Lunanueva

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—¿Qué se supone que significa eso? —bramó mientras todo su cuerpo se estremecía de rabia. Ve con cuidado, Bella, me previno la voz aterciopelada, no le presiones tanto. Tienes que calmarle. El aviso de Edward me pilló totalmente desprevenida. Hoy no tenía sentido ni siquiera la voz de mi interior, sin embargo, le hice caso. Haría cualquier cosa por esa voz. —Jacob —le supliqué amablemente y sin alterar la voz—, ¿es necesario matar gente? ¿No existe otro camino? Quiero decir, los vampiros han encontrado una forma de vivir sin matar a nadie. ¿No podríais intentarlo vosotros también? Se irguió de repente como si mis palabras le hubieran descargado un calambrazo. Alzó las cejas y me miró con los ojos muy abiertos. —¿Matar gente? —inquirió. —¿De qué te pensabas que estábamos hablando? Dejó de temblar y me contempló con una incredulidad cargada de esperanza. —Pensé que hablábamos de tu repugnancia hacia los licántropos. —No, Jake, no. No me refería a que fueras un... lobo. Eso está bien —le aseguré, y supe el significado de mis palabras en cuanto las pronuncié. En realidad, no me preocupaba si se convertía en un enorme lobo, seguía siendo Jacob—. Bastaría con que encontraras un modo de no hacer daño a la gente... Es eso lo que me afecta... —¿Eso es todo? ¿De verdad? —me interrumpió con una sonrisa que se extendía a todo su rostro—. ¿Te doy miedo porque soy un asesino? ¿No hay otra razón? —¿Te parece poco? Rompió a reír. —¡Jacob Black, esto no es divertido! —Por supuesto, por supuesto —admitió sin dejar de reírse. Avanzó otra zancada y me dio otro abrazo de oso. —Sé sincera, ¿de verdad no te importa que me transforme en un gran perro? — me preguntó al oído con voz jubilosa. —No —contesté sin aliento—. No... puedo... respirar, Jake. Me soltó, pero retuvo mis manos. —No soy ningún asesino, Bella. Estuve segura de que decía la verdad al escrutar su rostro. El pulso se me aceleró de alivio. —¿De verdad? —De verdad —prometió solemnemente. Le rodeé con mis brazos. Aquello me recordó aquel primer día de las motos, aunque ahora era más grande y me sentía aún más niña. Me acarició el cabello tal y como hacía antes. —Lamento haberte llamado hipócrita —se disculpó. —Lamento haberte llamado asesino. Se carcajeó. En ese momento caí en la cuenta de una cosa y me aparté para poder verle la cara. Fruncí el ceño a causa de la ansiedad. - 182 -


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