Pio Baroja

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La lucha por la vida III. Aurora roja

don Alonso su vida. Don Alonso estaba deseando que acabase aquellas narraciones vulgares para asombrar a Ortiz con sus historias de América. El guardia seguía y seguía hablando, y don Alonso murmuraba distraídamente: -Ya vendrá la buena. Mientras charlaban fue anocheciendo. Salió la luna en menguante; una neblina tenue comenzó a cubrir el campo; algún árbol solitario se erguía derecho y proyectaba la sombra de su follaje en el camino; alguna estrella cruzaba el cielo dejando una ráfaga blanca. El agua plateada del arroyo se deslizaba por la tierra silenciosa, trazando curvas como una larga serpiente. Seguían hablando cuando don Alonso vio la silueta de un hombre que aparecía entre dos árboles. Agarró del brazo a Ortiz, indicándole que se callara. Se oyó un ruido de ramas y el paso furtivo de alguien que huyó. -Qué era? -dijo Ortiz. -Un hombre que ha salido de ahí. -¿De dónde? -No sé, a punto fijo. Me ha parecido que de entre esos árboles. Se acercaron; había en el ribazo, que allí tenía más de un metro de alto, un montón de maleza y unos pedruscos. -Aquí hay algo -dijo Ortiz metiendo su bastón. Quitó dos piedras grandes, luego una tabla, y apareció la boca de un agujero. Encendió un fósforo. Era un boquete cuadrado, abierto en la tierra arenosa y húmeda. Entraron los dos. Tendría la cueva tres metros de profundidad por uno y medio, de anchura. Ocupaba el fondo una cama de paja y de papeles con una manta gris. En un rincón había huesos mondados y latas de conserva vacías. -Aquí tiene el lobo la madriguera -dijo Ortiz-.Sea el Bizco u otro, este ciudadano no está dentro de la ley. -¿Por qué? -Porque no paga contribución. -¿Qué vamos a hacer? -Esperarle. Yo le aguardo aquí dentro. Usted pone la tabla como estaba antes, con dos piedras encima, y se queda ahí fuera. Cuando venga, que vendrá, le deja usted entrar, y, en seguida, se echa usted a la puerta. -Bueno. Ortiz amartilló el revólver y se sentó en la cama. Don Alonso, después de tapar la boca del agujero, buscó un sitio resguardado en donde no se le viera y se tendió en el suelo. Le molestaba bastante haber tenido que oír la historia vulgar de Ortiz y no haber podido contar sus aventuras. La verdad es que su vida era rara. ¡Él, convertido en policía! ¡Acechando a un hombre! 109


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