Walter riso enamorate de ti

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patológico, el primer paso es aceptar y reconocer su existencia. Si realmente es fuente de sufrimiento y malestar, hay que dejar salir la emoción para proceder a eliminarla o reestructurarla. Sentir no es la actitud masoquista de resignarse a aceptar aquellas emociones que te perjudican. Sentir, como aquí está planteado, es una manera de investigar y explorar qué cosa te gusta y qué cosa no quieres; es la condición sine qua non para descubrir nuevas maneras de quererte a ti mismo. Resumiendo lo dicho hasta aquí: aceptar vivir en un contexto de vida hedonista es generar un estilo personal de libertad emocional. Un espíritu desinhibido y sin restricciones irracionales favorecerá el desarrollo de una sensibilidad aguda y perceptiva, la cual a su vez mejorará la comunicación afectiva y la comprensión de los estados internos. Un estilo hedonista produce una mayor sensibilización frente a los estímulos naturales que llegan al organismo y amplía el rango de situaciones potencialmente placenteras. El poeta francés Jacques Prévert muestra en uno de sus poemas un ejemplo de libertad emocional que, aunque sancionado por las “buenas costumbres”, nos recuerda aquella frescura y alegría de nuestra infancia. Lleva por nombre El mal estudiante: Dice no con la cabeza pero sí con el corazón dice sí a lo que le gusta dice no al profesor está de pie lo interrogan y le plantean todos los problemas de pronto le da un ataque de risa y lo borra todo cifras y palabras fechas y nombres frases y trampas y sin hacer caso de las amenazas del profesor ni de los abucheos de los sabelotodo y con gises de todos colores en la negra pizarra de la desgracia dibuja el rostro de la dicha Muchos de mis pacientes, víctimas de una educación “antialegría”, adquieren el vicio de no disfrutar demasiado. Cuando se sienten muy bien, un impedimento psicológico les dificulta el clímax y los incrusta de narices en la monotonía: “No vaya a ser que me guste”. Le temen a la alegría porque la ven demasiado peligrosa y mundana, como en la novela de Umberto Eco El nombre de la rosa, cuando el cura ciego impedía la lectura de un texto aristotélico sobre el humor, porque creía que si se perdía el temor a Dios, se acababa la fe. De todas maneras, y afortunadamente, pese a los esfuerzos dogmáticos, restrictivos y fiscalizadores de los amigos de la seriedad y lo austero, el júbilo sigue irremediablemente haciendo de las suyas.


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