La Gaceta de Ciencia Política - Año 7, Número 2 (Otoño / Invierno 2010)

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Gaceta de Ciencia Política

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II El sistema clásico de teorías marxistas tenía un componente doctrinal y otro hermenéutico. En la mayoría de los casos el segundo estaba determinado por el primero, formando una filigrana teórico-crítica cuya separabilidad afectaba irremediablemente a alguno de los dos componentes que creaban así una función viciosa compuesta por un conjunto determinado de dominios empíricos amañados. Este error fundamental, implicado por la pretendida cientificidad de la teoría marxista, desembocó en el descrédito absoluto de sus diversas interpretaciones históricas, tanto las puramente conceptuales como las prácticas: de Georg Lukács y Louis Althusser a Vladimir Ilich y Fidel Castro. Estructuralmente religioso como era7, el marxismo generó una paradójica doble bivalencia en el nivel mundial. El primer par bivalente era exógeno. Por una parte, el marxismo fue el géiser del jolgorio de las juventudes contestatarias, los profesores e intelectuales “bienpensantes” del mundo entero. Lo mismo que un fantasioso dique ante la apabullante omnipresencia planetaria del imperio estadounidense, que siempre fue visto como el epítome del capitalismo y, en consecuencia, la antítesis del socialismo y el comunismo, planteados en clave ideológica —con diversos matices— como posibles políticas viables por la variopinta aglomeración de teorías marxistas al uso. Por otra parte, fue el volcán incandescente que dejó a la vera de su erupción algunos de los sistemas sociales más férreos, cerrados y sanguinarios que la Modernidad hubo conocido jamás; chisporroteante lava de ecos mortuorios del siglo XX. En una palabra, el filo instrumental de las teorías marxistas, entendidas como una tecnología social y no como una especulación dialéctica, desembocó en la puesta en marcha, en diversas partes del mundo, de una estructura social pretendidamente “comunista”, artificiosa y forzada, teniendo como foco topográfico al subimperio soviético y los satélites estatales de su órbita geopolítica. El segundo par de bivalencias era endógeno. De un lado, continuando la vocación crítica y la influyente herencia racionalista de Karl Marx, buena parte del marxismo occidental del siglo XX se concentró en la crítica de las injusticias sociales del sistema capitalista, siguiendo un discurso conocido como marxismo humanista, que en última instancia era una especie de cristianismo secularizado: la búsqueda perenne de la igualdad entre los hombres para lograr la armonía terrenal. Armonía conseguible al ser liberados de los elementos y relaciones que propician la discriminación entre unos y otros, es decir, del sistema de mercado y de consumo capitalista en el reconocimiento de una herencia y un destino común, el del hombre sin adjetivos. Por otro lado como producto de la madurez del siglo de las grandes guerras, de la herencia positivista, del nacimiento del estructuralismo antropológico y el funcionalismo lingüístico, pero sobre todo de la consolidación de los escritos, a la vez lúcidos y totalitarios de Lenin, un

7 Para la demostración del carácter esencialmente religioso del marxismo, en el nivel de las estructuras simbólicas que lo conformaban, véase el ensayo de Talcott Parsons, “El simbolismo económico y religioso en Occidente” en Biografía intelectual, Tr. Catherine Nelson Weskett. Puebla, BUAP, 1986.


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