Relato por Micaela Martinez
Punto Final
Era un sábado más. La luna se alzaba en toda su gloria guiando a los últimos rezagados hacia la cabaña. Sus pies se arrastraban, como si hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez que habían emprendido una caminata. Emma los observaba a través del cristal empañado de la ventana y la impaciencia crecía en su interior con cada minuto que pasaba. Cuando el reloj marcó el final del día, tres golpes en la puerta la sobresaltaron. Al abrirla, los rostros de los recién llegados reflejaban un profundo cansancio. No es que fuera algo extraño. Las interminables horas laborables calaban hondo en sus vidas. A medida que se deshacían de sus abrigos, se sentaron en los sillones dispuestos cerca de la chimenea. Sus cuerpos, tan próximos al calor, parecían fundirse con las brasas. Como cada sábado, iban a leer y debatir un cuento. Había llegado el turno de “Continuidad de los Parques”. Su pequeño pero animado club de lectura los mantenía cuerdos, felices y ocupados. Intercambiar los distintos puntos de vista solía ser una de sus partes favoritas a lo largo de la velada, pero por única vez habían decidido probar algo nuevo. Una vez que el debate llegó a su fin, el verdadero show dio 38
inicio. Todo estaba listo y cada uno sabía lo que debía hacer. La representación se desarrollaba según lo planeado y sin sobresaltos hasta que llegó el gran final. Emma sabía que era su momento de brillar. Había soñado con él desde el primer momento en que lo supo. Sostuvo el puñal con firmeza y esta vez no permitiría que el temor se apoderara de su cuerpo. Con sigilo se aproximó al sillón donde su amiga leía con detenimiento. El puñal oscilaba en el aire, negándose a la tarea que le había sido encomendada. Emma reunió valor y lo apoyó con delicadeza en su cuello desnudo. Un grito desgarrador irrumpió en el salón y después todo fue silencio. Emma percibió que algo húmedo y viscoso comenzaba a reptar por sus manos y fue cuando lo supo. Se había dejado llevar por la emoción del momento. El puñal, aún tibio, no deseaba desprenderse de sus manos. Ya era parte de ellas. Cada uno de los presentes le sostenía la mirada sin saber qué decir o hacer. Emma quería gritar, llorar, huir de aquel lugar que olía a muerte. Sin embargo, su voluntad ya no existía. Comprendió que todo lo que restaba hacer era terminar lo que había comenzado. Poner un punto final a la velada.