Relato
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El Especialista
El especialista Por Gorelia Bernad Había un par de pacientes en la sala de espera del especialista. El joven que aguardaba, al ser llamado a su turno,se dirigió hasta el interior del consultorio, caminando con los pies a la rastra. —Cuénteme cuál es su problema —le instó el experto. El paciente se limitó a extender sus manos hacia adelante y mostrarle un corazón. Las venas y las arterias chorreaban sangre,que le teñía las manos y se escurría por entre sus dedos, dejando un reguero de manchas escarlata. —Es mío, Doctor. Creo que tiene algún problema. Se lo llevé a mi amada y se lo ofrecí. Le dije “aquí tienes mi corazón, es tuyo, quiero que lo conserves hasta el fin de nuestros días”, pero ella… —su voz se quebró—, ella salió corriendo, y me dejó ahí, solo, con el corazón en las manos, desangrándome. El experto lo examinó de lejos, con un poco de asco y chasqueó la lengua en desacuerdo. —Eso se ve realmente feo —comentó con tono ácido—. Seguramente asustó a la pobre chica. El hombre miró el decadente órgano latiendo arrítmicamente entre sus dedos. —Pero antes no estaba así —se defendió sin apartar de su rostro el gesto de pena—. Creo que ahora se ha roto, porque antes era más vivaz, latía con fuerza al ritmo de la voz de mi enamorada. —No sea cursi —lo interrumpió el sanador—, con razón la chica ha salido huyendo. Eso de entregarse así en cuerpo y alma, sin medir las consecuencias… ¡eso ya no existe! Ahora las relaciones son pasajeras. Disfrute mientras pueda y cuando se termine, pase a la siguiente y listo.
par de gruesos guantes de goma y buscó un par de largas tenazas. Con ellas tomó el derrumbado órgano de manos de su pacientey lo tiró en una mesada de granito. Sacó utensilios de los estantes, herramientas de los cajones, trozos de metal y una soldadora. Después de un rato, tras terribles ruidos de sierras y martillazos; varios chispazos más tarde, el técnico contempló su obra con orgullo y le devolvió el corazón a su dueño. El hombre miró perplejo al brillante y duro órgano, para después dirigir al otro una mirada suplicante que pedía una explicación. —Lo he recubierto de una coraza de acero —le respondió a la pregunta no formulada—. Es tecnología de última generación. Viene con pantalla táctil, bluetooth, wi-fi, 4G y está conectado a todas las redes sociales las veinticuatro horas del día. Verá que con eso ya no tendrá más riesgos de que se vuelva a romper. Dio a su paciente una palmadita en la espalda y con fingida paciencia lo fue empujando hasta sacarlo de su consultorio, mientras el joven seguía atónito, preso del aturdimiento. Seguidamente hizo pasar a la señora que había quedado en la sala de espera. —Cuénteme ¿cuál es su problema? —Creo que soy mala madre, Doctor. Mi nene se porta mal en la escuela y no sé qué hacer. El hombre frunció el ceño, pensativo.
El paciente seguía mirando a su adolorido corazón mientras la vida se le escurría entre los dedos y hacía tremendos esfuerzos por retener las lágrimas.
—Pase por aquí, tome asiento en la camilla, que la voy a revisar.
—Yo… yo no puedo. Dígame Doctor ¿cómo voy a vivir sin ella?
El profesional, tomó un estetoscopio y le esculcó el corazón. Era tierno y cálido, pero sobre todo era tan, pero tan grande, que casi se cae adentro. Luego le miró los ojos con una linterna. Eran pro-
El hombre de la bata blanca, rodó los ojos y exhaló un suspiro de exasperación. Se colocó un 44
La mujer obedientemente hizo lo que el especialista le indicaba.