Carta amada iglesia presbiteriana de venezuela

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Caracas, 20 de Febrero de 2014

Presbiterio Central de la Iglesia Presbiteriana de Venezuela

CARTA PASTORAL A NUESTRAS HERMANAS, A NUESTROS HERMANOS DE LA TIERRA DE GRACIA Venezuela ha sido conocida, es conocida y aspiramos que siga siendo conocida como Tierra de Gracia. La mano del Creador bendijo esta porción del planeta con todo lo que una nación pudiera desear. Es por ello que sus mujeres, sus hombres y sus niñas y niños, como administradores de la patria, estamos en la obligación de velar por la integridad de sus suelos, de sus cielos, de sus aguas, de sus verdes, de sus animales y de cada uno de los seres humanos que conviven en ella, es decir, de nuestras hermanas y hermanos. Por esta causa, el Presbiterio Central de la Iglesia Presbiteriana de Venezuela, reunida en su XXXIV Consejo, los días 14,15 y 16 de febrero pasado, en los Valles del Tuy, y en consideración a los preocupantes hechos acaecidos desde el 12 de febrero, nos dirigimos a nuestras hermanas y hermanos de la patria de Bolívar. Lo que nos anima es hacer nuestro modesto aporte por la paz y el entendimiento entre los que vivimos en Venezuela, y lo primero que queremos decir con todas nuestras fuerzas es –citando las palabras de Jesús en el Evangelio- que “todo reino dividido contra sí mismo quedará asolado; y una casa dividida contra sí misma se derrumbará” (Lc.11:17b). Todos quienes habitamos en la Tierra de Gracia somos viajeros de la misma embarcación. Si el barco se hunde naufragaremos todos con ella. ¡Hasta cuando tanto insulto e infamia! ¡Hasta cuando tanta mezquindad! ¡Hasta cuando tanto cálculo político! ¡Hasta cuando tanta maniobra! No se podrá construir una nación de hermanas y hermanos con la mentira, la descalificación, y mucho menos con la violencia y la muerte. La violencia y la muerte solo acarrea más violencia y más muerte. En ninguna manera debemos llegar a convencernos de que los muertos constituyen el mal necesario y el daño colateral irremediable para llegar al país que pensamos. Neguémonos rotundamente a claudicar ante la cuestionable lógica de que “el fin justifica los medios”, ya que, como muy bien lo expresara el profeta de los derechos civiles norteamericano Martin Luther King Jr. “Los medios destructivos no pueden conducir a un fin constructivo, porque los medios


representan el ideal en acción y ya llevan el fin en embrión. Los medios inmorales no pueden conducir a fines morales, pues los fines preexisten en los medios”. Nunca se logrará paz verdadera partiendo de la aniquilación moral de quien adversa nuestra percepción del deber ser. Solo sería una especie de “pax romana”. Una paz de vencedores y vencidos. Una falsa paz, en cuyo interior se esconderá la podredumbre de una gangrena que no cesará de carcomer a la sociedad toda. Como Iglesia hacemos votos por una paz verdadera y duradera. La paz en la que todos ganamos. La paz que es fruto de la justicia, de la reflexión, del consenso honesto y sin armas ocultas. Por lo tanto, amonestamos a nuestros connacionales a que nos cuidemos de hundirnos en una absurda confrontación fratricida que a nadie beneficia. Para nosotros, Iglesia de Cristo, la compleja problemática política del país, al igual que en el resto del mundo, tiene como base estructural no únicamente los consabidos elementos socioeconómicos profusamente considerados y estudiados por los científicos sociales; sino que, aún a mayor profundidad, subyace el componente “espiritual” que hace que el ser humano sea como es: por un lado somos “imagen y semejanza de Dios”, y por tanto, seres creadores y creativos, seres morales y con voluntad, seres espirituales y con vocación hacia la trascendencia. Pero, al mismo tiempo, y no obstante toda esa hermosura, somos capaces de grandes y terribles bajezas. Radica en nosotros la maldad, el egoísmo, la avaricia, la envidia, el odio, el rencor, la venganza, y tantas otras miserias, que ni la tecnificada e ilustrada humanidad contemporánea puede erradicar. En Venezuela es el tiempo de asumir un discurso y unas acciones genuinamente conciliadoras, a partir del reconocimiento del otro, que piensa diferente. Sin este proceder será prácticamente imposible una salida pacífica. Animamos a la dirigencia política de los sectores en pugna a que entiendan definitivamente que, además de sus agentes activamente e interesadamente comprometidos con su causa partidista y sus intereses particulares, existen ingentes masas de población que se ubican en distintos posicionamientos en cuanto a la coyuntura actual, y que en ninguna manera desean el descalabro de la nación. Los líderes políticos y sociales del momento tienen que aprender a respetar y reconocer la voluntad de paz y sosiego que demanda la mayoría del pueblo venezolano, cansado ya del lenguaje y las actuaciones de confrontación permanente. Exhortamos a todos los actores políticos a mantenerse dentro del marco de la Constitución. La violencia, como recurso para dirimir las diferencias, terminará escapando de las manos de quienes la propician, y acabará engullendo a quienes la originaron. Con la violencia se pudiera obtener un triunfo momentáneo, pero no producirá una paz duradera, como ha quedado demostrado a través de la historia de la humanidad. Exhortamos a cuantos hacen labor comunicacional, de manera primordial a las grandes empresas de radio, televisión, prensa escrita y prensa digital; pero sin olvidar a quienes transmiten de forma espontánea a través de las novísimas redes sociales, a que hagan honor a la información veraz y responsable; lo más objetiva posible. Les recordamos que es un delito contra la justicia divina divulgar la mentira, retorcer y manipular los hechos, difamar al prójimo, promover el odio y la venganza, esconder la verdad malintencionadamente. Exhortamos al gran empresariado del país a que trabaje por un verdadero bienestar colectivo y no únicamente por sus ganancias, muchas veces desmedidas. A final de cuentas, el bienestar del pueblo que requiere de bienes de consumo y de servicios representa también el progreso empresarial. En ese mismo orden de ideas, requerimos al gobierno nacional a aplicar medidas


económicas, serias y pertinentes, que estimulen el llamado aparato productivo nacional y que conduzcan sin equívocos a la estabilidad macroeconómica, pero también a la economía doméstica del ciudadano de a pie. En resumen, exhortamos al sector público y al sector privado a sensibilizarse con las necesidades reales de un pueblo agotado de vejámenes. Cada uno desde su responsabilidad. Reconocemos los denodados esfuerzos del gobierno nacional por una distribución más equitativa de la riqueza nacional, que ha permitido en buena medida la visibilización y dignificación de vastos sectores de la sociedad venezolana, en el pasado profundamente desasistida. Sus resultados son igualmente reconocidos por organismos mundiales, que dan cuenta de los logros sociales que el Estado venezolano ha desarrollado a lo largo de varios años. Sin embargo, igualmente exhortamos a los poderes del Estado a una profunda autocrítica y a efectuar correctivos de manera concreta y visible contra los vicios instalados en su interior. Nuestra tradición cristiana reformada ha señalado, por siglos, la tentación permanente a la que está sometida cualquier instancia en el ejercicio de gobierno, de apelar al abuso de poder, ya sea abierta o solapadamente, atentando contra el derecho ciudadano. Todo habitante de cualquier nación del mundo aspira a contar con un Estado eficiente y pulcro, que atienda a todas sus necesidades. En el contexto geopolítico mundial somos un país privilegiado. En las entrañas de la patria yacen riquezas minerales y energéticas. Contamos con importantes reservas acuíferas y potencialidad agrícola. Somos una nación estratégicamente ubicada en el continente americano. Pero, como no es ningún secreto, nuestra riqueza superior está en el pueblo que la habita. ¡Que maravilloso sería que cada venezolano y cada venezolana nos viéramos como verdaderos hermanos! ¡Que maravilloso sería que marcháramos hacia un legítimo objetivo común, construido entre todos! Como cristianos, invitamos a nuestros compatriotas a que dirijan su mirada y busquen la orientación de la Palabra de vida de Jesús. Una Palabra que no es solamente para regocijarnos en su belleza, sino que es para ponerla por obra. Él nos dice, una y otra vez: “Y éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.” (Jn.15:12-14) Un texto muy antiguo, tomado de la Biblia, dice así: “Bienaventurada la nación cuyo Dios es el Señor” (Sal.33:12a) Queremos que esa bienaventuranza sea también para nuestra patria ¡Que Dios bendiga a Venezuela, Tierra de Gracia! Por la Junta Directiva Pbra. Berla Andrade de Vargas Moderadora

Rvda. María Jiménez de Ramírez Secretaria Ejecutiva

Pbra. Catalina Charris Morales Secretaria de Finanzas

M.L. Osdalys Francia de Miranda Vocal

Delegadas y delegados al XXXIV Consejo Presbiteral del Presbiterio Central de la Iglesia Presbiteriana de Venezuela: Firmas en Depósito.



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