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Discurso de López Obrador en el 217 Aniversario del Natalicio de Benito Juárez
Juárez sabía que su apuesta corría el riesgo de ser interpretada como un agravio a las creencias del pueblo. Por eso procuró diferenciar lo anticlerical de lo antirreligioso. Para decirlo con más claridad, Juárez era anticlerical pero no antirreligioso. Su lucha era contra el clero, una corporación que acaparaba bienes materiales del país mantenía sometidas a las conciencias y era dueña, en los hechos, del poder público. La religiosidad y la libertad de creencia, según los principios de Juárez debían quedar a salvo, mantenerse inalterables. El propio Juárez, que conocía muy bien los sentimientos de la gente, entre cosas nació aquí en Guelatao, una pequeña comunidad, cómo no va a conocer los sentimientos de la gente, los sentimientos de los de abajo, por eso se esmeraba en utilizar en sus discursos expresiones místicas y religiosas; antes de proclamar las Leyes de Reforma, siendo gobernador de Oaxaca, al jurar la Constitución de 1857, expresó que con la Constitución, esa ley de leyes, decía: “triunfaremos, porque defendemos los intereses de la sociedad y porque Dios protege la santa causa de la libertad”. Más tarde expresaba: “Dios es el caudillo de las conquistas de la civilización”.
Una vez separada la iglesia del Estado y cumplida la frase bíblica de que “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, Juárez seguía pronunciando frases religiosas. Por ejemplo, decía: “existe la voluntad, que vence obstáculos; existe el patriotismo, que hace milagros”. Y a partir de la invasión francesa, pedía, lo cito textualmente: “Pido a Dios que el triunfo de México sirva para asegurar la Independencia y respetabilidad de las repúblicas hermanas”.
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Bueno, estos hombres que parecían gigantes, los liberales, entendieron muy buen cuál debía ser el mensaje al pueblo, para no confundir, para que no se manipulara al pueblo, hasta el mismo Ignacio Ramírez, El Nigromante, uno de los anticlericales más definidos del círculo selecto de liberales que fueron excomulgados por el Papa, llegó a sostener que él se hincaba donde se hinca el pueblo.
Con esa prudencia, con esa sabiduría y con una estrategia política magistral que consistió en despertar la ambición de los propietarios privados que se cambiaron de partido, de bando, y se convirtieron en liberales por el interés de quedarse con las grandes extensiones de tierras acaparadas por el clero, así con esa estrategia, al ponerse al mercado las tierras del clero, grandes extensiones de terreno se despertó la ambición de propietarios particulares que se convirtieron en liberales, y esto ayudó mucho a la causa de la Reforma, así se consumó el milagro del triunfo de la Reforma, un logro como ningún otro en el mundo, esto no sucedió en ningún país de la Tierra, esta Reforma encabezada por Juárez se trató de una excepcional hazaña; vencer a un Goliat, a un poderoso y omnímodo adversario.
No obstante, derrotados los conservadores, como es su mala costumbre, acudieron al extranjero a buscar auxilio para su causa; es decir, incapaces de ganar por la vía electoral y ni siquiera por la fuerza de las armas, un grupo de reaccionarios de nuestro país apelaron al monarca francés Napoleón III y le fueron a ofrecer el trono de México a Maximiliano de Habsburgo.
Fue así como nos invadieron cerca de 30 mil soldados franceses del entonces más poderoso ejército del mundo. Este enorme agravio hizo resurgir el más puro y leal heroísmo del pueblo de México. En esos momentos, en todas las regiones del país, en todas partes del territorio, se escuchaba la consigna de que no había término medio entre ser mexicano y traidor.
Es célebre el exhorto del general Ignacio Zaragoza previo a la Batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862, a los mexicanos que se preparaban para defender al país de los invasores franceses, les decía Zaragoza: “Tenemos ante nosotros al mejor ejército del mundo, pero vamos a triunfar porque ustedes son los mejores hijos de la patria”.
Y así fue. Es también célebre un telegrama en el que Ignacio Zaragoza le informa al ministro de Guerra que “las armas nacionales se han cubierto de gloria”.
Esta batalla y otras, como el heroico sitio de Puebla, permitieron a Juárez ganar tiempo y preparar la retirada al norte para mantener en alto la dignidad de la República. A mediados de 1863, ante la imposibilidad de defender la Ciudad de México, la capital de la República, Juárez salió acompañado por los integrantes de su gabinete y un pequeño equipo de gobierno, resguardado apenas por un piquete de medio centenar de efectivos. En el sencillo carruaje del mandatario viajaban los integrantes de su familia, empezando por su esposa Margarita, que estaba embarazada, y en otros carros iban los archivos de la República, indispensables para que el gobierno siguiera funcionando Pero la carga más valiosa de esa pequeña caravana era intangible: era la dignidad nacional. Fue la dignidad la que convirtió la huida en resistencia, la debilidad material en fortaleza moral y la inferioridad en medios militares en la superioridad de la razón.
Fue la dignidad la que convirtió en un ejemplo mundial la lucha del pueblo de México por su territorio, por sus instituciones republicanas, por su autodeterminación y por su soberanía.
No es metafórico decir que el pequeño grupo que peregrinó por Dolores Hidalgo, Guanajuato; San Luis Potosí; Monterrey; Saltillo; Santa Rosa (hoy Gómez Palacio, Durango); la capital de Chihuahua y acabó literalmente orillado en Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez, llevaba consigo a la República.
Pero también, todas las esperanzas de México las encarnaba un presidente indomable que, ante traiciones, vacilaciones o propuestas de negociaciones indecorosas, llegó a contestarle en una carta a Maximiliano lo siguiente: Es dado al hombre, Señor, atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen, y de los vicios propios una virtud… Pero hay una cosa –le decía el presidente–, hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará.
Y más tarde, el 2 de marzo de 1865, le escribe a su yerno Pedro Santacilia, con la siguiente convicción: Que el enemigo nos venza y nos robe, si tal es nuestro destino; pero nosotros no debemos legalizar un atentado entregándole voluntariamente lo que nos exige por la fuerza. Si la Francia, los Estados Unidos o cualquiera otra nación se apodera de algún punto de nuestro territorio y por nuestra debilidad no podemos arrojarlo de él, dejemos siquiera vivo nuestro derecho, para que las generaciones que nos sucedan lo recobren. Malo sería dejarnos desarmar por una fuerza superior; pero sería pésimo desarmar a nuestros hijos privándolos de un buen derecho que, más valientes, más patriotas y más sufridos que nosotros, lo harían valer y sabrían reivindicarlo algún día.
A la postre, el Imperio acabó por derrumbarse por diversos factores internos y externos. El más importante de ellos fue sin duda el tesón del gobierno juarista y la resistencia de la población mexicana. Pero también pesó en lo externo que en el continente americano el panorama previo a la invasión francesa había cambiado. En abril de 1864 el gobierno del presidente Abraham Lincoln logró la derrota definitiva de los esclavistas sureños y con ello ganó la guerra civil en la que había estado sumido Estados Unidos durante cuatro años.
Señor John Kerry, Amigas y amigos: Como todos sabemos, aún en plena Guerra de Secesión, Abraham Lincoln apoyó al gobierno de Benito Juárez en su lucha contra los invasores franceses, dio refugio y protección a su familia, a la familia del presidente Juárez, y negó el reconocimiento al régimen imperial de Maximiliano.
Desde mucho antes, desde antes que llegara a la presidencia Abraham Lincoln, en 1847, en sus tiempos de congresista, Lincoln dio prueba de su grandeza moral al condenar la invasión de Estados Unidos a México y el subsecuente despojo territorial; Lincoln criticó al presidente James Polk de haber emprendido, con el apoyo de la Cámara de Representantes, una agresión injusta basada en mentiras y en la prepotencia. El representante por Illinois, Lincoln, sufrió graves consecuencias políticas por su honestidad: fue acusado por Polk y sus partidarios de colaborar con un “enemigo”, Lincoln perdió, en ese tiempo, la elección al Senado y su partido se quedó sin la mayoría en la Cámara de Representantes. Pero las cosas cambiaron y llegó posteriormente a la presidencia.
Desde el inicio de su mandato presidencial, Lincoln, recibió en su casa, en su residencia al embajador mexicano, Matías Romero, con quien acabaría forjando una cercana amistad.
El presidente Benito Juárez y el presidente Abraham Lincoln, gigantes de la historia, abrazaron causas simultáneas y semejantes por la integridad de sus respectivos países, por la defensa de la legalidad y la justicia, y por la dignidad de los seres humanos. Siendo ambos partidarios de la paz, tuvieron que escoger la guerra como el mal menor; ambos enfrentaron situaciones críticas y entrelazadas y las superaron con la fuerza enorme del apego a los principios, sin los cuales, como decía Juárez, “sin principios los hombres dedicados a la política, a lo público, sin principios no son nada”.
En Lincoln y en Juárez, mexicanos y estadounidenses tenemos el ejemplo de que la amistad, la cooperación y la comunión de principios y de propósitos, pueden y deben ir más allá de divergencias culturales y políticas, de diferendos económicos y de agravios históricos. Y por eso a mí me da mucho gusto, señor Kerry, que nos acompañe en este día con la representación de nuestro amigo, el presidente Joe Biden. Muchas gracias por estar aquí. Así pues, esta es una fecha venturosa, este 21 de marzo, una fecha venturosa para la dignidad de las personas, de las naciones y de la paz. Porque la dignidad conlleva el respeto a los derechos de los otros y si hay respeto, hay paz, tanto entre los individuos como entre las naciones.