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La cuestión de la tierra

En la Biblia, la promesa de la tierra [territorio, país] está vinculada a la Alianza de Abraham (véase Parte 5). Aunque el Pacto del Sinaí fue rescindido, el Pacto de Abraham sigue vigente. De esta forma, la promesa de la tierra a Israel también conserva su significado (Génesis 12:1; 15:7). Sin embargo, las fronteras prometidas recién se cumplirán con la venida del Mesías. Hay que subrayar que Israel no eligió esta tierra, sino que Dios la destinó a Su pueblo (Ezequiel 20:42; 36:28). Dios mismo la llama Su herencia (Joel 3:2). Por lo tanto, todo lo que las naciones planean y hacen contra el territorio de Israel se dirige siempre, en última instancia, contra Dios mismo. Debemos tener siempre presentes dos hechos en todo lo que tiene que ver con Israel:

1. La acción judicial de Dios contra las naciones culpables para con Israel tiene que ver con Su elección y con Su gloria. Esto es independiente de la fe o incredulidad de Israel.

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2. La acción judicial de Dios contra Israel se lleva a cabo con el objetivo de conducir al pueblo a la conversión.

El hecho de que Dios mismo eligiera la tierra para Israel es uno de los argumentos más sólidos contra la teología del reemplazo. Al mismo tiempo tenemos en el Israel actual la prueba más impresionante de que Dios cumple Sus promesas acerca de la tierra, ¡porque desde 1948 existe de nuevo un Estado judío en el territorio del antiguo Israel!

A través de la cuestión del territorio, Israel ha pasado a ser el centro de atención de la historia mundial. Este conflicto desencadenará la llegada del Mesías y el juicio sobre las naciones (Joel 3:2). Los hechos históricos hablan por sí mismos.

Desde la dispersión por parte de los romanos (70-135 d.C.), nunca hubo un Estado árabe independiente en el territorio de lo que ha sido y es actualmente Israel. En este sentido, la política mundial gira en torno a una mentira histórica. Al principio, Eretz Israel estaba bajo dominio romano-bizantino. Luego fue conquistado por los persas en el año 614 d.C. En el año 629 d.C., el emperador Heraclio puso fin a la dominación persa, antes de que comenzara la conquista árabe poco después (638 d.C.). La ocupación árabe bajo varios gobernantes fue sustituida por la de los cruzados en 1071 d.C. Tras la reconquista musulmana, hubo más cruzadas y batallas entre cristianos y musulmanes por causa de la Tierra Santa. A partir de 1291, los mamelucos actuaron como gobernantes extranjeros en la región. En 1517 fueron reemplazados por el Imperio Otomano. En 1917, el Imperio Otomano fue sustituido por los británicos, y finalmente Inglaterra recibió el mandato sobre el territorio por decisión de la Sociedad de Naciones. En 1948, Israel volvió a tomar posesión de ella.

Israel estuvo ocupado por los romanos; sin embargo, nunca fue un Estado romano. Tampoco se convirtió en un Estado persa cuando fue conquistado por los persas. Y bajo la ocupación árabe, Israel no se convirtió en un país árabe, ni tampoco se hizo europeo bajo los cruzados. Israel no se convirtió en un país de Europa Oriental bajo el dominio de los mamelucos, ni en un Estado otomano o turco bajo los otomanos, ni en un país inglés bajo el dominio del mandato inglés. Y aunque los árabes (palestinos) vivían junto a los judíos en la tierra judía, nunca hubo un Estado palestino. Dado que Israel se formó como un Estado explícitamente israelita o judío después de la conquista bajo Josué, en torno a 1400 a.C., y que nunca hubo allí otro Estado independiente desde entonces, es natural que los judíos volvieran a obtener su país después de su dispersión.

A pesar de la dispersión a lo largo de los dos milenios, siempre estuvieron judíos presentes en la zona (aunque fuera solo de a miles o decenas de miles). Napoleón quería repoblar Israel con judíos, empero, no pudo llevar a cabo su propósito. El 20 de abril de 1799, desde su cuartel general en Jerusalén emitió la declaración “A los legítimos herederos de Palestina”. Entre otras cosas, dice:

“¡Herederos legítimos de David! La gran nación, que por lo demás no comercia con pueblos y territorios, salvo los que vuestros antepasados vendieron a todas las naciones (Joel 3:6), os hace por este medio un llamamiento, ciertamente no en el sentido de que debéis conquistar vuestra tierra heredada, sino simplemente para que toméis posesión de la tierra que fue conquistada con la garantía y la ayuda de esta nación. Seguiréis siendo los amos aquí, incluso contra todos los que se levanten para quitároslo”.

El fracaso de Napoleón en el Medio Oriente frustró estos planes. Desde el punto de vista de la historia de la salvación, aún no era el momento para el regreso de Israel.

El pastor suizo Félix Bovet escribió en 1858 , tras un viaje a Israel :

“Los cristianos que habían conquistado Tierra Santa nunca pudieron mantenerla; para ellos, nunca fue más que un campo de batalla y un cementerio. Los sarracenos, que se la arrebataron, a su vez tuvieron que dejar que se la volvieran a quitar los otomanos. Estos, que siguen siendo los dueños de nombre, han convertido esta tierra en un desierto donde apenas se atreven a poner su pie sin miedo. Los propios árabes que conforman la población de este país solo pueden considerarse acampantes en esta tierra: han levantado sus tiendas en los campos abiertos o solo pernoctan en las ruinas de las ciudades. No han fundado nada. Al ser extraños a la tierra, no han creado ningún vínculo estrecho con ella. El viento del desierto que los trae puede volver a llevárselos un día sin dejar el menor rastro de su paradero. Dios ha entregado a Palestina en manos de tantas naciones, y sin embargo, no ha permitido que ninguna nación se establezca firmemente aquí y eche raíces. Ciertamente, tiene esta tierra reservada para Su pueblo, para los descendientes de este pueblo que un día se convertirá en el pueblo humilde y manso del que Jesús dice: ‘Heredarán la tierra’”.

En la época de la dispersión de Israel, la tierra de Israel quedó desolada y estéril, tal como lo había predicho la Biblia (Zacarías 7:14; Mateo 23:38). L. J. Davis cita varias fuentes que confirman que Israel estuvo escasamente poblado durante siglos y que grandes par tes de la tierra estaban desoladas. Había muchas tierras pantanosas, que eran focos de malaria. Extensas áreas estaban desnudas y rara vez había árboles o arbustos. Gran par te de la tierra estaba cubier ta de malezas.

A lo largo de la dispersión de Israel, nunca surgió un Estado palestino. El nombre Palestina recién cobró importancia con el mandato de la Sociedad de Naciones. En 1922, los británicos separaron cerca del 80% del territorio, llamado Transjordania. De esta manera se creó la actual Jordania.

El término del que deriva la palabra actual “Palestina” se inventó tras la represión del levantamiento de Bar Kojba (132-135 d.C.) por parte del emperador romano Adriano. David Dolan escribe al respecto:

“Judea recibió el nombre latino de ‘Siria Palaestine’, que más tarde se convirtió en el nombre que conocemos, Palestina. Palestina significa ‘tierra de los filisteos’. Esta designación pretendía erradicar cualquier relación judía con la tierra que el Dios de Israel llama suya”.

El plan de partición de 1947 de las Naciones Unidas para dividir lo que hoy es Israel en un Estado árabe y otro judío fue rechazado por los árabes en aquel momento. Curiosamente, no hubo ningún conflicto palestino-israelí hasta la década de los 60. Solo se hablaba de la lucha de la nación árabe contra Israel. Recién en 1964, con la fundación de la OLP, se creó el grupo étnico de los “palestinos”. En realidad, no hay cultura, lengua o religión palestina. Los “palestinos” son, en realidad, árabes que viven en la tierra de Israel. No tienen nada que ver con los cananeos que Israel expulsó cuando Josué tomó la tierra. Estos pueblos autóctonos ya no se mencionan ni siquiera en la época del Nuevo Testamento.

Rudolf Pfisterer señala que ni siquiera se puede establecer una continuidad desde los ocupantes árabes del siglo VII hasta la actualidad. Por supuesto, siempre hubo residentes árabes en la tierra de Israel después de su dispersión, pero muchos de los llamados “palestinos” han inmigrado a Israel en los dos últimos siglos.

Pfisterer escribe:

“En 1977, con una franqueza desarmante, un importante representante de la OLP, Zuheir Mohsen, admitió el abuso bien calculado que se hacía del nombre de los árabes que viven en Palestina y afirmaba que no existía un pueblo palestino como tal. Dijo que la creación de un Estado palestino era un medio para continuar con la lucha contra Israel y a favor de la unidad árabe. Dado que la primer ministra israelí Golda Meír negaba la existencia de un pueblo palestino, él sostenía que sí existía tal pueblo y que era distinto de los jordanos. Pero, en realidad, no había diferencia entre jordanos y palestinos, sirios y libaneses. Todos pertenecían al pueblo árabe. Solo por razones políticas y tácticas se hablaba de la existencia de una identidad palestina, porque era de interés nacional para los árabes contraponer una existencia separada palestina al sionismo. Por razones tácticas,

Jordania, siendo un Estado con fronteras fijas, no podía reclamar para sí a Haifa o Jaffa. Pero una vez que se restablecerían los derechos de los palestinos sobre toda Palestina, no se debería retrasar ni por un momento la unificación de Jordania con Palestina”.

También es un hecho que Gaza y Cisjordania estuvieron en manos árabes durante 19 años anteriores a 1967. En aquella época, nadie pensaba en establecer un Estado palestino. El semanario egipcio El Mussawar escribió en 1968: “Una nación palestina es el resultado de una planificación progresiva, ya que después de todo, el mundo difícilmente aprobaría una guerra de cien millones de árabes contra una pequeña nación”.

No se trata de trivializar el problema de los refugiados árabes ni de construir una imagen burda del enemigo. Que los ciudadanos israelíes, ya sean judíos o árabes, deben convivir en paz, es indiscutible. Sin embargo, la cuestión de la tierra solo puede enmarcarse adecuadamente en el contexto de la Palabra bíblica-profética.

Lo que nos consterna al analizar todo el asunto de forma objetiva es el hecho de que la política mundial actual gira en torno a un mito histórico y se basa en él. En todas las idas y venidas políticas, es importante señalar que, en última instancia, el Dios vivo levantó Su mano para jurar sobre la tierra (Ezequiel 20:42). La teología del reemplazo afirma que Dios desheredó a Israel de su país, pero la propia Torá, el Pentateuco y la historia, enseñan lo contrario.

Extracto de: Ersatztheologie: Ist Israels Zukunft Vergangenheit? ( Teología de reemplazo: ¿el futuro de Israel es pasado?).