El sendero del mago

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permanecen vivos, por hondo que los enterremos. Todos los conflictos interiores con los cuales no logramos reconciliarnos conducen a un yo-sombra. “Es interesante observar esta corte”, anotó una vez Merlín cuando Arturo ya era rey “No me había dado cuenta de que todos ustedes los mortales realizan el mismo oficio”. “¿Lo hacemos?”, preguntó Arturo. “¿Y cuál podría ser ese oficio?” “El de carceleros”, replicó Merlín, rehusando decir una palabra más sobre el asunto. A los ojos del mago, todos somos carceleros de nuestro yo-sombra. La mente inconsciente es la prisión donde encerramos todas las energías indeseadas, no porque así deba ser, sino debido a la marca indeleble que nos han dejado los años de si, no, bueno y malo. Después de reflexionar acerca de lo dicho por Merlín sobre el carcelero, Arturo lo buscó y le dijo: “No deseo ser así. ¿Qué puedo hacer para cambiar?” “Nada es más fácil”, replicó Merlín. “Sencillamente toma nota de que estás representando los dos papeles, carcelero y prisionero. Si eres ambos lados de la moneda, entonces ninguno de los dos puede ser tú, puesto que se anulan entre si. Reconoce eso y serás libre”. “Pero no sé cómo hacerlo”, protestó Arturo. “¿Cómo puedo encontrar a ese yo-sombra del que hablas?” “Sólo escucha. Como todos los prisioneros, él envía mensajes a través de los muros de su celda”. El yo-sombra es sólo otro papel o identidad que arrastramos por la vida, pero sin mostrarlo en público. La mayoría de las veces, el yo-sombra se siente demasiado avergonzado o temeroso para presentarse a la luz del día. Pero no hay duda de que existe, porque cada uno de nosotros ha inventado su propia sombra, un personaje cuya tarea es cargar todas las energías que no hemos podido descargar. El recién nacido no tiene el problema de aferrarse a los sentimientos “malos” o nocivos. Tan pronto como arrojamos algo negativo dentro del entorno de un bebé, éste llora o se apana. Esta reacción es extremadamente sana porque, al expresarse tan libremente, el bebé descarga las energías que, de lo contrario, se adherirían a él. Sin embargo, a medida que crecemos, aprendemos que no siempre es apropiado dejarnos llevar por las manifestaciones espontáneas. En aras de la buena educación y el tacto o de conocer nuestro lugar, o de hacer lo que dicen nuestros padres, todos aprendemos a guardar las energías negativas. Nos convertimos en baterías con una capacidad de carga cada vez mayor, y como adultos retenemos la ira, el resentimiento, la frustración y el temor de muchos años. Además, lo más grave es que hemos olvidado el instinto que nos permitía descargar las baterías. “Será muy interesante para ti ver algún día hasta qué punto te pareces a una bomba”, le dijo Merlín al joven Arturo. “¿Qué es una bomba?” “Si vivieras hacia atrás en el tiempo, que es la única forma sensata de vivir, lo sabrías”. Merlín reflexionó durante un segundo. “Imagina que inflas una vejiga de cerdo hasta que revienta. La bomba funciona sobre ese mismo principio, salvo que estalla con tanta fuerza que mata a las personas “Por Dios, ¿no hay forma de prevenir eso en el futuro?”~ preguntó Arturo, alarmado. “No, no entiendes. Las bombas estallan precisamente porque matan a la gente. Esa es la idea. Lo menciono sólo porque las bombas se parecen mucho a los mortales, quienes van por ahí listos a estallar a toda hora. La explosión de la metralla —así se llamarán las municiones con que se cargarán las bombas — no es otra cosa que la explosión de la ira hecha manifiesta. En efecto, si los humanos pudieran explotar y matar a sus vecinos sin temor a las represalias, la mayoría lo haría”. Para Vivir la Lección. Poner fin a la guerra interior implica acabar con el conflicto entre todas nuestras personalidades. Podemos aliviar la carga de energías del pasado que pesa sobre los hombros del yo-sombra, y así crear una condición propicia para la paz interior, puesto que es el temor de salir lastimado el que hace que las voces interiores desconfíen las unas de las otras. Pero no es posible comenzar a resolver estas tensiones interiores mientras no sepamos de qué están hechas nuestras personalidades internas. Todas las personalidades están hechas de lo mismo — alguna vieja energía adherida a un recuerdo. Digamos, por ejemplo, que recordamos haber sido castigados cuando niños por alguna cosa que no hicimos. La energía del resentimiento o la injusticia se adherirá a ese recuerdo y comenzaremos a construir un fragmento de personalidad — un niño resentido —el cual vivirá desde su estrecho punto de vista hasta que pueda liberar esa energía. El niño interior resentido es sólo un recuerdo que espera poder descargar su energía retenida y no podrá moverse mientras no lo haga. Puesto que tenemos recuerdos asociados con alegría y también con dolor, las personalidades interiores vienen en versiones placenteras y dolorosas. Es agradable recordar un premio recibido por un buen trabajo; es desagradable recordar haber sido criticados. Pero estos recuerdos contrarios no se anulan entre si; retienen su integridad y entran en conflicto con sus opuestos. Cuando juzgamos, por naturaleza decimos “Yo tengo la razón”, aunque la siguiente experiencia sea totalmente contradictoria. La crítica o el castigo injusto irán con nosotros a todas panes, repitiendo sus escenarios una y otra vez, mientras que en el compartimiento de al lado, otra energía estará expresando su punto de vista de haber sido tratados con justicia y haber sido premiados.

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