Vol 2: Saint Seiya - Saga: CATACLISMO 2012

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Saint Seiya • Los caballeros del zodiaco Aunque la mortal toxina de la ‘Metamorfosis Definitiva’ había sentenciado la vida de la Amazona Dorada, ella se mantenía firme en su objetivo de derrotar a la diosa del bosque, así que sin vacilar le dijo: —La media hora que me diste de vida será suficiente para destruir a la deidad que planea matar a personas inocentes. —Es suficiente, Shaina. Ya no existe necesidad de pelear —replicó la de cabellera de oro, en un tono más conciliador—. Por respeto a ti y a tu valor, te dejaré pasar tranquilamente tus últimos minutos de vida aquí en mi territorio. Morirás reconfortada por la belleza de mi bosque en todo su esplendor. Que el aroma de las flores y el trinar de las aves te den paz en tu paso al otro mundo. —¡No necesito tu piedad! —declaró tajante la humana, extendiendo con decisión el brazo en el que sostenía su caduceo—. ¡Haré valer mis últimos instantes de vida protegiendo a mis alumnos y a las demás personas en la Tierra! —¡Te dije que basta, Guerrera! —le increpó severa la deidad perdiendo la paciencia, al tiempo que encendía sus ojos turquesa de furia—. ¡Si no deseas morir en paz en mi bosque, entonces abandona de una vez mi territorio y regresa a la Tierra con tus tan apreciados alumnos!! ¡Me cansé de verte y de tus insolencias!! Con el fin de amedrentar a la Amazona Dorada, Mielikki se vio obligada a invocar el Arma Suprema que ella misma había fabricado. En sus manos se materializó un arco de la misma tonalidad platinada de su armadura. —He bautizado a mi arma con el mismo nombre de Väinämöinen: el más célebre de los héroes de toda la historia finlandesa. Es curioso, pero tú me recuerdas la determinación y valor de aquel gran hombre. Sin vacilar, la diosa extrajo una flecha de plata de la aljaba que había aparecido en su espalda y la colocó habilidosamente en el arco. Extendiendo la tensa cuerda, apuntó el arma de forma amenazante hacia el corazón de su oponente. —No quiero cazarte como si fueras mi presa. Pero si no abandonas mi territorio hasta que termine de contar hasta diez, no dudaré en clavar esta flecha en tu corazón… —¡No pienso moverme ni un centímetro de este lugar! —replicó la Amazona de Ofiuco sin titubear—. ¡No huiré como una cobarde de esta batalla! —Será como quieras, Guerrera… Uno —empezó a contar sin detenerse—, dos, tres… El excesivo castigo que había recibido, sumado al efecto del veneno habían aplacado las fuerzas de Shaina, mas no su espíritu. Aunque no le sería humanamente posible sobrevivir a un ataque ejecutado con el arma de una diosa, la mujer en armadura dorada estaba dispuesta a morir en su intento por detener a su contrincante. —Cuatro, cinco, seis… —continuó enumerando cada segundo la diosa de la caza, cargando a la vez una enorme cantidad de cosmos plateado en la saeta—, siete, ocho… La distancia entre la deidad y la humana era relativamente corta. La velocidad con la que se imprimiría el impacto sería difícil de esquivar incluso para un Caballero Dorado. La doncella de Ofiuco bajó la guardia y relajó su cuerpo a fin concentrar mejor sus sentidos en el mortal ataque que se avecinaba. Y aunque en su corazón todavía existían dudas sobre si podría sobrevivir o no, la Amazona no planteó siquiera la idea de moverse un paso. —Nueve, ¡diez! ¡Desaparece de una vez, Shaina! Mielikki no dudó al soltar la cuerda del arco para liberar su flecha plateada. Al ver el cegador destello producido por el disparo, la Guerrera reaccionó extendiendo su propia arma, esperando que esta contenga la arremetida.

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