Huellas de Tinta: Julio 2013

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Relatos | Blanco y negro > R E L A T O S

Invierno L

Por: Michelle Veneziano (Dragona del Este) http://michelle-dragonadeleste-pinturasymas.blogspot.com.ar

as aguas del Océano Pacífico poco hacían honor a su nombre; se sacudían embravecidas bajo el cielo negro y tormentoso.

y esperó desconcertada. La monstruosa embarcación se había detenido, meciéndose cada tanto. Curiosa, tomó la determinación de echar un vistazo.

Ágil como un delfín, Vigía asomó la enorme cabeza a la superficie, que chorreó agua durante unos momentos.

El grupo la esperaría a resguardo allí abajo, y luego podrían seguir viaje.

Hinchó sus hollares escamosos del aire salino, y volvió a sumergirse. Los reflejos de los rayos hacían destellar su cuerpo dorado, y el de sus siete compañeros de viaje. Afligida los miró uno por uno, mientras con sus patas y alas transparentes, se mantenía en su lugar a pesar de la correntada. Tras un rugido ahogado por parte de Vigía, los siete se impulsaron pronto a seguirla en la carrera. Invierno. Eso era lo único que podía obligar a un grupo tan numeroso de serpientes marinas a huir. El solsticio ya estaba cerca y las corrientes se tornaban heladas a una velocidad vertiginosa… Sus cuerpos alargados se encrespaban cada vez que percibían el frío incrementándose. Ese año se habían demorado en emigrar de las fosas abisales, por lo que corrían peligros que antes habrían sido impensados. Ya dos hermanos habían caído durante la última noche, y esa mañana Vigía asomó su hocico por primera vez al cielo, luego de un año entero de vivir en las penumbras. El grupo la siguió sin problemas. Sus ojos ambarinos sintieron dolor por tanta luz, por la cercanía al sol oculto… La tarde caía y aún faltaban varios días para llegar a destino; y eso si es que lo lograban. Vigía golpeó el agua con sus bigotes. Estos no emitieron sonido, pero sus seguidores entendieron la señal. Las criaturas se hundieron veloces como rayos, varios metros, hasta resguardarse en la penumbra. Observaron sobre sus cabezas como el casco de un navío se desplazaba trabajosamente, luchando contra las olas de la superficie. Vigía enseñó los colmillos 60

La dragona aleteó una vez y se dio impulso para serpentear hasta acariciar el artefacto metálico. Lo olfateó, lo rozó con las garras, y por último le dio un suave coletazo. Se deslizó despacio sobre el, y se detuvo a pocos centímetros de asomar la cabeza fuera del oleaje. Observó atenta… Fijó la vista en la barandilla, de donde pudo escuchar voces y ruidos extraños. Escuchó un llanto sutil. Se aferró al casco para evitar ser arrastrada, y fijó la vista. A través de la espuma podía ver una silueta. Atraída, asomó unas pocas escamas, en silencio. Pronto sus hollares estuvieron al descubierto y sintió el aroma, atenuado por la sal, de una humana. Sin darse cuenta sus bigotes pronto flotaron al son de la marejada, y sus ojos se encontraron con una mirada melancólica, la de la joven. La humana empalideció de súbito y abrió los ojos con exageración. Sus labios se entreabrieron como a punto de gritar, pero en lugar de eso dejó un silencio. Vigía sacó sus cuernos blancos y bufó dejando salir un vapor espeso que se disipó con rapidez. La dragona no se movió, temía generarle alguna reacción negativa. Pudo oír pasos sobre la cubierta, ligeros pero inseguros por la tormenta que sacudía la barcaza. Poco después un rostro nuevo asomó entre los barandales, una cría que apenas le llegaba hasta las rodillas. El jovencito se sujetó de la baranda y clavó su mirada en Vigía. La mujer no se había percatado de su llegada. El ser volvió a bufar. El infante soltó una risa estrepitosa y estiró un brazo para rozar las gotas minúsculas que flotaron por unos momentos. La dama soltó un alarido y arrebató a su hijo de la cubierta, alejándolo de la criatura. Se veía asustada por motivos que Vigía no entendió, pues ella no ha-


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