EL QUE HACER DE LAS ENFERMERAS

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observamos fue la extracción de sangre para diversas pruebas de laboratorio solicitadas por los médicos. En la fotografía al fondo, lado izquierdo, en la página 81, vemos a Mónica en preparación previa a una serie de muestras, rotulando tubos. La última imágen en la pagina 81 muestra las manos enguantadas de Griselda tomando una muestra, y en la fotografía de las páginas 82 y 83, la transfiere de la jeringa al tubo. Algunas de las muestras son para monitorear el progreso de pacientes que han recibido transfusiones recientemente. El control de los niveles de glucosa —que para muchos pacientes debe hacerse cada doce horas— es otra razón común para el análisis de sangre.  A lo largo del turno, las enfermeras que se ofrecieron para ser nuestras participantes a menudo se tomaban un momento para explicar qué estaban haciendo o para contestar preguntas específicas que yo tenía. Temprano en la tarde, le hice a Mónica algunas preguntas más sobre las medicaciones venosas. Explicó que algunos de estos fármacos, tales como la dopamina, nitroglicerina y dobutamina, deben administrarse por goteo, paulatinamente, con cantidades y tiempos constantes. Idealmente, éstos deberían ser administrados por medio de una bomba eléctrica de infusión. Pero como nada más hay una bomba para toda la unidad, casi siempre son suministrados con un microgotero que funciona por gravedad. El Dr. Guatemala, especialista encargado de varias unidades esa tarde, se nos acercó y se unió a la conversación. Agregó que la bomba para Medicina Interna se emplea con los pacientes más graves y que a veces no está cerca. Se lamentó de que se impuso un límite en el número de bombas proveídas a las salas del hospital dependiendo del número de microgoteros que usaban. Cuando estaba a punto de ahondar, tuvo que marcharse por un asunto urgente, terminando la conversación.  Poco después de las 3:00, un médico que había realizado los procedimientos dentro de la unidad se acercó a conversar. Este

médico, cuyo nombre no pudimos saber, nos habló sobre la especialización en medicina respiratoria del hospital a lo largo de su historia, sobre las interacciones entre la TB como un padecimiento respiratorio y la diabetes y el VIH. También trajo el tema de las deficiencias de recursos materiales.  —Me da pena —dijo—, que aunque al hospital se le reconoce por la atención neumológica, nunca había contado con un respirador mecánico.  Esto significa que algunos pacientes deben ser trasladados a la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Rosales. Explicó que el respirador implicaría un gasto adicional que las autoridades no estaban dispuestas a cubrir, puesto que se necesitaría un intensivista en la plantilla del hospital.  Durante el tiempo de nuestra espontánea plática con este médico, Mónica y Karen Elizabeth se dedicaron a trabajar en los expedientes en la estación de enfermeras. A veces iban a las camas de los pacientes a supervisar o a preguntar alguna información específica, y a menudo se comunicaban entre sí y con los médicos. Los expedientes las mantendrían ocupadas a ambas por más de una hora, trabajo que interrumpían para atender las necesidades de varios pacientes. Por ejemplo, Tomás necesitaba ser conducido al baño. (Él podía expresar verbalmente esta necesidad y subirse a la silla de ruedas). Había indicaciones del médico de que se le diera oxígeno. Las muestras de sangre tenían que llevarse al laboratorio. Y a las 4:35, otra tanda de medicamentos orales. Había también que documentar a detalle el inventario de lo que se había usado. Por ejemplo, al final de cada turno las enfermeras tenían que quitar las envolturas de las jeringas que se usaron y registrar qué cantidad de cada medida se utilizó. Los pacientes tenían que ser llevados de vuelta a sus camas. La tercera y última comida del día se efectuó a las 4:45. A las 5:00 Karen Elizabeth y Mónica hicieron la entrega de turno, de quince minutos, a las recién llegadas enfermeras

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