Julia London - La Viuda Y El Escocés

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Ya no tenía ninguna duda de que Belinda estaba en lo cierto. El hecho de que se hubieran presentado tres hombres relativamente jóvenes, a los que ni siquiera había invitado, demostraba que sus vecinos estaban al tanto de su situación y que su fortuna les interesaba sobremanera. Era descorazonador. Creía haber escapado a su destino cuando se marchó de Londres, pero el destino la había seguido hasta Escocia. En cualquier caso, estaban allí, y no tenía más opción que seguir adelante con la velada. Por suerte, era una anfitriona consumada, y se aseguró de que todos tuvieran bebida, de que secaran sus capas mojadas, de que se acercaran al fuego para entrar en calor y de que se pusieran a charlar animadamente sobre las lamentables condiciones del camino de Auchenard. –¿Madame? Más invitados –dijo Rowley al cabo de unos minutos. Daisy se giró hacia el mayordomo y se llevó una sorpresa de lo más agradable; tanto, que le costó refrenar su alegría. El hombre que acababa de entrar era nada más y nada menos que Arrandale, quien llevaba botas altas, pantalones y una casaca de color azul oscuro. Pero no estaba solo, sino en compañía de una preciosa joven de cabello rubio. A Daisy se le encogió el corazón, porque creyó que la joven era su prometida. ¿Sería ese el motivo de que la hubiera rechazado tan vehementemente? Supuso que sí, y que había preferido ser fiel a su novia, lo cual le honraba. –Me alegro de verle, milord. Pensé que no vendría. Como no contestó a la invitación… –Discúlpeme, lady Chatwick. No tenía intención de incordiarles con mi presencia, pero mi hermana, la señorita Catriona Mackenzie, ha insistido en venir. Daisy se sintió tan aliviada al saber que la joven era hermana suya que casi se estremeció de placer. –Encantada de conocerla, señorita Mackenzie –dijo, sonriendo. –Gracias –replicó la joven con una reverencia. Catriona Mackenzie se quedó mirando el peinado y el vestido de Daisy como si le gustaran mucho. Luego, apartó la vista y echó un vistazo a las personas que se encontraban en el salón. –¿Quieren que los presente? –preguntó Daisy. –No, gracias. Ya nos conocen.

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