La Rebelion de los Sitios

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CUENTOS URBANOS

LA REBELIÓN DE LOS SITIOS

ILUSTRADOS Pinturas de Viaje| Luis Roberto Makianich


Funeral del Laberinto

“Venecia�, Pintura Digital de Luis Makianich, 2010.

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Marco decide separarse del grupo ni bien arriban a “Piazza San Marco”, con el simple propósito de saborear a solas el legado de su padre, fallecido recientemente y que ahora comparte desde Buenos Aires la iniciativa de su hijo de reposar sus restos en las aguas de la Venecia que lo vio nacer. Piensa que ese funeral debe ser algo íntimo y los amigos que lo acompañan nada tienen que hacer ahí, cuando sus cenizas se esparzan en el “Gran Canal”. La primavera no es buen tiempo para visitar la ciudad, debido a las

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frecuentes lluvias que mantienen la plaza inundada durante las mareas altas que se producen dos veces al día durante esa temporada; sin embargo, el paisaje cobra una atmósfera especial, que se produce cuando la Basílica es reflejada en la plaza líquida creando una dualidad visual en la que el cielo baja a besar la tierra como un símbolo de enamoramiento Divino; otras veces, durante la fiesta de las flores, ella se

encuentra

simulando

ese

tapizada reflejo,

de

capullos

invocando

multicolores al

cielo

y

coqueteando su belleza en todo su esplendor. Marco hace caso omiso a todas esas pancartas turísticas y se concentra en la misión que ha venido a realizar, llevando consigo la urna que contiene el deseo oculto de su padre, y que solo él pudo descifrar, a través de tantas frases nostálgicas que le oyó murmurar durante su vida en La Boca.

Una última

mirada al “Ponte dei Sospiri”, le da el impulso para recorrer a pie las calles de la Venecia oculta, atravesando puentes sobre las rajas de agua, con la lluvia fina que se confunde con la emoción en sus mejillas.

El cielo plomizo le sirve de abrigo a las 4


paredes descarnadas de revoque y moho, mientras el sonido en el aire se cierra en un silencio extraño, de ciudad sin máquinas y gaviotas aturdidas en su propia desorientación. Un ocasional cántico de un gondolero se escucha rebotar en los muros al llegar a la esquina, que como un fantasma alerta de su llegada hasta que el sonido dobla y desaparece en su mágica ruta, provocando un leve oleaje que arremete contra las puertas humedecidas de las casas, hasta que una de ellas, de herrería forjada le permite el paso y el agua se manifiesta como una sinfonía entre los cántaros y fuentes que le dan cobijo. Una humeante ventana vaporiza un aroma a especias en su salsa pomodoro, que le recuerda la pasta de los domingos en el patio de su casa, con la familia unida por el mantel de fiesta. En la esquina, una pequeña plaza expande la encrucijada de varios callejones, donde el portal de una iglesia ejerce su estampa y Marco alza la vista para apreciar el cielo, que en esos rumbos escasea, sentándose en los escalones del atrio, para recobrar fuerzas. Desde allí escoge entre las cinco esquinas la ruta de su personal procesión, 5

que lo llevase al


recóndito lugar en el que su padre debiera descansar; el aún no lo conoce, pero un sexto sentido le augura que cuando llegue lo reconocerá de inmediato, es por eso que su familia en Buenos Aires le asignó este encargo, para que encuentre el lugar en que su amado padre sería feliz por siempre. Súbitamente el firmamento se abrió en las nubes y la oscura noche los encontró en la espera hasta que una estrella fugaz le indicó el camino, y con entusiasmo recomenzó la marcha por una de esas callejas, con altos muros desnudos y la nada por techo, configurando un túnel hacia alguna otra plaza, con otrora encrucijada. Su rostro se ilumina con una luz en medio del callejón, que se angosta a cada paso, o quizás se alarga. El disminuye el ritmo de sus pasos como presagiando un incierto evento y puede escuchar un leve martilleo rebotando en las paredes,

atenuando la luz en

pausadas e irregulares pulsaciones que lo llevan a pautar sus pasos conforme se acerca.

El sonido

burbujeante del agua se suma al ritmo y el golpeteo de su corazón se asocia por simpatía a semejante obertura. Su respiración se entrecorta y por fin, el 6


destello parece emerger de un vano en el muro que lo atrae como magnetizando su cuerpo, y ya no se puede detener hasta que atraviesa el umbral; en el interior, metálico

una

plataforma hexagonal

cercada

por

sendos

de

enrejado

paños

vidriados

conforman el acceso a un local de ventas, en varios niveles con muebles y cuadros contemporáneos, situados

en

diversas

bandejas

dispuestas

sobre

estanques artificiales y una cascada que los envuelve a modo de escaparate típico de los negocios de un centro comercial. Marco siente que toda la ciudad es una gran cáscara medieval envolviendo una gran maquinaria cibernética, como un androide con piel humana

y

se

pregunta

qué

efecto

haría

ese

descubrimiento en los deseos ocultos de su padre por volver a sus raíces. Horrorizado da unos pasos atrás y decide volver a casa, llevando sus cenizas con él a acompañar a su familia en la cabecera del mantel de fiestas, por todos los próximos domingos.

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La Pirámide

“Museo del Louvre”, Manipulación fotográfica de Luis Makianich, 2010.

Gertrudis recuerda cada instante de sus visitas al Museo del Louvre como si fueran hoy. Si bien sus años

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de juventud han quedado atrás, ella presiente que ellos volverán ni bien su cuerpo atraviese su majestuoso pórtico y su andar será grácil como en aquellos años, flotando entre Da Vinci y Caravaccio, desde “El David” hasta “La Victoria Alada”, de tal modo que hasta

se

atrevería

a

seguir

el

recorrido

largo,

guiándose con su bastón sobre la extensa línea roja, como si esta fuese una vía eléctrica que la proveyese de la energía necesaria para lograrlo. Cuando

emigró

a

América,

sus

recuerdos

permanecieron dormidos esperando por ella todos estos años en el interior de su alma, y aunque su cuerpo se fue desgastando, su espíritu se mantuvo intacto como si el tiempo no hubiera pasado para él; y ahora que ella ha vuelto, parece despertar de ese letargo

oliendo

ese

aroma

añejo

de

los

vinos

franceses, que se encuentra impregnado en las paredes de la ciudad parisina. Sus ojos no dan crédito a lo que ven, cuando una nave extraterrestre acristalada de forma piramidal parece emerger a la superficie exactamente en medio

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de la plaza de accesos del Louvre, cuando su alma se desploma y parece no volver a despertar, dejando a su cuerpo ahí parado, como una autómata que se desplaza hacia ella llevada por la multitud, casi sin mover sus piernas y sin necesidad de utilizar su bastón. Aquella inmensa maquinaria parece deglutirse a la gente que simplemente se somete a ser engullida como pasta de espagueti, y Gertrudis voltea a ambos lados mirándolos impávida, sin poder escapar de su abominable succión hasta que una inmensa boca de escaleras mecánicas los deglute íntegramente hacia su estómago subterráneo. Desde ahí comienza su recorrido siguiendo las líneas de colores, que como los intestinos de esa inmensa maquinaria la conducen a cada una de sus salas. Ahora sus recuerdos son vagos y no importa la pintura que esté viendo, la magia ha desaparecido y por un momento, siente que todas son vanas reproducciones de los originales que alguna vez tuvo el placer de conocer. Ella mira a su alrededor y no logra identificar a ningún humano, solo ve cuerpos desplazándose entre las galerías con guías turísticos encabezando sus manadas, y leyendo instrucciones 10


para interpretar las obras colgadas en las paredes del museo, como si fuera necesario un instructivo para poder disfrutarlas. Ella se ve a sí misma como uno más de esos borregos, esperando ser llevados al matadero intelectual, donde sus partes serán servidas a la mesa de esta nueva sociedad mecanizada, hambrienta de arte y sedienta de historia, en un restaurante de pintura rápida. Gertrudis abre los ojos y se encuentra aún en el suelo frente a la gran pirámide, que empieza a girar como

la

punta

de

una

broca

hasta

hundirse

nuevamente en la tierra, liberando la plaza del Louvre de su maléfico encantamiento, y su alma parece volver en sí, como despertando de un mal sueño, aunque ya no se encuentra en el cuerpo de ella, porque ya no le pertenece, y ambas deciden entrar al museo como ellas lo recuerdan, en todo su esplendor al abrirse el portal divino, que las espera con su arte, en su recorrido eterno.

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El Portal

“Templo Olímpico de Zeus”, Electrografía de Luis Makianich, 2010.

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En Grecia, la organización YSEE (Ύπατο Συμβούλιο των Ελλήνων Εθνικών, Consejo Supremo de Griegos Gentiles) se refiere al “Neo paganismo Helénico” como: “Religión Nacional Griega”, lo que ha provocado ciertas controversias con la Iglesia Ortodoxa Griega, las que han sido subsanadas en un juicio llevado a cabo en el año 2006, donde la Corte Suprema falló a favor de los primeros, determinando que el Paganismo Helénico dejaría de ser una religión prohibida.

Una nube espesa baja hasta el templo de Zeus, llenando los vacíos que emergen entre sus columnas corintias, como invocando a la divinidad a bajar a la tierra. Filipo observa el acontecimiento con cierta admiración hasta que la masa se confunde con el espacio intercolumnio en un diálogo entre la materia y la nada, entre la verdad y su opuesto, lo irreal.

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En


medio de ese plano inhóspito, se abre una raja oscura desde dos de sus capiteles hasta el suelo invitándolo a entrar…o tal vez salir. Filipo siente que un gran vacío se produce entre el portal y su cuerpo succionándolo hasta que su proximidad se vuelve irresistible, un poco por

masa

y

produciéndose

otro

poco

por

falencia

el encantamiento

de

ella,

que le impide

razonar y lo obliga a someterse a su voluntad. Casi sin notarlo se encuentra bajo el mágico trilito y la visión de la negra inmensidad lo perturba hasta que intenta evitar el obvio desenlace, coqueteando entre las columnas que yerguen su esbeltez inmaculada sobre el suelo, atadas a lo terrenal y elevando su espíritu hacia el cielo, que le anuncia en cada triglifo un mensaje incierto. Su cabeza se encuentra aturdida por su dinamismo y por un momento, el deseo de conocer se apodera de su mente hasta que una mano de mujer lo toma del brazo para detenerlo, cuando la voz de la joven le dice: -“¿Te encuentras bien?” -Filipo, aún mareado gira hacia ella para mirarla aunque con la vista todavía perdida en esa atrapante 14


oscuridad y

retardando

su reacción

le

dice: -

“¿Disculpa…?” La joven le responde un poco confundida:-“Me pareció que te ibas a desvanecer…seguramente por el calor” Filipo, al ver la hermosa apariencia de la joven, decide olvidar su anterior trance y se presenta extendiéndole su mano:- “¿Y tú eres…?” -“Olympia…”-aceptando

estrecharla

suavemente y esperando por su nombre. El siente que falta algo en el diálogo y repentinamente reacciona diciendo:-“Zeus…”-Mientras Olympia lo mira incrédula hasta que una sonrisa picaresca le confirma que es una broma… -”Filipo…es mi nombre, Zeus es quien mora éste lugar”-Confiesa mientras gira nuevamente la cabeza hacia el Templo Olímpico, comprobando que las nubes se han ido y este cobra nuevamente su forma tridimensional de origen. La joven pareja se queda conversando el resto de la tarde sin ocultar su entusiasmo, sentados en la base del templo como si se hubiesen conocido desde 15


siempre, sin prestarle atención a los turistas que asedian el lugar con sus cámaras fotográficas y por un instante se ven a sí mismos como dos personajes de la antigua Grecia, envueltos en

su arquitectura e

inspirando sus palabras en ancestrales situaciones, que difícilmente pudieron haber sido vividas por ellos, cuando el sol evapora al resto de la gente mientras se oculta en el horizonte, y aquella nube vuelve por sus almas convirtiéndolas en parte del paisaje, que de nuevo se funde con la volumetría del templo ahora manifiesto en un único plano donde llenos y vacíos conviven en el mismo espacio, y la brecha oscura emerge de entre las piedras convocándolos a ambos a traspasar el portal, entrando o saliendo de un mundo al otro, a desvanecerse junto a la noche. El rito sagrado vuelve a repetirse a través de los tiempos…solo cambian los nombres o los personajes, pero el juego es el mismo…uno que nunca aburre a las divinidades en su eterna permanencia.

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El Encierro

“Toro de Lidia” Electrografía, Luis Makianich, 2009

Desde que llegamos a Pamplona, la ansiedad por las fiestas se apoderó de mí transformando mi 17


cuerpo en un barril de fuegos artificiales por estallar. La aglomeración de gente en torno a los vallados de madera y el bullicio expectante desde algunas horas antes de despuntar el día activó la mecha que detonará en una feroz estampida. El sol de julio nos enardece y los mozos guían la manada como pastores desde los corralillos hasta la plaza. Cuando veo a los corredores excitados encausarse en el rio de carne sobre un lecho de adoquines, mi corazón estalla en un repentino galope y mi cuerpo entero decide unírseles. Jamás había participado en semejante contienda y la emoción inunda mis venas en sangre, la que puedo ver tiñendo el suelo, ahora regado de cuerpos en posición fetal. El resto de nosotros aún formamos parte de la avalancha que al llegar a la curva de Mercaderes con Estafeta se desborda exuberante contra las barricadas, alimentando su caudal con algunos observadores, que ya son parte de nuestro inmenso e indivisible cuerpo. La recta final nos lleva a la libertad de la plaza, donde ocho cabestros nos vitorean a los seis toros de San Fermín.

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Fachada Mecánica

“Piccadilly Circus”, Electrografía de Luis Makianich, 2010.

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La noche baja su capa negra sobre el distrito de Westminster, y como en un acto de magia las luces revierten la vida en un tono nuevo, más audaz y efervescente,

haciendo

de

Piccadilly

Circus

un

torbellino de sensaciones glamorosas entretejidas con el bullicio de una ciudad latente que descubre una cara diferente entre un tiempo y otro.

Como si en

cada pestañeo se fragmentara la película de su historia, las luces de neón y las pantallas de video conmemoran su evolución, convirtiendo sus fachadas en cáscaras que albergan en su interior el fluido lumínico causante de su metamorfosis. En un sector de la plaza, la fuente memorial al Monumento de 20


Shaftesbury, engarza su ángel desnudo en vuelo, a Eros como un ícono de su actual sexualidad, apuntando con su arco y flecha a cada transeúnte desprevenido en su ingenuidad e invocándolo a ser partícipe de su desenfrena da cacería amorosa, como la indefensa presa, o el cazador furtivo. Cada uno de ellos realiza sus movimientos como un autómata, sin establecer contacto con su oponente.

Siguiendo un recorrido

preestablecido a un ritmo monótono y controlado por el centelleo del neón, los vehículos que atraviesan las calles, les ceden el paso sistemáticamente cuando ellos se aventuran a interrumpir su recorrido, como parte de un mismo programa, establecido para perdurar eternamente. Susana es una de ellos, y aunque no pertenece aquí, se ha adaptado a ese orden convirtiéndose en una pieza más de la maquinaria, desplazando su cuerpo por sus veredas entre los del resto de la gente, que como engranajes se aproximan entre sí sin tocarse, ni siquiera con la mirada, como aceptando su convivencia

sin

cuestionarse

su

función

allí.

Súbitamente, la figura de un joven londinense en su 21


aspecto, interrumpe su paso a la salida de la boca del metro; curiosamente su vista se cruza con sus ojos y éste hace un sutil galanteo con la cabeza, que desbarata la monótona interrelación corporal entre la gente, que ahora para ella luce como un repentino “romper las filas”; sólo ellos dos en medio de la nada, iluminados por la tenue luz de un único farol, albergados por un circo de fachadas majestuosas que cobran vida ante ambos para predecir lo que seguramente sucederá. Susana responde a su silencio con un desubicado dejar caer su bolso, el que el joven levanta como en un acto reflejo y lo devuelve a su dueña con una expresión de ingenuo desconcierto y ella lo toma junto con su brazo, que queda atrapado con el suyo, justo antes de comenzar a andar nuevamente…

a

su

lado,

con

sus

sonrisas

desentonando un poco entre la masa de gente que lentamente empieza a mover el engranaje hasta que la maquinaria citadina restablece su orden habitual. Las fachadas recobran su intermitente latido lumínico y en el centro de la fuente de bronce, Eros toma otra flecha de su funda. 22


Cíclico Atardecer

“Coliseo Romano”, Electrografía de Luis Makianich, 2010.

“San Benito José Labre, Patrono de los solteros, los mendigos, de los sin domicilio fijo, de los vagabundos, de los peregrinos, de los itinerantes y de las personas inadaptadas pasó los últimos años de su vida entre los muros del Coliseo, viviendo de la caridad de los fieles, hasta su muerte en 1783”

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Se despierta entre las ruinas del Coliseo con la sensación de haber estado ahí por siglos; los harapos que lo cubren reafirman su idea de estar viviendo un tiempo diferente, y aunque sus recuerdos del día anterior fueran tan cercanos, él percibe que las sombras que lo envuelven describen un espacio diferente al que dejó antes de perder el conocimiento. En su cabeza aún resuenan gritos de espanto entremezclados con vitoreos y rugidos de animales, y en sus bolsillos mantiene un puñado de arena impregnado en sangre. El rojo atardecer le devuelve a sus ojos el centelleo de miles de estrellas atravesando los intersticios

en los muros hasta que la noche 24


reconstruye en su mente todo el esplendor de los primeros siglos de vida del gran circo, cuando el mármol enarbolaba su gloria como ícono de la Roma Imperial. Benito

se

incorpora

ante

su

imaginario

espectáculo y recorre la Galería Toscana hasta las escaleras que lo izarán a la Jónica, la Corintia y la Compuesta, desde donde contemplará la arena, que ahora cubre por completo los túneles subterráneos del hipogeo.

A cada paso, una pieza de mármol

travertino recompone su historia sobre los ladrillos desnudos de su actual destrucción, invitándolo a seguir observando tamaño ensamblaje del pasado, que solo él puede ver, en su atormentada existencia eterna. Repentinamente el cielo se oculta al desplegarse las inmensas velas que cubren el graderío, mediante cuerdas y

poleas accionadas por

el

fantasmal

destacamento de marineros de la flota romana, que son

testigos

de

su

meteórica

y

monumental

reconstrucción, hasta que apuntalado por su titánico esfuerzo mental, yergue su integridad para su propia apreciación. Como en un acto religioso inicia un 25


viacrucis entre las piedras que soportan las graderías, auscultando los quejidos del mármol

sin argamasa,

para descubrir los sueños irrealizados que quienes sangraron su martirio en aquellos tiempos, cuando fueron ejecutados en los noxii, o los que han caído en las munera junto a otros luchadores; pero el travertino se resiste a repetir su historia y a su paso las piezas vuelven a desensamblarse desapareciendo ante su vista, para convertirse en partes de algún otro edificio de Roma, como simples ornamentos o convertidas en cal viva, alimentando la llaga de una ciudad dormida sobre los cuerpos de sus gladiadores. Benito retorna a la arena cuando el día hace desaparecer su sueño y le muestra la cara actual del coloso, desnudo de las heridas del pueblo que supo conquistar el mundo, pero erguido como a un monumento a su propia destrucción; se recuesta sobre sus harapos y espera un nuevo atardecer para saborear su historia, hoy dormida en los cimientos de la nueva Roma, construida con arena y sangre… la que algún día empezará a circular las arterias de un nuevo imperio latente. 26


El Puente

“Ponte Vecchio”, Electrografía de Luis Makianich, 2010.

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Llegar a la Piazza della Signoría significa mucho para mí, que siempre me sentí atraído por el arte del renacimiento, como si parte de mi ser estuviera esperando el momento de emerger de ese mundo oculto de mis incertidumbres, para liberar el deseo de mis ancestros, que pusieron en mis genes la semilla de su desasosiego. Mi ansiedad me obliga a dirigirme directamente a la Galería degli Uffizi, donde se encuentra gran parte de la obra de Filippino Lippi, según mi padre, un antepasado de nuestra familia que no debo pasar por alto. Si bien el lazo familiar no me hace perder el sueño, conocer la obra de Miguel Ángel, Leonardo, Botticelli, y tantos otros en un mismo sitio me ha puesto en un estado de efervescencia, el que no dejo de sentir desde que atravesé el puente sobre el Arno. El aire se encuentra impregnado de un aura especial desde que aquella inundación anegó los principales museos, y parece que aún flotan en él las ánimas de los principales artistas de Florencia; sin embargo, al entrar al edificio, ese mismo aire me dirige directamente hacia el retrato de mi antepasado que me atrapa con su mirada desde que nuestros ojos 28


hacen contacto. Siento como un rayo que se introduce hasta mi alma y la divide en dos, cuando un forcejeo entre ellas desata la batalla por gobernar mi cuerpo y las pupilas del retrato en la pared parecen electrizarse cuando sus labios rompen el sello en una enigmática sonrisa, ostentando el cetro de haber ganado la cruzada. Mi cuerpo parece no responder a mis

órdenes,

aunque

empieza

a

desplazarse

mecánicamente por el centro de la galería, mirando a uno y otro lado del pasillo, como saludando a sus viejos colegas, con la satisfacción en el rostro de ser nuevamente alguien, en tanto cada obra colgada en la pared hace su reverencia hacia él, vitoreándolo y mostrando su alegría en un ámbito que hasta recién fuese como un templo a la estanqueidad de nuestras emociones. Un temblor parece sacudir las salas donde las

esculturas

de

Leonardo,

Giotto

y

Donatello

empiezan a sumarse a esta danza esotérica clamando por su libertad de espíritu, que el propio Dante incluyera en sus escrituras, sellando el pacto infernal de todos los asistentes al museo con las obras que

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admiran, hasta que sus cuerpos se entremezclan como zombis con las ánimas flotantes de esa magnífica aura. La luminosidad parece fatigarse y nuestros cuerpos agotan sus energías hasta que el portal del edificio nos convoca a abandonar el templo, con nuestras almas divididas, conscientes de que nuestras vidas serán diferentes a partir de este mágico evento, y nuestra visión tomará una nueva dimensión, signada por nuestras almas gemelas, que vivirán su mundo paralelo al nuestro, y al atravesar el Ponte Vecchio, abrirán la ventana de nuestros ojos al mundo que nunca antes habíamos visto.

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La Salamandra Alquímica

“Park Güell”, Electrografía de Luis Makianich, 2010.

“La tercera escultura, rodeada por las escalinatas que van del vestíbulo de entrada a la plaza central del parque, puede representar la salamandra alquímica, que simboliza el fuego, aunque también se suele interpretar como un dragón, quizá el mitológico Pitón, del templo de Delfos, debido a la pequeña construcción que se encuentra sobre esta figura, en forma de trípode, en alusión al utilizado por la Pitonisa”.

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“La entrada al paraíso…”-Se repetía Aurelia mientras se aventuraba a ascender por la interminable escalinata del Park Güell; la cual, para alguien en su avanzada edad prometía ser una travesía difícil de completar y a la que una mujer como ella no debía rehusar, por la carga que llevaba sobre sus hombros; esa que le produjera su tormentosa vida, cargada de mezquindad y vacía de significados. 32


El calor la sofocaba y cada escalón que ascendía era una súplica de su pasado que requería una introspección; una queja de su esqueleto que le reprochaba el ajetreo que le produjo durante años de no detenerse a descansar, por su avaricia en los negocios y su tacañería en los afectos. Aurelia llegó a su vejez en soledad, producto de su afán de sustentar su mundo entre cuatro paredes blindadas,

que

la

han

protegido

de

quienes

ambicionaban su fortuna; pero que también la aislaron de quien la deseaba, y debió partir sin cumplir con sus anhelos. Gervasio solía abrumarla con sus galanteos en su juventud, a los que ella respondía con esquivos coqueteos

durante

todo

el

recorrido

hasta

el

monumento al calvario, desde donde podían apreciar la vista de la ciudad; pero al llegar ahí sus visiones eran diferentes. El deseaba compartir sus vidas allí y ella ambicionaba conquistar Barcelona. Al llegar a la tercera fuente, el dragón pareció cambiar de color,

por un rayo de sol que se posó

sobre su piel de cerámica y vidrio, que lo destacó del 33


resto del paisaje. Aurelia sintió que la sangre se escurría por sus venas y la coloración de su piel desapareció abruptamente, cuando recordó el tiempo en que Gervasio le hablaba sobre la salamandra alquímica, cada vez que pasaban por la escultura:-“Es capaz de convertir tu vida en oro…”-solía decir, y el recuerdo de sus risas le hizo perder la estabilidad por un momento, cuando debió tomarse de la fuente para estabilizarse mientras

el

resto

del

lugar

seguía

girando

aceleradamente hasta que por fin se detuvo. Sin mirar hacia atrás, decidió seguir subiendo algunos escalones más hasta el trípode de la Pitonisa, donde hizo otra parada para hurgar en su futuro, no porque creyera en eso, sino precisamente por carecer de fe; la que había perdido muchos años atrás y suplantado por una infinidad de creencias alternativas. De pronto su mente se vio inundada de recuerdos, con los que ha convivido siempre que ha vuelto a ese lugar, en los que su amado olvidado parecía haberse inmiscuido, y su cuerpo pareció perder peso, a tal punto que subir el resto de la escalera le resultó más ligero, como si hubiera rejuvenecido a la edad de sus recuerdos 34


felices, y Gervasio la esperaba arriba, en el calvario, y su pecho parecía no latir en un instante en que el tiempo se detuvo, porque ahora ambos podrían ver su Barcelona juntos, desde arriba y aunados en un mismo sueño, como si la salamandra hubiera cambiado su vida de oro en algo más etéreo, dejando su cuerpo tendido escaleras abajo… porque solo su alma enamorada puede traspasar las puertas del paraíso.

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Esta Barra Bullanguera

“Bullanguera�, Pintura Digital de Luis Makianich, 2010.

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Es tiempo de plegarias contrapuestas y de sueños compartidos; de alegrías desbocadas entre llantos desconsolados; de salir a la calle con la mirada puesta en el cielo; de sentirse solo entre miles de personas; de callar o gritar al unísono en un instante de pasión, cuando nuestro corazón se estrella contra el poste que nos dice no, o quizás nos devuelve a la vida. Un peregrinar de almas en pena despliega su colorida esperanza en una batucada que se ensambla con un febril enjambre de vuvuzelas, ahogando los estoicos cánticos de la muchedumbre que pretende avasallar sus

miedos

a

puro

multitudinaria oración

optimismo,

que

como

una

se eleva con la súplica a sus

respectivos dioses, que parecen ser el mismo, y que se 37


verá en el dilema de decidir la suerte de esta paradoja. -“¡Le Bleu…Le Bleu!”-Se entrelaza con un: – “¡Olé…Olé!”- Para doblegar un entusiasta:-” ¡Brasil!, ¡Brasil!”-Hasta

que

un

“¡Vamos…Vamos…Argentina!”

irrumpe

avasallante en

escena

marcando el paso de sus pulsaciones y asegurándose un lugar en el reparto de bendiciones, las que debieran recibir antes de juicio final, cuando un silbato dictamine que su suerte ha sido sellada en la historia para siempre. Con los ojos cerrados y sus cabezas orientadas al cielo la masa humana espera el veredicto aunada en un solo deseo…un único ruego que al caer la noche disipará sobre su inmenso y heterogéneo cuerpo, con soberbia o resignación, bañados en un único llanto, donde tristezas y alegrías se debaten su propiedad, aunque al día siguiente, un grupo de barrenderos recoja el saldo de sus anhelos regados por el piso en papeles multicolores.

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Acerca del Autor

“Autorretrato� Pintura Digital del autor, 2010

Luis Roberto Makianich makianich@hotmail.com http://makianich.blogspot.com http://cuentosnuncacontados.blogspot.com http://eayst.blogspot.com http://luismakianich.blogspot.com www.wix.com/architrave/home

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Luis Makianich es arquitecto, argentino, graduado en la UNBA (FAU) en 1978. Publicó su primer libro de relatos cortos “Figuras de Sol”, en 1972. Fue investigador del patrimonio urbano, en ICOMOS (International Council for the Preservation of Historical Monuments and Sites), 1976; Docente en la Cátedra de Historia de la Arquitectura arq. J. Gazaneo, 1978 y Diseño Arquitectónico en las Cátedras arq. H. Angeluchi, 1980 y arq. J. Goldemberg, 1987-2001. Obtuvo diversos premios en arquitectura, literatura y artes plásticas. Exhibición del proyecto para el Nuevo Museo Nacional de Bellas Artes, en el Palacio Errázuriz, y publicación en el anuario de La Academia Nacional de Bellas Artes, 1978; Alianza Francesa, Fundación Fortabat, 1986, 1987 y 1989 y C. C. San Martín, 1986. Premios literarios 2009: 1er Premio por “Desolación” en LetrasKiltras; 1er premio narrativa, por “En el umbral”, en Parnassus; 1ra Mención en Arte y Narrativa agosto-septiembre por “Infierno”en Parnassus; 3er Premio en relatos de amor virtual, por “Virtualidad”, en La Barca de Las Palabras y la Imagen; 1er. Premio narrativa Certamen Felices Fiestas por “La Navidad Oculta” y 2do. Premio Brevedades en Prosa, por “Ocurrí” en Parnassus. Premio 1er semestre 2010 de Narrativa Erótica en Parnassus por “Non Terminato”.

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