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Gestión

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Esta es la paradoja que José Lázaro subraya en su interesante réplica a mi artículo previo: “los países que más abusan de las nuevas técnicas contra la propia ciudadanía nunca coinciden con los que muestran más sensibilidad sobre los límites éticos de su utilización». Y, poco después añade: «cada vez que se prohíben en Occidente peligrosos experimentos de vanguardia con seres humanos, llegan confusas noticias sobre laboratorios en China o Corea del Norte que desprecian tales prohibiciones y podrían estar haciendo los mismos experimentos que Europa y Estados Unidos rechazan». Esto le lleva a la pregunta fundamental: «¿Tiene sentido que los países democráticos se hagan a sí mismos prohibiciones que no van a respetar los países autoritarios, que investigan lo que quieren sin dar cuenta ni pedir permiso a nadie?».

Mi respuesta es que por supuesto que tiene sentido. Toda regulación, toda ley, puede ser incumplida, pero eso no inutiliza la ley, ni convierte en absurdas o inútiles las normas, más bien muestra que eran necesarias. Si todo el mundo hiciera el bien por inclinación natural y procurará siempre evitar cualquier daño, no haría falta ninguna normativa Es verdad que una regulación debe prever los mecanismos de sanción para el que la incumple Otra cosa es que no tengamos los medios para imponer la sanción, como pasaría en el caso que comentamos, o como pasaba en el salvaje Oeste, pero eso no impide que la legislación sea conveniente e incluso tenga efectos positivos El salvaje Oeste terminó siendo pacificado precisamente porque se hicieron leyes, aunque no pudieran ser impuestas durante años Por lo menos, se señala con ello un referente moral Incluso China terminó sancionando al científico He Jiankui después de hacer que nacieran dos niñas genéticamente manipuladas

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