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Gestión

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En el caso concreto de la IA, cuya regulación parece cada vez más urgente dado que incluso especialistas destacados han pedido en una carta abierta una moratoria (no una prohibición) en la investigación en IA avanzada, he podido leer estos días varias objeciones a las que me gustaría responder. Aclaro que no soy especialista ni en IA ni en ética o filosofía del derecho. Mi especialidad es la filosofía de la ciencia y la tecnología, así que tómese esto que digo solo en lo que valga.

Se ha dicho, por ejemplo, que estas reacciones precautorias se basan en un miedo irracional a una nueva tecnología, como ha sucedido siempre en el pasado. No son más que una muestra de conservadurismo, que, además, retrata un panorama apocalíptico que nunca se va a producir.

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A esto yo respondería que también el pasado nos ha mostrado suficientemente que no toda innovación tecnológica es necesariamente un progreso, o bien que trae aparejadas consecuencias indeseables que es importante evitar o paliar.

Los indudables beneficios no anulan los perjuicios. Yo estoy de acuerdo en que los escenarios apocalípticos, tipo Terminator, que algunos dibujan son bastante improbables, pero se crea o no en la posibilidad futura de una Superinteligencia Artificial General, el desarrollo de la IA presenta ya efectos negativos que conviene regular. En mi anterior artículo señalé algunos.

Se ha aducido también que ninguna regulación será efectiva, porque algunos países no se someterán a ella, y donde se haga la regulación, habrá personas que intentarán saltársela y actuarán clandestinamente, como en pasó durante la Ley Seca. No tenemos el poder para imponer internacionalmente ninguna regulación al respecto y si se consiguiera, no podríamos controlar el cumplimiento ni castigar al infractor

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