Literar julio 2013

Page 1

NOTICIAS DE LITERATURA Y CULTURA “REVISTA LITERAR” EDICIÓN 4° JULIO 2013

CULTURA Y LITERATURA

LITERAR

JU

LI O

20 1

3

REVISTA

“Literar” es un compendio de ideas, opiniones y consejos relacionados al ambiente cultural (vasado en el derecho de libre expresión, art 14 de la constitución nacional Argentina), en ningún modo la “Revista” asevera o confirma ningún contenido de la misma, la “Revista Literar” es un panfleto que solo difunde los contenidos culturales como opiniones de sus autores y estos no necesariamente reflejan la opinión de “Literar” o pasan por un proceso de verificación o censura. Las imágenes solo tienen un fin ilustrativo y pueden no corresponder a la realidad. “Literar” NO COBRA por publicidad u otro servicio ni persigue fines de lucro…


Encuentra tu mundo‌ únete al universo


LITERAR

LITERAR


ÍNDICE Autores celebres Edgar Allan Poe------------------------pág. 6 Autores celebres Charles Dickens-----------------------pág. 14

Sueños de elocuencia------------------------------------pág. 22 La frase del mes --------------------------------------------pág. 24 Reseña “La irrelevancia de llamarse Lucy”--------pág. 26 Digno entre los dignos---------------------------------pág. 28

Rubén Darío Callejas-------------------------------------pág. 32 Reseña “Tokio Año Zero”--------------------------------pág. 34 Reseña “Días de Lluvia”--------------------------------pág. 40 Ciencia Ficción con Vicente Hernándiz----------------pág. 42


R

LITERAR


Sección - Autores celebres!!

Edgar Allan Poe...

El hombre de la multitud.

B

ien se ha dicho de cierto libro alemán que er lässt sich nicht lesen -no se deja leer-. Hay ciertos secretos que no se dejan expresar. Hay hombres que mueren de noche en sus lechos, estrechando convulsivamente las manos de espectrales confesores, mirándolos lastimosamente en los ojos; mueren con el corazón desesperado y apretada la garganta a causa de esos misterios que no permiten que se los revele. Una y otra vez, ¡ay!, la conciencia del hombre soporta una carga tan pesada de horror que sólo puede arrojarla a la tumba. Y así la esencia de todo crimen queda inexpresada. No hace

Pag. 6

mucho tiempo, en un atardecer de otoño, hallábame sentado junto a la gran ventana que sirve de mirador al café D..., en Londres. Después de varios meses de enfermedad, me sentía convaleciente y con el retorno de mis fuerzas, notaba esa agradable disposición que es el reverso exacto del ennui; disposición llena de apetencia, en la que se desvanecen los vapores de la visión interior -άχλϋς ή πριν έπήεν- y el intelecto electrizado sobrepasa su nivel cotidiano, así como la vívida aunque ingenua razón de Leibniz sobrepasa la alocada y endeble retórica de Gorgias. El solo hecho de respirar era un goce, e incluso de muchas fuentes legítimas

del dolor extraía yo un placer. Sentía un interés sereno, pero inquisitivo, hacia todo lo que me rodeaba. Con un cigarro en los labios y un periódico en las rodillas, me había entretenido gran parte de la tarde, ya leyendo los anuncios, ya contemplando la variada concurrencia del salón, cuando no mirando hacia la calle a través de los cristales velados por el humo. Dicha calle es una de las principales avenidas de la ciudad, y durante todo el día había transitado por ella una densa multitud. Al acercarse la noche, la afluencia aumentó, y cuando se encendieron las lámparas


pudo verse una doble y continua corriente de transeúntes pasando presurosos ante la puerta. Nunca me había hallado a esa hora en el café, y el tumultuoso mar de cabezas humanas me llenó de una emoción deliciosamente nueva. Terminé por despreocuparme de lo que ocurría adentro y me absorbí en la contemplación de la escena exterior. Al principio, mis observaciones tomaron un giro abstracto y general. Miraba a los viandantes en masa y pensaba en ellos desde el punto de vista de su relación colectiva. Pronto, sin embargo, pasé a los detalles, examinando con minucioso interés las innumerables variedades de figuras, vestimentas, apariencias, actitudes, rostros y expresiones. La gran mayoría de los que iban pasando tenían un aire tan serio como satisfecho, y sólo parecían pensar en la manera de abrirse paso en el apiñamiento. Fruncían las cejas y giraban vivamente los ojos; cuando otros transeúntes los empujaban, no daban ninguna señal de impaciencia, sino que se alisaban la ropa y continuaban presurosos. Otros, también en gran número, se movían incansables, rojos los rostros, hablando y gesticulando consigo mismos como si la densidad de la masa que los rodeaba los hiciera sentirse solos. Cuando hallaban un obstáculo a su paso cesaban bruscamente de mascullar pero redoblaban sus gesticulaciones, esperando con sonrisa forzada y ausente que los demás les abrieran camino. Cuando

Biografía Edgar Allan Poe (Boston, Estados Unidos, 19 de enero de 1809 – Baltimore, Estados Unidos, 7 de octubre de 1849) fue un escritor, poeta, crítico y periodista romántico estadounidense, generalmente reconocido como uno de los maestros universales del relato corto, del cual fue uno de los primeros practicantes en su país. Fue renovador de la novela gótica, recordado especialmente por sus cuentos de terror. Considerado el inventor del relato detectivesco, contribuyó asimismo con varias obras al género emergente de la ciencia-ficción. Por otra parte, fue el primer escritor estadounidense de renombre que intentó hacer de la escritura su modus vivendi, lo que tuvo para él lamentables consecuencias. Fue bautizado como Edgar Poe en Boston, Massachusetts, y sus padres murieron cuando era niño. Fue recogido por un matrimonio adinerado de Richmond, Virginia, Frances y John Allan, aunque nunca fue adoptado oficialmente. Pasó un curso académico en la Universidad de Virginia y posteriormente se enroló, también por breve tiempo, en el ejército. Sus relaciones con los Allan se rompieron en esa época, debido a las continuas desavenencias con su padrastro, quien a menudo desoyó sus peticiones de ayuda y acabó desheredándolo. Su carrera literaria se inició con un libro de poemas, Tamerlane and Other Poems (1827). Por motivos económicos, pronto dirigió sus esfuerzos a la prosa, escribiendo relatos y crítica literaria para algunos periódicos de la época; llegó a adquirir cierta notoriedad por su estilo cáustico y elegante. Debido a su trabajo, vivió en varias ciudades: Baltimore, Filadelfia y Nueva York. En Baltimore, en 1835, contrajo matrimonio con su prima Virginia Clemm, que contaba a la sazón trece años de edad. En enero de 1845, publicó un poema que le haría célebre: “El cuervo”. Su mujer murió de tuberculosis dos años más tarde. El gran sueño del escritor, editar su propio periódico (que iba a llamarse The Stylus), nunca se cumplió. Murió el 7 de octubre de 1849, en la ciudad de Baltimore, cuando contaba apenas cuarenta años de edad. La causa exacta de su muerte nunca fue aclarada. Se atribuyó al alcohol, a congestión cerebral, cólera, drogas, fallo cardíaco, rabia, suicidio, tuberculosis y otras causas.

Pag. 7


los empujaban, se deshacían en saludos hacia los responsables, y parecían llenos de confusión. Pero, fuera de lo que he señalado, no se advertía nada distintivo en esas dos clases tan numerosas. Sus ropas pertenecían a la categoría tan agudamente denominada decente. Se trataba fuera de duda de gentileshombres, comerciantes, abogados, traficantes y agiotistas; de los eupátridas y la gente ordinaria de la sociedad; de hombres dueños de su tiempo, y hombres activamente ocupados en sus asuntos personales, que dirigían negocios bajo su responsabilidad. Ninguno de ellos llamó mayormente mi atención. El grupo de los amanuenses era muy evidente, y en él discerní dos notables divisiones. Estaban los empleados menores de las casas ostentosas, jóvenes de ajustadas chaquetas, zapatos relucientes, cabellos con pomada y bocas desdeñosas. Dejando de Pag. 8

lado una cierta apostura que, a falta de mejor palabra, cabría denominar oficinesca, el aire de dichas personas me parecía el exacto facsímil de lo que un año o año y medio antes había constituido la perfección del bon ton. Afectaban las maneras ya desechadas por la clase media -y esto, creo, da la mejor definición posible de su clase. La división formada por los empleados superiores de las firmas sólidas, los «viejos tranquilos», era inconfundible. Se los reconocía por sus chaquetas y pantalones negros o castaños, cortados con vistas a la comodidad; las corbatas y chalecos, blancos; los zapatos, anchos y sólidos, y las polainas o los calcetines, espesos y abrigados. Todos ellos mostraban señales de calvicie, y la oreja derecha, habituada a sostener desde hacía mucho un lapicero, aparecía extrañamente separada. Noté que siempre se quitaban o ponían el sombrero con

ambas manos y que llevaban relojes con cortas cadenas de oro de maciza y antigua forma. Era la suya la afectación de respetabilidad, si es que puede existir una afectación tan honorable. Había aquí y allá numerosos individuos de brillante apariencia, que fácilmente reconocí como pertenecientes a esa especie de carteristas elegantes que infesta todas las grandes ciudades. Miré a dicho personaje con suma detención y me resultó difícil concebir cómo los caballeros podían confundirlos con sus semejantes. Lo exagerado del puño de sus camisas y su aire de excesiva franqueza los traicionaba inmediatamente. Los jugadores profesionales -y había no pocos- eran aún más fácilmente reconocibles. Vestían toda clase de trajes, desde el pequeño tahúr de feria, con su chaleco de terciopelo, corbatín de fantasía, cadena dorada y botones


de filigrana, hasta el pillo, vestido con escrupulosa y clerical sencillez, que en modo alguno se presta a despertar sospechas. Sin embargo, todos ellos se distinguían por el color terroso y atezado de la piel, la mirada vaga y perdida y los labios pálidos y apretados. Había, además, otros dos rasgos que me permitían identificarlos siempre; un tono reservadamente bajo al conversar, y la extensión más que ordinaria del pulgar, que se abría en ángulo recto con los dedos. Junto a estos tahúres observé muchas veces a hombres vestidos de manera algo diferente, sin dejar de ser pájaros del mismo plumaje. Cabría definirlos como caballeros que viven de su ingenio. Parecen precipitarse sobre el público en dos batallones: el de los dandys y el de los militares. En el primer grupo, los rasgos característicos son los cabellos largos y las sonrisas; en el segundo, los levitones y el aire cejijunto.

Bajando por la escala de lo que da en llamarse superioridad social, encontré temas de especulación más sombríos y profundos. Vi buhoneros judíos, con ojos de halcón brillando en rostros cuyas restantes facciones sólo expresaban abyecta humildad; empedernidos mendigos callejeros profesionales, rechazando con violencia a otros mendigos de mejor estampa, a quienes sólo la desesperación había arrojado a la calle a pedir limosna; débiles y espectrales inválidos, sobre los cuales la muerte apoyaba una firme mano y que avanzaban vacilantes entre la muchedumbre, mirando cada rostro con aire de imploración, como si buscaran un consuelo casual o alguna perdida esperanza; modestas jóvenes que volvían tarde de su penosa labor y se encaminaban a sus fríos hogares, retrayéndose más afligidas que indignadas ante las ojeadas de los rufianes, cuyo contacto directo no les era posible evitar; rameras de toda

clase y edad, con la inequívoca belleza en la plenitud de su feminidad, que llevaba a pensar en la estatua de Luciano, por fuera de mármol de Paros y por dentro llena de basura; la horrible leprosa harapienta, en el último grado de la ruina; el vejestorio lleno de arrugas, joyas y cosméticos, que hace un último esfuerzo para salvar la juventud; la niña de formas apenas núbiles, pero a quien una larga costumbre inclina a las horribles coqueterías de su profesión, mientras arde en el devorador deseo de igualarse con sus mayores en el vicio; innumerables e indescriptibles borrachos, algunos harapientos y remendados, tambaleándose, incapaces de articular palabra, amoratado el rostro y opacos los ojos; otros con ropas enteras aunque sucias, el aire provocador pero vacilante, gruesos labios sensuales y rostros rubicundos y abiertos; otros vestidos con trajes que alguna vez fueron buenos y que todavía están cepillados Pag. 9


cuidadosamente, hombres que caminan con paso más firme y más vivo que el natural, pero cuyos rostros se ven espantosamente pálidos, los ojos inyectados en sangre, y que mientras avanzan a través de la multitud se toman con dedos temblorosos todos los objetos a su alcance; y, junto a ellos, pasteleros, mozos de cordel, acarreadores de carbón, deshollinadores, organilleros, exhibidores de monos amaestrados, cantores callejeros, los que venden mientras los otros cantan, artesanos desastrados, obreros de todas clases, vencidos por la fatiga, y todo ese conjunto estaba lleno de una ruidosa y desordenada vivacidad, que resonaba discordante en los oídos y creaba en los ojos una sensación dolorosa.

rasgos más agradables desaparecían a medida que el sector ordenado de la población se retiraba y los más ásperos se reforzaban con el surgir de todas las especies de infamia arrancadas a sus guaridas por lo avanzado de la hora), sino que los resplandores del gas, débiles al comienzo de la lucha contra el día, ganaban por fin ascendiente y esparcían en derredor una luz agitada y deslumbrante. Todo era negro y, sin embargo, espléndido, como el ébano con el cual fue comparado el estilo de Tertuliano.

Los extraños efectos de la luz me obligaron a examinar individualmente las caras de la gente y, aunque la rapidez con que aquel mundo pasaba delante de la ventana me impedía lanzar más de una ojeada a cada A medida que la noche se hacía más rostro, me pareció que, en mi singuprofunda, también era más profun- lar disposición de ánimo, era capaz do mi interés por la escena; no sólo de leer la historia de muchos años en el aspecto general de la multitud el breve intervalo de una mirada. cambiaba materialmente (pues sus

Pegada la frente a los cristales, ocupábame en observar la multitud, cuando de pronto se me hizo visible un rostro (el de un anciano decrépito de unos sesenta y cinco o setenta años) que detuvo y absorbió al punto toda mi atención, a causa de la absoluta singularidad de su expresión. Jamás había visto nada que se pareciese remotamente a esa expresión. Me acuerdo de que, al contemplarla, mi primer pensamiento fue que, si Retzch la hubiera visto, la hubiera preferido a sus propias encarnaciones pictóricas del demonio. Mientras procuraba, en el breve instante de mi observación, analizar el sentido de lo que había experimentado, crecieron confusa y paradójicamente en mi Cerebro las ideas de enorme capacidad mental, cautela, penuria, avaricia, frialdad, malicia, sed de sangre, triunfo, alborozo, terror excesivo, y de intensa, suprema desesperación. «¡Qué extraordinaria historia está escrita en ese pecho!», me dije. Nacía


en mí un ardiente deseo de no perder de vista a aquel hombre, de saber más sobre él. Poniéndome rápidamente el abrigo y tomando sombrero y bastón, salí a la calle y me abrí paso entre la multitud en la dirección que le había visto tomar, pues ya había desaparecido. Después de algunas dificultades terminé por verlo otra vez; acercándome, lo seguí de cerca, aunque cautelosamente, a fin de no llamar su atención. Tenía ahora una buena oportunidad para examinarlo. Era de escasa estatura, flaco y aparentemente muy débil. Vestía ropas tan sucias como harapientas; pero, cuando la luz de un farol lo alumbraba de lleno, pude advertir que su camisa, aunque sucia, era de excelente tela, y, si mis ojos no se engañaban, a través de un desgarrón del abrigo de segunda mano que lo envolvía apretadamente alcancé a ver el resplandor de un diamante y de un puñal. Estas observaciones enardecieron mi curiosidad y resolví seguir al desco-

nocido a dondequiera que fuese. Era ya noche cerrada y la espesa niebla húmeda que envolvía la ciudad no tardó en convertirse en copiosa lluvia. El cambio de tiempo produjo un extraño efecto en la multitud, que volvió a agitarse y se cobijó bajo un mundo de paraguas. La ondulación, los empujones y el rumor se hicieron diez veces más intensos. Por mi parte la lluvia no me importaba mucho; en mi organismo se escondía una antigua fiebre para la cual la humedad era un placer peligrosamente voluptuoso. Me puse un pañuelo sobre la boca y seguí andando. Durante media hora el viejo se abrió camino dificultosamente a lo largo de la gran avenida, y yo seguía pegado a él por miedo a perderlo de vista. Como jamás se volvía, no me vio. Entramos al fin en una calle transversal que, aunque muy concurrida, no lo estaba tanto como la que acabábamos de abandonar. Inmediatamente advertí

un cambio en su actitud. Caminaba más despacio, de manera menos decidida que antes, y parecía vacilar. Cruzó repetidas veces a un lado y otro de la calle, sin propósito aparente; la multitud era todavía tan densa que me veía obligado a seguirlo de cerca. La calle era angosta y larga y la caminata duró casi una hora, durante la cual los viandantes fueron disminuyendo hasta reducirse al número que habitualmente puede verse a mediodía en Broadway, cerca del parque (pues tanta es la diferencia entre una muchedumbre londinense y la de la ciudad norteamericana más populosa). Un nuevo cambio de dirección nos llevó a una plaza brillantemente iluminada y rebosante de vida. El desconocido recobró al punto su actitud primitiva. Dejó caer el mentón sobre el pecho, mientras sus ojos giraban extrañamente bajo el entrecejo fruncido, mirando en todas direcciones hacia los que le rodeaban. Se abría camino con firmeza

Edgar Allan Poe.


y perseverancia. Me sorprendió, sin embargo, advertir que, luego de completar la vuelta a la plaza, volvía sobre sus pasos. Y mucho más me asombró verlo repetir varias veces el mismo camino, en una de cuyas ocasiones estuvo a punto de descubrirme cuando se volvió bruscamente. Otra hora transcurrió en esta forma, al fin de la cual los transeúntes habían disminuido sensiblemente. Seguía lloviendo con fuerza, hacía fresco y la gente se retiraba a sus casas. Con un gesto de impaciencia el errabundo entró en una calle lateral comparativamente desierta. Durante cerca de un cuarto de milla anduvo por ella con una agilidad que jamás hubiera soñado en una persona de tanta edad, y me obligó a gastar mis fuerzas para poder seguirlo. En pocos minutos llegamos a una feria muy grande y concurrida, cuya disposición parecía ser familiar al desconocido. Inmediatamente recobró su actitud anterior, mientras se abría paso a un lado y otro, sin propósito alguno, mezclado con la muchedumbre de compradores y vendedores. Durante la hora y media aproximadamente que pasamos en el lugar debí obrar con suma cautela para mantenerme cerca sin ser descubierto. Afortunadamente llevaba chanclos que me permitían andar sin hacer el menor ruido. En ningún momento notó el viejo que lo espiaba. Entró de tienda en tienda, sin informarse de nada, sin decir palabra y mirando las mercancías con ojos ausentes y extraviados. A esta altura me sentía lleno de asombro ante su conducta, y estaba resuelto a no perderle pisada hasta satisfacer mi curiosidad. Un reloj dio sonoramente las once, y los concurrentes empezaron a abandonar la feria. Al cerrar un postigo, uno de los tenderos empujó al viejo, e instantáneamente vi que corría por su cuerpo un estremecimiento. Lanzóse a la calle, mirando ansiosamente en todas Pag. 12

direcciones, y corrió con increíble velocidad por varias callejuelas sinuosas y abandonadas, hasta volver a salir a la gran avenida de donde habíamos partido, la calle del hotel D... Pero el aspecto del lugar había cambiado. Las luces de gas brillaban todavía, mas la lluvia redoblaba su fuerza y sólo alcanzaban a verse contadas personas. El desconocido palideció. Con aire apesadumbrado anduvo algunos pasos por la avenida antes tan populosa, y luego, con un profundo suspiro, giró en dirección al río y, sumergiéndose en una complicada serie de atajos y callejas, llegó finalmente ante uno de los más grandes teatros de la ciudad. Ya cerraban sus puertas y la multitud salía a la calle. Vi que el viejo jadeaba como si buscara aire fresco en el momento en que se lanzaba a la multitud, pero me pareció que el intenso tormento que antes mostraba su rostro se había calmado un tanto. Otra vez cayó su cabeza sobre el pecho; estaba tal como lo había visto al comienzo. Noté que seguía el camino que tomaba el grueso del público, pero me era imposible comprender lo misterioso de sus acciones.

poco sus integrantes se fueron separando, hasta que sólo tres de ellos quedaron juntos en una calleja angosta y sombría, casi desierta. El desconocido se detuvo y por un momento pareció perdido en sus pensamientos; luego, lleno de agitación, siguió

Mientras andábamos los grupos se hicieron menos compactos y la inquietud y vacilación del viejo volvieron a manifestarse. Durante un rato siguió de cerca a una ruidosa banda formada por diez o doce personas; pero poco a

ráp i d a mente una ruta que nos llevó a los límites de la ciudad y a zonas muy diferentes de las que habíamos atravesado has-


ta entonces. Era el barrio más ruidoso de Londres, donde cada cosa ostentaba los peores estigmas de la pobreza y del crimen. A la débil luz de uno de los escasos faroles se veían altos, antiguos y carcomidos edificios de madera, pe-

l i grosamente inclinados de manera tan rara y caprichosa que apenas sí podía discernirse entre ellos algo así como un pasaje.

Las piedras del pavimento estaban sembradas al azar, arrancadas de sus lechos por la cizaña. La más horrible inmundicia se acumulaba en las cunetas. Toda la atmósfera estaba bañada en desolación. Sin embargo, a medida que avanzábamos los sonidos de la vida humana crecían gradualmente y al final nos encontramos entre grupos del más vil populacho de Londres, que se paseaban tambaleantes de un lado a otro. Otra vez pareció reanimarse el viejo, como una lámpara cuyo aceite está a punto de extinguirse. Otra vez echó a andar con elásticos pasos. Doblamos bruscamente en una esquina, nos envolvió una luz brillante y nos vimos frente a uno de los enormes templos suburbanos de la Intemperancia, uno de los palacios del demonio Ginebra. Faltaba ya poco para el amanecer, pero gran cantidad de miserables borrachos entraban y salían todavía por la ostentosa puerta. Con un sofocado grito de alegría el viejo se abrió paso hasta el interior, adoptó al punto su actitud primitiva y anduvo de un lado a otro entre la multitud, sin motivo aparente. No llevaba mucho tiempo así, cuando un súbito movimiento general hacia la puerta reveló que la casa estaba a punto de ser cerrada. Algo aún más intenso que la desesperación se pin-

tó entonces en las facciones del extraño ser a quien venía observando con tanta pertinacia. No vaciló, sin embargo, en su carrera, sino que con una energía de maniaco volvió sobre sus pasos hasta el corazón de la enorme Londres. Corrió rápidamente y durante largo tiempo, mientras yo lo seguía, en el colmo del asombro, resuelto a no abandonar algo que me interesaba más que cualquier otra cosa. Salió el sol mientras seguíamos andando y, cuando llegamos de nuevo a ese punto donde se concentra la actividad comercial de la populosa ciudad, a la calle del hotel D..., la vimos casi tan llena de gente y de actividad como la tarde anterior. Y aquí, largamente, entre la confusión que crecía por momentos, me obstiné en mi persecución del extranjero. Pero, como siempre, andando de un lado a otro, y durante todo el día no se alejó del torbellino de aquella calle. Y cuando llegaron las sombras de la segunda noche, y yo me sentía cansado a morir, enfrenté al errabundo y me detuve, mirándolo fijamente en la cara. Sin reparar en mí, reanudó su solemne paseo, mientras yo, cesando de perseguirlo, me quedaba sumido en su contemplación. -Este viejo -dije por fin-representa el arquetipo y el genio del profundo crimen. Se niega a estar solo. Es el hombre de la multitud. Sería vano seguirlo, pues nada más aprenderé sobre él y sus acciones. El peor corazón del mundo es un libro más repelente que el Hortulus Animae, y quizá sea una de las grandes mercedes de Dios el que er lässt sich nicht lesen.

FIN.


Sección - Autores celebres!!

Charles Dickens.

El armario viejo.

E

ran las diez de la noche. En la hostería de los Tres Pichones, de Abbeylands, un viajero, joven aún, se había retirado a su cuarto, y de pie, cruzados los brazos contra el pecho, contemplaba el contenido de un baúl que acababa de abrir. -Bueno, todavía debo sacar algún partido de lo que me queda -dijo. Sí, en este baúl puedo invocar un genio no menos poderoso que el de Las mil y una noches: el genio de la venganza... y quizá también el de la riqueza... ¿Quién sabe?... Empecemos antes por el primero. Quien hubiese visto el contenido

Pag. 14

del baúl, más bien habría pensado que su dueño no debería hacer mejor cosa que llevárselo a un trapero, pues todo eran ropas, en su mayor parte pertenecientes, por su tela y forma, a las modas de otro siglo, excepto uno o dos vestidos de mujer; pero ¿qué podía hacer con traje de mujer el joven cuya imaginación se exaltaba de ese modo ante aquel guardarropa híbrido? No eran días de Carnaval...

chó el frac, se echó encima un capote de caza, bajó, franqueó la puerta, siguió por la Calle Mayor hasta recorrerla casi toda, torció por una calleja y se detuvo ante el escaparate de un comercio.

Quizá fuese el único abierto de todo el pueblo. Detrás del escaparate se veían las más variadas mercancías: muebles, libros, gemelos, monedas de plata, alhajas, relojes, hierro viejo y artículos de tocador. La mayo-¡Alto! Dan las diez -repuso de ría de estos objetos tenían un rótulo pronto-. Tengo que apresurarme, no que indicaba su precio. Detrás de un vaya a cerrar la tienda ese bribón. mostrador enrejado se sentaba un hombre con la pluma sobre la oreja, Y hablando consigo mismo se abro- como un contable que acabara de in-


terrumpir una operación matemática para despabilar la luz de la vela. Porque, en medio de todas aquellas riquezas, el hombre del mostrador se alumbraba económicamente con una prosaica vela de sebo colocada en una vieja botella vacía. También él, lo mismo que el joven de la hostería, animaba su soledad con un monólogo o con uno de esos diálogos cuyas preguntas y respuestas las hace uno mismo. “Es una gran verdad, sí, señor. En un chelín hay un millón, como en un grano de trigo hay toda una cosecha para llenar un granero; el secreto consiste en colocar bien el chelín y en sembrar el grano de trigo en buena tierra. La inteligencia y el ahorro dan a los ceros valor poniéndolos a continuación de las cifras; la locura y la prodigalidad ponen la cifra a continuación de los ceros. ¡Qué maravillosa semana! Las doscientas libras esterlinas que me prestó hace diez años Tomás Evans han dado excelente fruto. El imbécil perdió mi pagaré; siempre hacía igual por su habitual negligencia. Eso sí, también habría perdido el dinero si se hubiera presentado al vencimiento, en vez de morir nombrando heredero a su hijo Jorge, aún más derrochador que él. Creo firmemente que Tomás Evans tuvo la intención de dejarme ese legado, aunque el joven me escribió reclamándome las doscientas libras esterlinas con el pretexto de que no pagué a su padre”.

Biografía Charles John Huffam Dickens (Portsmouth, Inglaterra, 7 de febrero de 1812 – Gads Hill Place, Inglaterra, 9 de junio de 1870) fue un famoso novelista inglés, uno de los más conocidos de la literatura universal, y el principal de la era victoriana. Fue maestro del género narrativo, al que imprimió ciertas dosis de humor e ironía, practicando a la vez una aguda crítica social. En su obra destacan las descripciones de gente y lugares, tanto reales como imaginarios. Utilizó en ocasiones el seudónimo Boz. Críticas posteriores, tales como las de George Gissing y G. K. Chesterton, defendieron y aclamaron su dominio de la lengua inglesa como inigualable, sus personajes como inolvidables, y en gran medida su profunda sensibilidad social. No obstante, también recibió críticas de sus mejores lectores —George Henry Lewes, Henry James y Virginia Woolf, entre ellos— los cuales achacaron ciertos defectos a sus obras, como el sentimentalismo efusivo, acontecimientos irreales y personajes grotescos.1 Sus novelas y relatos cortos disfrutaron de gran popularidad en vida del escritor, y aún hoy se editan continuamente. Dickens escribió novelas por entregas, el formato usual en la ficción en su época, por la simple razón de que no todo el mundo poseía los recursos económicos necesarios para comprar un libro, y cada nueva entrega de sus historias era esperada con gran entusiasmo por sus lectores, nacionales e internacionales. Dickens fue y sigue siendo venerado como un ídolo literario por escritores de todo el mundo. Murio el 9 de junio de 1870, sin haber recuperado la consciencia. Contra su deseo de ser enterrado en la catedral de Rochester (la cercana a su domicilio), «de forma barata, sin ostentaciones y estrictamente privada», lo fue en la llamada «Esquina de los Poetas» de la Abadía de Westminster, si bien se procuró respetar su deseo de privacidad.6 Circuló a su muerte un epitafio impreso en el que se decía que «fue simpatizante del pobre, del miserable, y del oprimido; y con su muerte, el mundo ha perdido a uno de los más grandes escritores ingleses». Dickens estipuló que no se erigiera ningún monumento en su honor; su única estatua de tamaño natural data de 1981, fue realizada por Francis Edwin Elwell, y se encuentra localizada en Clark Park, Filadelfia, en los Estados Unidos. Su gran sueño fue el de ser libre y lo consiguió siendo escritor.

Pag. 15


-”Señor mío -le contesté-, presénteme el pagaré y haré honor a mi firma. No pido ningún requisito más: soy solvente. Venga usted mismo si no tiene confianza en su agente de negocios”. “¡Sí, sí! Le pareció mejor correr mundo con una actriz y gastarse las rentas antes de cobrarlas, en Norteamérica, de donde creo que no regresará. Dicen que también él se ha hecho cómico... ¡Cómico!... ¡Cualquier día el teatro le indemnizará de lo que le ha costado! Razón tiene nuestro ministro, el reverendo señor Mac-Holy, cuando llama escuela de Satanás al teatro. Si Tomás Evans hubiera sabido que su hijo acabaría su educación en esa escuela, además del pagaré de las doscientas libras esterlinas me hubiera legado también todo el modesto patrimonio que tan mal invirtió el heredero réprobo. ¡Comerse con una actriz la herencia de Tomás Evans y acabar por dedicarse él mismo a las tablas!... Ese joven está perdido. ¡No seré yo quien vaya a verlo trabajar, ni aunque me regalase la entrada!”

dó-. Me alegro de que no haya cerrado aún. Deseo tratar con usted un pequeño negocio. -¿Tiene usted algún reloj de más y algunas guineas de menos? -preguntó Benson abriendo un cajoncito. -No, señor, no me sobra ninguno. Respecto a las guineas, tengo, por fortuna, bastantes todavía para poder comprarle un mueble que he visto esta mañana al pasar delante de su tienda: un armario pequeño con cajones... Creo que es de encina... ¡Ah! Casualmente está ahí...

-¡Dispénseme! -exclamó Benson al comprender que había juzgado mal al comprador, quien llegaba a la hora intempestiva que suele elegirse para deshacerse de alguna prenda-. Si le interesa el armario está por completo a su disposición... ¡Buen mueble, de veras..., de encina, sí..., y encina de primera calidad, con cajones muy útiles y bonitos! Ese armario me ha costado bastante caro en la subasta del granjero Merrywood, que murió la semana pasada. Pero me conforEl señor Benson, intérprete de este mo con poca ganancia, aunque se soliloquio, que ejercía el doble oficio han puesto de moda los muebles ande prendero y prestamista, era aca- tiguos. El granjero Merrywood decía so igualmente ingrato con el teatro y que este armario lo tenía su familia con su difunto amigo Tomás Evans. desde hace lo menos dos siglos. PuePorque muchos de los artículos que do vendérselo por dos libras esterlihabía en su tienda procedían de esos nas. pobres comediantes que él convertía en discípulos de Satán, y los había -No presumo de ser inteligente en comprado hacía poco por la tercera muebles viejos -respondió el joven-; parte de su valor, a consecuencia de pero tengo una tía a quien creo que la quiebra del empresario del coli- le gustaría éste, y es un regalo que seo de Abbeylands. Su última frase, quiero hacerle para completar nuespronunciada con la elocuencia de un tro mobiliario. No regatearé; aquí fiel sectario del reverendo Mac-Holy, tiene usted las dos libras esterlinas. quizá fuera oída por el joven pupilo Pago al contado, con dos condiciode la hostería de los Tres Pichones, nes: primera, que el mueble sea enquien después de echar una ojeada tregado esta noche, sin gastos, y que llena de curiosidad a través de los si por casualidad no agradase a mi cristales entraba en aquel momento tía, me lo cambie usted mañana a en la tienda. primera hora por otra cosa, en cuyo caso los gastos de devolución corre-Para servirle, señor Benson -salu- rían de mi cuenta. Pag. 16

-Con mucho gusto, con mucho gusto -asintió Benson, que se esperaba el regateo de algunos chelines-. Pero ¿cómo voy a enviarlo esta noche? -Eso allá usted -respondió el comprador-. Deseo también un recibo del dinero, y en ese recibo tendrá la bondad de especificar que me vende el armario con todo cuanto contiene, porque a lo mejor se encuentra una fortuna en estos armatostes antiguos -añadió sonriendo-. Se habla de butacas que la propietaria había rellenado de billetes de banco. -¡Oh! Eso no me preocupa -dijo Benson, extendiendo el recibo-. En cuanto al transporte... No pesa mucho el armario... Yo me encargo de él... ¿Adónde hay que llevarlo? -A la señora de Truman, Calle de Sa-


lisbury, número 2, en el arrabal... No Merrywood? es un barrio muy recomendable, pero cada uno se aloja donde puede, con El señor Benson dirigió una mirada los alquileres tan caros. de desconfianza al comprador; pero le tranquilizó la fisonomía franca y leal -Es una calle muy oscura y que no de aquel joven de apenas veinticuatro goza de buena fama -objetó el pres- años. En efecto, ¿qué podía temer? Y, tamista-. ¿No podría usted aguardar además, “¡qué ocasión tan excelente a mañana por la mañana? Estoy solo para ahorrarme el viaje del mozo de en casa con una criada, y como a es- cuerda! ¡Verdaderamente -se decía a tas horas no encontraré en su puesto sí mismo-, yo debiera invitar a este al recadero de la esquina, seguro que hombre a un refresco! Pero la buena me veré obligado a llevar yo mismo intención se desvaneció como tantas el armario. Hace unos veinte años, en otras buenas que a veces cruzaban ráesa misma calle, robaron y asesinaron pidas por su imaginación. a un hombre. -Si llega a casa de mi tía antes que yo, -¡Oh! ¡Sí, hace veinte años...! -comen- le ruego que diga únicamente que es tó riendo el joven-. Pero la Calle de de parte de su sobrino, aunque estaSalisbury ha mejorado mucho desde ré a tiempo para recibirlo yo mismo. esa fecha. Además, ¿a qué ladrón se- Sólo me detendré un cuarto de hora duciría la idea de robar un armario en la Calle Mayor y regresaré a toda vacío, que ha estado dos o tres siglos prisa. en poder de la familia del granjero

Y acto seguido se envolvió el joven con el capote y se despidió del señor Benson. Éste paseó una mirada de satisfacción en tomo suyo. -¡Ea! -concluyó-. He hecho un magnífico negocio que completa el día con gran beneficio. ¡Qué buen muchacho! ¡Cuánto debe de querer a su tía para no regatear al hacerle un regalo! Me daré prisa en llevarle este armario, que amenazaba con estorbarme aquí mucho tiempo. Y llamando a la criada para participarle su salida, se echó el armario al hombro, cerró la puerta de la tienda y se encaminó con paso rápido a la Calle de Salisbury. Había cesado de llover. Cuando llegó al número 2, el prestaPag. 17


mista llamó una vez con la aldaba sin obtener respuesta.

Benson se embolsó la propina y se marchó, sin preocuparse más que la vieja de prolongar la conversación -¡Vaya! -dedujo para su capote-. en el pasillo, donde le había manCreo que esta es la casa que ha es- dado dejar el armario, sin invitarle a tado desalquilada tanto tiempo. No entrar en las habitaciones. sabía que la ocuparan ya inquilinos. ¿A quién se habrán dirigido, pues, Al llegar a su casa, el prestamista, para los muebles? como hombre minucioso, encendió de nuevo la bujía, anotó su último Volvió a llamar y entonces dieron se- ingreso y se permitió el lujo de fuñales de vida; se oyeron pisadas en el mar una pipa antes de acostarse, y pasillo y abrió una vieja que parecía de servirse una copa de aguardiente extrañada por tan tardía visita. para humedecer de cuando en cuando los labios. No tardó en oír dar -Iba a acostarme -dijo la anciana-. las doce en uno de sus relojes; pero No esperaba más que a mi sobrino y como otro dio una hora menos crecreí que sería él... yó que este último era el que acertaba y cargó de nuevo la pipa para -Pronto estará aquí -respondió Ben- esperar a que tocase un tercero. En son-, y me ha encargado que le trai- aquel momento paró a su puerta un ga de su parte este precioso armario. carruaje. Todo está pagado..., a menos que quiera usted añadir alguna propina -¿Quién podrá llegar a mi casa a -indicó sin el menor remordimiento estas horas? -se preguntó al oír que de conciencia, porque el avaro pres- llamaban-. ¡Ya va, ya va!... Probabletamista pensaba que no debía impe- mente será algún noble arruinado dir a la buena mujer mostrarse tan que viene a ofrecerme su vajilla hegenerosa como su sobrino. redada o alguna condesa que quiere deshacerse de un diamante que la -¡No faltaba más! -accedió la vieja-. estorba. Ahí tiene una moneda de seis peniques... ¡Qué amable es para su tía mi Con tan agradable reflexión, saquerido sobrino! lió a abrir. Vio a una señora que se apeaba de una silla de postas, cuyo -¿Hace mucho tiempo que vive us- estribo fue levantado de nuevo por ted aquí, señora? -indagó Benson el conductor, quien cerró también mientras la tía se registraba los bol- la portezuela, en tanto que la viajera sillos. disponía: -¡No! Sólo llevo tres días -contestó la anciana. -Gracias, señora; y si le hace falta algún mueble más, venga usted misma a mi tienda, donde hallará objetos de su agrado y baratísimos. -Gracias a mi sobrino, no creo que me falte gran cosa, máxime cuando mi antiguo mobiliario ha llegado todo esta mañana por el canal. Buenas noches. Pag. 18

-Sí, señora, y comerciante de objetos de ocasión: muebles, libros, estatuas, relojes de pared y bolsillo, alhajas, escopetas de dos cañones, pistolas y otros diversos artículos. -¿Estuvo usted en la subasta del granjero Merrywood el miércoles de la semana pasada? -Sí, señora. -¿Lo ha comprado usted? -¿Qué? -¡Ah, es verdad! Aún no se lo he dicho, ni debo decírselo... ¿Cuánto ha pagado usted por todos los artículos que adquirió allí? -He hecho algunas buenas adquisiciones, lo confieso, pero me han costado unas treinta guineas -¿Quiere enseñarme la factura de todos los lotes y dejarme escoger? O mejor aún, ¿quiere usted concedérmelo por cien guineas? Benson miraba a aquella señora tan emocionada, de labios temblorosos. Lo que ofrecía era de corazón. -No -contestó-. Cien guineas es muy poco. Acaso para usted valga eso, pero para mí vale más.

-¡Le daré doscientas, y asunto ter-Que aguarde el coche. Tengo que minado! ¿Qué ha adquirido usted? tratar con usted un asunto impor- ¿Las camas, las butacas, los aparadotante, señor Benson; entremos en su res?... Enséñeme la lista... casa, para que nadie nos moleste. Benson descolgó de un clavo de la Benson penetró en la tienda, y a la tienda la memoria del tasador y se la luz de la vela notó que su entrevista a entregó a la señora, que la examinó solas se efectuaba con una mujer de y con la misma agitación febril exdistinguidísimo porte, vestida con clamó: sencillez y dominada por una gran emoción. -¿Para qué comprobar artículo por artículo? Sólo hay uno que me inte-¿Es usted, realmente, el señor Ben- resa, y es éste. Quédese con los deson el prestamista? -se informó. más y véndame ese armarito con sus


cuatro cajones. Señale usted mismo actuemos de acuerdo. ¿Quiere que el precio y no perdamos un tiempo acordemos repartirnos lo que conprecioso. tenga el cajón? -¡No puede ser, señora! -opuso Benson, a su vez pálido y azorado-. Ese armario no está ya en mi poder. Lo he vendido y lo he llevado yo mismo al comprador.

-Pero ¿qué contiene? -inquirió Benson bajando la voz-. ¿Contiene realmente algo?

-¿Le ofrecería yo si no cien o doscientas guineas por tal mueble? En -¡Infeliz! -exclamó la señora-. ¡Me fin, quiero confiárselo todo. ¿Conoha arruinado usted y se ha arruina- cía usted al granjero Merrywood? do también a sí mismo! Ese armario nos hubiera hecho ricos a los dos. -No, no puedo asegurar que lo cono¿Por qué me enteraría tan tarde de la ciera. Hace tiempo le vendí una silla venta? ¿Por qué? ¿Y no puede usted de montar y recuerdo que pocos días recobrarlo? ¿Quién lo ha adquirido? después vino a reprocharme haberlo ¿Accederá el comprador a vendér- engañado en la calidad de la borra. melo? Dígame su nombre y su dirección... Quizás no se haya perdido -¡Qué suyo es eso! Espíritu descontodo aún... fiado, inquieto, lúgubre... Pero no siempre fue así el pobre hombre; la -No sé el nombre del comprador desgracia trastorna con frecuencia -replicó Benson-; pero, por fortu- un buen carácter. Tenía una hija na, sé dónde vive, y quizá encontre- cuya extraordinaria belleza pondemos medio de volver a verlo... Sin raba todo el mundo hace unos veinembargo, dígame antes por qué se te años; hija única... ¡Pobre Carolina! le antoja tan valioso el armario. Lo Constituía su ídolo y mostraba con he examinado detenidamente, se lo él todas las atenciones del cariño fiaseguro; es un mueble ordinario, no lial. Agradecida a la brillante educatiene doble fondo ni muelle alguno ción que recibiera, quería consagrar secreto... Debe usted de equivocarse, su vida a tan buen padre: le leía, le sin duda. ejecutaba sonatas al piano; en una palabra, era el ángel de la casa. ¡Tan -No hay equivocación. ¿Ha mirado amable! Todos la queríamos. usted bien los cuatro cajones? ¿Se ha fijado en su grueso? ¿No ha repara- -¿También la conocía usted? do en que el de arriba tenía una especie de corredera en un borde? -¡Que si la conocía! Fuimos amigas desde la infancia y éramos primas -No... nada he visto. Pero si tan segu- por parte de madre. Aunque yo era ra está usted de lo que afirma, habré pobre, se portó muy bien conmigo; mirado mal... Decididamente, soy exigió a su padre que yo viviera con muy torpe; se han burlado de mí... ellos en la granja. Claro que yo, por me han engañado... mi parte, los ayudaba con multitud de pequeños servicios; pero ¡qué Pareció tan abrumado el prestamis- delicadeza en el proceder de tan ta por la convicción de su simpleza, generosos parientes! Me hubieran que hasta la misma señora se con- tomado por hermana de Carolina movió. siempre vestida igual, compartiendo sus diversiones... yendo al baile con -Escúcheme -le dijo-; si se las agen- ella... ¡Al baile!... Ya adivinará usted cia usted bien, aún podremos re- lo demás. pararlo todo; pero es necesario que


-¡No, se lo juro! La escucho. -¿De modo que no ha oído usted hablar del viejo marqués de...? ¡Pero dejemos ese nombre odioso!... Tenía un hijo, el joven conde Rogelio..., muchacho amabilísimo, espléndido, muy alegre, sin la menor arrogancia... Vio a Carolina y le impresionó su belleza; la amó, como todos... ¿Quién no la hubiera amado?... Le declaró su amor y lo compartió con ella... Lo de siempre, señor Benson... el amor y sus penas amargas... Una noche, hará de esto doce años, sí, doce años, transcurría el mes de septiembre, Carolina vino a verme a mi cuarto... “Prima -me dijo-, ¿crees que mi padre es hombre capaz de perdonar?” “Sin duda, Carolina -le respondí-. ¿No es cristiano?” “Lo es; pero ¿perdonaría a una hija que hubiese ambicionado elevarse por encima de su condición? ¿Le perdonaría hacerse lady? ¿Se descubriría de buena gana ante ella, como hace cuando la marquesa pasa por su lado en carroza para ir a la iglesia?” “¡Qué locura!”, contesté a Carolina, temiendo comprenderla. Y en cuanto me hubo confesado todo, le di un consejo amistoso, aunque me sedujera también verla ir y venir por mi cuarto aquella noche dándose aires de condesa, abanicándose con una zapatilla y recogiéndose la cola del traje de corte..., que a la sazón no era sino el camisón... -¿Y qué sucedió? ¿Cogió una pleuresía y murió? -No, sucedió que fue raptada. Carolina desapareció una mañana de aquel mes, y desde tan aciago día, el granjero Merrywood no levantó la cabeza de humillación. El infortunado padre pareció olvidar que había tenido una

hija. No volvió a hablar de Carolina; nadie se atrevió ya a nombrarla, y cuando al mes siguiente recibió carta de ella, en la que le anunciaba que se iba a casar, que iba a ser una gran señora importante y rica, pero que siempre amaría y respetaría a su padre... el granjero rompió la carta y arrojó los pedazos al aire, sin pronunciar más que estas palabras: “¡Insensata! ¡Insensata!” -Loca estaba, en efecto -confirmó Benson-, porque presumo que no se casaría con ella el joven conde.

mas yo debo a usted una reparación personal, porque sé que su fortuna se ha resentido de sus penas. Le envío, pues, en nombre de su hija, cuatro billetes de banco de mil libras esterlinas cada uno.” -¡Alabado sea Dios! -gritó el prestamista-. ¡Qué señor tan noble y dadivoso! ¡Cuatro mil libras esterlinas! ¡Vaya una fortuna para el granjero Merrywood! -¡Qué mal lo juzga usted! ¡Ah! ¡Si hubiera visto, como yo vi, la cólera reconcentrada con que estrujó en sus manos la carta sin pronunciar una palabra!... Al cabo de un cuarto de hora de triste silencio me dijo: “Sube conmigo, Juana. Deseo que seas testigo de lo que voy a hacer.” Lo seguí toda temblorosa hasta el cuarto de Carolina. “Aquí hay -agregó- cuatro mil libras esterlinas que ese cobarde seductor pretende hacerme aceptar en nombre de mi hija. Líbreme Dios de tocarlas, y no se las devuelvo porque podría emplearlas en seducir a otras; pero... cuando yo muera..., si alguna vez queda en la miseria la hija que él me raptó, no quiero que perezca de hambre. Justo es que recobre el precio de su deshonra; tú sabrás de dónde sacar lo que le pertenece.” Y al decir esto, abrió el doble fondo, metió en él los billetes de banco, empujó el cajón con un postrer acceso de desesperación y me entregó este alfiler de plata, que sirve para activar el muelle secreto. El granjero Merrywood ha muerto; Carolina ha dejado también de existir. ¿Para quién deben ser las cuatro mil libras esterlinas?

-¡Ay, no! Y ella no volvió a escribir. Merrywood subió al cuarto que ocupaba Carolina, abrió violentamente el armario de encina en que ella guardaba sus vestidos y ropa blanca, vació en el suelo los cajones y echó al fuego trajes, lencería, cofias, toquillas, etcétera, etcétera. Aquel armario era un antiguo mueble de familia que había pertenecido a su propia abuela, luego a su madre, después a su esposa... El cajón superior tenía un doble fondo, que servía a Carolina de cartera, donde guardaba las cartas que cuando estaba en el colegio recibió de su padre. El granjero abrió asimismo ese doble fondo, las sacó de él todas, intentó releer una y no pudo continuar por las muchas lágrimas que acudieron a sus ojos. Pasó un mes, luego otro, después el año entero, y el pobre padre no se mostraba menos taciturno ni menos triste, cuando recibió otra carta que llevaba en el sello las armas del marqués. La abrió y vio que era del joven conde Rogelio, cuyo padre acababa de morir, legándole todos sus títulos y propiedades, pero a condición de que se casara con la herede- -¡Y yo que he vendido el armario por ra de lord Rockigham. “Carolina -es- dos libras! -suspiró Benson- ¡Miseracribía el nuevo marqués- es dichosa; ble de mí! Lo repito: ¡me han robado!


¿Está usted segura de que es la única que sabía lo que acaba de contarme? ¡Ah! ¡He debido desconfiar del joven de aparente inocencia que venía como por casualidad a escoger ese mueble entre todos los de mi tienda!

sobre todo, a la tía vieja, a quien tal el armario gótico entraba de nuevo vez haya que indemnizar. ¡Magnífico! en la tienda, después de desandar, a Estoy prevenido. Llamemos.” hombros del prestamista, todo el camino recorrido la víspera. -¿Quién es? -¡Al fin respiro! -exclamó-. Pero -¿Está levantada la señora de Tru- ¿aguardaré a las nueve? ¡Ah! ¡Esa -Dígame el nombre del comprador man? -preguntó Benson por el ojo de buena prima que cree que no puedo -repitió la dama-; no sólo poseo el se- la cerradura. prescindir de su alfiler! Aquí tengo creto, sino que tengo también el alfiuna hachita que ha roto otros muchos ler. -Aún no. muebles! -Déjeme el alfiler -prosiguió Benson-. -¿Y su sobrino? No es demasiado tarde para ir a comprobarlo. Corro allá. -Soy yo -respondió una voz desde dentro. -No, no; quiero conservar la llave. Traiga usted el armario, y una vez que Y al abrirse la puerta. el sobrino, preesté aquí lo comprobaremos juntos, y sentándose en persona, expresó su exjuntos lo abriremos puesto que debe- trañeza por tan temprana visita. mos repartirnos la suma. A no ser que prefiera darme la dirección del com- -Caballero -le expuso Benson-, nunca prador para que me arregle con él. se apresura uno lo bastante, cuando se trata de reparar un error. Lo cometí -No, no -porfió, a su vez, Benson-; yo anoche, al venderle un armario que he cometido la falta, yo tengo que re- me descabalaba la pareja. Y vengo a pararla. Esté usted aquí mañana por deshacer el trato; pero soy demasiado la mañana, a las nueve. justo para no resarcirle espléndidamente. Usted mismo escogerá lo que -¡Mañana, a las nueve! -repitió la pri- quiera de toda mi tienda. ma Juana-. Buenas noches. -De ningún modo, señor. Mi tía está Y montó de nuevo en el carruaje. entusiasmada con el regalo y no creo que haya el menor error. Por otra parBenson no cerró los ojos en toda la te, todavía no he abierto los cajones, noche por miedo a que el sol y el jo- y recordará usted que lo he previsto ven de la Calle de Salisbury madruga- todo... ¿Y si encontrase en él mi forturan más que él. En cuanto amaneció, na? Esos muebles antiguos de familia corrió a la calle en cuestión, y daban han enriquecido a más de un heredelas seis cuando se hallaba delante del ro, como le decía a usted ayer. número 2. Hubo una pausa. Benson reflexionaba Antes de echar mano a la aldaba, se y calculaba. Reanudó la conversación cercioró de que llevaba en el bolsillo a media voz y apoyó su elocuencia sauna bolsa de monedas de oro. “Su- cando del bolsillo la bolsa. Y debió de pongo -pensaba- que la vista del di- hallar, por fin, un argumento contunnero seducirá a mi modesto joven, y, dente, porque media hora más tarde

Monologando así, sacó el primer cajón del armario y vio pegado en una de las paredes interiores un papel. -¡Vaya, vaya! -murmuró-. ¿Será uno de los billetes? Y leyó: “Recibí: Jorge Evans.” En el mismo instante entraba el joven cómico en su cuarto de la hostería de los Tres Pichones y restituía a su baúl dos vestidos de mujer. -¡Vaya! -se dijo-. ¡Mucha prisa se ha dado en quebrar el empresario de este pueblo! Yo hubiera podido hacerle recaudar algunos ingresos con mi estreno. He tenido bastante éxito en mis papeles de la tía Truman y de la prima Juana. Deducidos de mis doscientas cincuenta libras esterlinas el alquiler de la casa de la Calle de Salisbury, las dos libras del armario, lo que debo por la silla de posta y la propina de seis peniques, tan generosamente dada al ambicioso Benson, aún me quedarán las doscientas libras de mi padre, con los intereses de diez años. ¡Ojalá la conciencia de mi deudor esté tan tranquila como la mía!

FIN.


Unos cuentos del libro “El ángel del olvido”

Sueños de elocuencia…

E

ntre las villas cercanas a Stanley existía una casa pequeña y bastante cómoda que desde lejos se divisaba por su chimenea color naranja, producto de las sobras de pintura de la empre-sa donde trabajaba su propietario, un inglés o quizás argen-tino según se vea. Este hombre cumplía labores tan duras co-mo profundo soñaba. Tenía una particularidad surgida, qui-zás por aburrimiento o tal vez debido a los esfuerzos que le exigía su trabajo, que lo arrastraba a dispersarse en contem-placiones y sueños nacidos en la penumbra de la pequeña ca-sa. Detrás de las cercas crecía dificultosamente un pequeño pino recién trasplantado, luchando por vivir. Era digno de mención debido a los pocos árboles que en las islas se encuen-tran. Vida común con sueños tan particulares que son ironías quizás bien fundadas en la naturaleza misma de la sencillez de quien vive fuera del ajetreado estilo urbano desplegan-

Pag. 22

do la magnífica esencia del propio humano sin los controversiales lamentos de la ciudad. Este hombre que vivía en una cabaña lejana al pueblo soñó una noche que: Salía de su hogar durante una tormenta atravesando la helada noche con el viento silbando y una ligera llovizna-nieve que se veía de color azul, por el reflejo del cielo noc-turno, sobre un lejano risco, en la costa al este de las islas. Al llegar allí con las manos húmedas y violetas por el frío desenterraba una caja de ébano de tamaño mediano y extra-ñas bisagras de bronce grabadas en relieve con motivos flo-rales... Su corazón palpitaba rápido y su cuerpo temblaba cuan-do despertó con las manos frías y el corazón descontrolado, sin dudas un extraño sueño que sintió y vió real. Sin embargo era sólo un sueño realista hasta en los más inquietantes detalles. Algunos llaman a eso viaje astral, un raro acontecimiento durante el

cual, según afirman expertos, el alma sale del cuerpo para surcar libre por remotos territorios sean estos fríos como las Malvinas o exóticos como la isla de Socotra. Ningún territorio concebido o por concebir es límite para este alma que en tiempo imposible de medir recorre años en se-gundos. Pero para este inglés era sólo un sueño... tan sólo otro sueño inglés. Al día siguiente volvió a tener el mismo sueño, y al si-guiente, y al otro, hasta que pasó el invierno y el pobre calor del verano hizo más soportable la estadía y más propicio el intento de acabar con lo recurrente. Entonces un día cualquiera se levantó temprano y se di-rigió al conocido risco, que estaba desierto y trató de recor-dar el lugar que había soñado. Allí con una pequeña pala ca-vó...cavó... sin hallar absolutamente nada, tal cual suponía. Simplemente un sueño dijo... y repitió insistentemente. Se sentó sobre la pila de tierra amontonada en los bordes de su gran


pozo con las manos apoyadas en la pala clavada en el suelo. Entonces su mirada se clavó en una semilla de pino que estaba muy cerca de él, como dejándose ver para ponerse en evidencia. El hombre desconcertado se preguntó ¿Cómo llegó hasta aquí? Quien haya visitado las islas notará que casi no hay ár-boles por lo que es extraño encontrar una semilla y más aún que haya sido una semilla de pino, el mismo árbol que tenía en su hogar. La explicación obvia fue que de alguna forma al-guien la transportó, pero él ¿Cómo? Le surgió la idea de lo imposible, ya ese árbol era muy joven y aún no daba semillas. También pensó que al momento de salir de su casa se había puesto una ropa ya gastada pero limpia y planchada, sería muy extraño que una semilla se hubiera mezclado con esa ro-pa. Esa pequeña semilla le causó un nuevo y extraño palpitar y hasta un cierto miedo por incertezas, pero de algún modo todo podía ser cla-

ro, bastaba pensarlo así: un pozo, una semi-lla una pala obviamente uno actúa sin más ni más. Tapó el po-zo y plantó la semilla en el centro rodeada de la removida tie-rra sin malezas. Se dirigió a su hogar para tratar de averiguar por qué aquel atesorado pino se secó y para descubrir tiempo después que su semilla, ya pequeño árbol, crecía con fuerza. Se preguntaba si aquel lugar por razón alguna era perfecto para la vida de aquel pino, que a lo lejos se divisaba claramen-te. Más de una vez los navegantes se preguntaron ¿quién plantó tan simbólico árbol? que resulta más impactante que cualquier bandera de estado y se muestra como bandera de la naturaleza, aquella tan caprichosa vida. Aquel hombre ya no volvió a tener el sueño pero ahora orgulloso comenta a todos que aquel frondoso árbol que a lo lejos se divisa es fruto de una olvidada semilla que por raros sueños supo plantar y soñar su nombre... SOÑAR su nombre… Pag. 23


La frase del mes

Mira, Pibe, cuida la flauta, sonata es larga


que la

Carlos Gardel. 1980-1935


Reseña “La irrelevancia de llamarse Lucy”, Ed. Carena

Gracias a la gentileza de la web “El Universo la Maga” le traemos este análisis…. Marisa Caballero nos trae la reseña de la primera novela de José Antonio Lorente Díaz: “La irrelevancia de llamarse Lucy“, publicada recientemente por Ediciones Carena. Os dejamos con ella:

J

ulia es una brillante médico de Atención Primaria. Pese a ser hija del famoso doctor Sentís, nunca quiso aprovecharse de su ventajosa posición: sacó su oposición y ahora es muy respetada en el CAP donde trabaja, apreciada por sus pacientes y compañeros. Está casada con Marc, un brillante empresario con el que tiene dos hijos, de ocho y once años. La vida que lleva podemos decir que es satisfactoria. Extra-profesionalmente, y no muy convencida, se ve involucrada en una serie de experimentos tortuosos, también en el CAP hay tensiones por la elección de la nueva Dirección.

C

uando una paciente de Julia, la Sra. Fortes, cae fulminada de una parada cardiaca en la sala de espera todo empieza a complicarse para ella. No será la única muerte: le siguen otras, y ella se verá acusada de asesinato y apartada temporalmente de su puesto. Cierran su consulta. Su marido también parece alejarse de ella, su mundo se tambalea.

P

or su parte, Juan María (Juanma) es un detective de mala muerte, alcoholizado y fracasado. Su único desahogo es una prostituta llamada Lucy (su auténtico nombre es Rocío). Ella no espera nada de la vida, va dando tumbos esperando no la maltraten demasiado. Nuestro de-

Pag. 26


tective empieza a recibir unos misteriosos sobres con dinero y unas notas en latín que va logrando descifrar con ayuda de un viejo diccionario. Contienen instrucciones y un buen puñado de euros. Junto con Lucy se verá inmerso en una historia de la que nada comprende, pero en la que está dispuesto a llegar hasta el final.

diferentes se crucen. Dos historias sin aparente relación llevarán a los protagonistas a un trágico encuentro.

E

s la historia de un odio, guardado y alimentado durante años por un ser enfermo. Pese a tener todo en su mano para triunfar, ese cáncer que ha guardado dentro de sí no le ha dejado lugar para crecer. Su os problemas de Julia van mul- necesidad de destruir ha eliminado tiplicándose, ya no confía ni en cualquier rastro de bondad. El final es sus propios compañeros, sabe sorprendente. que alguien muy cercano la está traicionando. En este estado de ánimo se acuesta con un colega abrumada por su soledad.

L

N

uestro detective y Lucy siguiendo las directrices de las misivas se verán envueltos en aventuras y peligros que les llevará hasta Etiopía en busca de una extraña mercancía. Poco a poco estos dos seres maltratados irán encontrando ternura el uno en el otro.

E

l marido de Julia acaba de volver de un viaje cuando cae gravemente enfermo. Aquí se desatan los acontecimientos que harán que las vidas de estos personajes tan

Fuente original

http://universolamaga.com/ http://universolamaga.com/

Pag. 27


Unos cuentos del libro “El ángel del olvido” Digno entre los dignos…

C

ansado de caminar el anciano se acomodó en un banco cer-cano a la salada costa cuyas aguas y la tenue llovizna debilita-ron aquel asiento de pino, para dejar que se oyera el chillido de la madera al sentarse en él. Solitario, acompañado de al-gún que otro cantar de aves próximas que poco a poco se acercaban a aquel extraño, que inmóvil esperaba aquello que ni el olvido sabía porque seguramente no estaba olvidado. Acomodaba su saco de paño y abrochaba botones a me-dida que por nuevos vientos el frío húmedo se dejaba sentir. En ese momento con las nubes que opacaban el sol el olvido se acerca para hacerle compañía, cambiando así los cantos de las aves por el olvido en gris traje que preguntó hosco: ¿qué espera? El hombre lo miró sin contestarle, quizás por no saber o quizás por convicción se decidió a no dar mo-

Pag. 28

tivos al olvido, a no dar respuesta alguna al penumbroso ente, más bien se aferró a su saco y a su espera. Después de algún tiempo entró en un sueño calmo de brisas cálidas y poco antes de que aquel sueño se convirtiera en permanente, un par de aves cantoras lo arrullaron en su entrada al sueño de jamases despertares en la jurisdicción única de una muerte digna entre los dignos. Sean dignos los que enfrenten al olvido, los que escapen al destino los que luchen a muerte, ganen o pierdan sean dignos, como supieron ser algunos justos en las naciones. Desde época antigua se libra una lucha entre el concepto de patria y la teórica presencia del hombre digno como hu-mano, sin distinciones partidarias o nacionalistas. El patrio-tismo suele compartir rasgos xenófobos, es que pienso al argentino como al inglés, al japonés como al boliviano, a todos aunados bajo las nobles alas del concepto

de humano que siente, ama, y vive: Todos iguales con los sentimientos uni-versales. Quien ve pérdida en que un extranjero estudie en Ar-gentina y ejerza su profesión en su país de origen es porque piensa en la boba patria proclamada por guerras que producen víctimas a las que llaman héroes para tapar su propia cul-pa. No vayamos a la regresión como salida copiando errores extendidos por doquier sino más bien prosigamos en actitud justa, aprendiendo por vez primera a ser verdaderamente so-lidarios y comprensivos para con los que nos es difícil comprender. El simple hecho de que vengan del exterior para estu-diar en el país significa el sacrificio del confort familiar y cul-tural para adentrarse en la incertidumbre de un país nuevo. Implica enfrentar un sin fin de conflictos y todo para estudiar. No seamos injustos. Ellos anhelan ser


capaces de mejorarse a sí mismos con los bajos recursos que desde un principio los impulsaron hacia la lejana, pero gratuita universidad Argenti-na. No veamos pérdida en que un médico formado en Ar-gentina trabaje en África, ya que salvar vidas no es una pérdida en ningún lugar o tiempo. No lo veamos como una fuga de recursos sino entendámoslo como nuestro regalo al mundo y si otros países no nos siguen no retrocedamos, no discrimi-nemos. Seamos los justos que ciertamente arriesgaron mucho pero sabiendo que es lo correcto, los problemas no son siem-pre los mismos pero siguen latentes como los de aquel tiem-po, solo que ahora disimulados detrás del patriotismo y la burocracia. En el caso de tener falta de vacantes implementemos los filtros del esfuerzo y la dedicación, para asegurar un puesto al que lo merezca y

no por patria o color, sin importar lo poco que éstos nos dejen, ya que a otros lugares llegarán expandiedo nuestro regalo como semillas de un árbol en la sabia naturaleza. Recordemos que los límites son imaginarios y a los países representativos no los pensemos como más reales que el respeto que le debemos al humano. Por sobre todo dejemos que aquellos sean el verde pino en risco lejano, solo dejemos que en ellos crezca la semilla del conocimiento para ser en al-gún momento nuestra lejana bandera.

Espero que no dejemos al olvido ese poco de entendimiento del humano como persona que aún mantiene esta Argentina, al igual que aquel que supo resguardarse de olvidos, de destino y aún de muerte, Porque no murió su recuerdo, ni su valor, tampoco murió el afán tan solo el hábito del cuerpo mortal que ahora se despega del olvido. Quizás por ello encomendó en su entierro a diez aves canoras que en conjunto supieran cantar y que su maravillosa canción no es por el recuerdo sino por el olvido.

EL ANGEL DEL OLVIDO DISPONIBLE EN

Pag. 29


LITE Un mundo de historias‌


ERAR un mundo de ideas‌


Conozcamos nuestros artistas. Hoy:

Rubén Darío Callejas

Le presentamos en exclusiva a este nuevo talento argentino del cual ya hemos publicado algunos textos… sin más, les dejamos con Darío Callejas que es sin lugar a dudas toda una promesa para el ambiente literario…

Web de Ruben Callejas

D

e la ciudad de Rosario Argentina, Rubén Callejas es un Realizador audiovisual, egresado de la escuela provincial de cine y televisión de la provincia de Santa Fe, Argentina, actual estudiante de la carrera de antropología de la Facultad de Humanidades y Artes dependiente de la Universidad Nacional de Rosario.

E

ditor de un blog: www.rubendariocallejas.blogspot.com. ar desde diciembre del año pasado, amante de la literatura Latinoamericana , sobre todo de la poesía , de autores , como Juan Gelman , Mario Benedetti , Oliverio Girondo, Pablo Neruda , José Martí, Cesar vallejos, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges.

“Escribo poesía desde que tengo memoria, la poesía para mí es una forma de ver la vida, es posicionarse desde un lugar de belleza, de lirismo y al mismo tiempo de reivindicación de la lucha desde la palabra” “Desde la emoción, desde el temblor que recorre tu cuerpo cuando sentís que un poema está terminado y te traspasó” “Desde la responsabilidad de tener una voz y que no caiga en saco roto, desde el deseo del grito”.

www.rubendariocallejas.blogspot.com.ar


Algunos poemas. AMOR PROLETARIO Soñábamos futuro mientras nos lavábamos las manos, caía el agua como caía la tarde, como caía la fatiga del día, como pidiendo disculpas por herir las huellas del trabajo, las huellas del trabajo y de la memoria de tu mejilla, caía el agua como pagana bendición de tu amor agua que tenia en su interior el conocimiento de tu piel, el perfume a mañanas que traías todos los días al llegar, la expresión de tu cara al ver que como cada mañana esa mañana el agua era fría. El agua que sabía de la vida casi tanto como de la inundación que dejo la fábrica una semana sin trabajo y sin vos, la fábrica acunaba la sirena que soñaba verte pasar la puerta. Soñábamos futuro mientras nos lavábamos las manos, soñábamos con el tiempo, con poder rescatar las noches sin miedo a que sean de pronto mañana, soñábamos con ese instante en que cruzaríamos a la vida y caminaríamos la libertad de los pasos que te daba de regalo la vereda y que imaginábamos alas en el beso primero del camino de regreso a casa.

FINAL DEL VIAJE El vino atravesaba la memoria del valle, los yuyos del camino se afanaban en rasguños para mis pies y tu alma. El presente borracho por la idea de ser recuerdo lloraba sobre el pecho de ese ultimo atardecer, el color noche de a poco se entregaba a ser montes, espinillos, lamentos de pájaros llenos de miedo, miedo como el de tu cielo, enmudecido en tu boca. Sonrisa forzada por la fugacidad de la broma. El olor a despedida y a futuro se llenaba de incertidumbre y abismo, de quieto perfume a tierra, de abrazos y bendiciones, de besos cargados de tristeza. Y poco a poco la lejanía desparramándose en el vidrio de atrás del coche.

HAMBRE El hambre roza las paredes, las acerca las dibuja difusas hacia el vientre, el hambre se encarga de crear fantasmas de soñar irrealidades en la mesa. Tienen hambre cada noche, es que empiezan mal el día empiezan con hambre. No tienen posibilidades cada mañana y la nada se hace tarde en la esquina. De tan hambrientos, hasta los sueños se comieron se comen el hambre que tiraste vos, el que saliendo del cine, ensuciaría tu auto. Un hambre que da vergüenza y no queres ver, los hambres que solo son hambre en la televisión y que miras con la familia mientras cenas. Un hambre que hace ruido en la ilusión que se muerde de rabia que es violencia de esa que mañana te viola a vos. Tienen el hambre que llena las panzas de ellos las panzas de un mundo que es todo norte panzas de un solo color. Siempre son los mismos hambres que tienen hambre y como no alcanzan las sobras, sobran las batallas solo quieren ver un hambre peleándose con otro hambre. Fe de erratas : Cuando digo tienen, es tenemos cuando digo hambre, es mi hambre, tu hambre, nuestro hambre un hambre del sur, un hambre de mas de quinientos años no perdamos de vista eso.

EL MAR EN ELLA La saliente del mar rompía en mi boca tarde a tarde, sal y llamados acudían presurosos al encuentro y lloraban vuelos de gaviotas en mi cien. La arena esquivaba sus pies heridos de atardeceres que sangraban en soles que dormían en el agua y lujuriosas caracolas hacían de su cuerpo, fulgurante destino. Una brisa a cuerpo y ternura configuraba su huella y la hacía memoria en los ojos angustiados de la noche que temía, que una vez que me abrazara, se hiciera día en el medio de vivir.


Reseña “El Agente Protegido, de James Nava” Ed SNIPER BOOK

Gentileza del Universo la Maga hoy les traemos un fantástico review de F. Javier que ha realizado a la novela “El agente protegido“ de James Nava (Sniper Books)

L

a novela escrita por JAMES NAVA y editada por SNIPER BOOKS narra la historia de un solitario vaquero que intenta comenzar una nueva vida en un pueblo cercano a las Montañas Rocosas.

E

l “solitario vaquero” en realidad se trata de un agente de la CIA que está siendo perseguido por terroristas islámicos con la finalidad de acabar con él, por lo que se ve obligado a ingresar en el Programa de Protección de Agentes. Una vez descubierta por los terroristas su nueva personalidad la CIA decide utilizarle como señuelo para capturarlos.

E

xcelente descripción de la belleza de los paisajes del Estado de Montana, así como de sus tradiciones y costumbres americanas que se van encontrando conforme el lector profundiza en la misma.

E

n esta novela se conjugan la aventura, el espionaje, el amor y principalmente la acción. Como telón de fondo está la “guerra global contra el terrorismo”, tema de actualidad en nuestros días y que diariamente está en los diferentes medios de comunicación a nivel mundial.

Pag. 34


E

E

scrita con un lenguaje llano, n definitiva, interesante novela rápido y de estilo formal, llepara los amantes de la acción, ga de forma fácil al lector y de no teniendo nada que envidiar una forma precisa nos va desgranando a los best-seller escritos hasta la fecha poco a poco la trama de la misma. Sus con argumentos parecidos. personajes bien construidos y definidos, nos hacen pensar en experiencias personales de agentes reales de la CIA, reflejando el valor y heroísmo de los mismos.

En definitiva, interesante novela para los amantes de la acción, no teniendo nada que envidiar a los best-seller escritos hasta la fecha con argumentos parecidos.

Fuente original

http://universolamaga.com/ Pag. 35


Si escribes, pintas, cantas, bailas o desarrollas cualquier otra rama del arte o la cultura en general y quieres publicar en LITERAR no te olvides de contactar con nosotros en la web oficial

http://literar.wix.com/revista



www.literar.wix.com/revista

Entra en nuestra web… mira... Lee… escucha buena música… diviértete… Literar siempre a tu lado.


Uno estĂĄ enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es Ăşnica.

Jorge Luis Borges (1899-1986).


Reseña “Días de Lluvia”, de Ángeles Ibirika”, Ed. Planeta Por gentileza del Universo la Maga, Ninive nos trae una exelente reseña del nuevo libro de la Editorial Planeta “Días de Lluvia” SINOPSIS: El verano en que Kaiet cumple diecinueve años decide marcharse del pueblo para no volver jamás. Sin embargo, 17 años después, su mujer ha muerto y su hijo de siete años apenas le habla y Kaiet cree que sólo existe un lugar donde curar sus heridas. Este viaje de vuelta le obligará a enfrentarse a un pasado que ha querido dejar atrás y que le deparará un reencuentro inesperado que le hará replantearse sus creencias respecto al amor.

H

ablar sobre cualquier libro de Ángeles es hablar sobre emociones y sensaciones que te mantienen en vilo y con el corazón en un muño desde la primera página.

Á

ngeles tiene un don alucinante y es que tiene la capacidad de que cuando escribe sobre esas emociones y sensaciones tú las sientas tan propias que no puedes evitar sentirte un personaje más en la trama del libro, te dan ganas de invitar a Kaiet, el protagonista principal de su última entrega, a un cafelito junto con esas tortas que tanto le gustan y ayudarme a superar la muerte de su mujer.

D

e igual modo dan ganas de entrar en la floristería de Maddi, comprarle un ramo de flores y conocer a la protagonista. Además te lo pone de lo más fácil sentirte parte del libro si simplemente coges un tren, vas a Bilbao y luego un bus y te plantas en Bermeo, pueblo en el que está inspirado el libro y que te describe tan detalladamente que puedes notar el aire del mar en tu cara y oler el olor de la sal…

P

ero lo que más puede impresionar puede ser también el hecho de que, por las mismas fechas que salió publicado este libro, el pueblo de Bermeo su-

Pag. 40


frió una terrible tragedia que conmocionó a sus habitantes y a cualquiera que conozca la belleza del lugar o tenga un conocido que vive allí. ¡Pero eso no es todo! Pues Ángeles ha decidido donar TODOS LOS BENEFICIOS del libro que obtenga en este 2013 para los damnificados… ¿No es algo increíblemente loable por su parte teniendo en cuenta los tiempos que corren por la crisis y por la constante piratería que sufren los autores? Yo personalmente creo que ese gesto demuestra la clase de persona que es Ángeles, la cual tengo la suerte de conocer, y os garantizo que tan dulce y encantadora como lo son sus libros y sus acciones.

P

Fuente original

artiendo de todas buenas obras de esta mujer, “Días de Lluvia” es un libro digno de ser comprado y de fácil lectura. No solo ayudas a gente que lo necesita, sino que además puedes formar parte de una historia de lo más conmovedora inspirada en un pueblecito de nuestro propio país. ¡Espero de corazón que disfrutéis de su lectura!

http://universolamaga.com/ Pag. 41


Ciencia ficción… Preparaos queridos lectores, tal y como solo LITERAR puede lograr a partir de esta edición inauguraremos nuestra sección de Ciencia ficción con ni más ni menos que el afamado autor español Vicente Hernándiz.

A continuación lo dejamos con el….

V É E V

El autor:

icente Hernándiz se abre al mundo en el seno de una familia donde el trabajo, la responsabilidad y el entorno familiar son los motores principales de sus valores. poca complicada de una España en la que a muchos de los nacidos en sus mismas circunstancias se les decía que venían al mundo con un pan bajo el brazo. ste ambiente de dedicación y parquedad marcó en él ese afán de superación y de logro que ha ido imperando constantemente en su vida. ida esta no señalada ni por el fracaso ni por el rotundo éxito, ya que pequeños logros y algunas

Pag. 42

vicisitudes, con sus correspondientes sacrificios, fueron forjando su conciliador talante.

C

ursa sus estudios primarios como alumno libre en el Instituto Luis Vives de Valencia, y posteriormente se Licencia en Psicología por la Universidad Literaria de Valencia. Desde joven fue apasionado lector y gran fan de Asimov, Arthur C. Clarke y Ray Bradbury.

E

ste hecho y su afición por escribir, han sido los detonantes de “Cuando las estrellas nos llamen” novela escrita tras muchos años de navegar por este terreno con narraciones cortas, donde ha sido galardonado en dos ocasiones.


La ciencia ficción según Hernándiz. Desde los tiempos de Julio Verne, uno de los pioneros en este género, la ciencia ficción ha supuesto una forma de literatura que ha pretendido generar en el lector esa ansia de buscar y hallar lo desconocido. En algunas narraciones, incluso en el cine o la televisión, han calificado al espacio como la última frontera. Quizá no haya tenido nada que ver, pero si miramos los albores de estas historias, podremos ver que aparecen de forma pareja a dos eventos sumamente notorios, uno los inicios de la revolución industrial en donde los inventos y las nuevas maquinarias van abriéndose paso muy sustancialmente en nuestro entorno, y el otro acontecimiento es el que marca el fin de los descubrimientos. Ya no hay tierras lejanas con las que soñar. Los mares están cartografiados y los paraísos exóticos y los perdidos tesoros han quedado como algo que solo vive en los recuerdos y en la literatura de aventuras y viajes, que a todas luces podría ser la antecesora de la ciencia ficción, ya que, si bien lo miramos, las pretensiones de quienes escriben ciencia ficción y de quien se acerca a leerles, son las de los mismos espíritus que forjaron a Moby Dick de Herman Melville o a Sinuhé el Egipcio de Mika Waltary, en donde los personajes viven trepidantes aventuras viajando por lo desconocido o enfrentándose a seres monstruosos y devasta-

dores.

Pese a que sus inicios han quedado, ahora ya algo lejanos, el espíritu que guió a H. G. Wells y a Julio Verne, es el mismo que motivo a Ray Bradbury, Asimov y al propio Arthur C. Clarcke, espíritu este que está hoy en día, tan fresco y esplendoroso como un amanecer de primavera, ya que la necesidad de lectura de evasión, de búsqueda de nuevos lugares en los que vivir, y de la trepidante aventura del descubrimiento, son necesidades de muchos, que sin perder todo aquello que en su momento movió también a quien disfrutó con Robert Luis Stevenson, Yack London o Daniel Defoe, ahora empuja a los que en estos instantes buscan los contextos de la ciencia ficción y el enfoque que aporta de aventura y desconocido, que esta incesantemente girando entorno a cuatro parámetros, el futuro de la humanidad, sus orígenes, lo que la tecnología nos puede aportar y sobre todo los misterios que nuestra galaxia puede encerrar. Pero dado que como habitualmente se dice, al respecto de que la realidad siempre supera a la ficción, y puesto que hemos podido comprobar como la fantasía de Verne al ir a la luna, con posterioridad ha sido realidad, siempre deberemos estar preparados por si en un momento inesperado las estrellas nos llaman y la ficción se convierte en cruda realidad. http://www.cuandolasestrellasnosllamen.com/

Pag. 43


R

LITERAR

LITERAR... a t


tu lado siempre


L

ITERAR es una organización con el noble objetivo de difundir la cultura de forma amena y gratuita.

El nombre LITERAR surge de la unión de las palabras “Argentina” y “literatura” sin embargo lejos del humilde símbolo creador hoy intentamos expandirnos del gran mundo de la literatura hacia el universo de la cultura en todas sus facetas, fomentándola y difundiéndola. Bajo estos términos surge LITERAR que hoy en día cuenta con el valioso aporte intelectual de muchos colaboradores dispuestos a brindarnos contenidos para enriquecer aquel sueño emprendedor de promover elambiente artístico. Sabemos lo difícil que puede ser para un artista o incluso para un arte en sí mismo difundirse y promocionarse por eso hemos puesto nuestro granito de arena en pos de contribuir con un ambiente cultural más diverso y saludable. Sin más preámbulos esperamos que disfruten de este espacio simbólico que no es más que el compendio de opiniones enmarcado en el entrañable formato revista. --DIRECTIVA DE LITERAR--


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.