Huellas de tinta, enero 2014

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Relatos I Cuando la furia y el dolor empujan por salir > R E L A T O S

Cuando la furia y el dolor empujan por salir… Cerró los ojos y se dejó llevar por lo recuerdos, como si fuera sencillo soportar la oscuridad que su pasado poseía. Una vez más, la imagen de su reina muriendo en sus brazos le resultó terrible y desgarradora. Haber contemplado el último instante de luz en la mirada de la mujer que amaba era una carga muy pesada incluso para él, tanto como haber tolerado el llanto agonizante de su pequeño hijo. Ahora lo tildaban de frío, de distante e insufrible. Él se había desangrado en vida al comprender que su naturaleza inmortal le jugaba en contra y que no valían de nada sus poderes a la hora de intentar recuperar a su familia. Era frío, sí, porque no toleraba la idea de poner en evidencia sus dolores y agonías. Gruñó por lo bajo y abrió los ojos. Con la furia palpitando en su sangre, con la ira clamando ser liberada al menos por un momento, levantó las manos y el mar cobró fuerza y vigor sorprendentes. Antes de darse cuenta, las aguas se elevaban varios metros por sobre su cabeza, contorsionándose y generando olas capaces de arrasar con todo a su paso sin atender a las posibles víctimas.

mía, pero era imposible. Ya lo había intentado y no había forma eficaz, probara la alternativa que probara. Con un rugido bestial, sus ojos tomaron un extraño color plateado y las aguas se encabritaron, replicando el rugido, adquiriendo más poder. Bastaba un único movimiento de las manos del Dios y el mar lo cubriría todo sin dudarlo. Más nunca llegó a ocurrir… Sin aviso previo, Hades tomó forma y esencia lanzándose sobre Poseidón y derribándolo sobre la arena. El mayor de los poderosos Dioses griego mostraba sus cabellos convertidos en llamas rojizas y sus ojos refulgían a causa de la emoción del momento. —Si quieres jugar a intentar suicidarte, hazlo en otro lugar. ¿O te olvidas de lo que ocurrió en la Atlántida? El Soberano de las aguas desvió la

Por: Erzengel

mirada, mientras su reino acuático recuperaba la tranquilidad. No quería atender los reproches de su hermano, principalmente porque llevaba la razón y él tenía todas las de perder. —Déjame tranquilo. —No puedo. ¡Maldita sea, no puedo! Eres mi hermano y no tolero ver lo que estás haciendo con tu vida. Reacciona de una buena vez o te enfrentaré y no te gustará mi estrategia de recuperación. Ya te lo dije antes, déjate de idioteces. Poseidón se quitó de encima al Dios del Inframundo y se puso en pie de un salto. Antes de que Hades pudiera decirle más nada, se zambulló en las profundidades del mar y procuró alejarse tan rápido como sus fuerzas se lo permitían. Tenía que descargar su furia en otro lugar, donde nadie le reclamara por las consecuencias de su delirio.

Poseidón extendió los brazos y sus manos se abrieron para sentir las frías gotas de agua salada. Sonreía con un deje de locura en la mirada. No le importaba el pueblo a sus espaldas, no le interesaba pensar en la reprimenda de sus hermanos o el castigo que las Moiras por su acto necio y pasional. Quería abrirse la piel y dejar ir la agonía que lo consu-

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