le acariciaba la nuca. Se dejaron caer en la camareta. Alice despojo a Edward de la camiseta, a su vez el desabrochaba los botones de la blusa uno a uno, para dejar a la vista los generosos seños de la mujer. El resto de la noche se sucedió entre deseos y pasiones guardadas, el amor que creían olvidado, estaba más vivo que nunca.


La mañana llego, y sus sueños una tras otro se hacían realidad. La tibiedad del cuerpo desnudo de su amada junto al suyo, la inminente llegada a su España, los kilómetros que les esperaban a lomos de su relámpago, volver a ver a los suyos. Con un suave beso bajo la oreja despertó a Alice, debían preparar el equipaje, la singladura tocaba a su fin, desayunar junto a la familia de Alice y emprender la ruta esperada. Desayunaron junto a Jane, Paul y el pequeño. Concretaron verse en ocho ó diez días en Benidorm. Las despedidas son tristes, no esta, ya que solo era un hasta luego. La megafonía del barco anuncio la llegada al puerto de Santander. Con sus mochilas preparadas, fumaban relajadamente en cubierta, cuando Edward comento algo perturbado: Debemos buscar una tienda y comprarte un casco ¡Ya!, aquí las leyes son más permisivas pero aún así por tú seguridad debemos hacerlo, por supuesto contesto ella. El barco atraco con suavidad, de sus entrañas comenzaron a salir vehículos, grandes, pequeños, algunos con grandes bacas en sus techos, lentamente como si de una gran serpiente se tratara. Un ronroneo distinto cambio la melodía de la caravana, una moto parapetada de mochilas y bultos aparecía entre los coches, con un rugido de su motor rebaso la fila de coches que esperaba la incorporación a la calle de Antonio López. Montados a lomos de “Relámpago”, con la morena melena de Alice al viento comenzó la aventura. Edward se encontraba distinto, aunque quedaran kilómetros aún para Madrid, ya estaba en casa, el escuchar tantas voces al unísono en su lengua materna se lo hacían saber. Compraron un coqueto casco rojo con franjas blancas para Alice. Antes de emprender la marcha decidieron sentarse en una terraza próxima, para tomar un tentempié. El camarero se acerco a la mesa: ¿Que tomaran los señores?, Edward pregunto a Alice: What are you going to take? El amable camarero con una sonrisa en los labios pregunto English? a lo que Edward contesto también con una sonrisa. Español. En ese preciso instante fue consciente, había dejado de ser Edward “El español”, ya era Eduardo, y en cuanto pisara su barrio madrileño seria Eduardo “El inglés”. Tomaron un pincho de tortilla que Eduardo aconsejo, acompañado de unas cervezas y unas aceitunas. Tras fumarse un cigarrillo y la obligada visita al baño se pusieron en marcha. Les esperaba una preciosa ruta que Eduardo tenia perfectamente memorizada, no así Alice para la que todo era nuevo. Encumbraron el puerto del Escudo, con mucho frío y niebla, tuvieron que parar a abrigarse, Alice no daba crédito a los cambios tan bruscos que le deparaba esta tierra totalmente nueva para ella. De la verde y montañosa Cantabria a la llana Castilla, Relámpago devoraba kilómetros sin desfallecer, un viaje que ninguno olvidaría jamás.

Nota del autor. Contaba doce años, cuando conocí a Eduardo, monte a Relámpago en parado y soñé que la pilotaba por una carretera de curvas sin fin. Cualquier parecido de esta historia con la realidad no es pura coincidencia. El viaje posiblemente no fuera así exactamente pero sí su esencia que ha vivido en mi recuerdo hasta ahora. Nunca olvidare esa BSA 650 Lightning, rojo brillante. Relámpago para los que tuvimos el placer de conocerla.

Vicente Manuel Mena Ruiz.



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