Huellas marzo 2014

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2 cucharadas de café, 4 de azúcar

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cucharadas de café, 4 de azúcar. Ahora y desde hace cinco años, te gusta así. Es curioso como, a medida que tu alrededor se convierte en otro, tu café también lo hace. Pasaron años; muchos, tan largos como problemáticos desde que nos conocimos. Pero recuerdo a la perfección una de las tantas veces que te vi, uno de los tantos encuentros a lo largo de nuestras vidas. En ese entonces, eran 2 de café y 3 de azúcar. Recordarás, gracias a este pequeño dato, dónde vivías ese año. Yo estaba en ese lugar con el único propósito de comprar algunas cosas. Caminabas con paso firme y rápido, nada inusual en vos, siempre apurada. Contemplé tu expresión con una sonrisa desde la calle opuesta. Abriste tu bolso para buscar el celular, no sin antes mirar con recelo a todas partes. Siempre desconfiada. ¿En qué punto esa famosa creencia, de “la distancia y el tiempo nos aleja”, es cierta? Pasaron tantos años donde nos encontrábamos en lugares distantes, pero a pesar de todo, sólo hay una cosa que sabemos con total certeza: a esta altura, jamás olvidamos ni dejamos de querer. Jamás olvidé tu eterno apuro y tu gigante desconfianza a todo aquél que te rodeaba. Jamás olvidé que, después de cruzar la calle,

saludarte y abrazarte con mucha emoción, me invitaste a tomar un café en tu casa de ese entonces, donde me dijiste que todavía buscabas ese lugar en el mundo, ese sitio que aunque te encontraras lejos, el regreso y la llegada siempre te robarían una sonrisa. ¿Cuántos años lo busqué yo? Honestamente, demasiados. —¿Cuántas cucharadas de café, y cuántas de azúcar? —me preguntaste. Antes de responderte, te confesé que yo había encontrado ese anhelado lugar en el mundo. Mí lugar en el mundo. Se cumplía una semana exacta desde el momento en que acomodé todas las cosas guardadas en la última caja de la mudanza. Ahora vivía en una hermosa ciudad costera. Y en este momento, esa ciudad sigue siendo mi hogar. Sonreíste con satisfacción, pero también, con un poco de sana envidia. —2 de café y 4 de azúcar, por favor —respondí finalmente. Cinco años después, viniste por fin a conocer mi casa. Tu café había cambiado de nuevo, y el mío aún era el mismo. Te mostré todo sobre mi lugar, y a pesar de que me veía rodeada por él todos los días, lo ví con tus ojos: los ojos de alguien que conoce algo nuevo y maravilloso. Sonreí para mí misma, y como

Por: Claru

había pasado un rato largo, regresé al jardín con nuestras tazas y el agua caliente. —¿Por qué tardaste tanto? Pensé que te habías quedado dormida en la cocina. —No, me acordé de algunas cosas, y me quedé pensando en ellas —te respondí, con honestidad. Escuchamos el sonido característico que se produce cuando alguien se zambulle con muchas ganas en la pileta, y acto seguido, unas risas. Mis hijos —y también los tuyos— se encontraban estallando a carcajadas, porque el más pequeño había empujado al más grande, con ropa y todo, al agua. Negaste con la cabeza en un gesto que, si hablara, diría: “éstos siempre iguales”. Repetí el mismo gesto, y mientras me embriagaba con el aroma a pino del bosque que nos rodeaba, te miré, a vos, mi amiga de la vida entera, y te pregunté: —¿Cuántas de café y cuántas de azúcar? Sin embargo, sabía la respuesta. 2 cucharadas de café, 4 de azúcar.Ahora y desde hace cinco años, te gusta así. Y la felicidad se ve en el brillo de tus ojos cada día: encontraste, por fin, tu lugar en el mundo.

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