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La traducción de los autores grecolatinos, parte del legado del poeta Rubén Bonifaz Nuño
lenguaje cotidiano, pero con toda la sabiduría de la poesía clásica, del verso medido, de las rimas, de las cadencias clásicas, que no se notan por su lenguaje coloquial”.
En su opinión, el lenguaje y la sabiduría de Rubén Bonifaz Nuño abarca desde Garcilaso hasta los grandes clásicos. No debe olvidarse que él fue uno de los traductores de las Elegías de Propercio; su talla es enorme, por lo que debería ser más leído por todos los lectores, sobre todo por los jóvenes poetas.
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Guedea sugirió que para acercarse a la obra de Bonifaz Nuño los lectores podrían empezar por Fuego de pobres, Los demonios y los días y El manto y la corona, un libro de poemas de amor realmente entrañable, accesible al público y con grandes hallazgos poéticos, detalló. “A casi 100 años de su natalicio debe ser reeditado y hacerlo accesible en todas las colecciones posibles, públicas o privadas, porque es un poeta potente y de gran importancia en las letras mexicanas”, aseguró el entrevistado.
Finalmente, expresó que sería imposible entender la poesía mexicana del siglo XX sin la presencia de Rubén Bonifaz Nuño. “Esa generación nos dio a grandes autores, entre ellos Jaime Sabines y Rosario Castellanos. La tradición poética mexicana no se puede entender sin ellos, son clave”, afirmó.
Con estudios de Derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia; el doctorado en Letras Clásicas por la UNAM y pro - fesor de latín en la Facultad de Filosofía y Letras de la máxima casa de estudios, Bonifaz Nuño fue reconocido por sus destacadas traducciones de los autores grecolatinos, como Virgilio, Horacio, Catulo, Propercio, Homero y Cicerón.
En 1963 fue nombrado miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua; desde 1972 es miembro de El Colegio Nacional y fue presidente de la Sociedad Alfonsina desde 1986 hasta 2000, además de haber sido un estrecho y entusiasta colaborador de la Coordinación Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura.
Fundador y director de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, recibió diversos premios y distinciones nacionales e internacionales, como el Premio Nacional de Ciencias y Artes (1974), la Orden del Mérito en el grado de Comendador (1977), el Premio Latinoamericano de Letras Rafael Heliodoro Valle (1980), el Premio Internacional Alfonso Reyes (1984), el Premio Jorge Cuesta (1985), el Premio Universidad Nacional (1990), el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde (2000), el Premio Francisco Javier Clavijero (2004), la Medalla Rosario Castellanos (2005), el Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval (2007) y la Medalla de Oro Bellas Artes (2008), otorgada por el INBAL.
Fue nombrado investigador emérito de la UNAM en 1989 y nacional emérito en 1992, además de recibir el doctorado honoris causa por la Universidad de Colima (1984), la UNAM (1985) y la Universidad Veracruzana (1992).
Escribió, entre otros títulos, La muerte del ángel (1945), Poética (1951), Ofrecimiento romántico (1951), Imágenes (1953), Los demonios y los días (1956), El manto y la corona (1958), Canto llano a Simón Bolívar (1959), Fuego de pobres (1961), El ala del tigre (1969), La flama en el espejo (1971), Albur de amor (1987), Pulsera para Lucía Méndez (1989), Del templo de su cuerpo (1992), Amiga a la que amo (2004) y El honor del peligro (2012).