El resurgir de la fuerza Oscura

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—Exacto. señor —dijo Han en el mismo tono—. Necesitamos las naves con urgencia, pero no tanto como buenos cazas. Y buenos comandantes. Bel Iblis le miró durante un largo momento. —No acudiré a Mon Mothma, suplicando como un mendigo —dijo por fin. —Usted se fue por buenos motivos —insistió Han—. Vuelva de la misma manera. Bel Iblis desvió la vista hacia Sena. —No —contestó—. Demasiada gente sabe lo ocurrido entre nosotros. Quedaría en ridículo, o como un mendigo. Sus ojos resbalaron sobre los edificios de la Morada del Peregrino. —No puedo aportar nada, Solo —dijo, con voz teñida de algo cercano al pesar—. En un tiempo, soñé con reunir una flota que rivalizara con la mejor de la Nueva República. Una flota, y un rosario de victorias decisivas sobre el Imperio. Con eso, tal vez habría podido regresar con dignidad y respeto. —Meneó la cabeza—. Lo que tenemos aquí apenas puede calificarse de fuerza de choque. —Tal vez, pero seis Acorazados no son moco de pavo —indicó Lando—. Ni su historial de guerra. Olvídese de Mon Mothma por un momento. Todos los militares de la Nueva República estarían encantados de contar con usted. Bel Iblis arqueó una ceja. —Quizá. Supongo que vale la pena meditar sobre ello. —Sobre todo con un gran almirante al mando del Imperio —subrayó Han—. Si le atrapa aquí, todo habrá terminado. Bel Iblis sonrió sin humor. —Esa idea también se me ha ocurrido a mí, Solo. Varias veces al día. —Se irguió en toda su estatura—. El Devastador partirá dentro de media hora para conducir a Breil'lya a Nueva Cov. Ordenaré que cargue también con la Dama Afortunada y ustedes. Han y Lando intercambiaron una mirada. —¿Cree que es prudente volver a Nueva Cov, señor? —preguntó Han—. Puede que aún haya imperiales. —No habrá —afirmó Bel Iblis—. He estudiado a los imperiales y sus tácticas durante mucho tiempo. Aparte de no esperar que hagamos acto de aparición tan pronto, no pueden permitirse el lujo de quedarse en un sitio mucho tiempo. Además, hemos de ir. Breil'lya necesita recuperar su nave. Han cabeceó y se preguntó qué clase de informe entregaría Breil'lya a su jefe cuando regresara Coruscant. —De acuerdo. Bien, será mejor que vayamos a preparar la nave. —Sí. —Bel Iblis vaciló, y luego extendió la mano—. Me alegro de haberle conocido, Solo. Espero que nos volvamos a ver. —Estoy seguro de ello, señor —respondió Han, y le estrechó la mano. El senador saludó con un movimiento de cabeza a Lando. —Carlissian. Soltó la mano de Han, dio media vuelta y se alejó por la pista de aterrizaje. Han le vio marchar, y se preguntó si sentía más admiración que compasión por el senador, o viceversa, pero era un ejercicio estéril. —Nuestro equipaje sigue en el apartamento —dijo a Sena. —Enviaré a buscarlo mientras ustedes preparan su nave. —La mujer miró a Han, y sus ojos relampaguearon de súbito—. Quiero que recuerde una cosa. Puede marcharse, con nuestras bendiciones, pero si traiciona al senador, de la forma que sea, morirá. Le mataré con mis propias manos, si es necesario. Han sostuvo su mirada, pensando en qué decir. Recordarle, tal vez, que había sido atacado por cazadores de recompensas y criminales interestelares, perseguido a tiros por milicianos imperiales, y torturado bajo la dirección del propio Darth Vader. Sugerir que, al fin y al cabo, una amenaza proferida por alguien como Sena era demasiado ridícula para tomarla en serio. —Comprendo —dijo con gravedad—. No la decepcionaré. Desde la escotilla de conexión dorsal situada a sus espaldas se oyó un chasquido. Las estrellas que rodeaban el bulto del Acorazado, visibles a través de la cubierta de la Dama Afortunada, se convirtieron de repente en estelas. —Allá vamos —dijo Lando, en tono de resignación—. ¿Por qué permito que me metas en estos líos? —Porque tú eres el respetable —contestó Han, mientras examinaba los instrumentos de la Dama Afortunada. No había mucho que ver, porque los motores y casi todos los sistemas estaban en

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