Summa daemoniaca

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caso de estudio para todo el equipo de psiquiatras por lo interesante que era.

radicalmente: la voz era horrible, áspera y grosera, como de alguien adulto, profería insultos soeces, me escupía continuamente, se reía de mis oraciones, repetía despectivamente que no servirían para nada. La fuerza del niño en aquella primera sesión de oración era sorprendente. Su padre (un hombre muy fuerte) y su hermano de dieciocho años (muy aficionado a las artes marciales) tuvieron que emplearse a fondo para mantenerlo tumbado sobre la colchoneta. Pero el niño se escurría, inasequible al desaliento. Rezamos por él una hora, después les di a los padres los consejos habituales de las oraciones que debían aconsejar al niño que hiciera cada día.

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inalmente tras dos meses de tratamiento, como el niño decía ver figuras humanas y demonios, consideraron el trastorno como una obsesión que alguien le hubiera inducido. Considerando el caso como un trastorno límite de la personalidad. Aunque en el informe transcrito se dice que hay una evolución positiva pero lenta, los padres lo niegan totalmente. No hubo ningún tipo de mejoría por pequeña que fuera. Desafortunadamente, el demonio que tenía dentro podía elegir los momentos para manifestarse y los momentos en que sabía que debía permanecer oculto. Y así nunca se produjo ni una sola crisis (una de las diarias crisis en que la otra personalidad emergía) cuando estaba el presente el médico, ni una sola vez. Incluso cuando estaba ingresado en el hospital si se producía una crisis de furia y llamaban a la enfermera para que avisara al psiquiatra, el niño volvía en sí antes de que llegara el médico, y después la voz les decía que les iban a tomar por locos a ellos y no a él. Las crisis nunca las vio el médico, pero como yo comprobé sí que fueron testigos de ellas los dos padres y su hermano de dieciocho años. Estos fueron los hechos que me refirieron acerca del caso cuando llegó por primera vez a mi parroquia. Aquella primera vez que vinieron a verme, cuando el coche de los padres aparcó delante de mi iglesia el padre me preguntó que dónde llevaba al niño, pues desde que habían aparcado delante del templo el niño no podía andar, ni apenas hablar, salvo con un susurro. El padre cargó al niño sobre sus espaldas y lo bajó a la cripta donde hacíamos las oraciones. Una vez dentro de la capilla, el comportamiento de aquel niño cambió

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n la segunda sesión, el niño volvió a escupir a la imagen de la Virgen, al sagrario. Repetía gritando el nombre de Shambalá, como si fuera el nombre de un demonio que pudiera venir a ayudarle. El demonio que hablaba a través del niño, siempre se mostraba despreciativo. Llevábamos rezando un buen rato por el pequeño poseso, cuando sentí en mi interior que debía abrazar al niño. El niño sólo manifestaba odio, así que sentí de un modo muy profundo que el abrazo amoroso sería algo que desarmaría al odio. Los padres presentes me preguntaron incrédulos si estaba seguro de que yo quería que lo soltaran para darle un abrazo. La verdad es que interiormente tuve que resistir al miedo, porque el niño pegaba todo tipo de golpes a los que le sujetaban y les agredía con una rabia y ferocidad increíbles. Acercarme a él sin que dos personas le sujetaran suponía arriesgarme a que mis gafas salieran volando varios metros del primer puñetazo que me propinara. El niño era ciertamente muy peligroso, a que físicamente podía provocar daños muy serios. Pero internamente sentía que había que hacer eso, así que le pedí

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