Cuando, después de la separación del hogar que fundaras con nuestra madre, forjaste otro, constituyendo un mundo familiar aparte, nos veíamos con menos frecuencia, pero siempre con un efusivo placer. En los últimos años, cuando las comunicaciones telefónicas de larga distancia se hicieron más eficientes, podíamos oír tu voz y reconocer tu acento inconfundible cuando nos llamabas, no importa desde qué ciudad, nave o campo, en que a la sazón te encontraras. Estábamos prontos a responder a tu llamado.
Ahora sabemos que tu ausencia material va siendo inusitadamente larga. Pareciera que te has olvidado de llamarnos y tenemos el impulso de ensayar, a tientas, todos los medios posibles para dar con el número secreto para comunicarnos contigo. Pero, de pronto, volvemos a la realidad y nos damos cuenta de que ese número clave, por lo mismo que es secreto, no nos será revelado. Conocemos, sin embargo, a nuestra manera, un medio de tenerte otra vez en familia: conservar en pie la vasta obra que forjaste a lo largo de tu vida; impulsar, en cuanto fuere posible, las numerosas empresas que fundaste. Y no, por cierto, porque promover su expansión hubiera sido tu única meta, sino porque hemos comprendido que la riqueza que forjaras, es, y debe ser, una obra de alcance social, que se revierta hacia los actores que intervinieron en la tarea de crearla o de reproducirla, y va todavía más allá; en beneficio de todo el país. Con este sentimiento, acudo todos los días al local donde funciona la Fundación. AI trasponer el pórtico, saludo emocionada tu retrato, con la balsámica impresión de que